miércoles, noviembre 11, 2009

CATORCE DE NOVIEMBRE



Sabti I, era el nombre del campamento, que tuvo entonces el honor de recibir a un personaje ilustre, a un señor que estaba destinado a llegar a lo más alto, costase lo que costase. Sus aspiraciones estaban por encima de todo, aunque para lograrlas tuviese que tragar el polvo de la Hamada; sus sueños estaban más allá de la cruda realidad y la penosa situación de aquellos seres a quienes iba a dedicar unas memorables palabras.

Aquellos primeros días de noviembre de 1976 en el internado, que así se llamaba porque no tenía nombre, los maestros hicieron todo lo que estaba en sus manos para que el recibimiento fuera un éxito.

“Nuestras riquezas son nuestras y no deben ser objeto de repartición”
“Ni paz ni estabilidad antes del retorno y la independencia total”
“Con el fusil arrebataremos la libertad”

Estuvimos coreando hasta perder la voz, éstas y otras consignas, mientras nos preparaban para desfilar ante el visitante. Querían que le gritásemos con fuerza todo aquello para que pudiese oír, en su propia lengua, nuestras reivindicaciones.

Y así fue, el 14 de noviembre de 1976 gritamos con rabia y con dolor todas esas frases, que aun sin entenderlas en su profundidad, sabíamos que eran como las armas con las que librábamos un combate.

Cuando los maestros ordenaron silencio y poco a poco se fueron apagando las pequeñas voces, doloridas y cansadas, le brindamos al señor unos presentes que los organizadores del evento tenían preparados. El señor repartió su sonrisa amplia, enseñando su enorme dentadura, apretó las pequeñas manos y agradeció los regalos.

Recuerdo a casi todos aquellos niños que estuvieron ese día. Muchos perdieron la vida, años después, luchando como muchos otros por aquellas palabras, por aquellas frases, por aquellas consignas.

Las mujeres y los niños con los puños en alto repitieron, nuevamente, las consignas y aplaudieron con fuerza cuando el Señor tomó la palabra.

Dijo hermosas, cálidas y comprometidas palabras. Apoyó nuestras reivindicaciones, repitió nuestras frases y prometió ante la historia, que estaría de nuestro lado hasta la victoria final.

Salvo ese discurso, no hubo nada ese día que mereciese ser recordado. Lo demás era la rutina del exilio y la guerra. La gente aplaudió y aclamó, sólo una señora, con síntomas de enajenación mental gritó con rabia y dolor el sentir de todos los saharauis durante esos días.

“Han matado a Luali, que Alá se apiade de ellos” “Han matado a Luali, que Alá les condene al infierno”

Aquella tarde cuando ese señor se afanaba en ordenar y adornar su discurso, los hombres combatían en el frente de batalla a dos ejércitos que se habían repartido y ocupado su territorio.

En el instante en que nos embriagaba la alegría por aquellas palabras, hombres, mujeres y niños morían bajo las bombas de la aviación marroquí. En ese preciso instante hombres, mujeres y niños huían aterrados, eran perseguidos, encarcelados y torturados.
Yo estaba en primera fila atento a aquellas palabras que nos abrazaban y nos daban las alentadoras palmadas en la espalda, y la confianza de que no estábamos solos.

A principios de ese año perdí a mi padre y el dolor que aún permanece, entonces era muy reciente. La tarde del 19 de enero de 1976 la aviación marroquí nos bombardeó en Tifariti, mataron a mi padre e hirieron gravemente a mi abuela, a mi hermana y a mi hermano de cinco años. Yo corrí despavorido, aterrorizado bajo las bombas y aún me dura la fatiga, el cansancio. Mi corazón sigue galopando asustado al más mínimo ruido, al sonido de cualquier explosión, al rugido de los aviones, a los gritos, al llanto de los niños, a la voz desgarrada de los lamentos… y España estaba todavía en el territorio.

A mi alrededor, escuchando aquel discurso, había cientos de personas, cada una con algún dolor personal, tragedia o desgracia, sumados al dolor colectivo, a las dificultades, a las enfermedades y al hambre de los primeros y duros años del exilio.

Éramos la representación de miles de saharauis que continuaban moviéndose hacia la frontera para ponerse a salvo, de los que habían alcanzado el exilio y de los que se quedaron atrapados por la ocupación. Todos, cada cual dentro de su dolor, estábamos esperanzados porque aquel señor había venido para ayudarnos a volver a nuestras casas. Esa tarde, en medio de esa multitud que sufría como yo, las lágrimas silenciosas se deslizaron sobre mis mejillas de piedra. No era la emoción, ni el efecto de las agradables palabras, simplemente fue que recordé a mi padre, como lo habría de recordar el resto de mi vida y tal vez, también, aquella mujer y sus gritos de pesar y de tristeza.

Recuerdo que el Señor se parecía en algo al joven saharaui que traducía al Hasanía sus palabras. El pelo, la tez morena, pero sobre todo en que deseaba lo mismo, quería la paz y la libertad, quería que volviésemos a casa, quería justicia para nuestro pueblo y nos deseaba algo bueno.

“…hasta la victoria final.”

Sin embargo todo era mentira.

Cuando se fue se llevó sus deseos, se llevó sus promesas y también se llevó nuestros sueños. Había viajado miles de kilómetros para engañar a pobres inocentes, a niños y a mujeres.

Han pasado treinta y tres años de aquel discurso y aún no sabemos por qué estaba el Señor Felipe González el 14 de noviembre de 1976 en los campamentos saharauis.

¿Bajó para hacer campaña para futuras elecciones?
¿Buscaba el respaldo de la población española sensible con el tema saharaui?
¿La imagen de Felipe González apoyando al F. POLISARIO y a la población saharaui, podría serle útil para llegar a la presidencia del gobierno español?

Aquellos niños descalzos, aquellas mujeres tristes y desgraciadas, aquellos ancianos perdidos formaban parte de un plan, que sólo una mente diabólica podía concebir. Los estaba utilizando para su carrera política, para su imagen.

El discurso, las promesas, la sonrisa eran lo más falso y abyecto de un personaje que años más tarde se convertía en un héroe y un líder carismático en su país y que sería aclamado como el más grande de sus hijos.

El fin justificaba, maquiavélicamente, todos los medios que fuesen necesarios para hacer realidad sus objetivos. Cuando consiguió lo que buscaba empezó a mudar la piel de la gallardía, enseño sus colmillos y su lengua bífida. Se quitó la noble máscara y quedó al descubierto su verdadero rostro.

“Nuestro partido estará con vosotros hasta la victoria final”
¡Qué mentiroso!

Este 14 de noviembre se cumplen treinta y cuatro años de los acuerdos, que usted Señor González, denunció y “la mayor parte del pueblo español, lo más noble, lo más bueno del pueblo español” sigue denunciando año tras año, sigue denunciando cada día. Pero es evidente que usted no pertenece a lo más noble, ni a lo más bueno del pueblo español.

Los pueblos de España siguen apoyando la causa de sus hermanos saharauis.

Señor González, en nombre de aquellos niños y aquellas mujeres que le aplaudimos las palabras ese día de noviembre, por favor ¡déjenos en paz! No se preocupe por nosotros.

En nombre de aquellos niños, que luego murieron en el frente de batalla creyendo en sus palabras, ¡aléjese de nosotros!

Dedíquese a lo suyo, cuide de sus bonsáis, diseñe nuevas joyas… ocúpese de vivir su vida.

Ebnu

2 comentarios:

Francisco O. Campillo dijo...

Tu relato es realmente estremecedor.
Un abrazo solidario.

JUAN MANUEL ( NAVA) dijo...

A Felipe Gonzalez , lo vi el otro dia en un vídeo diciendo más o menos que el SAHARA era territorio marroquí, sentí vergüenza ajena por lo que ohí,a ese señor solo hay una palabra para calificarlo ! traidor¡yo como esta pagina es de temas poéticos, les mando una que yo hice al niño saharaui que traigo a mi casa todos los años. BRAIH MOHAMED ABDALAHI. Dice así

Mañana vas a llegar
pequeño león musulmán
ya te estamos esperando
ya tienes tu cama preparada
lleva incluida, tu almohada
las sabanas, no están arrugadas
están perfectamente planchadas
ya te encargaras tú
de arrugarlas de madrugada
tu frágil cuerpo no se adapta
eso no existe en EL SAHARA
allí dormís, en manada
todos en una sala
con una simple alfombra
encima de la arena quemada
vuestros cuerpos están acostumbrados
al rigor de la helada
al dolor, del insufrible calor
a la sed
a la gana de comer
y a no poderlo hacer
por estar la despensa
con ausencia de materia
yo te prometo una cosa
mientras estés en mi casa
no te faltará de nada
aunque para eso
tenga que vender
¡!hasta mi almohada¡¡


D ABDALAIH. Dice así