Volver a Fuerteventura, ver sus rocas,
dunas, montañas y playas, y recorrer el paseo marítimo de Corralejo es revivir
esa audaz experiencia que me devuelve a las playas de Dajla que tuve que
abandonar en 1978. Es imaginar por un instante que el Sáhara está al alcance de
la vista a través de esa ola que va y viene impregnada del siroco convertido en
calima.
Cada vez que viajo a las islas Canarias
siento que regreso al Sáhara a su clima a sus montañas que se ven reflejadas en
cada trozo de tierra que observo cuando voy desde Puerto Rosario hasta
Corralejo.
Las formas de las cumbres y el color de las
piedras parecen una fiel réplica de los Galaba que hay en Zemur, las arenas
blancas de Jandia parecen las dunas del Tiris, todo un paisaje que te sitúa en
tú tierra, que te hace recordar que el Sáhara se palpa y se siente en esta isla
que tiene la forma de un brazo que flota sobre el mar.
La emoción se apodera de mi vista y de mi
corazón, el ruido de las olas y la estela que deja el barco que va desde
Corralejo hasta Playa Blanca son una sensación de paz y de libertad que me hacen
recordar la ría que separa Dajla de Argub y que los pescadores saharauis
recorrían en sus pequeños barcos buscando los tesoros que encierra el mar.
En Fuerteventura he encontrado la razón del
recuerdo y he recreado esos paisajes que perdí en mi infancia y que no he
podido volver a recorrer debido a la ocupación militar y política que sufre el
Sáhara Occidental por parte de Marruecos.
Cada vez que vuelvo a Corralejo, recorro
sus calles anchas impregnadas del olor del Océano Atlántico, degusto el pescado
fresco, el marisco sahariano y las papas arrugadas con mojo picón, me siento
absorbido por la esencia de una tierra tan cercana al Sáhara no solamente desde
la distancia geográfica sino desde la emoción de los sentimientos de un pueblo,
el canario que vivió en Dajla, en el Aaiún, en Smara y que conoció a los
saharauis con los que compartió parte de su historia reciente.
Hoy desgraciadamente se ha destruido ese
pasado común que unía el destino de Canarias al del Sáhara Occidental, la
situación de conflicto permanente ha influido en el vinculo que une a dos
territorios que comparten las mismas aguas y se miran como vecinos que respiran
el mismo aire y comparten una misma lengua que llegó primero a las islas para
más tarde penetrar en esa parte occidental de África.
La lengua castellana es un tesoro de palabras
que sirvió a los saharauis y canarios para conocerse mejor; el Colegio la Paz
en el Aaiún es hoy un testigo mudo por el cual pasaron generaciones de saharauis para hablar y
aprender el español junto con la lengua de sus antepasados.
En Fuerteventura hay una numerosa comunidad
saharaui que anhela volver a su tierra, pisar de nuevo las playas y sentir el
viento caliente que nace del interior del desierto. Los saharauis exiliados
recorren todas las mañanas, las costas de esta preciosa isla, fijan su mirada
hacia el este y por un instante regresan a las dunas del Sáhara, sueñan con el viaje
de su vuelta y creen que sus abuelos legendarios nómadas y hombres azules,
volverán a escribir una nueva historia que permitirá la vuelta de ese pasado que
guió a los hombres hacia el camino de la libertad y el reencuentro.
Fuerteventura sigue respirando el aire que
nace en el interior del Sáhara, ese aire que sigue viajando a pesar de las
cadenas que atan a los saharauis en su viaje hacia la liberación final.
Ali Salem Iselmu.
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