Curioso es el transcurso del tiempo por el que las campanas repicaron un día en nuestra vida, sin que supiéramos que seríamos parte de esa historia común que compartimos con otros y de la que nos encontramos formando parte, como la estructura de un átomo con sus partículas.
La vida sigue su ciclo y nosotros formamos parte de ese complejo espiral. Se suele decir “la historia se repite”. Pero como tal nunca podría ser sino a través de una regresión fiel al pasado, y en el presente volviendo la vista hacia atrás, buscando en la memoria momentos entrañables de nuestra vida.
Don Emilio me decía “Me destinaron a Auserd en 1966 como maestro de lengua española, me encontré con un colegio con dos aulas dentro del cuartel militar, una de ellas era muy pequeña para los niños de 6 años que acababan de ingresar y la otra un poco más grande, allí cursaban los niños a partir de los diez años”. Yo formaba parte de los que acababan de empezar a aprender las primeras letras del abecedario español, tenía seis años y lo que es la vida, a la persona que me lo enseñó durante dos años, curso 1965, 1966 y 1966, 1967 un día dejé de verlo, nunca más supe de él hasta hace unos días de este nuevo año 2007.
“¿Puedo tutearle don Emilio?”, se lo pregunté por mantener el respeto y el cariño a mi primer maestro. Y él me respondió “Por Dios, claro que sí”. Yo quería hacerle llegar todo mi afecto. Desde hace unos siete años llevo intentando a través de Internet poder localizar a alguno de mis primeros maestros, pero hasta ahora me había resultado imposible. Sabía el nombre solamente de los dos con los que tenía más afinidad. Yo buscaba en ellos un eslabón perdido de mi historia y sobre todo de una infancia que intento resucitar en el presente y revivir porque me ha sido usurpada y no la he podido disfrutar como debería ser. Es la deuda de la infancia que tenemos con la historia y la metrópoli.
Mis maestros fueron parte de nuestra historia, la mía, la de mi mamá que me llevo ese día a matricularme y que tenía muy buena relación con ellos, las de mis amigos, por ello se proyecta ante mis ojos una enciclopedia viva de la infancia de muchos de nosotros, hoy ya hombres, que no hemos podido olvidarles, como aquel arcángel que ordenó al profeta “¡lee!” y el niño no sabía leer, y al cabo de un instante el niño comenzó a recitar unos versos que pronunciaban el nombre del Sahara.
Volví a hacerle a Don Emilio unas cuantas preguntas tratando de cerciorarme de que él era aquel joven maestro de Auserd. “Se acuerda del nuevo colegio, de aquel médico que se llamaba Antonio, de las fiestas de los Reyes Magos y los regalos, del cocinero que nos servía la comida y de mi otro maestro Don Francisco con el que más estuve en clase…y del gobernador que había, creo que se llamaba Justo”. Él me confirmó que sí y que también le llamaban el Chulo”, carcajadas de ambos. Ya me acordé de ese gobernador porque era muy elegante y limpio. Llevaba un bastón de plata y vestía unos bombachos típicos saharauis, de procedencia mauritana, confeccionados con tela tubit, que se llamaban stambel, creo que es una palabra de origen francés y mal pronunciada, ensemble (conjunto) ya que se llevaba como una pieza con la darra.
Seguí con mis recuerdos, “El gobernador solía salir a pasear por las tardes con su perra, que por cierto un día me atacó y me mordió en las nalgas. Este incidente se lo oculté a mi madre mucho tiempo y no sé por qué, creo que fue porque me rompió los pantalones y temía que me regañara mi papá”. Mi maestro y ahora amigo me comentó que tenía fotos de la época, de los guayetes del colegio, del pueblo y me prometió que me mandará un DVD que su hijo le ha hecho como regalo de estas navidades.
Emilio salió del Sahara en 1970 y nunca volvió, porque empezó otra vida de profesor en Cantabria, de donde es originario. Allí tampoco se desligó de la historia del pueblo saharaui, con su apoyo y simpatía, a través de la asociación Cantabria por el Sahara. En una ocasión me dijo un amigo español “quién haya conocido vuestro Sahara y sus habitantes nunca dejará de llevarlos en el corazón”. El reencuentro de la historia con mi primer maestro sucede a raíz de un artículo que dediqué a mi pueblo natal, donde mencionaba el nombre de mis dos maestros, Don Emilio y Don Francisco.
Gabriel Herrería, de Cantabria por el Sahara, fue el ángel de mi reencuentro con uno de mis primeros maestros en Auserd. Gracias amigos por hacerme pasar un inolvidable momento imaginando la tierra, mi primer pupitre, las primeras cartillas de El parvulito, una de las lecturas que recuerdo, porque me llamaba mucho la atención, era una que leíamos sobre “la provincia”:
“Muchos pueblos reunidos forman una provincia. El jefe de la provincia es el gobernador civil. Mi pueblo pertenece a la provincia de… (Y aquí se rellenaba un espacio en blanco como tareas o deberes en casa)…Villa Cisneros…. La capital de mi provincia es… (También rellenábamos)…El Aaiun, provincia española... y los productos principales que se dan en ella son… carnes de dromedario, corderos… Por mi provincia pasa el río… Acequia roja... y su monte más importante es…. Buserz….” Este texto pertenece a la lección 26 de El parvulito.
La vida sigue su ciclo y nosotros formamos parte de ese complejo espiral. Se suele decir “la historia se repite”. Pero como tal nunca podría ser sino a través de una regresión fiel al pasado, y en el presente volviendo la vista hacia atrás, buscando en la memoria momentos entrañables de nuestra vida.
Don Emilio me decía “Me destinaron a Auserd en 1966 como maestro de lengua española, me encontré con un colegio con dos aulas dentro del cuartel militar, una de ellas era muy pequeña para los niños de 6 años que acababan de ingresar y la otra un poco más grande, allí cursaban los niños a partir de los diez años”. Yo formaba parte de los que acababan de empezar a aprender las primeras letras del abecedario español, tenía seis años y lo que es la vida, a la persona que me lo enseñó durante dos años, curso 1965, 1966 y 1966, 1967 un día dejé de verlo, nunca más supe de él hasta hace unos días de este nuevo año 2007.
“¿Puedo tutearle don Emilio?”, se lo pregunté por mantener el respeto y el cariño a mi primer maestro. Y él me respondió “Por Dios, claro que sí”. Yo quería hacerle llegar todo mi afecto. Desde hace unos siete años llevo intentando a través de Internet poder localizar a alguno de mis primeros maestros, pero hasta ahora me había resultado imposible. Sabía el nombre solamente de los dos con los que tenía más afinidad. Yo buscaba en ellos un eslabón perdido de mi historia y sobre todo de una infancia que intento resucitar en el presente y revivir porque me ha sido usurpada y no la he podido disfrutar como debería ser. Es la deuda de la infancia que tenemos con la historia y la metrópoli.
Mis maestros fueron parte de nuestra historia, la mía, la de mi mamá que me llevo ese día a matricularme y que tenía muy buena relación con ellos, las de mis amigos, por ello se proyecta ante mis ojos una enciclopedia viva de la infancia de muchos de nosotros, hoy ya hombres, que no hemos podido olvidarles, como aquel arcángel que ordenó al profeta “¡lee!” y el niño no sabía leer, y al cabo de un instante el niño comenzó a recitar unos versos que pronunciaban el nombre del Sahara.
Volví a hacerle a Don Emilio unas cuantas preguntas tratando de cerciorarme de que él era aquel joven maestro de Auserd. “Se acuerda del nuevo colegio, de aquel médico que se llamaba Antonio, de las fiestas de los Reyes Magos y los regalos, del cocinero que nos servía la comida y de mi otro maestro Don Francisco con el que más estuve en clase…y del gobernador que había, creo que se llamaba Justo”. Él me confirmó que sí y que también le llamaban el Chulo”, carcajadas de ambos. Ya me acordé de ese gobernador porque era muy elegante y limpio. Llevaba un bastón de plata y vestía unos bombachos típicos saharauis, de procedencia mauritana, confeccionados con tela tubit, que se llamaban stambel, creo que es una palabra de origen francés y mal pronunciada, ensemble (conjunto) ya que se llevaba como una pieza con la darra.
Seguí con mis recuerdos, “El gobernador solía salir a pasear por las tardes con su perra, que por cierto un día me atacó y me mordió en las nalgas. Este incidente se lo oculté a mi madre mucho tiempo y no sé por qué, creo que fue porque me rompió los pantalones y temía que me regañara mi papá”. Mi maestro y ahora amigo me comentó que tenía fotos de la época, de los guayetes del colegio, del pueblo y me prometió que me mandará un DVD que su hijo le ha hecho como regalo de estas navidades.
Emilio salió del Sahara en 1970 y nunca volvió, porque empezó otra vida de profesor en Cantabria, de donde es originario. Allí tampoco se desligó de la historia del pueblo saharaui, con su apoyo y simpatía, a través de la asociación Cantabria por el Sahara. En una ocasión me dijo un amigo español “quién haya conocido vuestro Sahara y sus habitantes nunca dejará de llevarlos en el corazón”. El reencuentro de la historia con mi primer maestro sucede a raíz de un artículo que dediqué a mi pueblo natal, donde mencionaba el nombre de mis dos maestros, Don Emilio y Don Francisco.
Gabriel Herrería, de Cantabria por el Sahara, fue el ángel de mi reencuentro con uno de mis primeros maestros en Auserd. Gracias amigos por hacerme pasar un inolvidable momento imaginando la tierra, mi primer pupitre, las primeras cartillas de El parvulito, una de las lecturas que recuerdo, porque me llamaba mucho la atención, era una que leíamos sobre “la provincia”:
“Muchos pueblos reunidos forman una provincia. El jefe de la provincia es el gobernador civil. Mi pueblo pertenece a la provincia de… (Y aquí se rellenaba un espacio en blanco como tareas o deberes en casa)…Villa Cisneros…. La capital de mi provincia es… (También rellenábamos)…El Aaiun, provincia española... y los productos principales que se dan en ella son… carnes de dromedario, corderos… Por mi provincia pasa el río… Acequia roja... y su monte más importante es…. Buserz….” Este texto pertenece a la lección 26 de El parvulito.
Son muchas historias las que aprendimos con estos maestros a través de inolvidables lecturas como Platero y yo; El pastorcillo mentiroso; El cuervo, el queso y el zorro o El gusanillo de la conciencia, de G. Fernández. También los nombres de los grandes pintores como Velázquez y escritores como Cervantes o médicos como Ramón y Cajal.
Me comentaba Emilio que también tenían la tarea de repartirnos la comida y la merienda que daban por las tardes en las clases de árabe, casi siempre bocadillos de membrillo o de chocolate. Hubo otros maestros que se trasladaban en las caravanas de los nómadas y acampaban con ellos para dar clases a los niños del frig, como ocurrió con el frig de los Seila uld Abeida en Gleibat Elfula y Um Draiga. Esto ocurría en los últimos años de dominio de la metrópoli, antes de cerrarnos los colegios. Muchos de estos maestros aun sienten lo injusto que fue aquel abandono sin previo aviso, que sorprendió a todos. Y vuelvo a la frase que me dijo aquel amigo, nuestra naturaleza de saharauis es no olvidarnos del amigo o de aquel que haya formado parte de un momento de nuestra vida. No he podido olvidar a estos maestros durante todo este tiempo.
Bahía Mahmud Awah
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