*Fuente: Bubisher
Uno oye hablar tanto de Sevilla que tiene
la sensación de que ya ha estado allí varias veces. Sucede como con Nueva York,
tantas veces la hemos visto en las películas, que cuando uno está allí, es como
hacer el enésimo viaje a la ciudad de los rascacielos, a pesar de ser el
primero. O, al menos, eso es lo que dicen los que la han visitado.
Aunque Sevilla no se parezca en nada a la
urbe estadounidense, parece que sí quiso tener su rascacielos. Porque como
muchos sabéis, el edificio más alto de la ciudad andaluza era, hasta hace dos o
tres años, La Giralda (92 metros). Pero el letal binomio de la política (léase
PSOE-PP) y las finanzas (léase Cajasol, actual Caixabank), se cargaron una
imaginaria línea roja en el cielo que ostentaba un hermoso monumento de siglos,
que en su tiempo fue el más alto de Europa. Estaba claro que la poesía
arquitectónica de La Giralda no iba a poder competir con el poderío de la
¿modernidad? materializada en La Torre Sevilla de 178 metros de altura. Un
edificio moderno, lleno de oficinas bancarias, restaurante-mirador, parking,
centro comercial, etc. Una millonaria inversión que, supuestamente, iba a
generar diez mil puestos de trabajo. Algunos de estos detalles me los comentó
mi amiga Giulia Maltese, mientras pateábamos el casco viejo de la ciudad en una
tarde otoñal, luminosa y espléndida. El tema originó una gran polémica y
dividió a los sevillanos entre detractores y defensores de la construcción de
la nueva Torre.
Sevilla es puro llano y su gente y sus cantantes. Aunque no cantan el son ni
son de la loma, como la legendaria letra de la canción cubana, sí “cantan en
llano” su flamenco, y sus calles,
limpísimas, están repletas de historias y personajes y folclore y retratos de
Macarenas y Trianas. Algunas de sus iglesias están rodeadas de bellos jardines
donde destaca el azahar que baña a los transeúntes con su dulce fragancia.
Y qué sería de Sevilla sin sus terrazas, en
una de las cuales saboreé el palpitar de la ciudad. Nada más llegar, Giulia me
llevó a un restaurante italiano, “que sirve comida italiana de verdad”, me
confesó. Está en la Alameda de Hércules, Al Solito Posto; su lema es toda una
declaración de amor, sacada de una obra de George Bernard Shaw “No hay amor más
sincero que el amor a la comida”. Un plato como el que yo comí, Risotto dello
chef (Arroz del chef), no podía estar hecho sino con amor, porque era una
verdadera delicia.
Durante el paseo tomamos café en El
Rinconcillo en la calle Gerona. Fundado nada más y nada menos que en ¡1670!, es
la taberna- restaurante más antigua de Sevilla. Los turistas chapurreando
castellano venían a reservar mesas para cenar y el camarero más antiguo del
mundo, con cara de madera, ojos de solera y temblores de manos ya imposible de
disimular, les tomaba nota. Luego, a los que solo veníamos por un café o algo
parecido nos escribía sobre la hermosa barra de caoba, con una tiza blanca
delante de la taza, el precio de la consumición. Salvando las diferencias, me
parecía que el local se asemejaba a otros mundialmente famosos, como el
“Floridita” o la “Bodeguita del Medio” en la Habana.
Por la tarde-noche llegó la hora de la presentación del proyecto
Bubisher y de Ritos de jaima, así que nos encaminamos de nuevo a la Alameda de
Hércules, donde se encuentra la Librería-café El viajero Sedentario. El Viajero
Sedentario solo llevaba cuatro meses abierto y es un local bello, con una
terraza acogedora. Allí se desarrolló la actividad. Empezamos proyectando
imágenes del Bubisher y de las actividades realizadas en los campamentos de
refugiados. El pajarito de la buena suerte, junto con su nido y las demás
bibliotecas y bibliobuses, protagonizó el evento. Se habló del conflicto saharaui,
de historia, de cultura, de literatura, de poesía, del fomento de la lectura,de
tantas cosas… Hubo un debate muy animado entre los presentes, inquietos,
curiosos, interesados. Se leyeron algunos fragmentos del libro, tanto en su
versión original como en su traducción al italiano y se vendieron algunos
ejemplares. Fue una noche mágica.
Gracias a los dueños de El viajero
Sedentario por acogernos y por su empatía hacia la Causa saharaui.
Fue un viaje corto pero muy intenso que
disfruté muchísimo.
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