Anatoli Karpov y Gary Kasparov acaban de reeditar en Valencia esa gran rivalidad que mantuvieron durante veinticinco años, rivalidad que se inició en el año 1984 con el mundial de Ajedrez de Moscú y que concluyó con la victoria de Kasparov. Ahora ha vuelto a ganar Kasparov. A finales de los años ochenta la competición entre estos dos genios del ajedrez estaba en su apogeo, mientras nosotros estudiábamos en el Preuniversitario Vanguardia de la Habana, en Isla de la Juventud, (que por cierto y no lo sabía hasta hace poco, fue el escenario en el que Robert L. Stevenson recreó su famosa novela La Isla del Tesoro) y vivíamos al principio ajenos a esos torneos que despertaron el interés de medio mundo. La prensa cubana daba gran cobertura mediática de los torneos Karpov-Kasparov, casi tanta como si se tratara de partidos de Béisbol Cuba-USA o un Mundial de Fútbol y aunque por corrección política y al ser los dos rusos los comentaristas no se inclinaban mucho por uno ni por otro, aunque se podría decir que al menos en la calle había más simpatía hacia Karpov, porque a muchos les parecía más tranquilo, más simpático.
Claro que aquel ambiente de una manera u otra influyó en nuestro gusto por ese deporte, pero quien de verdad nos introdujo en el ajedrez fue nuestro tutor saharaui, Jatri y al que todos llamábamos “Jatrov” (es que el “ov” en aquellos años era un apellido muy popular), le llamábamos así, no sólo porque le gustaba el ajedrez, sino porque nos animaba a practicarlo y muchas tardes se plantaba con su tablero e invitaba a cualquiera a jugar contra él y los demás nos apretujábamos alrededor mirando, disfrutando, señalando jugadas, compartiendo ese placer.
Pero a Jatrov, no sólo le interesaba que aprendiéramos el Ajedrez, sino que también nos inculcó el amor por la lectura, era rara la ocasión en la que no le veías por los pasillos de la escuela sentado en un banco leyendo o caminando con un libro debajo del brazo y cada vez que tenía oportunidad nos incitaba a hurgar en los diarios y las novelas.
Jatrov no era igual a la mayoría de los educadores que conocí de niño, aunque casi todos tenían buena fe y ganas de enseñar, sus métodos eran rudimentarios y a veces bestiales, muchos no habían terminado ni la secundaria y enseñaban mal y educaban peor: con amenazas, miedos y castigos. Pero hete aquí que Jatrov, lo hacía con tranquilidad, buenas maneras e inteligencia y ese método, su método, sin darnos cuenta nos cautivó, porque revolucionó nuestras mentes. Jatrov era insistente, pero sin exasperar, le gustaba la actividad, fomentó el deporte y la cultura haciendo que todos seamos partícipes, al introducir concursos entre las clases y quienes ganaban se les compensaba con un fin de semana de Camping (Campismo se dice en Cuba) compartiendo un cordero asado o un viaje a la playa, eso, en momentos ya difíciles cuando el Período Especial asomaba lentamente su cabeza.
Los métodos de Jatrov no se parecían en nada al personaje de El Club de los poetas muertos ni tenía una frase que revolucionó la mentalidad de los alumnos como esa que susurraba John Keating, interpretado magistralmente por Robin Williams: Carpe Diem, Carpe, Diem: “Vive el momento, vive el momento”, pero a su manera también abrió nuestros horizontes, sin ruidos ni dramatismos.
Claro que aquel ambiente de una manera u otra influyó en nuestro gusto por ese deporte, pero quien de verdad nos introdujo en el ajedrez fue nuestro tutor saharaui, Jatri y al que todos llamábamos “Jatrov” (es que el “ov” en aquellos años era un apellido muy popular), le llamábamos así, no sólo porque le gustaba el ajedrez, sino porque nos animaba a practicarlo y muchas tardes se plantaba con su tablero e invitaba a cualquiera a jugar contra él y los demás nos apretujábamos alrededor mirando, disfrutando, señalando jugadas, compartiendo ese placer.
Pero a Jatrov, no sólo le interesaba que aprendiéramos el Ajedrez, sino que también nos inculcó el amor por la lectura, era rara la ocasión en la que no le veías por los pasillos de la escuela sentado en un banco leyendo o caminando con un libro debajo del brazo y cada vez que tenía oportunidad nos incitaba a hurgar en los diarios y las novelas.
Jatrov no era igual a la mayoría de los educadores que conocí de niño, aunque casi todos tenían buena fe y ganas de enseñar, sus métodos eran rudimentarios y a veces bestiales, muchos no habían terminado ni la secundaria y enseñaban mal y educaban peor: con amenazas, miedos y castigos. Pero hete aquí que Jatrov, lo hacía con tranquilidad, buenas maneras e inteligencia y ese método, su método, sin darnos cuenta nos cautivó, porque revolucionó nuestras mentes. Jatrov era insistente, pero sin exasperar, le gustaba la actividad, fomentó el deporte y la cultura haciendo que todos seamos partícipes, al introducir concursos entre las clases y quienes ganaban se les compensaba con un fin de semana de Camping (Campismo se dice en Cuba) compartiendo un cordero asado o un viaje a la playa, eso, en momentos ya difíciles cuando el Período Especial asomaba lentamente su cabeza.
Los métodos de Jatrov no se parecían en nada al personaje de El Club de los poetas muertos ni tenía una frase que revolucionó la mentalidad de los alumnos como esa que susurraba John Keating, interpretado magistralmente por Robin Williams: Carpe Diem, Carpe, Diem: “Vive el momento, vive el momento”, pero a su manera también abrió nuestros horizontes, sin ruidos ni dramatismos.
Ahora que la educación está en crisis en muchas partes del mundo y en el Sahara hace años que está en la UVI, es bueno recordar que no hay que esperar grandes reformas, ni leyes, un maestro, un educador, un solo hombre puede señalar el camino, para que los chavales elijan cada uno el suyo y estar mejor preparados para el imprevisible y duro tablero de la vida.
Limam Boisha
1 comentario:
muy bueno
Publicar un comentario