Aquella jaima de color negro, levantada con dos troncos suaves y redondos me hacía recordar lo que más adoraba mi abuela: las esteras, los cojines y los cuencos en los que servía leche recién ordeñada de camella; con esa leche, el té verde y los dátiles agasajaba a los invitados que venían desde muy lejos siguiendo el rastro del pasto y la lluvia.
Interminables conversaciones tenía mi abuelo con los invitados bajo la luz de la luna y sobre una enorme alfombra frente a la jaima: empezaban a hablar sobre las tormentas de arena, sobre los pozos de agua, sobre los dromedarios y la lluvia.
En una ocasión recuerdo que mi abuelo empezó a narrar la historia de un gazzi[1] que había arrebatado a la fuerza cerca de cien dromedarios y huyó en dirección sur hacia el pequeño oasis de Atar. Querían escapar con todo el ganado y dejar a todas aquellas familias con algunos corderos y cabras, pero los hombres más jóvenes del frig[2] de los Mojtar se organizaron inmediatamente y emprendieron una rápida persecución siguiendo las huellas de ese temible gazzi que iba bien armado y organizado. Sabían donde estaban las montañas para refugiarse y los pozos de agua para aprovisionarse; pero había un factor con el que no contaban y eran las terribles tormentas de arena de otoño que te podían dejar aislado durante varias semanas. En esas condiciones climáticas nadie podía guiarse ni siquiera moverse y lo único que se podía hacer en esos días era quedarse quieto, encomendarse al destino y esperar. Los cien camellos usurpados no esperaron y de noche y en medio de la tormenta emprendieron el viaje de vuelta hacia su tierra sin que nadie se diese cuenta; pareceía que aquellos animales se sentían presos y querían volver hacia su zona de pasto con su manada.
Después de cinco días cesó el vendaval de arena pero no había ni un solo dromedario, los únicos dromedarios que quedaron son los que vinieron con ellos el primer día desde Atar, pero el resto de los animales desapareció con el viento; el líder del gazzi enfadado dijo:
– ¿Cómo es posible que no atáramos a los camellos de mayor experiencia? Son los primeros en levantarse, ese ha sido nuestro error; debimos atarlos porque estos animales siempre vuelven, conocen el color de la tierra, el tipo de vegetación e incluso saben de qué dirección sopla el viento, ese ha sido nuestro error.
Ninguno de aquellos hombres contestó, cada uno tenía la cara bien cubierta con su turbante y sentían una enorme rabia porque habían recorrido más de quinientos kilómetros y el propio desierto les arrebató el botín, ni siquiera fueron atacados en su huida.
Los cien dromedarios se cruzaron con sus dueños a la mitad del camino, los guerreros del frig de los Mojtar se quedaron sorprendidos cuando vieron que no faltaba ni un solo camello, uno de ellos desbordado de alegría exclamó:
– Nuestra tierra se ha vengado de ellos, lo que injustamente nos quitaron, la propia naturaleza del desierto se los ha arrebatado, nuestros dromedarios entienden la verdadera fuerza del espejismo y ellos solos han vuelto persiguiendo el refugio de nuestras jaimas.
Mientras el poderoso gazzi derrotado por la sabiduría de los dromedarios y las inclemencias del tiempo volvió a su tierra llena de dátiles y agua, pero con las manos vacías y el único recuerdo que quedó en sus mentes fue que la fuerza de los poderosos puede también ser derrotada por la fuerza implacable del siroco.
Terminada la historia mi abuelo y sus invitados se quedaron asombrados de la fidelidad de los camellos y sus instintos en valerse de la propia naturaleza para derrotar su incierto destino.
Ali Salem Iselmu
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[1] Piratería, en especial de ganado, que se hacía entre diferentes tribus rivales. Causada normalmente por desentendimientos o pleitos entre tribus
[2] Conjunto de jaimas beduinas acampadas en la badia, la zona de pastos donde se nomadea con el ganado
1 comentario:
la madre naturaleza es a veces muy dura, pero, en esta ocasión, fue además portadora de justicia y equilibrio
preciosa historia, un saludo
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