Ahora que Haití está inaugurando las portadas de la prensa y los telediarios de todo el planeta, es recomendable leer o releer El reino de este mundo, una novela compleja pero fascinante, escrita en 1949 por el novelista cubano Alejo Carpentier, (novela de carácter modelo de lo Real Maravilloso, hermano del Realismo Mágico encumbrado en Cien Años de Soledad por García Márquez). En esa obra Carpentier mezcla la lucha de clases entre blancos y negros, la tragedia de la esclavitud, (la esclavitud también entre mulatos y negros y entre estos últimos), un retablo dramático de la revolución haitiana, (1791-1804) y el sincretismo lingüístico y religioso del pueblo haitiano, su manera de ver e interpretar el mundo a través de las religiones africanas como el Vudú, el poder de la magia, la hechicería o la metamorfosis del hombre en animales.
La obra tiene una gran vigencia, igual que ahora es un látigo más de sangre, de machetazos, de piedra, hambre, analfabetismo e injusticias. Marcas esculpidas en la piel de este pueblo. Es la noria del tiempo que da vueltas y vueltas y la miseria sigue girando, sigue allí día y noche estación tras otra, año tras otro y otro siglo. Haití nunca ha dejado de sufrir, ni antes ni después de ser un país independiente. Sufrió las plagas del colonialismo más atroz y sufrió a manos de dictadores sanguinarios como Duvalier, conocido por el apodo de Papa Doc. Presidente desde 1964 hasta 1971. Padeció las invasiones americanas y cómo no, los golpes de la naturaleza: la temporada de los huracanes la magullan cada año con inundaciones e incalculables destrozos, lo mismo las epidemias y la corrupción. Y ahora ya sabemos que está abrigada bajo una célula durmiente de terremotos. Haití es sinónimo de olvido.
El mundo parece reaccionar sólo cuando los dramas humanos están al límite. Haití necesita mucha ayuda, pero también existen muchas Haití y hay que ayudarlas (una ayuda continuada, real y efectiva) y cuanto antes mejor, para que no siguen girando otras tantas norias cargadas de penurias que ruedan y ruedan en el Sur y parece que no nos damos cuenta hasta que se derrumban y un día su realidad nos propina una sonora bofetada en el rostro o en el alma.
Ti Noel, el personaje principal de El reino de este mundo reflexiona sobre el destino del hombre: "Padece, espera y trabaja para gentes que nunca conocerá y que a su vez padecerán, esperarán y trabajarán para otros, que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo".
Limam Boisha
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