Cuando uno nace fuera de su tierra y lejos de las tumbas de sus abuelos y sabe que no tiene ninguna posibilidad de volver a menos que sople el viento de otra dirección, siente una rara sensación y a la vez un profundo desarraigo que le lleva a preguntarse quién es y quiénes serán sus hijos. Hijos de una tierra prestada y de una situación anómala que no ofrece esperanza, ni milagro.
Chej nació en 1989 en el campamento de Smara, lejos del Sáhara Occidental. De pequeño sólo vio dunas, piedras y coches de latas. En su mente no había parques, ni árboles, ni peces. Alguna vez su maestro le dibujó un barco navegando sobre una ola, pero el niño se quedó atónito, no comprendía cómo algo tan pesado y poco ligero podía sostenerse sobre un charco de agua, entonces cogió un papel e hizo un barco y se metió en la jaima y pidió a su madre un cuenco, lo llenó de agua y puso a navegar su velero blanco, pero pasados unos minutos volvió a mirar a su mamá y le preguntó:
- Mamá, mamá, mi velero no va a ninguna dirección, no se mueve, ¿qué hago?.
La madre mirándolo le dijo:
- Hijo, aquí no tiene sentido que tengas barco, lo mejor es un dromedario o un Land Rover, con ellos recorrerás miles de kilómetros.
Chej, enfadado, replicó a su madre:
- Yo siempre soñé con caminar sobre el agua e incluso jugar con ella, no me interesan los dromedarios ni los coches, mi abuelo fue pescador y vivía en su pequeño barco.
La madre, con gesto de preocupación, no encontraba la forma de convencer a su hijo y seguía mirándolo. Chej soplaba y soplaba para llevar a su velero blanco al otro lado del cuenco, el aire que salía de su boca empujaba y empujaba, el suave papel se deslizaba en el agua e iba dejando una pequeña estela hasta llegar al final del recipiente.
Una vez finalizado el viaje del barco de papel, Chej salió corriendo de la jaima y empezó repartiendo abrazos a sus amigos:
- Lo he logrado soy mejor que vosotros, ya no quiero jugar con coches, ni arena, ni neumáticos, ni piedras; ahora jugaré con papel y agua.
A sus amigos los atrapó cierta curiosidad en sus palabras. Pero no le hicieron caso, porque siempre habían jugado con arena; el agua es bien escasa y en los campamentos las madres siempre procuran que sus hijos aprovechen hasta la última gota de cada garrafa.
El sueño y la imaginación de Chej se quedaron paralizados en una estación seca y dura; sin flores, ni árboles, ni pájaros. Sólo unas tristes y duras colinas llenas del polvo que dejan los coches a su paso, son su único paisaje. Mientras su barco de papel navega en un mar de espejismo que se pierde en medio del bochorno que deja el insoportable calor.
Las nuevas generaciones de saharauis siguen persiguiendo las olas de un océano prohibido, donde descansan las tumbas de sus antepasados y los anhelos de sus padres.
El mar azul y húmedo sigue perdido y una barrera humana de odio impide a Chej reencontrase con el barco de su abuelo.
2 comentarios:
Me encanta y ahora mismo lo publico ...un gran abrazo
Un relato precioso, con permiso me gustaria compartirlo en mi blog
un abrazo
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