Por: Larosi Haidar. Ilustración: Hijos del
desierto,de Roberto Maján
La primera vez que leí en una novela los
términos skyr, skald y gothi, y sus respectivas definiciones, supe que los
pueblos, en su esencia, se parecen mucho más de lo que parece y sus historias
suelen diseñarse de forma semejante y paralela. Las palabras hacen referencia,
respectivamente, a una bebida de leche cuajada, al cantor de odas y al jefe de
clan en la Islandia medieval, lo que de manera espontánea activó en mi mente
los términos saharauis zryg, igguiu y shij, y que salvando los matices vendrían
a ser las traducciones de los primeros.
Otra similitud que descubrí entre los dos
pueblos es el uso del patronímico para identificarse, algo así como Juan, hijo
de Pedro. Así, encontramos nombres islandeses como Alnaldur Indridason,
Alnaldur hijo de Indrid; Ava Ólafsdóttir, Ava hija de Olafs, al igual que
saharauis como Mohamed wald Brahim, Mohamed hijo de Brahim, o Jadiyettu ment
Baba, Jadiyettu hija de Baba. También está el hecho de la utilización exagerada
del diminutivo en su lenguaje cotidiano, algo también notable en nuestra lengua
hassaní y que enriquece su fina ironía benévola al igual que su cruel sarcasmo
cáustico.
Sin embargo, la coincidencia que me pareció
más reveladora del espíritu igualitario imperante en las dos sociedades es la
casi inexistencia del tratamiento de cortesía usted, pues su uso es rarísimo y
pedante. Lo que es una evidencia clara de la igualdad de los individuos en el
seno de ambos sistemas sociales, independientemente del cargo o título que
ostenten, pues se tratarán entre sí de tú a tú. Es de suponer que se debe, en
los dos casos, a la escasa población y a la rudeza del hábitat que les ha
tocado vivir, donde la solidaridad anclada en el respeto entre individuos era
condición indispensable para la supervivencia. Eso sí, cuando esta última
peligraba, los clanes y grupos se veían obligados a realizar incursiones en
territorios remotos para saquear y pillar lo que se ponía en su camino. Los
islandeses se hacían vikingos y se hacían a la mar en sus temibles drakkars,
mientras que los saharauis se unían a los ghazzis, de allí razias, y montaban
sus inquebrantables dromedarios y caballos para atacar a poblados lejanos que
asolaban en un abrir y cerrar de ojos.
Más cerca en el tiempo y de manera más
anecdótica, las coincidencias curiosamente persisten. El 20 de mayo, ese mayo
beduino nacido por cesárea un lustro después del mayo galo, los saharauis
iniciaron la vía de la lucha armada para alcanzar la tan ansiada libertad. Como
si fuera ayer, sin embargo, acaban de celebrar con cierta amargura y
frustración el cuadragésimo aniversario de tan simbólico acontecimiento en la
historia moderna del Sáhara Occidental. Mas sí, también para los islandeses esa
fecha es muy significativa, dado que fue un veinte de mayo, concretamente del
año 1944, cuando el pueblo de Islandia votó en un referéndum para acabar definitivamente su vinculación a
la monarquía danesa.
Varios años antes de recurrir a las armas,
los saharauis habían intentado autodeterminarse de manera pacífica y partiendo
del diálogo y la negociación cívica y civilizada. Pero la metrópoli no lo
permitió y puso todo tipo de trabas ante dicho proyecto recurriendo, incluso, a
las malas artes de la corrupción y compra de conciencias. La gota que colmó el
vaso fue la disolución a balazos de una manifestación pacífica llevada a cabo
en el barrio aiunense de Zemla, manifestación que el historiador Pablo Dalmases
denominó atinadamente El grito de Zemla. Como es de esperar, esa fecha
igualmente es simbólica y significativa para el pueblo saharaui, por lo que
cada año se celebra su festividad el día 17 de junio y, curiosamente, también
lo es para los islandeses, pues es el día en que su país se convirtió
oficialmente en una República: el 17 de junio de 1944.
Llegados aquí, lo mismo no es tan
descabellado decir que el Sáhara Occidental está, de alguna manera, cerca de
Islandia. Lo está por la similitud y la afinidad subyacente que caracteriza al
género humano, pero también, y desgraciadamente, por la lejanía causada por el
desconocimiento y la ignorancia de todo lo relativo a la que hace poco, muy poco,
era la provincia 53 de España. Y aunque a muchos les suene a Reikiavik, esa
bella Bahía humeante capital islandesa, en realidad su capital es Aaiún, esos
Manantiales que beben de las entrañas de Saguia al-Hamra, Acequia Roja que
surca el desierto para besar el Atlántico, mientras sus Ojuelos acarician
llorosos las antaño blanquecinas paredes de las moradas vecinas de su ribera
sur. Hoy, sin embargo, esas mismas paredes tiemblan rojizas bajo el peso
humillante de un rojo sangre venido del norte. Mientras, en lares no tan
lejanos, la relaxing indiferencia hacia todo lo saharaui campa a sus anchas.
Y sí, aunque parezca mentira, el Sáhara
está cerca, muy cerca, de Islandia.
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