domingo, marzo 09, 2008

Venganza


El nómada llegó a Leyuad, la Cueva del Diablo, Santuario de Magnánimos, justo a la salida del sol y contempló con indiferencia aquella soberbia belleza. Entró decidido y se fijó en las tumbas de los Gigantes de la Luna. Frente a él había tres, todas en forma de media luna. La más pequeña medía más de dos metros y medio. Las piedras de cada tumba estaban colocadas de pie de tamaños distintos. La más alta de las piedras estaba colocada justo en el ombligo de la media luna.

El nómada tocó una de ellas. La frotó. Con sus dedos acarició su piel suave queriendo indagar en la leyenda dormida. La piedra proyectaba su señal hacia una dirección para él invisible. El hombre excavó en la más grande de las tumbas buscando un tesoro. Removió la tierra, sin miedo, con aplomo.

Después de una larga jornada removiendo la sagrada tierra encontró unos enormes huesos de una raza extinguida, bárbara. Se le erizó la piel ante los descomunales restos y salió disparado de la cueva.

Por la tarde volvió al Santuario su único guardián, el Gran Pájaro. Antes de depositar la comida que traía a su nido al fondo y en lo más alto de la Cueva, vio una tumba profanada. Era la tumba del más noble de los Gigantes de la Luna.

El Gran Pájaro estaba enfurecido, porque en su ausencia, habían alterado la eterna siesta del Más Noble. El Único Guardián revisó la tumba y vio huellas y las siguió hasta que anocheció. A la luz de la luna las leyó detenidamente y regresó a su nido.

Después de aquel acto, cada noche el Gran Pájaro se acercaba a la jaima del nómada, y desde lejos lo vigilaba con su aguda vista, hasta que el hombre dormía. Sigilosamente se le acercaba y lo picaba ora en el ojo o en la nariz, a veces en la cabeza o los dedos de los pies…

Aquel martirio siguió noche tras noche, hasta que el nómada calló en una inexorable locura y en el oscuro cielo apareció la nueva luna.


Limam Boisha

1 comentario:

Anónimo dijo...

hermoso texto, hermano. espero quenos veamos pronto
y podamos publicar la poesia de tu pueblo.
un abrazo,
alex