Nació hace 64 años, en 1942, en el valle de Bulariah, una legendaria montaña anclada en la meseta sur de Tiris. Hija de Omar y Nicha, quienes tuvieron ocho hijos. Ella fue la segunda después del primogénito Alati.
A los 17 años conoció a mi padre en las sabanas cercanías de los montes de Leyuad, allí estaba acampado el frig de su familia, Ahel Omar Ali Embarek Fal. Un año más tarde se casó con mi padre. Me lo contó mama por teléfono en agosto pasado.
Se llamaba Jadiyetu, pero nunca lo pronuncié como suena, lo aprendí para siempre como me sonaba de pequeño “Detu” y también le decía “mamá” en español porque ella entendía muchas cosas de nuestro segundo idioma, así hasta hoy mismo era sólo para mí mamá o Detu.
El 20 de octubre pasado nos dejó la maestra que me enseñó las primeras letras del abecedario en una tabla de madera llamada elouh. Somos ocho hermanos y a todos nos enseñó a escribir y leer, a excepción de la más pequeña de mis hermanas nacida en 1981 en los campamentos de refugiados.
De mi madre aprendí muchas historias escuchándola en amenas tertulias que hacía con la familia o amigos en infinidad de ocasiones. Era un caudal inagotable de anécdotas, relatos, historias, era una enciclopedia de literatura hasania y árabe. Nos comentaba que el año 1958 España y Francia, enfrentadas para dominar el territorio y trazar los límites coloniales, bombardeaban los frig y los ganados y tiraban desde los aviones cientos de octavillas en árabe diciendo que los saharauis tenían que trasladarse hacia el interior del Sahara para salvarse. Ella era la única que sabia leer, de noche bajaban sus hermanos de las montañas para recoger las octavillas, leerlas y avisar los demás.
Desde que me separé de ella por la guerra a los 15, en el otoño de 1975 hasta volver a verla en 1985 pasado diez años sin que supiera de mi paradero, jamás me he sentido con ella como el hombre ya maduro. Fue una madre coraje cuando tomó aquella decisión en plena guerra “Vete de aquí con los Polisarios, ellos te cuidarán, esa gente que nos está atacando te matarán”. Ella a lo mejor sentía que su hermano, que desertó en 1974 del ejército español incorporándose al Polisario, le daba seguridad en mi evasión, sufrió mucho mi huida en el éxodo.
Yo para ella era aquel niño tropezón, gracioso, inocente, que le hacia reír en cualquier momento cuando menos lo pensaba. Decía que no me asustaba de pequeño y que los amigos de mi padre venían a casa para gastarme bromas. Cuando crecí no cambié esa relación, sabia que ella se sentía muy bien porque le trasladaba a tiempos de su juventud. Todo lo que aprendí de literatura árabe y hasania me lo transmitió en multitud de ocasiones en nuestra jaima y nuestras casas en Auserd. Amaba mucho a Tiris y la conocía como la palma de su mano.
Recuerdo que el año 1973 mi colegio nos invitó para pasar el verano en Castellón de la Plana, pero ella estaba preocupada por lo que pudiera pasarme y se negó a dejarme ir. Mi profesor don Francisco fue a nuestra casa y le aseguró que estaría bien y ella cedió, diciéndole a mi profesor “eres el responsable si me lo roban”.
Para ella yo no quería crecer, sentía que podría perder esa amistad de niño con la que me conoció en mis primeros 15 años, le confesaba todos mis secretos y le sacaba conversación sobre temas de historia y literatura. Tenía una memoria asombrosa, memorizando casi toda la obra original en árabe del príncipe poeta Kais Ibnu Al Mulauah, versión occidental Romeo y Julieta de William Shakspeare. Sabía incluso el motivo de inspiración de cada poema que dedicaba a su amada Leila Al Amiria. A principios de 1975 recuerdo que me apuntó un par de meses a clases particulares de poesía clásica árabe que nos daba un mauritano.
También dominaba selectos poemas de grandes poetas en Hasania como Mohamed uld Telba, Badi Mohamed Salem, Mohamed El Mami y otros resonados nombres de poetas de la familia los Chej Malainin, que cantaron a Tiris en diferentes épocas. Y no se limitaba en ese don a solo los poetas saharauis sino cuando escuchaba un poema en hasania del país vecino de Mauritania pronunciaba enseguida el nombre del autor sin titubeos. Hablaba en sus tertulias como si recitara versos, voz pausada, serena, dulce y con peculiar inteligencia.
Siempre recuerdo el límite de su bondad con los indefensos, cuando una vez en los años 60 dejó arruinado el negocio de la familia, una tienda de ropa, cosméticos de uso femenino y miel pura de colmenas que mi padre importaba de Mauritania. Prestaba a la gente que no tenía dinero y al final el capital empezó a desplomarse porque no había ganancias por la deuda que había tenido con la gente que no pagaba.
Mi padre se enfadaba con ella porque muchas veces daba su ropa y la nuestra a otros que lo necesitaban. Decía la gente que la conocía bien que fue los ojos y el cerebro de mi padre durante los 31 años que estuvo con él hasta que se separaron en 1988 siendo refugiados en Argelia.
La ultima vez que estuve con ella fue en Semana Santa de este año, la encontré cansada y un poco débil, se notaba la factura que le pasaban los años de exilio. Tenía ilusión de grabar con ella algunas historias que quería para un trabajo pero no estaba en condiciones. A nuestro regreso a Madrid estaba bastante bien. Hablaba con ella por teléfono cada semana y me recitaba algunos poemas y le preguntaba de otras historias de la familia.
Tenia la voz firme alegre, se reía conmigo de algunas preguntas que le hacía como “mamá, donde conociste a mi padre” y ella me decía “nos lo ha traído en Aboilay Leyuad Agmeini uld Nayem” un intimo amigo de mi padre. Yo me reía de la naturaleza con que me daba la respuesta: “nos lo ha traído”
Este verano le alquilé una casa acondicionada en Tinduf para que pasara el fuerte verano que vivieron los refugiados y al cabo de un mes y medio me dijo “me voy a los campamentos donde tengo mi jaima, ya estoy bien”, traté de convencerla para que se quedara hasta que se refrescara el tiempo pero siempre respeté todo lo que ella quiso. Tenía el corazón con deficiencia debido al asma que padecía desde muy joven y un físico por naturaleza muy delgado y frágil.
Mi forma de ser siempre la he sentido reencarnada en la suya, sociable, tierna, amable, sembrando amigos en cualquier momento y sin saber odiar. El pasado día viernes 20 de octubre, correspondiente al 27 de Ramadan visitó por la tarde a su mamá, mi abuela Nicha, le entregó sus regalos de pascuas y le pidió el perdón de los creyentes y al terminar instantes después, dejaba de existir a raíz de un infarto. Estará presente siempre en mi corazón como ella me ha enseñado a quererla.
A los 17 años conoció a mi padre en las sabanas cercanías de los montes de Leyuad, allí estaba acampado el frig de su familia, Ahel Omar Ali Embarek Fal. Un año más tarde se casó con mi padre. Me lo contó mama por teléfono en agosto pasado.
Se llamaba Jadiyetu, pero nunca lo pronuncié como suena, lo aprendí para siempre como me sonaba de pequeño “Detu” y también le decía “mamá” en español porque ella entendía muchas cosas de nuestro segundo idioma, así hasta hoy mismo era sólo para mí mamá o Detu.
El 20 de octubre pasado nos dejó la maestra que me enseñó las primeras letras del abecedario en una tabla de madera llamada elouh. Somos ocho hermanos y a todos nos enseñó a escribir y leer, a excepción de la más pequeña de mis hermanas nacida en 1981 en los campamentos de refugiados.
De mi madre aprendí muchas historias escuchándola en amenas tertulias que hacía con la familia o amigos en infinidad de ocasiones. Era un caudal inagotable de anécdotas, relatos, historias, era una enciclopedia de literatura hasania y árabe. Nos comentaba que el año 1958 España y Francia, enfrentadas para dominar el territorio y trazar los límites coloniales, bombardeaban los frig y los ganados y tiraban desde los aviones cientos de octavillas en árabe diciendo que los saharauis tenían que trasladarse hacia el interior del Sahara para salvarse. Ella era la única que sabia leer, de noche bajaban sus hermanos de las montañas para recoger las octavillas, leerlas y avisar los demás.
Desde que me separé de ella por la guerra a los 15, en el otoño de 1975 hasta volver a verla en 1985 pasado diez años sin que supiera de mi paradero, jamás me he sentido con ella como el hombre ya maduro. Fue una madre coraje cuando tomó aquella decisión en plena guerra “Vete de aquí con los Polisarios, ellos te cuidarán, esa gente que nos está atacando te matarán”. Ella a lo mejor sentía que su hermano, que desertó en 1974 del ejército español incorporándose al Polisario, le daba seguridad en mi evasión, sufrió mucho mi huida en el éxodo.
Yo para ella era aquel niño tropezón, gracioso, inocente, que le hacia reír en cualquier momento cuando menos lo pensaba. Decía que no me asustaba de pequeño y que los amigos de mi padre venían a casa para gastarme bromas. Cuando crecí no cambié esa relación, sabia que ella se sentía muy bien porque le trasladaba a tiempos de su juventud. Todo lo que aprendí de literatura árabe y hasania me lo transmitió en multitud de ocasiones en nuestra jaima y nuestras casas en Auserd. Amaba mucho a Tiris y la conocía como la palma de su mano.
Recuerdo que el año 1973 mi colegio nos invitó para pasar el verano en Castellón de la Plana, pero ella estaba preocupada por lo que pudiera pasarme y se negó a dejarme ir. Mi profesor don Francisco fue a nuestra casa y le aseguró que estaría bien y ella cedió, diciéndole a mi profesor “eres el responsable si me lo roban”.
Para ella yo no quería crecer, sentía que podría perder esa amistad de niño con la que me conoció en mis primeros 15 años, le confesaba todos mis secretos y le sacaba conversación sobre temas de historia y literatura. Tenía una memoria asombrosa, memorizando casi toda la obra original en árabe del príncipe poeta Kais Ibnu Al Mulauah, versión occidental Romeo y Julieta de William Shakspeare. Sabía incluso el motivo de inspiración de cada poema que dedicaba a su amada Leila Al Amiria. A principios de 1975 recuerdo que me apuntó un par de meses a clases particulares de poesía clásica árabe que nos daba un mauritano.
También dominaba selectos poemas de grandes poetas en Hasania como Mohamed uld Telba, Badi Mohamed Salem, Mohamed El Mami y otros resonados nombres de poetas de la familia los Chej Malainin, que cantaron a Tiris en diferentes épocas. Y no se limitaba en ese don a solo los poetas saharauis sino cuando escuchaba un poema en hasania del país vecino de Mauritania pronunciaba enseguida el nombre del autor sin titubeos. Hablaba en sus tertulias como si recitara versos, voz pausada, serena, dulce y con peculiar inteligencia.
Siempre recuerdo el límite de su bondad con los indefensos, cuando una vez en los años 60 dejó arruinado el negocio de la familia, una tienda de ropa, cosméticos de uso femenino y miel pura de colmenas que mi padre importaba de Mauritania. Prestaba a la gente que no tenía dinero y al final el capital empezó a desplomarse porque no había ganancias por la deuda que había tenido con la gente que no pagaba.
Mi padre se enfadaba con ella porque muchas veces daba su ropa y la nuestra a otros que lo necesitaban. Decía la gente que la conocía bien que fue los ojos y el cerebro de mi padre durante los 31 años que estuvo con él hasta que se separaron en 1988 siendo refugiados en Argelia.
La ultima vez que estuve con ella fue en Semana Santa de este año, la encontré cansada y un poco débil, se notaba la factura que le pasaban los años de exilio. Tenía ilusión de grabar con ella algunas historias que quería para un trabajo pero no estaba en condiciones. A nuestro regreso a Madrid estaba bastante bien. Hablaba con ella por teléfono cada semana y me recitaba algunos poemas y le preguntaba de otras historias de la familia.
Tenia la voz firme alegre, se reía conmigo de algunas preguntas que le hacía como “mamá, donde conociste a mi padre” y ella me decía “nos lo ha traído en Aboilay Leyuad Agmeini uld Nayem” un intimo amigo de mi padre. Yo me reía de la naturaleza con que me daba la respuesta: “nos lo ha traído”
Este verano le alquilé una casa acondicionada en Tinduf para que pasara el fuerte verano que vivieron los refugiados y al cabo de un mes y medio me dijo “me voy a los campamentos donde tengo mi jaima, ya estoy bien”, traté de convencerla para que se quedara hasta que se refrescara el tiempo pero siempre respeté todo lo que ella quiso. Tenía el corazón con deficiencia debido al asma que padecía desde muy joven y un físico por naturaleza muy delgado y frágil.
Mi forma de ser siempre la he sentido reencarnada en la suya, sociable, tierna, amable, sembrando amigos en cualquier momento y sin saber odiar. El pasado día viernes 20 de octubre, correspondiente al 27 de Ramadan visitó por la tarde a su mamá, mi abuela Nicha, le entregó sus regalos de pascuas y le pidió el perdón de los creyentes y al terminar instantes después, dejaba de existir a raíz de un infarto. Estará presente siempre en mi corazón como ella me ha enseñado a quererla.
Bahia Mahmud Awah