martes, enero 09, 2007

La amarga noticia



Conmigo compartió momentos de alegría, los dos juntos cogíamos todos los zapatos que habían frente a la jaima y nos poníamos a ordenarlos de uno en uno, luego hacíamos un enorme circulo de arena mientras nuestros abuelos bebían té tranquilamente y charlaban con los huéspedes, cuando era la hora del mediodía corríamos y nos subíamos los dos sobre la espalda del abuelo mientras los visitantes perplejos le preguntaban por nosotros y él decía “son mis nietos y pueden jugar sobre mi espalda”. Mi hermano siempre me disputó la pelota, los cuadernos, los lápices y hasta la merienda del colegio; y cuando yo lloraba por algún juguete o alguna ropa que quería que mi padre me comprara él también se ponía a llorar, intentó imitarme prácticamente en todo pero a pesar de nuestras diferencias pasábamos horas y horas jugando a recolectar piedras preciosas del desierto, al escondite o a tirar piedras con un tirachinas.

Una mañana mi padre me dijo tu hermano se ha marchado a la badia con sus abuelos y tú te quedarás conmigo y cuidarás de nosotros y estudiarás; cuando supe la noticia me invadió una enorme tristeza y empecé a pensar en los chicos de mi colegio y con quién podía compartir los juegos y secretos, pero sabía que la ausencia de mis abuelos iba a dejar en mi una profunda huella porque yo crecí pensando que eran mis padres y a su alrededor hacía y deshacía sin que nadie absolutamente me llamara la atención, por lo tanto pensé que todo aquello estaba hecho para separarme de ellos y no quise aceptar la nueva situación y me revelé contra todo el mundo diciéndoles que era inaceptable la separación.

De Dajla nos marchamos a Nuadibu norte de Mauritania cuando se firmó la paz por este país con el Frente Polisario, huíamos del ejército marroquí que venía avanzando desde el norte para ocupar la ciudad. Cuando llegamos había unas enormes dunas al norte donde pastaban muchas cabras, nuestro objetivo era ir a los campamentos de refugiados en Argelia, pero yo pensaba que íbamos a la badia, en esta ciudad estuvimos cerca de dos meses esperando contactar con los guerrilleros; una mañana mi padre me cogió del brazo y me dijo “hijo prepárate que la travesía será larga por el desierto y tienes que aguantar bien el viaje si quieres reunirte con tus abuelos y tu hermano”.

Cuando escuché aquellas palabras no imaginé que el viaje escondía muchos riesgos y teníamos que enfrentarnos a muchos peligros atravesando todo el Sahara Occidental hasta la Hamada argelina. A media mañana nos subimos en un camión particular varias familias saharauis, todas de la parte sur del Sahara recién abandonada por Mauritania, en medio del polvo y el calor, el desierto parecía un lugar extraño y las miradas de la gente reflejaban cierta tensión y tristeza pero yo estaba totalmente perdido y no entendía nada de lo que sucedía la única esperanza que me quedaba era la mirada de una niña que recuerdo de mi colegio. Con ella intentaba jugar y preguntarle por todos las calles en que alguna vez corrimos cada uno con su respectiva pandilla. A lo lejos empezamos a ver los Land Rover de los guerrilleros aproximarse a nosotros, lo que cambió el estado de ánimo de la gente, quienes comenzaron a decir “ya vienen quienes nos van a salvar la vida y llevarnos al lugar donde han ido nuestras familias”.

El encuentro con los guerrilleros fue emocionante, recuerdo que a mi madre se le saltaron las lágrimas mientras mi padre les daba noticias sobre la situación de los demás saharauis que se quedaron atrapados en el cerco que hizo el ejercito marroquí sobre la ciudad de Dajla. Subimos todos en los coches y dejamos aquel camión a la sombra de un montón de acacias y nosotros, a toda velocidad, nos dirigimos hacia el norte acompañados de dos coches patrulla del ejército saharaui que iban informando a la caravana sobre el posible movimiento de tropas terrestres y aviones. Cuando llegábamos a zonas con mucha vegetación y montañas decidían acampar para que todos pudiéramos comer algo y reponer fuerzas después de esa cantidad de kilómetros que hacíamos cada día. En Ain Bintili la aviación de Marruecos hizo un vuelo de reconocimiento para poder ubicar el lugar en el que estábamos, lo que obligó a los guerrilleros evacuar rápidamente y emprender el viaje hacia Rabuni ante el temor a un bombardeo.

Por la mañana me levanté extrañado del silencio de la gente observando una interminable cordillera de colinas en la que no se veía ni un solo arbusto, todo era estéril y pedregoso, aquella tierra no nos conocía ni nos sentía, nosotros éramos unos desconocidos en territorio ajeno y el único ruido era el sonido del motor o el vaivén de la gente y el equipaje encima de los vehículos. A partir de allí nos convertimos en refugiados peregrinos confundidos por la historia y los acontecimientos, la única alegría que me quedó en el corazón fue cuando vi a mi abuelo frente a la jaima en el campamento de Dajla y con él a mi hermano, agarrado como siempre a su espalda susurrándole sus travesuras.


Ali Salem Iselmu.


*Foto: Christine Spengler

1 comentario:

Gonzalo Moure dijo...

Impresionante, Pirri. Esa es vuestra magia: hacer belleza incluso describiendo el horror.