Se nos ha ido el colosal pensador y académico africano, Ngugi wa Thiong’o. Quedan huérfanas las lenguas africanas.
Generación de la Amistad saharaui
Un grupo de poetas saharauis que pretenden transmitir el sufrimiento de su pueblo, unidos por historias de pastores que se perdieron persiguiendo sus sueños tras una nube
viernes, mayo 30, 2025
Se nos ha ido el colosal pensador y académico africano, Ngugi wa Thiong’o
Se nos ha ido el colosal pensador y académico africano, Ngugi wa Thiong’o. Quedan huérfanas las lenguas africanas.
jueves, mayo 29, 2025
"Gaza", texto de la Dra. Farah Dih
“Gaza”, texto prosa de la Dra. Farah Dih
Jueves 29 mayo
Proverbio saharaui: اللي ماه امسافر امعاك ما اشدلك “A quien no comparte contigo el viaje no le dejes ensillar tu montura”. Los saharauis sienten el dolor de los palestinos porque sus causas y enemigos son comunes.
El texto de Farah Dih
“Me imagino a una madre con su bebé en brazos, intentando darle un pecho vacío, desnutrido. La reacción instintiva de alguien que se niega a ver a su hijo morir. Me la imagino tarareando una canción de Fairuz para que deje de llorar, aunque sea inútil.
Veo
a un pequeño rebuscar entre las ruinas el cuerpo inerte de su hermana. A un
padre sentado entre los escombros, con el cuerpo inmóvil y la mirada perdida.
Y
yo aquí, viendo como estalla otra bomba desde la pantalla del móvil. Como quien
ve un anuncio que no puede saltar. Como quien quiere detener la gravedad”.
miércoles, mayo 07, 2025
"Hija de las nubes", de la Dra. Farah Dih
Relato de la Ph.d. Farah Dih miembro del grupo de escritores saharauis en el exilio, “Generación de la Amistad”. Relato publicado en la antología, "Mujer y naturaleza" en Minnesota, Estados Unidos.
"Se llaman hijos de las nubes, porque desde siempre persiguen la
lluvia.
También
persiguen la justicia, más esquiva que el agua en el desierto".
Eduardo Galeano
Hacía tiempo que la bandera española ondeaba sobre las cálidas tierras del Sáhara Occidental. Los resquicios de libertad y legalidad sobre los que otrora se asentaron las bases de la Segunda República quedaron pronto sepultados bajo el yugo del Águila de San Juan. Con su melhfa abultada y sus senos doloridos, Leila se vio con una nueva hija en camino y nueve meses de ardua incubación. Aquella vez, sin embargo, iba a ser diferente. Aquella vez iba a tener una hija ilegítima, fruto de la infidelidad y de la necesidad de escapar de aquella prisión que la mantenía atada de pies a cabeza por su condición de mujer.
Pedro Morales,
un soldado español de pocas palabras y mirada perturbadora, era la causa y el
embajador a pulso de sus males. Con frecuencia la miraba con detenimiento,
pensativo, como si la viera por primera vez. Como si tratara de descifrar un
enigma. El color dorado que bordeaba sus pupilas ardía con la intensidad del
fuego en una noche sin luna. Su una vez larga cabellera se había convertido en
finos hilos de pelo inconsistente que surgían como alfileres de su despoblada
cabeza. A pesar de su alopecia, Pedro era joven y su sonrisa —de labios
desgastados y dientes amarillentos— hacía excesiva aparición por la comisura de
sus labios.
Pedro se
alojaba en el cuartel de La Legión de El Aaiún, en un minúsculo barracón en el
que los soldados se aglomeraban como peones aniquilados en una partida de
ajedrez. La mayoría de ellos no quería estar ahí. La mayoría habría preferido
quedarse en su pueblo de Albacete, León o vaya usted a saber dónde, fumando
ducados y buscando la forma de sobrevivir a la precariedad instaurada tras el
golpe de Estado del 36. Pero eludir la mili no era una opción. Se vieron
obligados a cumplir sentencias de muerte temporales en las que su pobreza en
España resultaba un lujo pasado al cual se morían por regresar. Una minoría,
sin embargo, un grupo de patriotas exaltados de los de alzar el brazo en
dirección al sol, sentía la necesidad de hacer alarde de ortodoxia patriótica y
motivar a sus camaradas con aquella retórica paternalista e interesada, tan
propia de los discursos del Generalísimo: «España es el único pueblo sobre la
tierra capaz, como el Caballero de la Triste Figura, de estas grandes empresas
de redimir a un pueblo y ayudarle sin pedirle más que una sonrisa», diría el
admirado Franco en un discurso con motivo de su visita a El Aaiún en 1950. Con
«redimir», venía a decir dominar, y con «ayudar», explotar y exprimir. No en
vano justificaba en clave civilizadora la colonización de aquellos «bárbaros
nómadas»: «Vuestros hermanos de España vienen a ayudaros, a traeros el progreso
de la civilización», declararía más tarde en aquel mismo discurso.
Entre aquel
grupo de patriotas exaltados figuraba Francisco Matamoros, un militar de alto
rango por el que Leila sentía una profunda aversión. Su jornada laboral en el
desierto consistía en amargarles la existencia a sus subordinados y tratar de
envenenar sus almas con discursos en contra de los que con desprecio denominaba
«los moros». Su irreductible sentimiento de superioridad hacia los saharauis y
su ímpetu por salvaguardar el honor y las posesiones de su amado general le
granjeó una mala reputación en El Aaiún. Leila sabía con sobrada certeza que el
cuidado y la diligencia que Matamoros ponía en los asuntos relacionados con la
pesca y las excavaciones en las minas de fosfato de Bucraa, se debían a su
interés por que los ingresos generados con la explotación de estos recursos
naturales fueran a parar a las arcas del Estado en Madrid; eso sí, pasando
primero por su bolsillo.
Leila era
consciente de las injusticias que el Estado español cometía contra su pueblo,
pero también sabía que los españoles de a pie nada tenían que ver con aquello.
Mucho menos Pedro, un señorito andaluz que lo último que habría elegido en su
vida habría sido dedicarse al arte de la guerra. Nunca se habría imaginado
quedarse embarazada de aquel soldado, pero cuando recibió la noticia, el temor
y la dicha pujaron por apoderarse de ella a partes iguales. La presión social
de no pocos familiares y amigos la había forzado a contraer matrimonio con
Omar, un muchacho bondadoso y enamorado hasta la médula de ella, pero al que
ella nunca había querido. Detestaba el funcionamiento de su sociedad en muchos
aspectos, pero aborrecía en especial aquella ley consuetudinaria por la que
tradicionalmente se decidía el casamiento de las mujeres como si de una subasta
de camellos se tratara. Para evitar manchar la imagen familiar y no ser objeto
de las habladurías de la gente, Leila prefirió serle infiel a su esposo a divorciarse
de él; acto que, en sí mismo, habría supuesto una nueva odisea en aquel mar de
barcos a la deriva.
Su hija con
Pedro nació en octubre de 1975, apenas unas semanas antes de la nueva tragedia
de los saharauis. Leila no dudó en llamarla Salma, en honor a su madre, quien
había desaparecido de la faz de la tierra unos meses antes tras una visita
esporádica al cuartel de la Legión para exigir más derechos para los saharauis.
Algunos aseguraban haberla visto por última vez acompañada por el comandante
Matamoros. Decían las malas lenguas que había sufrido el mismo destino que
Basiri, un líder revolucionario saharaui a quien la Legión Española había
capturado, torturado y asesinado por su activa participación en el movimiento
de liberación saharaui. Pero Leila quería creer que su madre seguía viva. Que
tarde o temprano encontraría la manera de volver con ellos. Salma había sido
una de las primeras personas en predecir, tiempo antes de la llegada efectiva
de los españoles, que nada bueno iba a traer el acuerdo que habían pactado los
líderes saharauis con España allá por los años treinta. Se suponía que formaban
parte de España, que vivían en «la provincia número 53», pero el desarrollo de
las infraestructuras, el fomento de la agricultura, la inversión en educación y
todo lo demás ocurría en la Península y sus islas. Poco o nada se invertía en
el Sáhara. Un Sáhara estancado en el tiempo, en el que las gentes andaban
mendigando las sobras de los soldados españoles en los vertederos de basura.
Leila a menudo
recordaba el odio que les había profesado de pequeña a aquellos militares;
sobre todo por aquel atropello al que les sometieron a su madre, a su padre y a
ella cuando volvían de visitar a unos familiares instalados en Fderik, al
noroeste de Mauritania. Tres soldados españoles les interceptaron en la
frontera para pedirles la documentación. Ni ella ni ningún saharaui había
necesitado nunca documentación alguna para moverse por aquellas tierras. Leila
no sabía muy bien cómo habría sido la reacción de otros compatriotas ante
aquella violación de su libre circulación, pero jamás olvidaría la de su madre:
«¿Documentación me piden? ¡Qué barbaridad! ¿No creen que debería ser yo quien
les pida a ustedes su documentación? ¿O es que me quieren hacer extranjera en
mi propia tierra?». Se la llevaron en aquel mismo instante. No hubo
explicación, ni palabra de aliento alguna. Su madre apareció días después con
un ojo morado, las costillas rotas y el honor mancillado. No lloró, no maldijo,
no gritó. Se limitó a abrazar a Leila y a tumbarse boca arriba en la arena,
mirando las nubes pasar. Luego dijo: «Los saharauis solo les rendimos cuentas a
las nubes. A ellas, que se han preocupado por guiarnos hacia lugares donde no
existen fronteras, injusticias, ni dictadores consagrados».
Durante las
primeras semanas de noviembre de 1975, cientos de miles de marroquíes,
incitados por las sinuosas promesas de prosperidad y riqueza de su rey, fueron
a apoderarse de las tierras que con tanta torpeza había administrado España. La
muchedumbre, cegada por el hambre y la avaricia, cansada del mucho rezar y del
poco recibir, decidió que la Marcha —que algunos llaman «verde», pero que más
le valdría el calificativo de «roja», por la mucha sangre que se vertió— era
mejor opción que alterar el statu quo de una monarquía anclada desde tiempos
inmemoriales a un trono de barro. En vano marcharon aquellas pobres almas a
hacerse con las riquezas del Sáhara Occidental. No sabían que, a pesar de las
promesas, las ganancias obtenidas de la explotación de los recursos naturales
de esta región estaban reservadas para el Intocable y su descendencia. No se
dieron cuenta aquellas gentes —ni entonces ni nunca— de que habían sido
manipuladas, de que la miseria les perseguiría el resto de sus vidas.
El gobierno
franquista, por su parte, no movió ni un dedo para detener lo que con facilidad
podía haber evitado. No solo tenía los medios para parar aquella masacre, sino
también la fuerza y el apoyo de no pocos españoles y saharauis. Mucho peor fue
la solución que ofreció el gobierno de la Transición, que no dudó en dar la
espalda a los que tantas veces había prometido defender. Leila sabía que
aquello nunca habría ocurrido si la provincia en cuestión hubiese sido Alicante
o Cádiz. Pero aceptó aquella trágica realidad. A diferencia de la ficción, en
la que los conceptos de bondad y maldad se pueden trazar con perfecta nitidez,
la realidad está llena de puntos ciegos, de bondades perversas y maldades
benevolentes.
Los españoles
se marcharon. Se marcharon todos, sin excepción. Se marcharon con sus promesas
rotas, sus sacos llenos y el culo al aire; como tantas otras veces en América,
Filipinas y el resto de África. Se marcharon dejando a sus «hermanos saharauis»
desamparados, y sin más aviso que el rugir de los tanques marroquíes retumbando
en sus corazones. El soldado predilecto de Leila también se fue, pero en su
huida no olvidó llevarse un recuerdo de su aventura en aquel desierto exótico.
Se llevó a su hija, la pequeña Salma, y no dejó más que una mísera nota «que
más le habría valido tragarse junto con su dignidad», pensaría más tarde Leila:
Habibti:
Se me parte el corazón. Se me parte por todo lo que está ocurriendo, pero sobre todo por lo que voy a hacer. No puedo dejar que nuestra hija viva en estas condiciones. No puedo dejarla aquí y ahora menos que nunca. Me la tengo que llevar. Sé que, aunque te lo pidiera miles de veces, nunca abandonarías a tu gente. Lo entiendo y lo respeto. Y es por eso que me marcho sin ti. Solo espero que algún día me perdones y te reúnas con nosotros en Sevilla o en Madrid.
Siempre tuyo, Pedro
Leila no tuvo
tiempo de procesar su dolor. Los civiles marroquíes habían invadido hasta el
último rincón de El Aaiún. Entre ellos había también un amplio grupo de
soldados camuflados que no dudaron en usar la violencia para visibilizar su
fuerza. A estos muy pronto les siguieron otros refuerzos militares que pusieron
en jaque la vida de toda la población saharaui. El gobierno español los había
servido en bandeja de plata a un lobo hambriento y maltratado, sediento de
poder. La mayoría de los saharauis, sin embargo, se negaron a convertirse en
ovejas mansas esperando a ser devoradas por aquel depredador. Muchos se unieron
al Frente Polisario y se marcharon de las ciudades para poder organizarse y
ofrecer resistencia a la invasión. Aquellos que no pudieron —o no quisieron—
irse de las zonas ocupadas, también se organizaron y trataron de poner a salvo
sus vidas y las de las personas a su cargo. Otros, sin embargo, no vieron otra
opción que la del exilio a Argelia.
La guerra había empezado
Leila y todos a
su alrededor habían quedado rotos y divididos. Tenían a la mitad de sus
familiares y amigos en campamentos improvisados en medio del desierto, y a la
otra mitad encarcelada, desaparecida o, en el mejor de los casos, confinada en
las zonas ocupadas. Cada día que pasaba, cada hora, cada minuto, era un momento
más de tortura y desasosiego. A diario se enteraban del secuestro, asesinato o
desaparición de un nuevo familiar, amigo o vecino. Algunas mujeres del barrio
habían sido violadas, y muchas buscaban desesperadas protección en casas
custodiadas por parientes o conocidos armados. Y, sin darse cuenta, Leila se
vio a sí misma con la única hija que le quedaba cosida a un costado, un fusil
viejo y oxidado en el otro y el corazón a punto de atravesarle el pecho.
No tardó mucho
en darse cuenta de que aquella situación era insostenible, de que el exilio era
la única salida viable para ella y su hija. Se unió a un grupo de mujeres con
destino a Tinduf, sin llevar consigo más posesiones que un pequeños zurrón de
tela donde había metido a presión algunas provisiones básicas para el camino.
Una mujer entrada en años, pero de una agilidad física y mental sorprendentes,
llevaba la voz cantante del grupo. La señora, a la que todos conocían como Am
Elba («La Obstinada»), dividió al personal en cuatro grupillos, y puso al mando
de cada uno de ellos a la que consideró más capacitada. Había estado meses
trazando un plan de huida detallado que iba desde dónde y cuándo debían
esconderse para no ser vistas por las tropas áreas marroquíes, hasta en qué
momento del día debían hacer sus necesidades.
En lo teórico
todo estaba claro: cada grupo debía tomar un camino distinto para que fuera más
fácil que alguno de ellos lograra llevar a cabo con éxito la misión; debían
marchar únicamente de noche, a paso ligero; comer y beber lo justo; y de día,
esconderse y descansar. La teoría estaba clara. La práctica, sin embargo, fue
otra muy distinta. A la nula capacidad organizativa de la líder que le tocó al
grupo de Leila, amén de la poca predisposición que algunas compañeras tenían
para acatar órdenes, se añadieron los infortunios del propio trayecto. Las
bombas caían por doquier y las tropas marroquíes peinaban el desierto a la caza
de exiliados.
Por el camino
se les fueron uniendo saharauis de otras ciudades y regiones. Uno de ellos, un
militar que había sido aprisionado por los marroquíes y había logrado escapar,
conocía a Omar. Leila llevaba tiempo sin saber nada de su marido, quien se
había alistado en el Frente Polisario apenas unas semanas antes de la guerra.
El señor se sorprendió cuando Leila le preguntó por él. Luego agachó la cabeza,
se echó la mano a la nuca y, sin atreverse a mirarla a los ojos, le comunicó
que Omar había fallecido.
—Yo estaba con él cuando pasó —señaló todavía cabizbajo—. Un crío… Un crío de los nuestros fue quién lo hirió de gravedad. Estaba aprendiendo a disparar y… bueno… Omar aguantó unos días, pero la bala había tocado uno de sus órganos vitales. No pudimos hacer nada. Lo siento mucho… Yarihmu u iwasi3lih. «Que en paz descanse».
Leila calculó
que habría pasado algo más de un mes cuando por fin llegaron a la frontera con
Argelia. No pudo contener la dicha al descubrir que apenas les separaban unos
kilómetros de Tinduf. Estaba amaneciendo cuando llegó el esperado momento.
Normalmente, a esa hora se recogían y se escondían donde podían, pero aquel día
era diferente. No podían arriesgarse a que los encontraran en aquella zona por
quedarse más tiempo del debido. Tenían que atravesar aquella línea imaginaria
cuanto antes. Decididas a pasar lo más rápido posible, marcharon más
silenciosas y sigilosas que nunca. Leila entregó a su hija a una de las
compañeras para que cruzaran primero, y volvió al final del grupo para echar
una mano al resto.
Cuando quiso
ayudar a la última rezagada, un ruido estrepitoso y ensordecedor turbó por
completo cualquier percepción del tiempo y el espacio. Leila salió volando por
los aires con la violencia de un huracán y volvió a caer al suelo. Se le
nublaron los sentidos y notó cómo la sangre emanaba a borbotones de sus más
profundas entrañas. Cuando por fin logró enfocar la vista, descubrió junto a
ella el cuerpo inerte de una mujer con el rostro ensangrentado y la mirada
vacía. Era Mariam, una compañera del grupo. Trató de extender la mano, de
gritar su nombre, pero fue incapaz de moverse. Ella misma se encontraba tendida
en el suelo, con los tímpanos rotos y el hígado reventado. «¡Malditas minas!»,
pensó mientras se quedaba sin aire. Había oído de la presencia de aquellos
artefactos explosivos cercanos a la frontera con Argelia, pero aquel detalle se
le había pasado completamente por alto. Movió con dificultad los ojos. Las
demás estaban a unos pasos de allí; sanas, pero lejos de estar a salvo. Se
encontraban arrodilladas, con armas apuntándolas a la sien y rezando a Dios.
Leila trató de incorporarse, de ir a socorrer a su hija y al resto de sus
compañeras, pero no alcanzó a mover ni un músculo.
Sintió cómo las
lágrimas se deslizaban por el lateral de su rostro como un manantial de agua
hirviendo. Incapaz de soportar aquella agonía, dirigió la mirada hacia el cielo
en un intento de hacer desaparecer la impotencia y el dolor. Los rayos del sol
cubrían el horizonte. Un grupo de nubes comenzó a formarse con timidez,
haciéndose y deshaciéndose mientras eran arrastradas por el viento inclemente
que caracterizaba aquellas tierras olvidadas. De repente, el tiempo se congeló
y las últimas palabras de su madre sonaron como un eco en la distancia: «Los
saharauis solo les rendimos cuentas a las nubes. A ellas, que se han preocupado
por guiarnos hacia lugares donde no existen fronteras, injusticias ni
dictadores consagrados».
miércoles, julio 03, 2024
Diplomacia Cultural: Embajada de Ghana en España promueve obra del escritor saharaui Bahia Mahmud Awah
DiplomaciaCultural: Embajada de Ghana en España promueve obra del escritor saharaui BahiaMahmud Awah
Embajador
de Ghana en España organiza acto para la
“presentación del libro “Mi madre, mi maestra: Memorias del Sáhara
Occidental" , del escritor Bahia Mahmud Awah.
SPS,
01/07/2024
Madrid
(España), 2 de julio de 2024 (SPS)- - En
un esfuerzo por fortalecer la identidad e historia africana a través de la
literatura, la embajada de Ghana en España organizó en Madrid un evento para
promover la literatura saharaui como parte del rico patrimonio africano . El
acto “Foro para la Diplomacia y Sociedad Civil del s.XXI, celebrado en la
histórica sede de la “Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País”,
sirvió como plataforma para la presentación del libro "Mi madre, mi
maestra: Memorias del Sáhara Occidental”, del escritor y poeta saharaui D.
Bahia Mahmud Awah.
Un
Evento de Alto Nivel Diplomático y Académico
El
evento contó con la participación de distinguidas personalidades del cuerpo
diplomático acreditado ante el Reino de España y académicos. Presidido por el
Embajador de la República de Ghana, D. Muhammad Adam, y el Director del Foro
Diplomacia y Sociedad Civil, D. José Luis Yzaguirre, el acto reunió a expertos
que ofrecieron una profunda perspectiva sobre la obra y su relevancia para dar
a conocer la lucha del pueblo saharaui y su aporte al rico patrimonio literario
africano. Se hizo hincapié en la importancia de promover la presencia de
escritores africanos a nivel internacional para contrarrestar el relato
neocolonialista y presentar la realidad africana contada por sus propios hijos.
Presentación
del Libro
El
libro "Mi madre, mi maestra: Memorias del Sáhara Occidental" y su
versión en inglés "My Mother, My Teacher: A Memoir from Western
Sahara", traducido por la profesora Dorothy Odartey-Wellington, fue el eje
central del evento. La obra es una memoria sobre la vida colonial y poscolonial
en el Sáhara Occidental. Publicada por primera vez en 2011 como “La maestra que
me enseñó en una tabla de madera”, esta edición incluye un nuevo epílogo del
autor que presenta más recuerdos de su madre y ejemplos de su poesía
tradicional y revolucionaria, utilizando un hilo conductor muy íntimo para
abordar la historia del pueblo saharaui y su justa lucha contra el colonialismo
europeo y la ocupación del régimen marroquí.
Para
el Embajador de la República de Ghana, la presentación de este libro implica un
doble orgullo: en primer lugar, porque el autor es africano y, en segundo
lugar, por la colaboración entre escritores saharauis y ghaneses para que la
obra llegue a un público lector global. El diplomático ghanés no dejó pasar la
oportunidad para reconocer la trayectoria y aportación del escritor y poeta
saharaui al patrimonio literario africano. Mencionó que la implicación de la
prestigiosa editorial “Modern Language Association of America” (fundada en
1883) es un reconocimiento a Bahia Mahmud Awah como un escritor africano y
saharaui de renombre en la diáspora.
Por
su parte, el autor D. Bahia Mahmud Awah inició su intervención recordando el
compromiso africano con el pueblo saharaui y el firme posicionamiento a favor
de la liberación del último territorio africano bajo ocupación. También hizo
mención a las relaciones que unen a Ghana y la RASD, señalando que Ghana fue el
primer país en lograr su independencia y que el Sáhara Occidental es el último
que aún sigue luchando por ella. En relación a la obra, el escritor saharaui
explicó que la elección de Jadiyetu Men Omar no es más que un argumento para, a
través de las vivencias más íntimas de una figura anónima, contar la historia
de todo el pueblo saharaui en su larga travesía revolucionaria anticolonial. El
libro recoge las etapas abarcadas desde el colonialismo español hasta la etapa
final y de paz definitiva en el exilio en Argelia.
El
evento también contó con intervenciones de académicos de renombre que aportaron
sus conocimientos y reflexiones sobre la obra: el Prof. Justo Bolekia Boleká,
escritor y académico correspondiente de la Real Academia Española en Guinea
Ecuatorial y profesor en la Universidad de Salamanca, destacó la importancia de
la literatura africana en la construcción de una identidad cultural sólida y
reconocida a nivel mundial; el Prof. Juan Carlos Gimeno Martín, profesor en la
Universidad Autónoma de Madrid y buen conocedor de la cultura saharaui, resaltó
la labor de los escritores saharauis y la rica cultura del pueblo saharaui, así
como su papel en la lucha anticolonial; y la Prof. Dosinda García-Alvite,
profesora en Denison University, Estados Unidos, subrayó la importancia de la
literatura como medio para dar a conocer la lucha de los pueblos oprimidos y
preservar su memoria histórica.
Este
foro no solo destacó la riqueza de la literatura africana contemporánea, sino
que también promovió un diálogo intercultural y un mayor entendimiento de la
historia y las experiencias africanas. La iniciativa de la embajada de Ghana en
España es un paso hacia la visibilidad y el reconocimiento de los escritores
africanos y sus historias, especialmente aquellos que residen en Europa.
La
"Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País" proporcionó
el escenario perfecto para este encuentro, simbolizando una unión entre la
historia y la modernidad, así como un espacio para la reflexión y el
aprendizaje mutuo.
La Embajada de Ghana en España promueve la obra del escritor saharaui Bahia Mahmud Awah
Contramutis / 2 de julio de 2024
Mi madre, mi maestra: Memorias del Sáhara Occidental” es una memoria sobre la vida colonial y poscolonial en el Sáhara Occidental.
Para fortalecer la identidad e historia africana a través de la literatura, la embajada de Ghana en España promovió la literatura saharaui como parte del rico patrimonio africano en el acto “Foro para la Diplomacia y Sociedad Civil del siglo XXI, en el que se presentó el libro «Mi madre, mi maestra: Memorias del Sáhara Occidental”, del escritor y poeta saharaui Bahia Mahmud Awah, informa la agencia Sáhara Press Service.
El evento, celebrado en la histórica sede de la “Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País”, contó con la participación de personalidades del cuerpo diplomático acreditado en España y académicos.
Presidido por el Embajador de la República de Ghana, Muhammad Adam, y el Director del Foro Diplomacia y Sociedad Civil, José Luis Yzaguirre, el acto reunió a expertos que ofrecieron una perspectiva sobre la obra y su relevancia para dar a conocer la lucha del pueblo saharaui y su aporte al rico patrimonio literario africano. Se hizo hincapié en la importancia de promover la presencia de escritores africanos a nivel internacional para contrarrestar el relato neocolonialista y presentar la realidad africana contada por sus propios hijos.
La vida colonial y poscolonial en el Sáhara Occidental
El libro “Mi madre, mi maestra: Memorias del Sáhara Occidental” y su versión en inglés “My Mother, My Teacher: A Memoir from Western Sahara”, traducido por la profesora Dorothy Odartey-Wellington, fue el eje central del evento.
La obra es una memoria sobre la vida colonial y poscolonial en el Sáhara Occidental. Publicada por primera vez en 2011 como “La maestra que me enseñó en una tabla de madera”, esta edición incluye un nuevo epílogo del autor que presenta más recuerdos de su madre y ejemplos de su poesía tradicional y revolucionaria, utilizando un hilo conductor muy íntimo para abordar la historia del pueblo saharaui y su justa lucha contra el colonialismo europeo y la ocupación del régimen marroquí.
Para el Embajador de la República de Ghana, la presentación de este libro implica un doble orgullo: en primer lugar, porque el autor es africano y, en segundo lugar, por la colaboración entre escritores saharauis y ghaneses para que la obra llegue a un público lector global. El diplomático ghanés no dejó pasar la oportunidad para reconocer la trayectoria y aportación del escritor y poeta saharaui al patrimonio literario africano. Mencionó que la implicación de la prestigiosa editorial “Modern Language Association of America” (fundada en 1883) es un reconocimiento a Bahia Mahmud Awah como un escritor africano y saharaui de renombre en la diáspora.
Por su parte, Bahia Mahmud Awah inició su intervención recordando el compromiso africano con el pueblo saharaui y el firme posicionamiento a favor de la liberación del último territorio africano bajo ocupación. También hizo mención a las relaciones que unen a Ghana y la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), señalando que Ghana fue el primer país en lograr su independencia y que el Sáhara Occidental es el último que aún sigue luchando por ella. En relación a la obra, el escritor saharaui explicó que la elección de Jadiyetu Men Omar no es más que un argumento para, a través de las vivencias más íntimas de una figura anónima, contar la historia de todo el pueblo saharaui en su larga travesía revolucionaria anticolonial. El libro recoge las etapas abarcadas desde el colonialismo español hasta la etapa final y de paz definitiva en el exilio en Argelia.
También intervinieron académicos de renombre, que aportaron sus reflexiones: Justo Bolekia Boleká, escritor y académico correspondiente de la Real Academia Española en Guinea Ecuatorial y profesor en la Universidad de Salamanca, destacó la importancia de la literatura africana en la construcción de una identidad cultural sólida y reconocida a nivel mundial; Juan Carlos Gimeno Martín, profesor en la Universidad Autónoma de Madrid y conocedor de la cultura saharaui, resaltó la labor de los escritores saharauis y la rica cultura del pueblo saharaui, así como su papel en la lucha anticolonial, y Dosinda García-Alvite, profesora en Denison University, Estados Unidos, subrayó la importancia de la literatura como medio para dar a conocer la lucha de los pueblos oprimidos y preservar su memoria histórica.
SPS señala que el foro no solo se destacó la riqueza de la literatura africana contemporánea, sino que también promovió un diálogo intercultural y un mayor entendimiento de la historia y las experiencias africanas y que la iniciativa de la embajada de Ghana en España es un paso hacia la visibilidad y el reconocimiento de los escritores africanos y sus historias, especialmente aquellos que residen en Europa.
La Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País proporcionó el escenario para este encuentro, simbolizando una unión entre la historia y la modernidad, así como un espacio para la reflexión y el aprendizaje mutuo.
Selma Uld Mohamed Uld Brahim, alias Belgha, el erudito y poeta visionario saharaui
En mi despedida a Belgha, quien nos dejó el 29 de junio de 2024.
El semblante de su figura me infundió un enorme aprecio y respeto desde que empecé a conocerle de una manera diferente a los demás. Alto, moreno, de rostro risueño que llena la vista desde el primer contacto con él. Me impresionó su cabellera cortada y cuidada a la manera antigua como la llevaban los grandes eruditos y sabios saharauis1; y el brillo de las canas de su melena tintada de un color azul oscuro debido al roce con el tradicional turbante negro de nila, colgado en su cuello y a veces enrollado sobre su cabeza. Vi por primera vez a Belgha, todo un personaje de nuestra cultura, en los años ochenta. Él formaba parte de un variopinto elenco artístico que recorría la parte liberada del territorio para acompañar y animar a las regiones militares, la población nómada y la comunidad saharaui en Mauritania.
Belgha actuaba aquel día con el principal grupo de música y teatro de aquellos años, que a veces desarrollaba sus actividades con motivo de los festejos nacionales, como el día de la unidad nacional u otras fechas que acogen las localidades saharauis en la zona liberada. Belgha recreaba y animaba a una población que había sufrido las consecuencias de la invasión; aún muchos saharauis, que entonces eran niños, arrastran consigo las secuelas y psicosis que dejó entre la población civil. En los últimos años de la guerra Belgha, con su compañía de títeres, deleitaba a niños y mayores en las localidades de Tifariti, Zug, Awadi, Agüeinit o en el Festival Internacional de Cultura y Artes Populares que celebra cada año el Ministerio de Cultura saharaui. Pero en esa época Selma para mí sólo era el titiritero que animaba y deleitaba a todo espectador, dirigiendo y creando con el movimiento de sus hábiles piernas y brazos un muñeco tradicional saharaui que bailaba y congratulaba a pequeños y mayores que le acompañaban con los coros en sus danzas.
Los cámaras extranjeros, ante su imponente presencia, lo enfocaban en primer plano sin saber de quién se trataba, inducidos por su figura fotogénica y unos rasgos físicos como los de los grandes eruditos saharauis de siglos pasados o filósofos de la Grecia antigua. Por su aspecto prototipo de hombre beduino de especial carisma llamaba la atención antes de subir al escenario.
Se le conoce como Belgha entre la población a causa de unas babuchas que en los años cincuenta se traían de Bélgica y que su padre calzaba. El apodo se transmitió de padre a hijo y éste lo ha querido conservar. Para cualquier persona, Belgha es a simple vista, una impresionante figura esculpida por la naturaleza del desierto, un hombre que, sin profundizar, para el observador llama la atención más por su aspecto que por su interior.
Belgha es una figura emblemática, pero que pasa un tanto desapercibida entre su gente por el hecho de no dar a conocer de forma pública sus otras facetas de erudito. Su virtud de sabio multifacético es desconocida por una parte de la sociedad saharaui, tal vez a causa de su humildad, que le hace no parecer lo que él sabe qué es realmente. Tras una noche de fluida y abierta conversación en uno de mis viajes a los campamentos de refugiados saharauis pude constatar con certeza que es un erudito visionario, gran poeta y un excelente orador con un dominio absoluto sobre la cultura e historia de su sociedad. Se le puede definir como antropólogo, sociólogo y por qué no filósofo en su tierra. Enseguida nos hicimos amigos y el interés que me suscitaba, él lo intuía como erudito, lo que fue un factor para ganar su confianza durante mis contactos para mi trabajo de investigación sobre la memoria y cultura oral saharaui.
-Me crié entre el ganado camellar, no conocía las vacas ni las cabras y junto a mi familia nos trasladábamos en el territorio desde sus más extremos límites del norte, moviéndonos hacia el Río Saguia al Oeste y siguiendo hacia el Sur, en las fronteras con Mauritania. Desde que tuve juicio recuerdo que nunca hemos cruzado al Norte más allá del Río Saguía. Mi madre murió cuando yo era un bebé, y entonces me crió y me educó mi abuela hasta que me hice mayor. Mi abuela nació en la región de Tiris en la parte noreste cerca de Zueirat en Ereig Ateintana, mi padre también nació en Tiris. La vida de mi abuela madre, fue excepcional y merece atención para buscarla en mi memoria o en la memoria colectiva de nuestra historia de hace un siglo atrás.
A los siete años comencé a aprender leer y escribir en elouh y memorizar los primeros versículos del Corán. El almurabit2 primero me enseñó a leer y memorizar y luego a escribir. Llegué hasta el versículo Sabih y Amma, pero después de haber memorizado ocho capítulos dejé el aprendizaje en elouh y me dediqué a la diversión y caprichos de los niños de la badia, juegos tradicionales, disfrutar tanto de bodas, como de fiestas de reconciliación, de divorcios o de bautizos.
Belgha apuntaba a propósito de su dominio de la cultura saharaui y el amor que le atrae hacia ella desde pequeño, que antiguamente los mauritanos decían que los saharauis en el saber y la ciencia son el tronco del árbol y ellos como sus hojas. Belgha, en la explicación de sus planteamientos, siempre argumenta para contrastar todo lo que transmite a sus interlocutores, y este es un rasgo que caracteriza a los grandes maestros y eruditos. Ante una pregunta que le repetí varias veces sobre cómo había adquirido el bagaje cultural que posee me explicó, en estos tajantes términos, que el aprendizaje ha sido algo natural para él durante toda su vida.
Sobre la inteligencia argumenta, recordando teológicamente, que hay siete días a lo largo del año en los que todas aquellas personas que nacieran en ellos suelen ser sumamente inteligentes o, en el otro extremo, tienen serias dificultades psíquicas. Y sobre esta historia cuentan que al principio de los tiempos hubo una mujer llamada Zahra, que era muy inteligente y bella. Al morirse Dios la convirtió en una brillante estrella en el cielo que guiaba a los nómadas en sus periplos por el desierto. Durante su aparición en el firmamento hay siete días durante los cuales las personas que en ellos nazcan serán especiales, superdotados, inteligentes, desquiciados, valientes o cobardes. Y todos nacen distintos a los demás en sus extremas cualidades humanas, en lo referido a inteligencia o belleza física.
- Desde mi infancia siempre me he dedicado a nuestro ganado, no he hecho otra cosa que no fuera el cuido de los dromedarios de mi familia y el conocimiento de mi entorno social. Conocía cada miembro de mi ganado, sus hiran3, sus mayores, sus intenciones y comportamientos y hasta conocía con cabal certeza sus huellas. Puedo identificar sus pisadas en tierra entre muchos otros ganados cuando se me pierden, incluso puedo reconocer los dromedarios mal domados, los tranquilos y los que suelen huir para no ser domados, a los que llamamos sharid o shirrad. Sé ordeñar las camellas, cómo saltar sobre el lomo de uno cuando las circunstancias me lo exigen. Y también sé curarlos cuando enferman o cuando una hembra es estéril y se necesita su procreación, porque para el hombre del desierto la reproducción del dromedario es un proceso vital para su subsistencia. Creo que apenas quedan saharauis que puedan discutir conmigo el conocimiento sobre estos emblemáticos y venerados animales, ya sea en lo que concierne a su curación, su cuidado o su ordeño. Toda esa fortuna de dromedarios que tuve la heredé de mi padre y de mi abuela.
Como decía al principio Belgha es un poeta visionario, si comparamos las predicciones en su poesía o en sus adagios encontramos cierto paralelismo objetivo con la obra de Chej Mohamed Elmami. Esta poesía-predicción de Belgha le acerca al sabio que vivió un siglo antes que él, y con el que sin embargo comparte el concepto de la unidad cultural saharaui. En este poema, que Belgha dice que es un proverbio, se esconde una visión sobre el periodo colonial, y el fruto de un siglo de colonización.
Tengo un gallo que este año
incuba sus huevos.
Uno de sus huevos entona su canto.
Y le pregunto a quienes detentan el poder,
¿para quién está guardado este huevo?
En los años setenta Belgha cantaba en varios proverbios el nacimiento de la revolución saharaui. El gallo según él, es el poder colonial, y el huevo que entonaba su canto, es la revolución saharaui. Fruto de ese dominio dio un huevo; es incoherente que un gallo incube un huevo, sin embargo Belgha explota todo recurso que su imaginación concibe.
Chej Mohamed Elmami escribió hace 145 años este trinomio de verso-adagio-proverbio, en los que encontramos cómo el erudito visionaba el nacimiento del Polisario un siglo antes de que ocurriera, como un frente que dirigiría a los saharauis y a la vez lo interrelacionaba con el problema de anexión que iba a perpetrar Marruecos dos siglo después.
الصحرء دارت قفار ولجبه حاجبه لخظر
لمغرب بنه شار اركب عنهى وحدر
El Sahara puso su gorro en la cabeza
enfrente está su verde frente.
Marruecos la apunta con su mira
tira arriba, y tira abajo y no acierta.
Belgha también tuvo esa visión años antes del desencadenamiento del proceso de liberación saharaui. En su conciencia de beduino fue crítico contra la presencia colonial y a la vez se declaraba incitador a rebelarse contra todo mal social o político que padeciera su sociedad.
- Antes de incorporarme al éxodo en el año 1975 colaboraba con mis escritos en un programa de poesía que se emitía en la Radio de El Aaiun. El espacio lo realizaba Sidati uld Salami, un buen crítico literario, maestro y poeta, ciego, gran conocedor de la literatura hasani, y Banahi uld Lemhaifid que le hacia la lectura de la correspondencia de los colaboradores. Recuerdo que una vez escribí al programa con el pseudónimo de “Zaabur uld Derbal uld Taleg Ruhu uld Magadilu”4. Escribía en el género elbach, es decir a bocajarro. Un día en la calle vi cómo la gente despilfarraba la comida. Otro día me causó estupor e indignación ver cómo la gente tiraba alimentos y ropa nueva en la basura, recuerdo una carísima darraa de marca Petit Point y una melhfa de nila de la marca Jint Enáma5.
Mi conciencia no podía con ese tipo de derroche sabiendo que había familias que se mantenían de las piedras y gravillas que sus hijos recogían trabajando una larga jornada para la empresa estatal Cubiertas y Tejados. Y a sabiendas que nuestras riquezas tanto minerales y marinas, explotadas por la metrópoli, eran más que suficientes para no dedicarnos a duros y miserables trabajos. Los que vivían bien eran precisamente aquellos que tiraban la comida y los que no tenían nada carecían de fuerza para protestar.
Empecé a escribir al programa de radio con mi seudónimo Zaabur, desencadenando mis críticas en principio sobre temas sociales, y más adelante me declaré en mis poemas amante y conquistador de Egbinaha, nombre de una chica que vendría a significar literalmente “la hemos aceptado” en referencia a El Yabha, el Frente Polisario. Al Frente en sus primeros años la metrópoli lo llamaba despectivamente Lfalaga, los insurrectos, para identificar a los guerrilleros Polisarios. Pero yo a este movimiento ya le había nombrado como Egbinaha. En ese mismo año que nacía el Polisario, se difundió un rumor que algunos miembros de El Yabha fueron capturados por la Legión española en la localidad de Boir Tiguisit, la noticia no estaba confirmada, sólo era un rumor de la gente. Yo por naturaleza soy una persona muy reservada en mis sentimientos, no mostré ninguna preocupación pero en mi interior algo palpitaba y poco a poco surgieron de aquellos acontecimientos diferentes versos.
Después de Leboir6 no habrá más que paz…
y no oculto su encuentro,
era de pies hasta el busto,
toda ella un collar7,
se lo digo a todos.
Y entre mi gente a Egbinaha, la hemos aceptado,
y a mi gente le quiero
decir que no habrá más que paz.
Cumplo un año bajo la oscura sombra
de una larga noche
con la única darraa8 que tengo.
Mi amada dice como el búho:
“mi destino será el que está echado”9.
Envié mis poemas al programa, y los recitaron como poemas de Zaabur, al que dieron las gracias. Semana más tarde escribí otro poema definiendo la ciudad de El Aaiun, tal como era antiguamente y como seguía en aquel entonces.
Mi ciudad El Aaiun, capital del Sahara,
que en ella la paz reine,
será el lazo entre los pueblos del Sahara
y los de España.
Y es efectivamente lo que aún está pasando después de treinta y cinco años, el lazo de unión histórico se mantiene y se fortalece de forma no oficial, sino de pueblo a pueblo, el saharaui y los pueblos de España.
Escribí en la misma época un poema que criticaba el tribalismo y creo que debo sentirme satisfecho de ser el primer saharaui en proscribirlo mucho antes que apareciera de forma oficial abolido por Egbinaha, el Frente Polisario, durante el proceso de liberación nacional saharaui. Verás que con estos versos he sido el primer saharaui que reniega del tribalismo y resumo mi crítica a esta lacra social en torno a la unidad de Uad Saguia y los cien riachuelos de los que se alimenta. Con eso quería explicar nuestra unidad nacional y la cohesión de toda la sociedad saharaui en un solo punto de convergencia, el Frente Polisario.
Alabado sea Dios.
del Río Saguia,
bebe el Sahara.
De todos sus riachuelos Saguia bebe.
Hoy saludo a todos los ríos de Saguia,
porque sobre uno de tus cien ríos,
todos en uno desembocan.
Selma, al terminar de recitarme el poema, me miró y extendió su mano sobre mi hombro como advertencia para que le prestara toda mi atención en lo que continuación me quiso explicar:
El Río Saguia está formado por cien afluentes, y con el propio Saguia son ciento un ríos, y todos en Saguia desembocan. Antes había muchas tribus divididas y subfraccionadas, era la política de la metrópoli para mantenernos enfrentados por el linaje y las dualidades jerárquicas pero hoy sólo existe el pueblo saharaui y este merito es del Frente Polisario, esa chica llamada en mis versos Egbinaha.
El periodo de los años sesenta y setenta se caracterizó por muchos procesos sociales y confrontación política entre las potencias occidentales y sus colonias. Es el caso de la causa palestina en el Medio Oriente, el estancamiento del reaccionario mundo árabe de la época en esa región y los procesos de descolonización en África en la que la conciencia de Belgha estaba impregnada de manera muy directa, porque el territorio seguía siendo una colonia española.
Ante aquellos acontecimientos su poesía ya estaba bastante madura y era recitada con cautela entre la gente. La poesía de Belgha contó tal vez con el handicap de que tenía gran compromiso social y político, lo que le hacía difícilmente asimilable por una sociedad de mayoría nómada. Las circunstancias políticas en la región y el auge revolucionario en el territorio y en la vecina Argelia, no la dejaban ser cantada a los cuatro vientos por temor a represalias. Quedó reducida a un círculo muy limitado y a la vez aislado de los grandes núcleos urbanos, por la propia vida nómada de Belgha. Buscó entonces salir de esta asfixia yendo mas lejos de lo que realmente pasaba en el Sahara, tomando como ejemplo lo que sucedía en otros países. Así se desahogaba en estos versos señalando con el dedo al Egipto post Gamal Abdel Nasser, una nación derrotada y entregada al Israel de Moshe Dayan y sumisa a la política de la corona británica y los Estados Unidos durante el mandato del presidente Lyndon B. Jonson.
London emite en El Cairo,
y El Cairo abre a London.
Lo primero si lo digo es una insinuación,
y lo otro si lo digo es aberración.
El decano de los poetas saharauis Badi Mohamed Salem en cierta ocasión le dijo a Belgha “Juraría que eres un grande entre los grandes poetas. Nosotros escribimos bien poesía, sin embargo tu poesía es visionaria y sabia, como la de Chej Mohamed El Mami”. Esta afirmación no deja duda alguna de la envergadura de este gran erudito y poeta visionario de nuestro siglo, una figura de nuestras letras que esa faceta de su vida pasa desapercibida.
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1 Los eruditos y caballeros saharauis antiguamente dejaban crecer la cabellera hacia arriba, dejando siempre la frente despejada, para no impedir el contacto de la frente con la tierra a la hora de realizar la oración.
2 Maestro de la escuela coránica.
3 Plural de huar, cría del dromedario.
4 Zaabur: nombre inventado que sugiere misterio y aventura; Uld Derbal: el hijo del harapo; Uld Taleg Ruhu: hijo del que va a su aire; uld Magadilu: hijo del que no le importa nada.
5 Literalmente, tela de la avestruz, una tela muy cara que procede de Oriente.
6 Localidad de Boir Tiguisit, en la región de Zemmur.
7 En la literatura hasania el collar es expresión máxima de belleza.
8 Vestimenta tradicional saharaui para el caballero.
martes, julio 02, 2024
BELGA, NÓMADA DE LAS ESTRELLAS. Ali Salem Iselmu
Poema dedicado al erudito y poeta saharaui, Selma Uld Brahim, conocido como (Belga).
Se ha ido Belga
y con él las dunas envueltas de estrellas,
luces de una túnica azul
de un turbante negro
envuelto de canas.
Se ha ido la última palabra de la noche
el primero susurro del amanecer,
se ha ido Belga el erudito de las piedras
de la arena impoluta,
el oteador del agua
de las huellas de un pozo.
Dejaste Tiris y Zemmur,
tristes sin tú palabra,
tus huellas conocen el Sahara
la cumbre de una duna
el valle de árboles desnudos,
el amanecer del silencio.
De ti aprendí la palabra
merhba bikum,
cuando vi una jaima en el horizonte,
una melena de versos
envuelta de arena.
Oh, erudito de la noche
quédate en el silencio
en el oasis de palmeras,
yo prometo encontrar tus huellas
cerca del pozo de arena
cuando conocí tú mirada.
domingo, enero 16, 2022
El viaje de la soledad, de Ali Salem Iselmu
Oléo del pintor saharaui Fadel Jalifa
A veces siento pánico de la soledad, un miedo profundo que me lleva a sentir cada momento como un nuevo desafío. Es en ese miedo placentero donde encuentro claridad y nace una reflexión profunda que me lleva a lejanos recuerdos. Allí está el viaje de Ulises y su regreso a Itaca, Robinson Crusoe en el interior de una isla, un náufrago superviviente. El capitán Ahab persiguiendo Moby Dick en medio de océanos helados y vientos huracanados.
Es el interior de cada página y
recuerdo el que me hace comprender el viaje de los Tuareg en el desierto del
Tenere. Una estrella, una luz los guía hacia las salinas de Fachi. Otro viaje
al límite de la vida humana es el que hacen los Inuit desde Siberia hasta
Alaska detrás de los caribús.
Todos estos viajes se recrean en mi
interior cuando encuentro la soledad y
siento la lejanía de la ciudad de mi infancia. Es esa pequeña urbe de Dajla
asentada sobre la Ría de Oro, una ciudad que mira como el viento de arena
desaparece en el pequeño poblado de Argub.
Es la soledad de cada momento la que me hace revivir la nostalgia del
pasado, en ese naufragio que me ha llevado por muchos lugares sin nunca olvidar
aquellas calles. Esas paredes blancas donde se refleja el sol.
La casa de mi padre, la casa de mi
abuelo siguen rodeadas del olor del mar. Aquel guiso de pescado que preparaba
mi madre y luego me llevaba al colegio por una calle larga y ancha. Allí empezó
mí viaje cuando aprendí las primeras letras, pequeños poemas escritos sobre una
tabla de madera.
Aquellos versos estaban dedicados a mi
abuelo, los que me enseñó mi primer maestro, el hombre de la túnica azul y el
turbante negro.
Aquellos lejanos versos decían en
hasanía:
يـا بابا فيك
لمرو كيف حسنـ
كيف احمدبابا.
Oh Baba, eres altivo y generoso,
como Hasena
como Ahmed Baba.
Cuando volvía de aquella escuela tradicional en la que muchos niños aprendieron las primeras letras, yo siempre recordaba los versos dedicados a mi abuelo. En algún ocasión en un viaje por la tierra de las dunas blancas y las montañas negras, después de haber perdido la ciudad de mi infancia. Llegué a una jaima en el Tiris y nos recibió un hombre y una mujer que habían conocido a mí abuelo en el pequeño poblado de Auserd.
Después de tomar los tres tés tradicionales del Sahara y probar leche de cabra mezclada con agua y azúcar, el hombre de noventa años me miró a la cara y me dijo:
̶ Tú voz me recuerda a alguien, la mirada, esa forma tuya de hablar.
Yo le miré detenidamente y le dije:
̶ Yo soy de la parte sur del Sahara Occidental, de la zona de Río de Oro.
Luego le dije mi nombre, el de mis padres y abuelos. Aquel anciano longevo, le saltaron las lágrimas y me abrazó varias veces.
Luego dijo entre lágrimas.
̶ Tú abuelo era un hombre generoso, lleno de bondad.
Cuando escuché aquellas palabras, recordé los primeros versos que aprendí en hasania dedicados a mi abuelo Baba Uld Hasena. Salí solo a pasear acompañado de la soledad de las dunas del Tiris, miré hacia el oeste de forma desesperada. Quería volver al colegio donde aprendí aquellas estrofas.
Es esta soledad que me trae estos recuerdos y edifica los viajes que hay
en mí interior. Una soledad llena de miedo y envuelta de esperanza.