miércoles, diciembre 28, 2016

El huerto de los espárragos

Ruge el viento tras la lona de la jaima. Hoy ha sido un día más de calor. En su interior, nuestro hombre saca una libreta donde anota recuerdos, inventa historias y relata la vida en el campamento. A veces le gusta pensar cómo era la vida en la ciudad, el ajetreo, el ruido, sus gentes y el olor a mar. Escribe a mano para luego trasladarlo al bloc de notas de su Samsung Galaxy, con paciencia y esmero. Y entonces, cuando todos duermen, mientras  los escarabajos excavan túneles en la tierra, camina hasta un lugar elevado en busca de un poco de cobertura. Consigue enviarnos su crónica, su relato, su historia. Memoria viva de todo un pueblo que deja escapar los días en un campamento de refugiados en el más inhóspito de todos los desiertos. Mi admiración y respeto a nuestro compañero, Mohamidi Fakal-la, un valiente caballero del desierto.
Esta entrada ha sido escrita por Mohamidi Fakal-la desde los campamentos de refugiados saharauis.
A poca distancia de Tifariti queda el pequeño poblado sumergido entre el rocoso Ajchach y los ríos secos de Zemour. La vida transcurre sin prisa. Y en medio de la soledad aparece, inesperadamente, la vivienda de El Mubarak. Un barracón modesto, hecho a la medida de la supervivencia, de un hombre curtido y huesudo por el peso de las peripecias, las inclemencias y los años.
La somnolienta paz de 1991, supervisada por las Naciones Unidas, llegaba tras dieciséis años de enfrentamiento bélico con Marruecos. Aún recuerda con angustia aquellos trágicos hechos que dispersaron a la población saharaui a fuerza de napalm y fósforo blanco a fin de vaciar las ciudades, cegar los pozos, conquistar la tierra y garantizar una rápida rendición de los habitantes del territorio.
Sin embargo, para El Mubarak hoy el reto es otro. Así lo aseguraba al borde de la orilla de un río, con los pies todavía enfangados de la recia tierra de los surcos de un huerto, abandonado a causa de la guerra, la desertificación y la negligencia.
Rehabilitar la parcela no resultaría nada fácil, pero había mucho interés en ello. El dueño insistía en que, una vez sobrepasados los baches, todo era alcanzable con éxito. Por ello, su esfuerzo fue loable, incluso identificable con su propia índole. El huerto era parte de la historia contemporánea del lugar. En los tiempos de la entonces provincia del Sahara Español, un amigo de El Mubarak llamado Manuel, de la ingeniería militar en el noreste del territorio, estudió, junto con un canario agrónomo, la posibilidad de poder llevar a cabo un plan agrario de mejora de la tierra, prometedor para la zona de Tifariti, que consistía en cultivar esparragueras, pues la zona era muy fértil. Un proyecto modelo, casi único en su género en todo el Sahara.
Más tarde, la fascinante idea llegó a la oficina del que era secretario general del Gobierno del Sahara, el coronel Luis Rodríguez de Viguri. Tras estudiar detenidamente la propuesta dio orden a sus subordinados de encauzar los esfuerzos hacia la puesta en práctica del plan agrícola de la región noreste, como prolongación del ya existente, en la parte sur, en Tiniguir.
En los últimos años del vergel del desierto, el señor de los sueños de los espárragos ya había cosechado buen acopio de zanahorias, tomates, nabos, remolacha, entre otras verduras. Sin embargo, la verdosa yema de los espárragos seguía sin aparecer.
Estaba todo listo en el pequeño almacén para la distribución de la partida cosechada, destinada a las zonas rurales más próximas. Al preguntarle por la ausencia de los espárragos que daban nombre al huerto, contestó sencillamente: “A lo mejor los tendremos con la llegada de la próxima primavera”.
Por mucho que parezca una paradoja, o simplemente una contundente contradicción, el huerto de El Mubarak sigue en marcha a base de agua subterránea, pico, pala y el sudor de un señor que fue abriendo camino con semillas, y respirando libertad. Desafiando la naturaleza y, a poca distancia, al ejército marroquí y al muro más largo de la historia de la humanidad que divide en dos el Sahara Occidental. Tenebroso por las minas de dimensiones diferentes y de detonación horrible que causan dolor y la muerte de seres humanos y la fauna sahariana.
En los linderos de los surcos se revive el sentimiento del pasado, de aspiraciones frustradas que continúan plagadas por la incertidumbre y la diferencia de la traición. Los primeros días de noviembre de 1975, al suboficial Manuel le enviaron un teletipo en el que se le exigía que abandonara el huerto de los espárragos de inmediato, y se presentara lo antes posible en Madrid. Desde entonces la efímera administración del proyecto quedó en manos de El Mabruk. Y poco más. Se desató la guerra, bajo la cobertura de la “Marcha verde”.

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