miércoles, agosto 29, 2007

La Generación de la Amistad Saharaui en el Festival de Frigiliana



Entre los días 22 y 26 de agosto se desarrolló el II Festival Frigiliana Tres Culturas, con atención especial a la cultura saharaui. La cantante saharaui Mariam Hassan ha sido la principal animadora de este festival que contó con la participación de otros grupos españoles como Ojos de Brujo, y de otros países, Los Derviches del Cairo.

La embajadora de la música y la cultura del pueblo saharaui ofreció el día 22 el primer concierto del festival, con gran aceptación por parte del público de Frigiliana. La cantante hizo disfrutar al público asistente con una variada selección de su repertorio.

La participación saharaui en este festival estuvo coordinada por Manuel Domínguez, de Nubenegra. Domínguez, además de la música y la danza saharauis, trajo una selección muy importante de documentales, que plasmaban la situación y la vida del Sahara y de su población a lo largo de los últimos 35 años, así como la exposición "Sahara Occidental, dreaming with a re-encounter"

En una jaima saharaui se proyectaron lo documentales "Espera Fati" de Ana Rodriguez Rosell, con música de Mariam Hassan, o "La Puerta del Sahara" de Mª Jesús Alvarado, entre otros. En la jaima, además de la proyección de los documentales tuvieron lugar las sesiones del Medeh y la danza saharauis y en ella los asistentes pudieron degustar el té saharaui.

El viernes 24 la poesía de la Generación de la Amistad Saharaui estuvo presente en Frigiliana. A las siete de la tarde el poeta Ebnu fue presentado en la jaima por Manuel Domínguez. Domínguez habló de la música y la poesía saharaui y de la importante relación poesía-música en la cultura saharaui. Por su parte Ebnu se refirió al papel de la poesía en la vida y la lucha de los saharauis. Al mismo tiempo habló de la poesía saharaui en lengua española, de los integrantes del grupo Generación de la Amistad y de los éxitos que en estos años han logrado, de las publicaciones, del futuro y sus aspiraciones.

A continuación, Mohamed Salem Abdelfetah, Ebnu, pasó a la lectura de varios
de sus poemas, inspirados en la situación de los saharauis y de sus esperanzas de libertad. Muy emotivo fue el momento en que el poeta le dedicó a Mariam Hassan unos versos que le había escrito y la cantante, emocionada, le correspondió con un bello tema de su último disco.

La participación del representante de la Generación en Frigiliana, culminó con un diálogo con el público, donde Ebnu respondió algunas preguntas de los asistentes.
Mariam

Canta Mariam,
Canta.
que tengo el corazón ausente
y la voz quebrada.
Canta Mariam,
Canta.
Que Sreiser Dahbu ha vuelto
y los caballos dejaron
de llorar su ausencia.
Canta Mariam,
Canta.
Que las olas vuelven
a besar tu risa
y un niño por las calles de El Aaiun
te llama hermana.
Canta Mariam,
Canta.
Que mi amor espera
en la tierra sin sombra
en la tristeza de mis versos
mientras cantas las nanas
que engendró tu voz
de flauta pastora.
Canta Mariam,
Canta.

Ebnu

A Paco Umbral


Paco habría dicho que "la maldita puta" se ha adelantado, podría haber esperado unos años.

Tuve la suerte de coincidir con él en diferentes ambientes, en algún bar de la Gran Vía de Madrid, conferencias, congresos, presentación de libros... pero Paco era siempre el mismo. Como escritor, no se le ha podido etiquetar, como persona su bandera fue eso que ahora tildan de políticamente incorrecto: la sinceridad. Me quedo con esa faceta, la valentía de afrontar la realidad con la cara descubierta, de llamar a las cosas por su nombre.

Seguro que donde estés no te vas a quedar callado. No lo hagas, por favor. Acabarán queriéndote. A mi me queda decirte que me guardes un hueco a tu lado, y ... sí, "la maldita puta" se ha adelantado.


Hasta siempre de Zahra Hasnaui.
Los saharauis de Francisco Umbral, El Mundo. 20/12/2001

sábado, agosto 25, 2007

Sidahmed El Kori uld Barray. Héroes anónimos



Si en nuestro recuerdo mantuviéramos presentes a los caídos nunca hablaríamos de ellos como caídos. Ellos están vivos en nosotros, eso sí, si les llevamos profundamente en el corazón. Eso creo, y espero no equivocarme, porque al menos así es como lo siento.

Tuve muchos amigos a quienes vi que les segaba la vida la maquinaria bélica marroquí, me he conformado con llorarles, sentir el dolor de su pérdida y eternizarlos en mi memoria, como si todos estuvieran vivos. Creo que podría ser un póstumo homenaje hablar de ellos, y en ocasiones hacer que suenen sus nombres y contar alguna historia sobre ellos, para recordarlos sin lágrimas. Este homenaje está dedicado a mi amigo de infancia, Sidahmed El Kori Barray.

La última vez que nos habíamos visto, adolescentes, fue a finales de 1975, teníamos quince años. Nuestro pueblo Auserd era asediado y ocupado por tropas mauritanas. Su familia se adentró en una zona al oeste de Auserd, donde se montó uno de los primeros asentamientos de desplazados en el territorio, pero al ocuparse el pueblo su familia fue obligada a entrar y vivir bajo la ocupación mauritana hasta que se firmo el acuerdo de paz entre el gobierno saharui y el mauritano en agosto 1979, entonces mi amigo se incorporó junto a su familia a los campamentos de refugiados en Tinduf, Argelia.

Sidahmed El Kori Barray alias “uld Treibi”, mote con el que lo llamábamos en el colegio porque su madre así se llamaba. Estudiamos juntos en nuestro pueblo natal la primaria y los dos primeros años de secundaria, su padre creo que fue un suboficial durante la época española, y si no recuerdo mal, uno de los primeros caídos en el asedio de Cabo Blanco, Lagüera, contra las tropas mauritanas.

En la parte liberada se formó como militar en las filas del Ejército saharaui y se fue creciendo vertiginosamente cada día en cientos de batallas que libraba su regimiento que operaba en la parte norte del territorio contra los ocupantes marroquíes. Su designación como jefe fue acertada y oportuna cumpliendo aquella regla de los grandes estrategas “un cuadro efectivo en el puesto adecuado”. Sidahmed dirigía una temible unidad de comandos con carros blindados de intervención rápida, creada y preparada en las más extremas condiciones del desierto, unidad subordinada a la segunda división, elite del ejército saharaui.

Pero un día, Sidahmed partió de esta región del norte, Zemur, en el mes de julio de 1987, junto a otros muchos, para castigar a los invasores que les quitaron esa parte de Tiris donde había nacido y también donde nos habíamos conocido de pequeños.

Tenía Sidahmed una absoluta certeza en la victoria, y en que la liberación del Sahara no es más que cuestión de tiempo y perseverancia hasta limpiar la tierra de los majenzu, expresión desafiante en alusión a los militares marroquíes. Era un joven que retaba a cualquier eventualidad enemiga, no creía en su adversario, lo subestimaba sin considerarlo a pesar de la correlación de fuerza y el número de sus elementos. El expresaba, “esa gente que está atrincherada sin poder asomar la cabeza, ni poseer causa por la que morir está condenada a la derrota”.

En varias conferencias estuvimos juntos, después de doce años sin vernos, ocasión que aprovechamos para hablar de nuestro pueblo; yo le decía “Sidahmed, ¿tú crees que el próximo verano escalaremos las montañas de Auserd?”. Era esa una actividad que hacíamos juntos antes del abandono español. Nos juntábamos con otros chicos, reuníamos algunas pesetas para comprar comida y escalábamos hasta coronar el monte Buserz. Él se reía y me decía “Creo que iremos mas allá esta vez, ¿qué te parece las playas de El Argub o Dajla? Y así nos reíamos hablando de pequeñeces de nuestra infancia.

Recuerdo que tras el abandono español Auserd pasó a ser administrado por el Polisario y junto a Sidahmed y otros chicos que teníamos bicicletas reuníamos comida y cigarros y los llevábamos a los mugatilin o combatientes saharauis, que controlaban la entrada de la ciudad por Ayahfun. Nos hacían charlas sobre cómo querer la tierra y defenderla y que el futuro estaría algún día en nuestras manos porque la juventud es la fuerza motriz de la sociedad. Ni él ni yo podíamos imaginar que doce años más tarde él se convertiría en un héroe anónimo.

Ese verano de 1986, tendría él unos 26 años, lo encontré con otros jóvenes dirigentes militares en Uad Ben Zaka, un precioso río en las cordilleras de Zemur, castigando desde allí los militares marroquíes que se atrincheraban detrás del muro de la vergüenza en cumplimiento de una estrategia trazada por el ejercito saharaui en esos años, que se denominó “Guerra de desgaste”, “Harb al iztinzaf”, haciendo la vida imposible a los soldados y oficiales ocupantes y sangrando de otra forma la frágil economía del régimen con un gasto diario en el muro de cinco millones de dólares.

Táctica para castigar psicológicamente y materialmente con infiltración de noche dentro de las posiciones marroquíes, destruir, capturar y dejar trampas mortales, saldo que dejó en las filas marroquíes miles de desertores y centenares de afectados psicológicamente, que no soportaban la muerte de noche y el hostigamiento de día cuando las temperaturas llegaban a más de cincuenta grados. Aquello sólo saben asumirlo y soportarlo los propios dueños del Sahara.

Escuché a mucha gente que compartió con él difíciles momentos y circunstancias en la guerra hablar de su calidad humana y bravura como destacado joven con unas extraordinarias facultades de dirigente militar.

Sus amigos contaban de él muchas e inimaginables historias, en ocasiones de simple charlas sobre el té, o recordaban grandes batallas, en las que las personas se destacan por su audacia e inteligencia en decisivas y difíciles circunstancias.

Pero todas esas formidables historias las enterramos cada uno en su corazón, ya me he referido de la naturaleza de la humildad del saharaui en este sentido. Sin embargo como dijo aquel escritor francés “el perfecto valor consiste en hacer sin testigos lo que se sería capaz de hacer ante todo el mundo”.

Sidahmed era un joven atractivo, de una constitución física fuerte, de piel morena, risueño, ágil, rápido y con una extraordinaria sensibilidad a todo lo que se movía en su entorno, un buen sentido de gran estratega. Se daba cuenta de los mínimos detalles que veían sus ojos. Recuerdo que coincidimos una vez en Benzaka, y por la tarde me dijo “Bahía, ¿te apetece venir conmigo a observar con los binoculares movimientos de los marroquíes detrás del muro?” Yo aproveché y subimos arriba a una garita de observación, yo quería hablar con él un rato y recuperar aquella amistad de infancia. Miraba con los ópticos y me decía “hay unos cinco elementos nuevos en este punto y otro en tal “y así iba leyendo todo aquel nuevo escenario que significaba en táctica miliar mucho para él. Esa vez estuvimos tres días juntos a unos tres kilómetros del muro defensivo del sector de Hauza. Mas tarde en el mismo año 1986 coincidimos en varias ocasiones en la zona de Uda Enaser y varias en Udeyat El Faa donde yo iba para impartir conferencias sobre las telecomunicaciones.

El 8 de julio de 1987, entre el cuello que separa los dos montes de Zug y Amzigzag, Tiris meridional, y sobre las doce de mediodía, me encontraba debajo de la sombra de una ambulancia militar porque no había otra sombra, era el punto donde se trataban los heridos de la batalla Gleib Ter Alal. Me dolían los pulmones de la onda expansiva de un proyectil de la aviación marroquí y me costaba respirar. La temperatura alcanzaba a los cincuenta grados, el suelo quemaba como una sartén y estábamos a merced de un constante bombardeo de dos aviones cazabombarderos. Alguien a mi lado dijo “En aquel coche están los mártires Sidahmed Barray y El Bar”, se me desgarró el corazón por unos instantes, sentí que me latía con pulsos acelerados, de manera anormal.

Pregunté a un sanitario que corría entre las ambulancias “¿Ha caído Sidahmed Barray?”. Y él asintió con dolor porque también era otro de sus amigos en la unidad. Por la noche, más tranquilos, cerca de la zona de Duguez, los heridos contaban su ferocidad en la batalla y cómo había caído salvando a uno de sus compañeros de unidad que se encontraba herido y no podía levantarse. Pero lo más curioso en todo esto es que Sidahmed vino del norte del territorio para dejar su cuerpo y alma descansar en la tierra de sus sueños Tiris, yace su tumba junto a otros compatriotas entre los dos montes de Zug y Amzigzag y desde allí se ven los majestuosos azules y coronados por la nubes montes de Auserd su pueblo natal.

Bahia Mahmud Awah, en homenaje a otro león de Tiris, Sidahmed uld El Kori uld Barray.



domingo, agosto 19, 2007

La Generación de la Amistad: una jaima para la poesía saharaui en el exilio


Hamdi Yahdih. Periodista saharaui. 19/08/2007

Publicado en la web de UPES: UNION DE PERIODISTAS Y ESCRITORES SAHARAUIS.
La Generación de la Amistad es un grupo de escritores y poetas saharauis que lleva a cuestas una causa, una patria. Con ellas han recorrido el mundo de exilio en exilio hasta establecerse en la potencia colonizadora. Escriben sobre su causa en la lengua de la metrópoli y así viven en un exilio moral al que les han precedido muchos.
Malik Hadad, autor argelino que escribía en francés, fue el eco tronante y triste que resumió todos los aspectos del desarraigo cuando dijo: "La lengua francesa es mi exilio". Desde entonces el eco se repite en todas las gargantas de los escritores que se encuentran exiliados, presos, o asfixiados por una lengua extranjera, máxime si es la del colonizador. De hecho, algunos sienten que es muy difícil, quizá imposible, eludir la fuerza de atracción de la triste realidad del destierro moral.
Escribir en la lengua colonizadora no deja de ser un exilio, pero si se hace con el espíritu de la tierra, de la familia y la causa, ¿se debe dejar al escritor así en su destierro o aliviar su tormento traduciendo y devolviendo su obra a la lengua de origen? Es lo que todo el mundo hace con los hijos que escriben en la lengua del colonizador por necesidad más que por amor.
De exilio en exilio como si fuera obra del destino.
El verano pasado, mientras navegaba por Internet en los campamentos de refugiados, descubrí unas poesías escritas por plumas saharauis en español. Sin embargo, su corazón latía con la patria saharaui, su esencia cantaba al Sahara en toda su extensión. Cuando pregunté en el círculo saharaui si alguien conocía a unos poetas que componían en español, la respuesta fue escueta: hay un grupo de jóvenes en la emigración que escriben poesía en español. Eso fue lo todo lo que mis pesquisas consiguieron recabar de los que siguen la creación cultural saharaui y su apagada escena.
Y debido mi inspiración con estos extractos y poemas traduje algunos de ellas y lo he publicado en el periódico Sahara Libre en su edición de septiembre de 2006 con algunos comentarios y breves notas. En algunas de estas notas me acompañaron sentimientos y me sentí invadido por las delicias de algunos poemas y versos, y quedaron en mi memoria su belleza y su representatividad hasta que descubrí en estos últimos días una nueva página informativa donde se aglutinan todos estos poetas y escritores saharauis en vida y alma creando con la lengua española en la que se han refugiado.
Entré en la página web o más bien en la jaima literaria de este grupo, pero antes de leer sus escritos tuve que informarme sobre sus nombres a través de unas breves biografías de cada uno de ellos.
Descubrí que son un grupo de jóvenes intelectuales saharauis exiliados en España debido a determinadas situaciones, pero no sólo esto, son además un grupo de amigos que comparten mucho en común, todos ellos estudiaron en Cuba [NOTA: con la excepción de Zahra Hasnaui y Mohamed Ali Ali Salem] largos años y lejos del apoyo psicológico y el calor de la familia, también lejos del olor del Sahara, la patria prometida; todos ellos también han participados en la edición de preciosos libros editados entre otros lugares en Madrid y Zaragoza.
Todos pertenecen a una misma generación, nacidos a principios de los años setenta, y todos comparten un denominador común, su vaivén entre varios exilios que unió sus corazones en un exilio sin precedentes. El destierro de la patria, de sus recuerdos y vivencias en los campamentos de refugiados a mitad de los años setenta, el destierro lejos de la familia y de la tierra para marcharse a estudiar en Cuba, se pusieron por medio océanos dejando la familia atrás, durante más de quince años en algunos casos. Su exilio como estudiantes en Cuba fue duro moralmente y psíquicamente por ser doble exilio, de la familia y de la tierra.
Tras su regreso a los campamentos no se establecieron allí, hicieron las maletas, como si estuvieran acostumbrados a investigar el desarraigo o como si no se cansaran de ello o como si fuera para ellos un destino inevitable, para afincarse en España lejos de la patria y de la familia en un nuevo exilio, pero de otro modo diferente.
El exilio en una lengua y cualquier exilio…
Este grupo de jóvenes saharauis había saboreado ya lo amargo de su exilio físico, lejos de la familia y la tierra, y comenzó a experimentar en su último exilio un destierro especial, refugiado de manera particular en la lengua de la metrópoli, identificándose con el grito del escritor argelino Malek Hadad.
Y realmente el observador del comportamiento de estos jóvenes encontrará que su refugio en la lengua colonial es un destino ineludible porque fueron a estudiar en Cuba, país de habla hispana, lengua del colonialismo que dominó su tierra. Y si fueron a estudiar allí, tan lejos geográficamente de su tierra, no se debió a su elección y no fueron con el objetivo de estudiar en la lengua colonial, aunque ese ha sido uno de los muchos caminos que nos ha deparado el destino.
Sin embargo si estos jóvenes se han exiliado en el espacio y la lengua es porque han resistido las doble teorías del exilio y sus consecuencias, cruel resistencia que vencieron al final. Se enfrentaron a este destierro manteniéndose unidos a la causa de su tierra a través de la poesía y la creación literaria aunque sea a través ese legado colonial de la lengua española.
Una de sus medidas de resistencia, que han permitido que el exilio no se los trague, ha sido reunir recientemente su destino en una jaima saharaui, creando algo similar a una asociación o unión, denominada Generación de la Amistad saharaui, con la creación de una página web que tiene el nombre de la “Jaima de la poesía saharaui” tras empezar a alcanzar éxito en su producción poética y creación literaria.
Y es evidente que la creación de estos jóvenes es una forma de resistencia al exilio y la ocupación, porque su web lleva el nombre de “la jaima de la poesía saharaui” y con ello vislumbran una jaima saharaui tejida de lanas de dromedarios en Tiris o en Zemur, iluminada por un candil de literatura, de ella emanan olores del té, inciensos y clavos de olor, montándola en el corazón de Al Andalus donde vivieron sus antepasados, rechazando los brillantes salones.
El significado cívico que encierra su denominación nos hace entender su difícil lucha en una realidad, y si no fuera su añoranza a la tierra y a la familia no hubieran bautizado su web como “la jaima”, tal vez hubiera sido “el club de la poesía saharaui”, influenciados por la cultura occidental. Sin embargo, optaron por los vientos y los palos de una jaima tradicional saharaui que resiste vientos y tempestades de todo tipo. La producción literaria de estos jóvenes en su segundo idioma se alimenta del alma saharaui y emana del mismo corazón.
Cuando uno se adentra en su poesía se observan ricos recursos literarios de su propia cultura, y no se imagina que estos jóvenes se hayan separado de las jaimas de su tierra aunque sea solo un instante; su unidad en torno a los montes, la geografía y el patrimonio saharaui y su uso en la poesía no dejan al lector de lengua española sentir que está leyendo textos escritos por extranjeros y esto es debido a la sencillez su cercanía y su amenidad al lector.
Este grupo de escritores ha publicado varios libros entre los que se pueden destacar la antología Um Draiga, Versos de la madera, Aaiun gritando lo que se siente, Versos refugiados y Voz de fuego, entre otros importantes libros. Finalmente esperamos mucho de esta exitosa experiencia, a la que prestaremos atención y dedicación especial para que se traduzcan sus obras a la lengua materna y con ello disminuir a estos escritores el peso del exilio y la añoranza de la causa nacional, de la que cantan su hermosura.

sábado, agosto 18, 2007

El barco y la camarera


Éramos cerca de quinientos niños y estábamos al norte de Tinduf, los maestros nos iban contando por nivel y edad, luego a cada uno le daban un bocadillo de pan con atún y queso y lo subían al autobús. Ese día empezábamos un largo viaje desde el sur oeste de Argelia hasta la ciudad portuaria de Oran.

Recorríamos a toda velocidad el desierto, era el mes de octubre. Estábamos sumidos en un otoño caliente. Todos nos mirábamos las caras en medio del silencio, mi compañero y yo sentíamos una enorme tristeza, apenas teníamos cumplidos los doce años y en medio de la incertidumbre estábamos totalmente confundidos. Recuerdo nos hablaban de una isla lejana al otro lado del Atlántico, los maestros se esforzaban mucho en explicar donde estaba aquel lejano lugar pero nosotros solo conocíamos el Sahara y los campamentos, jamás habíamos visto ni oído que en América pueda existir una lugar llamado Cuba.

Empezó a oscurecer y el autobús seguía a toda velocidad dirigiéndose hacia el mar Mediterráneo. En ese momento veíamos que cada vez que pasaban las horas la posibilidad de volver a ver a nuestras familias se alejaba mucho más y todo nos parecía demasiado raro, porque no lográbamos entender como podíamos alcanzar un lugar tan lejano a nuestro entorno cultural y geográfico.

Después de un largo viaje llegamos una mañana soleada y caliente al puerto de Oran. El Mediterráneo estaba tranquilo, apenas se sentía el ruido de las olas, bajamos de los autobuses e inmediatamente empezaron a repartir bocadillos y agua. Luego nos mandaron hacer una cola interminable, cada uno con sus pertinencias y empezaron a llamarnos por nuestros nombres y así comenzamos a subir en aquel enorme barco ruso. Cuando me tocó a mi subir empecé de repente a llorar y los maestros me decían “¿por qué lloras?, si vas a ir a un lugar muy bonito, donde vas a aprender muchas cosas, mira los demás como juegan y están alegres; no llores, si sigues llorando tus amigos serán mejores que tú”.

Subimos a aquel barco, mi amigo y yo, entre lágrimas y suspiros. Cuando estábamos arriba se me acercó de repente un mujer rubia, alta y de ojos azules y me dijo “ven, esta será tu habitación, tú amigo dormirá en la parte de arriba de la litera y tu dormirás abajo”. Después aquella mujer me llevó por todo el barco me enseñó la piscina, un pequeño campo de fútbol, el comedor y al final fuimos a la sala de cine. Era enorme, recuerdo que podían caber más de doscientas personas. Luego volví con aquella mujer a mi habitación, cogió toda mi ropa sucia y se la llevó con ella a la lavandería.

Al final me quedé en medio de la habitación con mi amigo. Empezamos los dos a dibujar y cada uno intentó dibujar un enorme camello que creíamos poder cruzar con él el océano, luego cogíamos las sabanas y de cada sabana hacíamos un turbante enorme y lo colocábamos encima de la cabeza y empezábamos a hablar en voz alta, cada uno intentaba interpretar un papel de un película de dibujos animados que habíamos visto en el 9 de junio.

A la una de la tarde entró la mujer y me saludó, luego cogió mi mano y me llevó al comedor y me dijo, “Yo me llamo Tatiana soy de la ciudad de Leningrado y quiero a partir de ahora que aprendas bien mi nombre”. Ella hablaba árabe con acento sirio y entendía alguna palabra en castellano. Me enseñó a coger bien el tenedor, la cuchara, el cuchillo y a comer despacio, sin prisa. Quería que comiera mucha fruta y verdura, siempre me sacaba un mapa que tenía guardado y me enseñaba su ciudad. Hablaba mucho del frío de la nieve pero yo no entendía nada. Una noche me cogió de la mano y me llevó hasta el final del barco, allí bajo la luna llena me enseñó como nadaban los delfines persiguiendo la estela del barco. Recuerdo que me dijo “el mar es como el desierto todo es monótono e igual, lo único que rompe su uniformidad es el salto de los delfines en el agua, como los lagartos del desierto cuando entran y salen de su escondite”.

Catorce días, uno detrás de otro, duró la travesía en medio del inmenso océano y Tatiana siempre estaba preocupada por mi ropa, comida y ducha. Me traía juguetes y procuraba que yo jugara con los demás niños y cuando le preguntaba sobre el Sahara miraba hacia atrás y con su dedo índice me indicaba que al final de aquel enorme charco de agua podría quizás encontrar mi país y mi familia.

Cuando vimos las luces del puerto de La Habana era de noche y el barco estaba llegando. Tatiana me arregló la maleta, me escogió la ropa que tenía que ponerme y empezó a peinarme el pelo hacia atrás. Luego me acompañó hasta la escalerilla del barco y me regaló su foto en blanco y negro con su nombre escrito en español. Las lágrimas se caían de sus ojos azules entre abrazos y sollozos. Yo también lloré por Tatiana, por mi familia, por el barco y los delfines.

Ali Salem Iselmu

viernes, agosto 10, 2007

La delgada figura. Aminetu Haidar



Nunca imaginé que una persona, después de sufrir tanto física como moralmente, puede aún albergar demasiada belleza. Nunca imaginé que un físico, mermada su integridad de mil maneras y desprovisto de lo mínimo esencial para subsistir, puede aún más, seguir inmaculado, tanto físicamente como moralmente.

Una delgada figura, emergió por la entrada principal del auditorio, era ella y enseguida el bullicio inundó la sala, sus dedos flacos hacían el signo de la victoria sin pausa. Reflejaba su rostro una tenue sonrisa carismática, envolvente, minúscula, pero a la vez grandiosa, una de esas sonrisas tímidas, que sólo los más nobles pueden esbozar. La mirada acompañaba rítmicamente los gestos de su cara entristecida, ella sabe que su lucha es larga y cruel.

Del rostro de Aminetu se puede crear una enciclopedia del ser humano, su alma, su sangre, sus vísceras, su ánimo, su sueño, algo útil, pero tampoco algo complejo, quizás sencillo como ella, como los saharauis. La proporción de su cara refleja la sencillez de lo grande o la grandeza de lo sencillo.

En su delgada figura es tal vez donde más se nota el sufrimiento del hambre, pero no las ganas de comer -noto yo-. No camina pausada, no mira atrás y no se inclina salvo para vocear su amargura y pesar del que ella misma es consecuente. A Aminetu yo no la conozco personalmente, pero conozco su lucha, la he seguido, le he escrito y por fin la vi en persona, la ojeé largo rato en un breve instante sólo para ver una sonrisa o una carcajada o ese brillo que tenemos a veces, cuando vemos que somos protagonistas y que todas las miradas van a dirigidas nosotros, pero nada, realmente estaba serena y flaca. También pude regalarle una camiseta con el nombre de su ciudad favorita, “Aaiun”. Personas como ella otorgan al ser humano su humanización y su racionalidad, inequívocamente.

La flaca leyó su discurso preparado que, nada más lejos de la realidad ,es el discurso de sus compatriotas de prisión y patriotismo. Las palabras vibraban de miedo y se encogían al unísono de nuestros corazones,. Sí, vi palabras saltarse del miedo, tiritarse y vi otras que se escondían para no ser leídas y traducidas. Su voz y su ser era demasiado para tan simple texto.

Esa lectura es la mejor manera de decir “aquí estamos, no aquí estoy”. Esa es la baza incuestionable de los seres magníficos, imprescindibles que perduran en la vida. Ella es ahora símbolo, pero también historia, ella es eficaz, elocuente y simplemente bella. Cuando la vi esa vez supe que la fe existe y que desde el umbral de la sencillez y la mesura se logra todo y todo, porque la verdad es incuestionable y siempre brota de su propia ceniza.

Chejdan Mahmud Yazid

Mayo de 2006

lunes, agosto 06, 2007

Recuerdos del internado (II)



El viernes era el día de las visitas en el internado y muchos se despertaban con una sensación de regocijo, porque sabían que en cualquier momento, podían ver entrar por la puerta principal a sus adoradas madres. Su presencia les alegraba la mañana, quebrantaba la gris rutina del centro y les proporcionaba mimos, caricias y alimentos, frutos muy escasos en el colegio. Sin embargo, yo detestaba los viernes, porque sabía que mi madre nunca iba a verme, ni familiar alguno, por hallarse lejos, en el campamento de Dajla. No soportaba ese interminable día, en el que me sentía huérfano, y rumiaba que mi familia no me quería, o no les importaba. A veces, me apartaba hasta la cima de la colina, al lado del muro de adobe de la escuela, para que nadie me viera llorar.

No me gustaban los viernes en el internado, aunque el silbato no taladraba tan temprano como el resto de los días, ni se izaba bandera alguna, ningún educador controlaba que tuviéramos la cama bien hecha o desecha, ni que meáramos encima de los muros o lejos, ni si andábamos descalzos o si teníamos la cara lavada o la ropa sucia. Por ser día de encuentro, los maestros se comportaban con menos rigor y hasta con cierto tacto, y podíamos vagar por los alrededores de la escuela, jugar durante horas hasta el agotamiento y correr en cualquier instante a beber agua del estanque, que era de piedras y cemento, más que un depósito, parecía un tanque desmantelado en medio del enorme patio. No me atraían los viernes, aunque intentábamos robar de la cocina y disputábamos con las cabras el pan que les llevaba el cocinero, y cuando el dueño descubría nuestra fechoría nos perseguía con su manguera. No los soportaba, mientras veía los otros abrazados a sus madres que, cariñosas ellas, les resguardaban con sus melhfas de la insolación, mientras les colmaban con galletas y caramelos.

Ya sé que no era tarea fácil llegar al internado, incluso para las personas que vivían en las wilayas más cercanas y sabía que muchas madres tenían que salir de sus jaimas bien temprano por la mañana y caminar hasta el puesto de control para hacer el autostop. Esperar sentadas sobre incómodas piedras, mientras un viento intermitente se colaba en sus ojos, orejas y el resto del cuerpo, un viento tórrido que nunca dejaba de batir sus alas y maltratar planes de la gente. Las visitas eran siempre una incertidumbre, nadie tenía la seguridad de que podría alcanzar su destino. Todo, o casi todo, dependía de que unas carcomidas ruedas pasaran por el puesto de control de Rabuni o Smara, la escuela de mujeres “27 de febrero” o El Aaiún y les llevara hasta el internado.

No había como ahora carretera asfaltada, ni taxis, ni abundantes vehículos privados; el camino era incierto y pedregoso. Varias madres tuvieron que aguantar miles de baches, sentadas en los traseros de camiones, tragar ingentes cantidades de polvo y soportar alocadas velocidades de conductores que presumían ante las miradas femeninas, con tal de ver a sus criaturas. Toda la maquinaria estaba al servicio de la guerra, y la poca que se movía en los campamentos de refugiados eran acatarrados camiones GMC, recuperados tras duras batallas y que en verdad, al ejército saharaui le servían de muy poco, o unos cuantos vehículos de funcionarios y un puñado de Land Rover particulares que conducían abuelos jubilados o militares discapacitados de guerra. El viernes era cuando más se necesitaba el transporte y menos se veía.

Los más de cien kilómetros que separaban el campamento de Dajla del internado, me privaban a mí y a muchos otros niños de cualquier esperanza de visita, hasta la llegada de las vacaciones escolares, estábamos tan resignados que muchos sentían indiferencia ante las aglomeraciones, que se formaban cuando venían las visitas.

Con el transcurso del tiempo, tuve amigos de otros campamentos que recibían visitas y compartían conmigo sus regalos. Recuerdo uno de aquellos viernes, en que sólo vino la madre de Nayem, Um Eljair. Ese día Nayem estaba muy contento, nada más verla salió en carrera, dando saltos como una gacela. Desde cierta distancia veíamos que Nayem no perdía tiempo, y enseguida empezaba a hurgar en el equipaje de su madre, sacar y devorar un par de galletas o algo parecido. Al afortunado, aunque era nuestro amigo, le molestaba nuestra presencia, y al ver que seguíamos merodeando como buitres carroñeros, se paraba y nos brindaba su cara más asesina. Si por él fuera, se zamparía de una sentada todo lo que le había traído Um Eljair, sin ningún tipo de mala conciencia, pero él sabía que su madre no le iba a dejar hacerlo, y en todo momento le estaría prodigando consejos, que tenía que estudiar más, que no debía olvidarse de sus cinco oraciones diarias, y que la comida que le traía tenía que durarle varios días y repartirla con sus amigos.

Nayem sólo tenía una certeza: si no compartía lo que le había traído su madre, ya vendrían otros “viernes” en los que ella no podría visitarlo, y entonces ¿qué haría él, sólo y hambriento?, ¿cómo se las arreglaría cuando lo aislaran por egoísta? Era una ley no escrita que todos respetaban, (a mí me excluían de esa regla por ser el único del grupo de Dajla, el único que no recibía visitas, y creo que lo hacían por compasión) aunque a veces me daba la sensación de que cuando eran los afortunados, preferirían no haber tenido amigos, aunque sólo fuera por un día.

Nosotros, como cazadores, esperábamos que la presa se quedara sola, para poder abordarla y en medio de aquella espera, que nos parecía eterna, intentábamos descifrar el contenido de la funda azul que había traído Um Eljair. La curiosidad excitaba nuestra hambre perruna, sobre todo porque el viernes desaparecía del desayuno aquella triste rebanada de pan y en su lugar repartían un puñado de galletas, cada una del tamaño de una uña del dedo gordo de la mano. Por lo menos el diseño de aquellas galletas era divertido: galletas con forma de estrella, coches-galleta, camiones-galleta, y andábamos jugando con esos vehículos comestibles. Les poníamos nombres y sonidos, los conducíamos por carreteras imaginarias y escenarios de combates con otros coches-galletas, a algunas les caían los neumáticos de un leve mordisco, otros vehículos podían repostar en el depósito de leche, pero esa gasolina era mortífera porque los difuminaba en el líquido. Si a un coche se le acababa el combustible iba directo a la boca y allí era engullido con mucho placer.

Las visitas entraban después del desayuno, pero ya el hambre calentaba nuestros estómagos como si no hubiéramos probado nada durante la mañana. Por ello, horas después, mientras esperábamos a Nayem, nos preguntábamos una y otra vez ¿qué había en aquella funda azul? El más pesimista hablaba de que podría ser ropa, sandalias, o cosas por el estilo. Había quien deliraba y señalaba que la funda desprendía olor a carne, esa idea era rápidamente descartada por soñadora. La opinión general giraba entorno a que el contenido de la funda debía ser pan, dátiles o azúcar.

Cuál sería nuestra sorpresa cuando ya en la habitación con Nayem descubrimos que el contenido de la funda era gofio, alrededor de dos o tres kilos. Un gofio mezclado con azúcar y aceite. Era un delicioso bocado y todos pretendíamos más, pero aquél día Nayem no tenía hambre y guardó la funda dentro de su oxidado baúl de color verde, más que baúl era una vieja caja de hierro para guardar balas, reconvertida en una especie de maletín. Ante nuestra insistencia nos prometió que en otro momento repartiría otra ronda del preciado gofio.

Al día siguiente, durante el recreo, todos salimos disparados hacia el baúl de Nayem, él lo abrió e hizo el ajustado reparto, pero aquella mañana Nayem parecía estar de buen humor, debía haber comido de la funda sin que le viéramos, y se le ocurrió divertirse. Introdujo su mano en la funda y sacó su puño lleno, lanzó al aire la bola de gofio, para que saltáramos, a ver quién llegaba más alto. Nos arrojábamos hacia arriba como aves de rapiña, disputando la comida en el aire y no sé quién capturó el bocado. Volvió a preparar otro, el segundo lanzamiento fue a parar al techo de zinc y allí se quedó, justo encima de la cama de Nayem. Durante unos segundos todo quedó paralizado, en espera del regreso del ansiado bocado. Pasaron los minutos y la pelota seguía aferrada al techo de metal. En medio de aquella incertidumbre sonó el silbato que anunciaba el fin del recreo y tuvimos que volver a clase.

Al regresar al dormitorio, para nuestra sorpresa, la bola seguía aferrada, como adoptando una terca postura, y nos convencimos de que ya era irrecuperable. Durante aquellos días el calor se había intensificado y los educadores nos obligaban a hacer la siesta después de comer. La siesta era tediosa, eterna. No había nada con que matar aquellas lentas horas, sólo cabían dos posibilidades, dormir o dar vueltas en la cama hasta el cansancio, lo peor era la falta de oxígeno, en cuanto uno cerraba los ojos, una extraña forma, indescriptible le empujaba a caer en un pozo de terribles pesadillas, y la verdad es que salir de las garras de ese monstruo del calor era como volver a nacer.

Recuerdo que en medio de la siesta, mientras dormíamos o hibernábamos, o las dos cosas a la vez, bajo la frágil sombra de metal, cayó encima de Nayem la bola del gofio. Él se levantó sobresaltado como si despertara de otra pesadilla, pero cuando reconoció el objeto y comprobó su sabor, no salía de su asombro. El fruto había madurado bajo las viejas costillas de zinc. Nayem nos lo enseñó y probamos aquella delicia de gofio tostado a fuego lento.

Durante el tiempo que duró el contenido de la funda, a la hora de la siesta, Nayem entregaba a cada uno una pelota de gofio y todos la lanzábamos hacia el techo, donde se quedaban pegadas. Eran como semillas que esparcíamos encima de nosotros. Poco a poco las gotas de sol se derramaban, regando las planchas de zinc. Horas después ese cielo salvador nos devolvía a cada uno una fruta madura y espléndida.

Limam Boisha

domingo, agosto 05, 2007

“El león de Tiris”


El comandante Nih Uld Alemblal
Los saharauis que hemos vivido de cerca la historia contemporánea de nuestra lucha, el éxodo, la guerra, la deportación, el exilio, la desaparición y hemos sobrevivido en nuestras entrañas al peligro a la muerte o de las consecuencias que a veces nos acarreó el destino, guardamos en nuestra memoria miles de historias. A veces, como testigos, nos cuesta contarlas y buscamos que la ocasión sea propicia. Intentamos contribuir a saldar deudas con las presentes y futuras generaciones, con la narración de relevantes epopeyas.

A veces nuestra naturaleza humilde nos impide destacar hechos transcendentes y recordar a los protagonistas de nuestra contienda, simplemente por el hecho de no ser considerados aduladores, pero en el momento adecuado nuestros recuerdos nos salen del corazón, como aquellas rimas de Bécquer que cantan:

¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: «Levántate y anda»!


Por todo ello nos resulta difícil, hasta inadecuado, destacar el “yo”, el “mí” o el hacer referencia, en ausencia de “terceros”, a sus cualidades y extraordinarias hazañas. Así poco o casi nada se sabe de nuestros anónimos héroes. Preciosa virtud de los saharauis, que cuando nos alaban nos sentimos incómodos o al señalarnos como ejemplo opinamos que no lo somos, porque creemos en la humildad y entendemos que entre nosotros hay muchos magníficos hombres y mujeres anónimos que sí lo son, razón por la que nunca tuvimos en nuestra tierra poetas juglares, como en otras civilizaciones, que alaben a guerreros, gestas, epopeyas o figuras históricas. Este don tal vez es el que nos haya librado del vasallaje y la sumisión.

Concedemos nuestra milenaria historia a segundos autores, no saharauis, que la escriben o cuentan, inconcebible error que debemos explicar a las futuras generaciones, ansiosas por saber el pasado y el presente de su historia y sus actores. Conscientes y fieles debemos estar ante estas generaciones que tal vez dirán “en qué circunstancias fueron figuras de nuestro pasado, y quienes lo eran”

He vivido casi once años de mi juventud en la guerra y he visto muchas historias jamás contadas, desde simples anécdotas hasta fantásticas hazañas con nombres y apellidos. Y no me cabe en la cabeza la expresión “dejar que se lo lleve el viento”. He conocido legendarios que siempre quisieron ser personajes anónimos, sin galardones ni coronas de laurel, como decimos en nuestro proverbio “sbaa ma yugald”, “león sin collar”. De estos hombres me he referido en anterior ocasión, destacando la figura de Biga Aba Chej, el caballero de la guerra. Hoy recuerdo a Nih uld Alemblal, a quien conocí en un mes de agosto. En muchas ocasiones, en charlas con amigos, hago referencia a su vida, que toda entregó a la causa.

Fue uno de los primeros dirigentes militares saharauis. Siendo joven se incorporó en las filas del Polisario, convencido por la causa de la tierra que defendería desde los primeros años de la guerra con Marruecos y Mauritania. No hubo ningún oficial invasor marroquí o mauritano que pisara con sus botas en las regiones del sur y el centro de Sahara que no conociera su nombre y ante él no sintiera temor.

Comandante de la primera región, a Nih le conocí en persona en la primera semana de agosto de 1987, un verano caluroso, en Tiris, la tierra donde nació, luchó y deseó morir. Allí cuando atardece todo el calor se olvida al acampar debajo de la sombra de un galb, preparar una fogata, hacer té y charlar sobre la tierra y su inabarcable historia.

Sus compañeros y subordinados contaban muchas anécdotas relacionadas con su inteligencia y coraje como estratega militar, término etimológicamente griego stratégos que significa general, es una palabra que usamos en distintas contextualidades y siempre con relación a cuestiones relevantes "la estrategia define el ¿qué hacer? y también ¿cómo hacerse?". Nih fue el general que pasó desapercibido porque creyó más en los otros que en sí mismo, porque con ellos supo qué hacer y cómo debía hacerse.

En una ocasión nos citó en Leyuad, en la cueva del diablo. Pasamos allí el día, de mucho calor, disfrutando un cordero mishui. Nos habló sobre esta cueva y la historia de las legendarias montañas de Leyuad, donde su región militar aún hoy opera. Se pasaban las horas sin darnos cuenta escuchándole hablar sobre la tierra y las grandes derrotas infligidas al ejército invasor en esa zona.

Era un hombre de espíritu jovial, alegre, el típico nómada saharaui de correctos modales, sencillo, dialogante, comunicativo, muy caballero y cercano a los otros.

Sabía muchas historias de Tiris, en ocasiones nos decía “debajo de cada talha y en la falda de cada monte, en la boca de cada pozo o en el vientre de cada duna se esconden miles de preciosas historias a contar, pero hay que buscarlas”

Recuerdo aquella tarde de agosto cuando nos llevó a acampar en la sombra de un curioso monte de nombre femenino llamado Taziualet, anclado en los límites de Tiris este, rozado en su valle del este por unas cordilleras de dunas conocidas como Azefal o Draa, que se extienden hacia el sur, haciendo frontera con Mauritania.

Allí, una vez que ya estábamos en la sombra de Taziualet, nos contó que el monte tiene forma de una dama saharaui que toma postura de acodada, una forma muy romántica, típica y educada que suele adoptar la mujer saharaui de buenos modales. Y al fijarnos en aquella montaña a todos nos daba esa impresión que nos describía Nih. Este poema lo escribí tras su caída años más tarde inspirado por la figura de aquel caballero revolucionario de Tiris, Nih Uld Lehbib Uld Alemblal. 





A la memoria de Nih
Hermosa estás, Taziualet, radiante
galaxia de tu firmamento,
con la melhfa de nila
y el blanco faldón de arenas,
sugerente doncella de Tiris.

Glamourosa vestida de gala,
acodada en blancas dunas
de seda.
Piernas esbeltas,
tintadas de azul,
y pies oscuros, flor de henna.

Al este anhela acariciarle Azafal,
al suroeste la pretende Auadi
y al noroeste encanto de beduina
rompecorazones:
galb El Arui, corazón de cabra montés,
galb Egteitira, corazón de cataratas,
galb Eljail, corazón de un corcel.


Cada vez que recordamos un referente anónimo de nuestra historia estamos homenajeando a cada uno de ellos, y a todos aquellos que en el pasado fueron estandartes de nuestras aspiraciones de libertad y paz, desde el sabio de Tiris Chej Mohamed El Mami, Ali uld Meyara, los dirigentes desaparecidos Luali Mustafa, Sidi Brahim Basiri y muchos otros anónimos como Biga uld Aba Chej, Ali uld Ahmed Zein, Sidahmed uld Barray alias “uld Treibi”, Maata Mulan uld Tayeb, o Nih uld Alemblal “el león sin collar de Tiris”.

Bahia Mahmud Awah, en homenaje a otro legendario de Tiris, Nih uld Alemblal