Del prólogo de la antología de poesía saharaui contemporánea Um Draiga, escrito por Antonio Polo.
“Concibo la memoria como el oficio de devolver a las aldeas su soberanía”.
“La Tumba de Keats”. Juan Carlos Mestre.
Hay historias que merecen ser contadas, como hay poemas que abren sus agallas a los camaleones, también hay actos cuya trascendencia se hospedan en la extraordinaria estancia de los recuerdos. Todo tiene su origen en una descomunal mentira, en el engaño como la fuerza desabrida de los éxodos, en el exabrupto de la huida que deja en el viento un reguero de té. Treinta años han transcurrido desde entonces. Al cabo de treinta años ya no se odia. En eso consiste también la memoria.
Hay historias que merecen ser oídas, como hay pizarras que enviudan después del primer trazo de tiza, también hay acontecimientos que llenan de rocío el calendario, como los de una calurosa jornada del mes de julio de 2005. Entonces la canícula se había apoderado de Madrid y los termómetros se sublevaban a conciencia en sus trincheras de cinc. El lugar, un ático de San Bernardo. A la sazón celebrábamos un congreso y Gonzalo Moure tomaba la palabra en su apertura. Lentamente el escritor Ricardo Gómez fue anunciando uno a uno a los poetas saharauis. Al principio todo fue un poco confuso. Recuerdo que antes de subir al estrado se había producido el primer encuentro. Entonces entró Limam Boicha, mucho más menudo que sus versos, sublime y sabio, y Chejdan Mahmud que traía toda la poesía cubana en una camisa de flores. Acaso pasaron unos minutos, después me di cuenta de que algunos de aquellos poetas no se conocían entre si, y que a Zahra Hasnaui le sorprendía la oscuridad primera de la sala, como les sorprenderán sus versos cuando “la noche se adueñe de sus tonos añiles, violeta y cobalto”. Agrandados por la tarima abrieron sus agallas, y a veces nos dejaban conocer también sus dudas. “Supón que cada amanecer pudiera ser la puerta a un nuevo día” había dejado dicho Luali Lehsan, que en la vigilia estaba preparando un nuevo poema.
Subieron todos, también Bahia M. H. Awah, que siempre pensó que “perdurará la paciencia del amigo” y Mohamed Ali Ali Salem que creció “soñando con un libro”. Subió Mohamed Salem Abdelfatah Ebnu, que soñaba ya cómo “un beduino se hizo a la mar”, y Saleh Abdalahi que nos adelantaba con su gesto que “los días también tienen ojos de águila”. Y por fin subió Ali Salem Iselmu, sabiendo ya que “la alegría es un remedio de cada instante”.
Y así fueron transcurriendo las horas, hasta que a final de la tarde, nueve poetas firmaban un manifiesto con el que creaban un nuevo movimiento literario. Solo entonces, al anochecer, se doblegó el estío.
Ahora todos ellos forman parte de este libro porque son poetas, poetas saharauis con memoria, poetas saharauis con memoria cuyas historias merecen ser oídas.
Quiero ahora dirigirme expresamente a los lectores de esta antología. Quiero decidles que si tuvieran la fortuna de encontrarse con algunos de los poetas que forman parte de ella, díganles que yo les he pedido que les lean un poema de este libro. Mírenles directamente a los ojos, luego esperen a que la pulpa fresca de su sonrisa deje paso franco a sus palabras. Escúchenlos atentamente, y verán como de entre cuyos versos y de entre cuyas manos surge, sin duda, la palabra “sueño”, esa que está escrita en el frontispicio amplio de una generación llamada, por derecho propio, Generación de la Amistad.
Antonio Polo González.
Escritor. Editor de la revista literaria Ariadna-RC
Abril 2006.
1 comentario:
muy buenisima su amistad me interesa resto
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