Esa inmensidad de arena que ha despertado la autenticidad
de su sueño a lo largo de todos los confinamientos de peor naturaleza que las
enfermedades mortíferas o la dureza de un exilio perpetuo, todo ello lleva a
reflexionar para poder alcanzar la alborada de estos tiempos turbios. Hay
dolencias mayores que han calado instintivamente en toda esa relación
existencial tomando como ejemplo la pérdida de su tierra natal a causa de una
pandemia que ha arrasado con todos los aspectos de la vida de un pueblo desde
hace más de cuatro décadas, sin juicio ponderoso. Sin embargo, resulta tedioso el
prolongamiento de tanto sufrimiento en la dureza del tiempo que parece no tener
fin como una secular permanencia ligada
a borbotones del anuncio de una coacción de comportamiento en el que se han
visto alterados toda una gama de ritos y tópicos. En esa quietud impositiva el
señor Beduino se ha encontrado abatido a solas como un rehén y mira sus
alargados pasos detrás de los hatajos del que se nutre y que quedaron en un
instante gobernados por la insolencia de los mayores.
En esa contradicción elocuente todo fue moldeado
al gusto de unos pocos. Aunque enteramente todo estaba prescrito en la
totalidad del silencio. Ahora al beduino no le queda más remedio que escuchar a
su propia respiración ahogada en la nostalgia de un sentir inmaterial para
poder sacar fuerzas al deseo, como señalaban las enseñanzas de la sabiduría nómada.
Al menos esa andadura espiritual se presenta como un sostén ante una insólita
inquietud que flanquea toda su existencia. Por ello, y para contrarrestar los
hechos, recurre al acicate de la paciencia como arma contemplativa de las
puertas de un cielo que había aceptado un día como techo. En ese sentir sus
palabras se restan en la oscuridad de la sombra de su jaima, que se pierde en
un enjambre de tiendas similares dormidas en la esperanza de los años. En esa
silenciosa soledad su voz pregona los cantos de un desconocido bardo que exalta
una libertad añorada de un mundo dormido en la
incertidumbre.
En esa contradicción fehaciente las reglas del
juego han sido sometidas a una divinidad virtual que colinda con el pensamiento,
restando desgraciadamente acción al cuerpo, obligado a permanecer en estado
estático. De hecho, parece ser que el miedo se ha introducido de manera
solapada a fin de regular la actividad y movimiento humanos. La adiestrada imposición
podrá a la larga generar un módulo de locura generalizado. Una imaginación
ilusoria que esparce ya sus signos negativos sobre toda la humanidad. Por ello
el confinamiento se presenta como un ilustre orden mundial. Al margen de toda interpretación,
y mientras los hechos futuros se canalizan hacia una supuesta distensión
universal, el beduino se encuentra a solas arropándose en la liturgia de sus antepasados;
evocando la vida, el amor y la muerte en los sorbos de té caliente en sus noches
de Ramadán, atendiendo con paciencia la luz del día, que pone término a una relajación
momentánea para volver al confinamiento que se suma al habitual del exilio.
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