domingo, enero 16, 2022

El viaje de la soledad, de Ali Salem Iselmu

Oléo del pintor saharaui Fadel Jalifa

A veces siento pánico de la soledad, un miedo profundo que me lleva a sentir cada momento como un nuevo desafío. Es en ese miedo placentero donde encuentro claridad y nace una reflexión profunda que me lleva a lejanos recuerdos. Allí está el viaje de Ulises y su regreso a Itaca, Robinson Crusoe en el interior de una isla, un náufrago superviviente. El capitán Ahab persiguiendo Moby Dick en medio de océanos helados y vientos huracanados.

Es el interior de cada página y recuerdo el que me hace comprender el viaje de los Tuareg en el desierto del Tenere. Una estrella, una luz los guía hacia las salinas de Fachi. Otro viaje al límite de la vida humana es el que hacen los Inuit desde Siberia hasta Alaska detrás de los caribús.

Todos estos viajes se recrean en mi interior cuando encuentro la soledad  y siento la lejanía de la ciudad de mi infancia. Es esa pequeña urbe de Dajla asentada sobre la Ría de Oro, una ciudad que mira como el viento de arena desaparece en el pequeño poblado de Argub.  Es la soledad de cada momento la que me hace revivir la nostalgia del pasado, en ese naufragio que me ha llevado por muchos lugares sin nunca olvidar aquellas calles. Esas paredes blancas donde se refleja el sol.

La casa de mi padre, la casa de mi abuelo siguen rodeadas del olor del mar. Aquel guiso de pescado que preparaba mi madre y luego me llevaba al colegio por una calle larga y ancha. Allí empezó mí viaje cuando aprendí las primeras letras, pequeños poemas escritos sobre una tabla de madera.

Aquellos versos estaban dedicados a mi abuelo, los que me enseñó mi primer maestro, el hombre de la túnica azul y el turbante negro.

Aquellos lejanos versos decían en hasanía:

يـا بابا فيك لمرو   كيف حسنـ

كيف احمدبابا.

Oh Baba, eres altivo y generoso,

como Hasena

como Ahmed Baba.

Cuando volvía de aquella escuela tradicional en la que muchos niños aprendieron las primeras letras, yo siempre recordaba los versos dedicados a mi abuelo. En algún ocasión en un viaje por la tierra de las dunas blancas y las montañas negras, después de haber perdido la ciudad de mi infancia. Llegué a una jaima en el Tiris y nos recibió un hombre y una mujer que habían conocido a mí abuelo en el pequeño poblado de Auserd.

Después de tomar los tres tés tradicionales del Sahara y probar leche de cabra mezclada con agua y azúcar, el hombre de noventa años me miró a la cara y me dijo:

̶  Tú voz me recuerda a alguien, la mirada, esa forma  tuya de hablar.

Yo le miré detenidamente y le dije:

̶  Yo soy de la parte sur del Sahara Occidental, de la zona de Río de Oro.

Luego le dije mi nombre, el de mis padres y abuelos. Aquel anciano longevo, le saltaron las lágrimas y me abrazó varias veces. 

Luego dijo entre lágrimas.

̶  Tú abuelo era un hombre generoso, lleno de bondad.

Cuando escuché aquellas palabras, recordé los primeros versos que aprendí en hasania dedicados a mi abuelo Baba Uld Hasena. Salí solo a pasear acompañado de la soledad de las dunas del Tiris, miré hacia el oeste de forma desesperada. Quería volver al colegio donde aprendí aquellas estrofas.

Es esta soledad que me trae estos recuerdos y edifica los viajes que hay en mí interior. Una soledad llena de miedo y envuelta de esperanza.

lunes, diciembre 06, 2021

Se presenta en Madrid la antología de poesía puente entre dos generaciones, “Poetas y poesía del Sahara Occidental”


Se presenta la antología de poesía puente entre dos generaciones, “Poetas y poesía del Sahara Occidental”. Trabajo de los profesores de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Carlos Gimeno Martin, Bahia MH Awah y Juan Ignacio Robles de (Antropologia en Acción, AenA)

El pasado jueves 2 de diciembre se presentó en el Espacio Miguel Delibes de Alcobendas el libro “Poetas y Poesía del Sahara Occidental. Antología de la Poesía Nacional Saharaui. Una antología poética”. Se trata de una obra fruto de varios años de trabajo común entre investigadores saharauis y de la Universidad Autónoma de Madrid, por el que se ha recogido la producción poética de los llamados poetas nacionales saharauis, se le ha dado forma escrita y traducido, más bien recreado, al castellano. El acto fue organizado por la Asociación Amistad Saharaui de Alcobendas y San Sebastián de los Reyes, también impulsora de la edición del libro.

La presentación del acto corrió a cargo del actor y poeta Pepe Viyuela, artista comprometido con el pueblo saharaui desde su participación hace unos años en el Festival Internacional de Cine del Sahara (FISahara). Viyuela denunció que el muro de silencio sobre la cuestión saharaui “no puede ser casual hay una intencionalidad clara de sumir en el olvido algo sobre lo que todavía sentimos vergüenza”. El actor reconoció dentro de lo relacionado con el compromiso y la solidaridad con el Sáhara Occidental hay “un déficit importante en lo relacionado con la cultura”, por eso da las gracias por que este libro exista. Pepe Viyuela, que en el momento de presentarse la antología ya la había leído en su totalidad, la definió como “una gran llave para asomarse a la cultura saharaui” y para conocer la poesía saharaui desde el lirismo de la poesía nómada hasta la poesía combativa y de lucha que predomina en la producción de estos poetas nacionales.

A continuación, el representante saharaui en Naciones Unidas, Sidi Mohamed Omar, destacó que este libro es “un trabajo excelente y oportuno que debe ser ampliamente difundido” y que supone una gran aportación bióloga bibliográfica del estudio de la poesía, pero también de la cultura saharaui, “ya que la poesía es uno de los conocimientos más elocuentes de la cultura saharaui”. El diplomático destacó la importancia del compromiso de los intelectuales saharauis con su causa, no solo luchando contra la ocupación si no también desde una postura crítica en bien de la causa. Todo el pueblo saharaui mantiene una lucha de resistencia contra la ocupación del territorio y en defensa de la identidad saharaui, ya que la ocupación implica también la negación del pueblo saharaui y su identidad. Los intelectuales saharauis tienen “un compromiso total con su causa, que nace de su propio sufrimiento”, participan “activamente en contra de la ocupación”, además de ser “voces del pueblo a través de las cuales se dirigen al mundo” y “custodios de la sabiduría y aspiraciones del pueblo saharaui” y actuar “como la conciencia de su pueblo”.

El Delegado Saharaui para la Comunidad de Madrid, Ali Salem Sid Zein, tomó la palabra para agradecer el trabajo académico realizado por el grupo para rescatar la memoria oral saharaui y recordó que la cultura saharaui es objeto de destrucción por parte de la ocupación marroquí. También reiteró el papel de los poetas nacionales saharauis en la lucha de liberación. 

En representación de la parte española que ha trabajado en este ambicioso proyecto, habló el profesor Juan Carlos Gimeno. El profesor destacó que se trata de un libro “que produce conocimiento no solo desde la Academia sino también desde las luchas”. Gimeno explicó que el libro forma parte de un proyecto reclamado por el Ministerio de Cultura saharaui para recuperar y guardar la creación oral del pueblo saharaui, que en realidad es una “oratura”, en palabras del profesor, ya que “todos estos poemas no tienen sentido sin una audiencia que los escuche, no es poesía pensada para ser escrita y reproducida, sino para ser escuchada”. Los poetas nacionales han colocado en el centro de la temática de su producción la revolución y la lucha.  Esta antología es una parte de un proyecto que comenzó con la película documental “Legna, habla el verso saharaui”, ganadora del primer premio de FISahara, que cuenta con la edición de libros dedicados a cada uno de los poetas nacionales saharauis, que más tarde irán siendo traducidos en castellano y publicados. Según el profesor Gimeno, la traducción “se ha convertido a un lenguaje global para que pueda ser leído en más partes del mundo, en este caso en todo el mundo hispanohablante”. El profesor destacó que “se trata de una apropiación contra hegemónica del español por parte del pueblo saharaui hace un uso de la lengua para su proyecto de resistencia”. El proyecto en el que se haya inmersa esta antología tiene dos objetivos, según el profesor Gimeno, “por un lado, la recopilación de la memoria como elemento de transmisión a generaciones futuras y la visibilización de su pueblo y su forma de vivir, que ha sido y es permanente y sucesivamente invisibilizada”. “La lucha del pueblo saharaui no es la lucha de un pueblo pequeño, sino la lucha por un principio grande”.

En representación de los investigadores y poetas saharauis que han trabajado en el proyecto, tomaron la palabra los escritores saharauis Ali Salem Iselmu y Bahia Mahmud Awah. Ali Salem, que entró por vía telefónica desde el País Vasco, destacó el formidable trabajo de todo el equipo para recoger esta parte de la poesía saharaui y registrarla en una antología de este calibre. Iselmu forma parte del grupo de escritores saharauis, junto con Bahia Awah y Mohamed Salem Abdelfatah Ebnu, encargados de la recreación de los poemas en castellano, junto con la introducción y presentación de la historia de vida del autor traducido. Por su parte, Bahia Awah denunció que  “el colonizador omitió a los eruditos y poetas saharauis de manera sistemática”, reconociendo que los poetas nacionales cumplen con su misión, así como las distintas generaciones saharauis que han escrito en castellano. Según el poeta e investigador, este libro es un puente entre la poesía saharaui en hasanía y la de los poetas saharauis que producen en castellano, ya que “la poesía en hasanía no se traduce, se recrea, y para ello uno tiene que ser poeta”, concluyó.

En su intervención, el diplomático saharaui Ahmed Muley Ali, actual encargado del Departamento de América Latina, recordó la figura de la anterior Ministra de Cultura saharaui, Jadiya Hamdi, gran impulsora de este proyecto que, entre otros motivos, se ha acometido para que las bibliotecas humanas no desaparezcan con su marcha. Ahmed insistió en que se trata de un libro “que debería tener todo intelectual en sus bibliotecas” y que tiene “una importancia histórica por el legado que deja al pueblo saharaui”. El libro ha llegado además “en un momento crucial para plantarse frente al intento de marroquinización del pueblo saharaui”. El diplomático reconoció que la traducción de este el libro al castellano completa la identidad saharaui, ya que esta lengua “nos ayuda a mantener nuestra identidad frente a la francofonía” que rodea al pueblo saharaui en la región.

Calificado por el académico Boaventura de Sousa Santos como “un ejercicio de responsabilidad política”, “Poetas y Poesía del Sahara Occidental. Antología de la Poesía Nacional Saharaui” está editado por Última Línea y con portada del artista sevillano Federico Guzmán, la antología recoge poemas de Mohamed Salem Uld Abdelahe Badi, Mohamed Moulud Uld Budi Beibuh, Ljadra Mint Mabruk, Alal Uld Daf, Sidi Brahim Uld Salama, Bachir Uld Ali, Ahmed Uld Mahmud, Hosein Uld Moulud, Mustafa Uld El Bar, Hasin Uld Brahim, Bunana Buseif y Jadiyetu Mint Aleiyat.


miércoles, agosto 11, 2021

La poeta saharaui Zahra el Hasnaui en el 8° Poemagosto, Festival Internacional de Poesía de Allariz, Ourense

La poeta saharaui Zahra el Hasnaui Ahmed participará con su poesía y su voz en el 8° Poemagosto, Festival Internacional de Poesía de Allariz. Se trata de un Festival en el que participará una larga lista de poetas con una amplia variedad de orígenes e idiomas. Poesía, música, conciertos, charlas, micros abiertos, actividades infantiles, combate poético, presentaciones, libros, arte, artesanía…

Nacida en El Aaiún cuando el Sáhara Occidental era colonia española, Zahra Hasnaui es poeta, narradora, filóloga inglesa, traductora y profesora. Actualmente trabaja en Guadalajara, lejos de donde pasó su infancia.

Después de terminar su carrera y pasar un año en Londres, Zahra regresó a los campamentos de refugiados de Tinduf para trabajar como periodista para la Radio Nacional Saharaui.

En 2005 fundó, junto a Bahia Mahmud Awah y otros escritores saharauis, el grupo literario Generación de la Amistad, que han publicado numerosas obras colectivas, que incluyó versos y relatos de Zahra Hasnaui: El Aaiún gritando lo que se siente (2006) , 31. Treinta y uno (2007), Um Draiga (2007), o La fuente de Saguia (2009).

También participó en la antología La Primavera Saharaui, dedicada a los saharauis del campamento de Gdeim Izik.

En 2017, la poeta publicó su primer poemario en solitario, titulado 'El silencio de las nubes'.

La poeta aporta una obra poética que se centra en la identificación con el pueblo saharaui y la lucha por la independencia, así como con una mujer saharaui, cuestión que centra gran parte de su creación literaria.

La poeta valenciana Begoña Pozo ha escrito un estudio sobre la poesía y el discurso de Zahra el Hasnaoui Ahmed, disponible en el repositorio de la UA - Universitat d'Alacant / Universidad de Alicante, en este enlace: https://core.ac.uk/download/pdf/16367001.pdf

domingo, abril 18, 2021

Viento de arena. Relato y poema

 

18.04.2021 – Pressenza

Ali Salem Iselmu Abderrahaman

Cuando el árbol de acacia espinosa se despojó de sus hojas y el viento del este sopló con mucha fuerza, mi abuela miró el horizonte en busca del año de mi nacimiento y recordó el sonido del tambor mezclado con el ulular de las mujeres. Había nacido yo entonces, con la primera lluvia de invierno en medio de un valle cubierto de arena y hierba.

Un lejano recuerdo sintió mi abuela, dio unos pasos en medio del viento de arena y me dijo entonces:

̶  Tienes que encontrar las huellas de tu hermano que se marchó detrás de las dromedarias lecheras.

̶  Abuela, no veo nada, el viento de arena ha borrado todas las huellas  ̶  le respondí con cierta impotencia.

Seguí delante de la jaima intentando descifrar las huellas en medio de aquella noche oscura. Sabía que las dromedarias lecheras descansaban siempre al sur, cerca del árbol de atil[1]. Coloqué el turbante sobre mi cabeza, me cubrí la cara y me até una cuerda de esparto a la cintura. Con un cuenco en la mano izquierda y una linterna en la mano derecha fui avanzando hacia el sur, mi abuela oraba en voz alta, pedía clemencia a la virulencia del viento de arena.

La jaima se movía de un lado a otro, mi hermana sujetaba el palo que servía de sostén. Mi madre repetía el nombre de Dios en su rosario de color blanco.

Empecé a caminar impulsado por el viento, observaba el movimiento de los arbustos con la luz de la linterna, cubierto con mi túnica azul. Sabía que el viento soplaba sin un rumbo fijo y era el principio de otoño. Caían pequeñas gotas de lluvia envueltas de arena. Parecían lágrimas cuando tocaban la tierra seca.

Pensé en mi abuela, ella cenaba todas las noches un vaso de leche fresca recién ordeñada. Seguí avanzando en busca de las huellas de mi hermano, en busca de las dromedarias lecheras. Con la ayuda de la linterna vi varias boñigas semienterradas. La distancia que recorría todas las noches con el cuenco lleno de leche se me hizo eterna.

Avancé unos pasos, empecé a sentir una extraña soledad. La arena penetraba en mis ojos, en mi nariz y en toda la ropa. Sabía que mi abuela seguía invocando a los santones de aquella tierra, estaría junto con mi madre y hermana agarradas a los palos de la jaima.

De repente, vi una luz rodeada de la intensa arena. ¿Será mi hermano, será el abuelo de la melena blanca, quién será? Impulsado por el viento de arena y las gotas de lluvia, cierta nostalgia se apoderó de mí. Caminé con paso firme hasta que una enorme roca me detuvo. Pequeñas gotas de agua brillaban sobre la pared de piedra. Con la luz de la linterna vi la arena mojada. El viento de arena se iba debilitando.

El cielo se abrió lleno de estrellas y un aire húmedo soplaba desde el norte. Esta vez veía una luz cercana y brillante. Oí el berrido de las dromedarias, su olor inconfundible. Caminé unos pasos, allí estaba el abuelo de la melena ordeñando en el interior de un cuenco que sujetaba mi hermano.

Me saludó con una voz suave que nacía del interior de la noche. Apagué la linterna y entonces estaban las seis dromedarias con los ojos envueltos de arena y sus crías esperando acurrucadas entre los árboles.

Saludé a mi hermano, le di el cuenco vacío y me dio uno lleno de leche recién ordeñada envuelta de espuma. Observé el cuenco varias veces y comprendí que la leche de dromedaria era un alimento nacido de la suerte divina.

El abuelo de la melena dio unos pasos alrededor de las dromedarias, cogió un puñado de arena que estaba mojado y dijo:

̶  Después del viento de arena, ha llegado la primera lluvia de otoño, mañana otearemos este lugar  ̶  se despidió y desapareció en la noche poblada de estrellas.

Mi hermano y yo caminamos en dirección norte hacia la jaima de la abuela. Cuando llegamos, ella dejó de invocar a los santones y nosotros nos alegramos al ver que los palos de la jaima habían resistido a la furia del viento de otoño.

Entonces yo recordé la lluvia de invierno, las costas del Sahara Occidental, cierta lágrima impregnada de arena saltó de mis ojos. Mi abuela bebió su vaso de leche y yo me quedé despierto, mientras mi corazón latía en el silencio de la noche.

 

Un turbante cubre la mirada

en una noche oscura,

la abuela llama a los santones.

El abuelo de la melena

busca el agua

bajo la luz de las estrellas,

las dromedarias

observan la arena

huelen el pasto

la estación de otoño

saben que la libertad

nace en el cielo

en el mar de dunas

cuando florece

en el paisaje desnudo.

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[1] Árbol común en el Sahara Occidental, muy importante para los nómadas por sus propiedades medicinales y por las propiedades de su madera para hacer utensilios y carbón. Los saharauis restriegan sus dientes con palitos de atil, mesuak, para limpiarlos y fortalecerlos.     

lunes, marzo 15, 2021

La anhelada lluvia


Por: Limam Boisha |Ilustración de Roberto Maján
Aquella noche cuando todos dormían llovió en el campamento. En silencio se formó el agua y se arrastró desde las colinas. En su viaje se llevó todo lo que encontró a su paso: arena, piedras, huesos de animales, sacos de basura abandonados en las venas de los caminos. Botellas de plástico que pululaban como fantasmas. Emergían y flotaban en medio de aquella carrera de barrizal. Y las cabras, ovejas y dromedarios prisioneros en sus corrales de alambre oxidado, balaban por sus vidas. Los lanzó el caudal hacia su garganta en la oscuridad de la noche. Lo mismo hizo con garrafas de agua y aceite, vasijas, baúles, sandalias, planchas de zinc y sacos de harina. Algunas jaimas que bien sembradas estaban en la árida tierra colisionaron y la riada las extirpó con furia y sin detenerse. Partió de cuajo el mercado y descuartizó todo tipo de mercancías: latas de comida, tomates, melones, paquetes de caramelos, galletas, arroz, montañas de sacos de carbón apiladas y todo tipo de ropa, una húmeda confusión de melhfas, daraás, de pantalones, bragas y camisas. Las casas de adobe levantadas con tanto sacrificio, las derritió como una golosina en el paladar de un niño.
Los refugiados se despertaron con los gritos y salieron corriendo hacia las colinas más cercanas que rodeaban el mujaiam. El monstruo del agua turbia solo se llevó a Tahra, que con una pierna ortopédica no pudo ponerse a salvo. Regentaba una pequeña tienda hecha de remiendos, donde pasaba horas y horas. Por las noches dormía en la tiendecita para custodiar sus escasas pertenencias, y esa fue su desgracia.
Cuando la cólera del agua - que se formó en pocas horas -se precipitó contra las rocas y se secó en la nada, no quedó más que su arrugado rostro de lodo. La gente volvió a la vida, a la rutina diaria y agradeció al cielo que el daño no hubiera sido más devastador.  El dolor se sumergió en otras capas de la piel menos visibles y la tristeza más inmediata volvió a ser la vieja tristeza de siempre. Y los deseos volvieron a ser los mismos de siempre.
Las mujeres se reunieron y fueron a acompañar a la única hija que tenía Tahra, para mitigar su dolor. Con ellas llevaron agujas, ovillos, hilos, telas, vestidos, mantas, comida.  Llevaron sus manos arenosas, su entusiasmo vital. 
Y todo el mujaiam olvidó pronto y volvió a anhelar la lluvia.   

lunes, marzo 01, 2021

Mi Himalaya


Por: Zahra Hasnaui | Fotografía El teatro de las dunas, de Santiago Barrio
Ya estamos, la abuela ha ganado otra vez. Mar cero, desierto uno. Decidir el destino de la excursión semanal era todo un acontecimiento en mi familia. Tras una cruenta campaña de chantaje emocional contra los mayores, los niños solíamos salirnos con la nuestra. Sin embargo, una palabra de la abuela podría estropear el esfuerzo invertido durante días: Lluvia. Últimamente, nuestro trozo del Sáhara parecía estar bendecido por los dioses meteorológicos. Sospechoso, las malas artes de la abuela, seguro. Como en una pesadillesca Fuentovejuna, el resto del enemigo votaba a una por el desierto, desoyendo nuestras súplicas. Era el momento de aceptar la temida rendición.
Rabia, más rabia e indignación. Una sola palabra, no era justo. Me pasé el trayecto rumiando cómo sobreponerme a la derrota. El día había empezado mal, muy mal, pero no todo estaba perdido. Si la abuela se había apuntado el tanto, con mis hermanos podría llegar a la victoria, o por lo menos al empate. Siempre se habían burlado de mí por esperarles abajo en las dunas, y como castigo a mi cobardía me obligaban a recibirles con una reverencia. Mi decisión convirtió la frustración mañanera en impaciente alegría. No veía el momento de llegar al oasis. Después de lo que se me antojaron horas, bajé del coche corriendo la primera hacia las dunas. Pronto llegarían ellos, recalcando cada sílaba les anuncié mi escalada hacia la igualdad.
Me tomé unos minutos para disfrutar de sus caras. Demasiados. Cual heroína de pacotilla había echado el guante a lo desconocido. Diminuta ante el infinito, mi mente no conseguía procesar nada provechoso para tan comprometida aventura. Rebuscaba en busca de ayuda…nada. ¿Por qué no miraría para aprender su técnica? Y de repente, ese dicho repetido hasta la saciedad: “No desprecies la fuerza del viento, de un grano hace montañas”. Como si hiciera falta recordarlo, gracias descerebro. Ahí, a un lado, estaba mi Himalaya: la duna más grande del desierto, al otro mis primos y hermanos retándome a bajarla haciendo la salchicha. In crescendo canturreaban: la ni-ñi-ta no puede, la ni-ñi-ta no puede…Fue tan hiriente el tono que en vista del eficiente socorro neuronal tuve que recurrir al coraje. Ad astra per aspera. Cerré los ojos y me dirigí hacia las estrellas, de una u otra forma. Según me tragaba la duna, entendí el sentimiento de indefensión ante una tormenta del desierto mucho mejor que cualquiera de las descripciones familiares. Rodando, rodando y rodando, la impericia me llevó de bruces al charco del pie de la duna. Maldita lluvia. Me erguí, enfangada en agua y tierra roja, en espera del merecido premio. Fue mejor de lo que esperaban: la reencarnación femenina del Bigfoot. Mi facha no tendría desperdicio a juzgar por la cara de espanto, seguida de la risotada cruel. Una obra maestra de arte grotesco, en cada una de sus acepciones. Completaban el cuadro la respiración ruidosa y las convulsiones por liberar los pulmones hasta vomitar. Cuando conseguí despejar la niebla física y mental, fue demasiado tarde. En ningún momento, los muy machitos, habían pensado en considerarme su igual. Y lo peor estaba por llegar. La confirmación ante todos de la opinión de la abuela: “Esta niña es imposible, ni coser, ni cocinar, ni nada útil sabe. Todo el día con esos libros extranjeros. Le han absorbido el poco seso que tenía.” El Himalaya me había amputado el orgullo, no iba a permitir que la abuela lo extirpara.
Afortunadamente, el agua traído en barriles de la ciudad estaba lejos de las jaimas, bajo unas acacias para mantenerlo fresco. Mi resentida dignidad me arrastró hasta ellos consintiendo que nadie me viera. No osaría mostrar en qué se había convertido su hermoso peinado, ni el resto de mi cuerpo. Ante todo tenía que taparme el pelo. Esa mañana la abuela se había sentido especialmente orgullosa de la tarea de desenredarlo, los chorretones en el cuello me confirmaron la inusitada dosis de aceite. Qué raro, ella nunca se equivocaba en las medidas. Tomé su error como un pequeño triunfo. Cuando por fin llegué a los barriles, el sol había transformado el barro en arquitecturas imposibles en mi abundante cabellera y la arena me pellizcaba el cuello como un ejército de hormigas soldado. Con mucha dificultad, absorbí de la manguera agua suficiente para lavarme la cara y extremidades. Me envolví hasta desaparecer en una vieja melhfa rescatada de entre los barriles y me senté a ayudar a cortar la carne. Apenas podía ver pero al grito de “niña, los dedos!” moví la melhfa el milímetro estrictamente necesario para no volver a llamar la atención. La abuela trajinaba obviando mi reacción. Había dejado de seguir a los chicos para unirme a ellas, me había puesto una melhfa y estaba haciendo algo en beneficio no sólo propio. Ella era omnisciente y omnipresente, sabía qué hacíamos en todo momento con detalles aterradores. ¿Cómo es que no se acercaba a decirme algo? ¿Cuándo caería sobre mi lastimado cuello la espada? ¿Lo dejaría para el té de la sobremesa? “¡Niña!, pero, ¿cómo esperaban que me concentrara con esta tensión? Me levanté y salí para aliviar la asfixia.
Mientras aspiraba el aroma de las flores como si se fuera a acabar, me fijé por primera vez en su variedad. Verde, rojo, violeta y amarillo pintaban el triste ocre bajo la luz del mediodía. Me entretuve dejándome acariciar por los pétalos de las gartufas. Un tamcayut me sobresaltó al posarse en un arbusto de zawaya cercano; le seguí con la intención de tocar su cresta punky. La carrera me llevó hasta las palmeras del otro oasis, y me encaramé para coger unos dátiles tempranos. Cuando quise volver habían pasado horas y estaban a punto de comer. Por una vez, la abuela no dijo nada. Consideraría que de momento mi arrogancia tuvo suficiente lección, y ella, sin pretenderlo, había conseguido su objetivo. Una sonrisa maliciosa acompaño su habitualmente enigmático rostro el resto del día. ¿Sin pretenderlo?

lunes, febrero 15, 2021

La libertad y la lluvia


Por: Mohamed Salem Abdelfatah Ebnu. Ilustración de Roberto Maján
La lluvia casi siempre cae lejos, quizá es su manera de hacer que siempre estemos en movimiento. Su escasez nos despierta, nos incita a emprender la marcha, o a salir en busca de lo desconocido; nos obliga a mantener la vida. Llueve lejos, siempre lejos, como si alimentara una ilusión, nuestra esperanza. Ella juega y se esconde, ella es libre y se divierte. Le  seguimos el rastro, las huellas que deja una nube peregrina, señales que sólo el corazón de un nómada percibe, interpreta: como la arena al abrigo de un pequeño arbusto, o la orientación de la entrada de un hormiguero, como una imperceptible fragancia o la fuerza del batir de unas alas de mariposa.
Un día cae, sin previo aviso, y nos precipitamos en un abrazo de humedad y tormenta…y aunque a veces nos sorprende con su cólera, nuestro amor es más grande que la rabia, los lamentos y lágrimas que su paso con dolor nos arranca.
La lluvia y la libertad, dos anhelos, dos sueños que nos acompañan y que vamos heredando generaciones tras generaciones. La lluvia, aunque tarda, suele llegar y cambiar, generalmente para bien, nuestros ánimos y renueva nuestras esperanzas. La libertad, sin embargo, sigue lejana, vedada, dolorosamente ausente.
¿Ha caído la lluvia? Pregunta que se repite por todos los caminos, en todos los encuentros, en todos los saludos.
¡Bendito sea quien tiene la respuesta afirmativa!
¡Sí, ha llovido!
(…Ha llovido también en Bashabshub
y ha llovido en las gargantas de Shergan.
Y desde allí hasta Argub
Laglat y las espaldas de Dirramán…)
El poeta, Salama Uld Ydud, en un poema conocido “Díganle a Yidehlu” anuncia la llegada de la lluvia a varios parajes del Sáhara.
En estos tiempos la llegada de la libertad, sería la mejor noticia.
¡Bendito sea quien la anuncie!
¡Una lluvia de libertad!
Mientras tanto seguimos, y aunque se hace de rogar, la lluvia cuando nos visita nos distrae, nos alienta. Y por unos breves momentos podemos sentir la pasión del efímero paso del agua, acariciando la tierra sedienta, fecundando con prisa las semillas de la espera.

lunes, febrero 01, 2021

El Hombre del Norte



Por: Limam Boisha
La tormenta abrió el día, los anfitriones no pudieron agasajar al ilustre visitante con los dos cuencos: uno lleno de leche de camella y el otro de dátiles. El cuenco de leche es símbolo de buenos deseos. Paz líquida que se ordeña y es ofrenda. El dátil es el fruto sagrado, la semilla que nutre, el complemento perfecto.
Dicen que el viento de arena que siempre acompaña esas visitas es el espíritu de un lamento colectivo que alza la voz y se viste de tormenta y es también azar desnudo, en su eterna fuga, que vuelve y se va.
Esa mañana los refugiados llegaron de todas partes, y como hogueras alumbraron ese trozo de desierto, donde iba a ser recibido El Hombre del Norte.
Rama de dolor es la anciana que permaneció sentada horas y horas encima de una piedra pintada de cal con su rosario de ébano, latido de plegarias y ruegos, para narrar su épica de sobreviviente. Al borde del camino un grupo de niños esperaba con sus darráas blancas. El pelo de las muchachas de túnicas negras y nila sembrado de coloridas perlas danzaba agitado por la furia del viento.
La tormenta afeaba el día, tanto si aflojaba como si se intensificaba. Arrugaba los rostros, cegaba las gargantas y aplacaba los gritos de la multitud. La arena se colaba en los ojos, entre los dientes, en los oídos, en los pliegues de la ropa. Alcanzaba los poros, se filtraba por las venas y batía en el reseco cuenco de la mente los sueños y los secretos.
Y llegó El Hombre del Norte la fuerza de su Pájaro de Hierro, levantó un rabo de tempestad que cubrió más si cabe, el apagado camino. Bajó y ajustó bien sus gafas, también lo hizo su mujer que estaba a su lado. Caminaron sobre esa tierra prestada, alfombra de arena y piedras.
– “Dios mío, ¿quién puede sobrevivir aquí?”
El pensamiento de la dama anidó una fracción de segundo. Enseguida lo apartó como una mosca por temor a incubar en su mente un destello de compasión.
El séquito de trajes y corbatas, cruzó el mar de olas verdes, blancas, rojas y negras. Cruzó tropas y armas. Hombres de pie encima de sus dromedarios. Cruzó rostros, simples rostros sin badía, deshojados, abrasados por la sal del destierro y hermosos y tristes y desafiantes y alegres y misteriosos. Cruzó manos que sonreían en el aire y dedos que raspaban las escamas del viento.
Al final del camino el visitante bajó de su lujoso coche y saludó a los ancianos vestidos todos con sus mejores darráas y turbantes de sombra y sed. Saludó a una fila de cataratas y venas ya temblorosas, que le miraban directamente a los ojos: "no somos una herida pequeña, somos una herida".
Dentro de la gran jaima habló y arañó más concesiones y ni siquiera probó la leche y los dátiles. Sólo trajo tormenta y se fue.

viernes, enero 15, 2021

Y el Sáhara... ¿está cerca de Islandia?


Por: Larosi Haidar. Ilustración: Hijos del desierto,de Roberto Maján
La primera vez que leí en una novela los términos skyr, skald y gothi, y sus respectivas definiciones, supe que los pueblos, en su esencia, se parecen mucho más de lo que parece y sus historias suelen diseñarse de forma semejante y paralela. Las palabras hacen referencia, respectivamente, a una bebida de leche cuajada, al cantor de odas y al jefe de clan en la Islandia medieval, lo que de manera espontánea activó en mi mente los términos saharauis zryg, igguiu y shij, y que salvando los matices vendrían a ser las traducciones de los primeros.
Otra similitud que descubrí entre los dos pueblos es el uso del patronímico para identificarse, algo así como Juan, hijo de Pedro. Así, encontramos nombres islandeses como Alnaldur Indridason, Alnaldur hijo de Indrid; Ava Ólafsdóttir, Ava hija de Olafs, al igual que saharauis como Mohamed wald Brahim, Mohamed hijo de Brahim, o Jadiyettu ment Baba, Jadiyettu hija de Baba. También está el hecho de la utilización exagerada del diminutivo en su lenguaje cotidiano, algo también notable en nuestra lengua hassaní y que enriquece su fina ironía benévola al igual que su cruel sarcasmo cáustico.
Sin embargo, la coincidencia que me pareció más reveladora del espíritu igualitario imperante en las dos sociedades es la casi inexistencia del tratamiento de cortesía usted, pues su uso es rarísimo y pedante. Lo que es una evidencia clara de la igualdad de los individuos en el seno de ambos sistemas sociales, independientemente del cargo o título que ostenten, pues se tratarán entre sí de tú a tú. Es de suponer que se debe, en los dos casos, a la escasa población y a la rudeza del hábitat que les ha tocado vivir, donde la solidaridad anclada en el respeto entre individuos era condición indispensable para la supervivencia. Eso sí, cuando esta última peligraba, los clanes y grupos se veían obligados a realizar incursiones en territorios remotos para saquear y pillar lo que se ponía en su camino. Los islandeses se hacían vikingos y se hacían a la mar en sus temibles drakkars, mientras que los saharauis se unían a los ghazzis, de allí razias, y montaban sus inquebrantables dromedarios y caballos para atacar a poblados lejanos que asolaban en un abrir y cerrar de ojos.
Más cerca en el tiempo y de manera más anecdótica, las coincidencias curiosamente persisten. El 20 de mayo, ese mayo beduino nacido por cesárea un lustro después del mayo galo, los saharauis iniciaron la vía de la lucha armada para alcanzar la tan ansiada libertad. Como si fuera ayer, sin embargo, acaban de celebrar con cierta amargura y frustración el cuadragésimo aniversario de tan simbólico acontecimiento en la historia moderna del Sáhara Occidental. Mas sí, también para los islandeses esa fecha es muy significativa, dado que fue un veinte de mayo, concretamente del año 1944, cuando el pueblo de Islandia votó en un referéndum  para acabar definitivamente su vinculación a la monarquía danesa.
Varios años antes de recurrir a las armas, los saharauis habían intentado autodeterminarse de manera pacífica y partiendo del diálogo y la negociación cívica y civilizada. Pero la metrópoli no lo permitió y puso todo tipo de trabas ante dicho proyecto recurriendo, incluso, a las malas artes de la corrupción y compra de conciencias. La gota que colmó el vaso fue la disolución a balazos de una manifestación pacífica llevada a cabo en el barrio aiunense de Zemla, manifestación que el historiador Pablo Dalmases denominó atinadamente El grito de Zemla. Como es de esperar, esa fecha igualmente es simbólica y significativa para el pueblo saharaui, por lo que cada año se celebra su festividad el día 17 de junio y, curiosamente, también lo es para los islandeses, pues es el día en que su país se convirtió oficialmente en una República: el 17 de junio de 1944.
Llegados aquí, lo mismo no es tan descabellado decir que el Sáhara Occidental está, de alguna manera, cerca de Islandia. Lo está por la similitud y la afinidad subyacente que caracteriza al género humano, pero también, y desgraciadamente, por la lejanía causada por el desconocimiento y la ignorancia de todo lo relativo a la que hace poco, muy poco, era la provincia 53 de España. Y aunque a muchos les suene a Reikiavik, esa bella Bahía humeante capital islandesa, en realidad su capital es Aaiún, esos Manantiales que beben de las entrañas de Saguia al-Hamra, Acequia Roja que surca el desierto para besar el Atlántico, mientras sus Ojuelos acarician llorosos las antaño blanquecinas paredes de las moradas vecinas de su ribera sur. Hoy, sin embargo, esas mismas paredes tiemblan rojizas bajo el peso humillante de un rojo sangre venido del norte. Mientras, en lares no tan lejanos, la relaxing indiferencia hacia todo lo saharaui campa a sus anchas.
Y sí, aunque parezca mentira, el Sáhara está cerca, muy cerca, de Islandia.

lunes, enero 04, 2021

El verso y la tierra


Por Bahia Mahmud Awah. Cuando el verso se hace tangible en su canto por la tierra
El poeta tirseño Mohamed Uld Ahmed Merhba y el amor a la patria saharaui
Resulta difícil encontrar tanto amor expresado hacia una tierra, como el que han vertido por el Sahara Occidental y durante siglos, eruditos y poetas saharauis en el verso que dejaron registrado en la memoria colectiva de su sociedad, como este gaf[1] de tres hemer[2] y su talaa[3] del poeta tirseño Mohamed Uld Ahmed Merhba, uno de los grandes clásicos de la literatura saharaui. El vigor con el que guerrero anticolonial y poeta evocó lugares de su patria y la solemnidad de su verso evocativo me lleva a la fuerza descriptiva de estos extractos del poema Campos de Soria de Antonio Machado.
(…) En la memoria mía
tu recuerdo a traición ha florecido;
y hoy comienza tu campo empedernido
el sueño verde de la tierra fría.
O a los preislámicos versos de امرؤ القيس Imru Kais que forman parte de “Las siete maravillas” de la literatura árabe preislámica, conocidas como  المعلقات السبعة في الشعر الجاهلي   simpar composiciones en las que Imru Kais cantó con prosopopeya desde el lomo de su caballo a los viejos lugares, morada donde acampaban las jaimas de Laila, la joven  que tanto amó y por la que perdió la razón.
قفا نبك من ذكرى حبيب و منزل    
(...) بسقط اللوى بيين الدخول فحومل
Detente y juntos lloremos
efemérides de mi amor,
aquí en Sukti Aliwa entre Dujulí, en Haumali (…)
En el mismo contexto donde el binomio hombre-patria converge para fundirse en uno, están los versos que escribió Walt Withman, en los que celebraba sus treinta y siete años formando parte de la tierra que consideraba su cuerpo y alma.
(…) “Mi lengua, cada molécula de mi sangre formada por esta tierra y este aire.
Nacido aquí de padres cuyos padres nacieron aquí y
cuyos padres también aquí nacieron”. (…)
Sin embargo Uld Ahmed Merhba en estos versos que inició literalmente con esta expresión tan arraigada y profunda en la lengua hasania,  يَلالي   “¡ay de mí!”, desborda cualquier imaginación cuando interpretamos el profundo sentir del poeta al usar este recurso tan intrínseco al dolor por algo que tanto se ama o que se teme perder inesperadamente con tanta tristeza. El apego del saharaui a esta tierra árida, inmensa y de costas desiertas y ojos abiertos hacia el cielo es tan profundo que casi todos los clásicos saharauis del siglo XVIII a la actualidad lo han cantado en sus obras poéticas.
Y estos versos de Mohamed Uld Ahmed Merhba evidencian este indestructible lazo del hombre saharaui con su propia y marcada geografía.
يَلالي مَبــــــعدْ بولوتادْ             ذي النوبَ عادْ ومبعدْ وادْ
الجنَى عاد  ْو مبعدْ عادْ            بُولريَاحْ و معبدْ لَـﯖـــلاتْ                
وَ اقيلاس و مبعدْ لجوادْ           واﯖـليب الشـﯔ و لبـــيراتْ             
منْ فمْ انكش و فمْ الوادْ             لبيظ و افامْ التِيـــــــدراتْ
¡Qué lejos está Bu Lautad esta vez!,
y más lejos aún está Uad Eyena
y cuán lejos está Bu Lariah
y lejos está Leglat y Agailas
y qué lejano es Leyuad,
Gleib, Eshig y Leboirat,
de Fum Anagsh[4],
Fum El Uad Labiad[5] 
y la desembocadura de Itidarat[6].
Y me atrevo a decir, a excepción de los mencionados autores, que pocos son los poetas en la historia de la literatura universal que han cantado con esa intensidad su relación de amor y desplazamiento geográfico en términos de patria como lo hicieron los clásicos saharauis.
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1. Verso en hasania.
2. Los tres primeros versos sobre los que se construye la talaa, es decir el poema.
3. Poema que arranca con los tres primeros versos.
4. Lugar de la geografía mauritana donde se encontraba por circunstancia del poeta saharaui, lejos de su patria.
5. Lugar en la geografía de Mauritania donde por circunstancia se encontraba el poeta saharaui Uld Ahmed Merhba.
6. Otro remoto lugar de la geografía mauritana.