domingo, septiembre 02, 2007

Del alimento de los mortales



1. Envidia

Desde la noche de los tiempos nos acompaña. Ovidio la describe como un ser espantoso, de piel verdosa y gesto descompuesto cuyo alimento principal era la carne de víbora. Ni siquiera Atenea, la diosa de la sabiduría y la belleza interior, pudo evitarla. Cómo, los simples mortales. Caín la reencarna en la mitología bíblica, para Unamuno los abelinos también envidian. Los británicos la ponen verde y aquí la disfrazamos de sana. No hay vacuna, ni remedio, ni experiencia que la ahuyente, y a pesar de ser pecado mortal, no nos mata. Por lo menos físicamente.

Consume la pelusa al niño, y al no tan niño. La sufre el gordo, el alto, el bajo y el delgado, el que trabaja y el parado, el que se va y el retornado. Los de mente poblada por la desierta azotea, los lampiños por la barba. Si eres guapa tampoco te libras pues de la fea la suerte envidias. Y aunque no se admita, no hay dios que la toree, caemos por sus banderillas.

Según Quevedo era flaca porque muerde y no come. Pero sí come, nuestro espíritu, y si está flaca es porque lo mastica lentamente, gozosa y triunfante. Codiciamos lo ajeno, desdeñando lo propio, ni los mejores logros, cualidades y posesiones son suficientes ante sus artes malignas.

Vivo exiliada desde que el vecino de arriba me robó la patria. Demasiado tiempo ansiando chapotear en mis playas atlánticas, perderme en los oasis de la infancia. Bien lo sabe la pérfida que lo menciona en cada visita. Con la edad he aprendido a esquivarla, a concentrar mis esfuerzos en llegar a la meta. He ganado esa batalla, pero surgen otras, y he de admitir mi más reciente derrota mientras caminaba como el poeta por los campos de Castilla. Mi sana intención era hacer eso que llaman "footing". Por cierto, ¿quién habrá inventado ese vocablo? Me quito el sombrero ante el ingenio popular. Bueno, pues, eso, iba a correr por el campo y por primera vez en mi vida pude ver campos extensos de trigo en primavera. El viento peinaba hacia el sur la infinita melena verde de mechas rubias. No pude seguir, me senté en una roca a contemplar el regalo.


Trigal

Calla el verso,
grita el alma
ante el lindo
esplendor
la cuna gallarda.

Quise gozar
y plantar la simiente
en el desierto de los desiertos.

Me vi
maldiciendo
al dios de la lluvia,
a la tierra tacaña,
y a la emboscada
que me hizo caer
en tanta belleza ausente.

Grita el verso, calla el alma.


Zahra Hasnaui

*Cuadro: Carlos García Medina

1 comentario:

Poemario por un Sahara Libre dijo...

Leo, emocionado el bello texto, y espero que el corazón de Castilla sea
generosa al acoger la sangre hermana del disierto. Y que, si hay un futuro
para alguien, las causas nobles como las vuestras alcancen la victoria.

Desde Segovia, una saludo a vuestra noble causa y mis felicitaciones a
Zahara Hasnaui. Jesús Pastor