En el día del libro, 23 de abril de 2010, del blog de Ebnu Sahliya
- ¿Y mis libros, mamá? Dijo después de un extenso saludo.
- ¿Tus libros? ¿Tus libros? Repitió titubeante. Tus libros ya no existen, tus libros han desaparecido para siempre.”
- ¿Qué pasó, madre?
- Shidda, hijo, la gran sequía tiene la culpa de que te hayas quedado sin libros. Espero hijo, que tengas más vida que esas hojas y que toda la sabiduría que encerraban esté sembrada en tu mente y en tu corazón, y además con la cantidad de años que has estudiado, a lo mejor ya es suficiente, ¿no?
Fueron diecisiete años estudiando lejos, en otra tierra, en otro mundo. Más de la mitad de su vida lejos de casa, lejos de la familia, lejos de la tierra.
Y al volver sólo traía una maleta llena de libros. Era lo mejor que se podía traer de la tierra en la que se sembraban libros.
Los suyos eran una colección de lo más representativo de la literatura universal. Iberoamericana, sobre todo.
Él había llegado en verano, a mediados de un mes de julio hirviente y se encontró con que su familia llevaba años en la badía, de nómada por la zona liberada del Sáhara.
Aquel fue un año duro, como la mayoría de los años en el desierto, había llegado arrastrando su maleta de libros y sus hermanos pequeños, al verlo, fueron corriendo a recibirlo y entre todos le ayudaron a llevar la maleta hasta la jaima de su familia.
Después de los abrazos y las lágrimas de alegría, que rompieron el muro de represión de tantos años y libres al fin se secaron sobre los rostros de la espera, los niños pidieron caramelos, pidieron juguetes…
Lo siento, sólo traigo libros, dijo él excusándose.
Estuvo todo ese verano leyendo y releyendo su tesoro hasta que lo llamaron para hacer el servicio militar.
- ¿Pero cómo han desaparecido, mamá? ¿Se quemaron, se los llevó una tormenta?
- Se los dimos a las cabras, dijo la madre, y aunque la idea fue de tu padre, la verdad es que no había otra alternativa.
Cerca de un año esperando abrir la maleta de los libros, soñando con el reencuentro, con una plácida lectura bajo la sombra de una acacia. Y de repente todo había desaparecido.
Nada es para siempre, nada suele parecerse a lo que se sueña. La vida en si es un destino al que no se sabe cómo llegar. Los libros son el sustento de muchos caminos, son la compañía, son el camino, los libros son el destino. Los libros son alimento, los libros son vida.
- No pasa nada mamá, al menos han servido para salvar a las cabras.
- Que Alá nos dé más vida, hijo, de las pobres sólo se ha salvado una. Era la preferida de tu padre y sospecho que le dio los mejores libros, los más gordos - dijo la madre buscando un gesto que tranquiliza, buscando, tal vez, una tierna sonrisa.
De repente su hermano, el más pequeño, irrumpió dentro de la jaima gritando:
- ¡Mamá, mamá, La Canaria ha parido, La Canaria ha tenido dos crías!
- ¿Quién?
- Es la cabra, hijo.
Ebnu
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