Texto: Bahia MH Awah. Foto: cedida por
Hasana Emhamed
Corría el año 1976, principios de la guerra
en el Sahara Occidental. España acaba de abandonar el territorio y Marruecos y
la Mauritania de Mojtar Uld Dadah anexionaban militarmente al país.
Yo era menor de edad y me encontraba
formando parte de los primeros flujos del éxodo huyendo hacía un lugar seguro,
como me habían indicado mi madre y mi hermana. Un día después me recogió una
unidad de combatientes del Frente Polisario, y me confiaron a una familia que
me acogió en Gleibat Legleya; me
trasladó con ella pasando por el pueblo
de Gleibat El Fula, desde donde nos dirigimos a la localidad mártir de
Um Draiga. En el tercer bombardeo de la aviación marroquí a esta localidad
estábamos cerca del monte Ziza, y todos los miembros de la familia nos
apresuramos a escondernos de los aviones debajo de unas frondosas acacias,
momento en que me hirió el ojo derecho las afiladas espinas de una talha[1]
donde buscaba protección. En aquellas circunstancias adversas no había ningún
remedio para mi herida. Estuvo sin cura varias semanas durante la dificultosa
huida hacia la ciudad argelina de Tinduf[2].
En una parada en las fronteras de Argelia,
en un lugar conocido como Adam Soixante-quinze[3], recibí la primera atención
de un sanitario. Me dijo “mañana cuando llegues a Rabuni, que te vea el médico
Mohamed Embarec”. No sabía quién era el “médico”, me lo imaginaba como un
especialista argelino que atendía a los primeros heridos y enfermos de los
refugiados.
Ese día me presenté frente a unas tiendas
de campaña de poliéster color azul, con el logo de Croissant-Rouge algérien.
Allí estaba un hombre que frisaba los sesenta años, de barba medio canosa, bien
poblada y con una sonrisa constante que no perdía a pesar de la pipa de tabaco
saharaui que mordía entre sus dientes. Muchas mujeres se dirigían a él como Dah
y otros hombres que trabajaban con él le llamaban Mohamed Embarec. Había unas
enfermeras españolas con rostro de preocupación que constantemente consultaban
con él en su ir y venir de tienda a tienda atendiendo una decena de pacientes.
Recuerdo que Dah me dijo, “Ven hijo”, cogió
mi hombro, me metió dentro de la tienda y me sentó sobre unas cajas de madera,
de las que guardaban medicamentos frágiles. Y volvió a preguntarme mirando
hacia el exterior de la tienda “¿Dónde está tu madre?”. Como veía la grave
inflamación que tenía el ojo y la secreción que desprendía por el lagrimal,
quería que la explicación más correcta se la diera mi madre. Durante aquellos
días del éxodo cada vez que alguien me preguntaba por mi familia, no podía
soportar la interpelación y un nudo ahogaba mi garganta y me temblaban los
labios. Era la pregunta más hostigadora que he sufrido durante el éxodo. El ATS
cogió mi barbilla, la levantó y fijó mi cara hacia sus ojos… y enseguida llamó
a una de aquellas sanitarias españolas y le dijo que me desinfectara el ojo,
que me pusiera gotas de colirio y me lo tapara con un vendaje. No había
posibilidad de prestarme más atención. Había muchos pacientes más graves y
sobre todo bebés desnutridos y madres enfermas.
Años más tarde supe la envergadura humana
de aquel ATS del éxodo, del exilio y del refugio que me atendió en aquellas
circunstancias. En los años ochenta en La Habana compartí mis estudios con uno
de sus sobrinos. Y posteriormente en plena guerra en el Sahara conocí en
persona a uno de sus hijos que era sanitario militar. En octubre de 1998 lo
acompañé como coordinador con el programa de la Ser “Hoy por hoy”, que realizó
desde el campamento de la wilaya de Smara Iñaki Gabilondo y su equipo. Aún
guardo su imagen sentado, con su pipa de maneiya[4] saharaui en la mano
desprendiendo un especial aroma y mirando hacia el horizonte.
La serena y segura voz de Dah en respuesta
a la pregunta de Gabilondo sobre cómo recordaba la casa que había tenido que
dejar en La Güera, se fusionaba armónicamente con la música de despedida del
programa. “La casa la construí con mis manos y la ayuda de mis hijos y amigos…
me sentaba en el portal y desde sus ventanas veía el océano Atlántico y sus
olas…”. La voz de Mohamed Embarec suavemente se iba alejando del oyente como si
celestialmente se marchara hacia aquella entrañable casa de La Güera que le
habían arrancado.
El próximo 14 de diciembre se cumplirá el
IX aniversario de su marcha, como el ATS “el médico del exilio”, Mohamed
Embarec Uld Fakal-la, el ATS que en 1976 despidió entre sus brazos el histórico
dirigente saharaui, el médico Buel-la Ahmed Zein. Era el único ATS que la
metrópoli había dejado tras su abandono al territorio. Era el hombre que se
enfrentó a las horrendas consecuencias del éxodo de la población huyendo del
ejército marroquí y de su aviación. Era el hombre que curaba los heridos del napalm
que usó Marruecos contra la localidad de Um Draiga. مِّنَ
الْمُؤْمِنِينَ رِجَالٌ صَدَقُوا مَا عَاهَدُوا اللَّهَ عَلَيْهِ ۖ فَمِنْهُم مَّن
قَضَىٰ نَحْبَهُ وَمِنْهُم مَّن يَنتَظِرُ ۖ وَمَا بَدَّلُوا تَبْدِيلًا.
“Entre los fieles hay hombres que cumplieron en su compromiso con el
todopoderoso. Algunos corrieron su suerte, otros esperan fieles y sin
renuncias”, sura del Corán sobre el compromiso.
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[1] Acacia del desierto.
[2] Tinduf se construyó en 1852 en un antiguo emplazamiento de unos pozos
llamados Tendefes, acuíferos citados por el geógrafo y viajero onubense Al
Bacri y de los que se dice que desaparecieron a finales del siglo XV. El nombre
de Tinduf, en lengua de senhaya significa “la acogedora”, según cuenta en su
obra Angel Domenech, en “Chej Ma El Ainin señor de Semara”, sic.
[3] Planicie dentro de las fronteras de Argelia con el Sahara Occidental,
que lleva en nombre topográfico Planicie setenta y cinco. Lugar donde paraban
convoyes de los primeros flujos de refugiados saharauis perseguidos por las
tropas de ocupación del ejército marroquí durante los primeros meses de la
invasión al territorio saharaui.
[4] Tabaco natural que fuman los saharauis y los mauritanos en tres tipos
de pipas, llamadas طوب
Tuba, اعظم Edaam y سكى Siga.
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