jueves, octubre 12, 2006

Recuerdos

Del número de otoño de la revista Ariadna R-C

Al maestro le bastaba con atravesar la puerta hacia dentro, para que un silencio de sarcófago se apoderase de la clase. Un silencio denso, que afianzaba su indiscutible protagonismo, e incrementaba el miedo, que tan solo su presencia provocaba.

Entraba con aire marcial, haciendo sonar sus tacones sobre el suelo de cemento. Recuerdo su constante ir y venir por el aula, se paseaba lentamente como si desfilaba. Se tardaba casi un minuto en recorrer el aula de punta a cabo, desde la pizarra hasta el mapa de España, incluyendo sus territorios de ultramar, colgado en la pared opuesta.

Recuerdo la primera vez que nos enseñó el mapa del Sáhara.

Lo recuerdo perfectamente porque, quizá fuese aquella la primera vez, que volvía la cabeza sin el temor de ser castigado.

“Esta es la provincia del Sáhara” dijo cuando todos nos volvimos “Yo vengo de aquí” continuó, mientras señalaba con una enorme regla de madera un punto del Levante español.
Ese día lo recuerdo, con mucha emoción, porque me liberó de un miedo que nació conmigo. Me enteré con suma satisfacción, que la tierra no terminaba en el horizonte, y que el mundo no se limitaba a la inmensidad del desierto; y que más allá del horizonte, no había ningún riesgo de precipitarse al vacío.

Me invadió un urgente deseo de llegar hasta el mismo horizonte y comprobarlo.
¿Cómo iba a saber yo, que en pocos años pasaría casi la mitad de mi vida al otro lado de mi mundo, y que iba a descubrir que el horizonte o los horizontes, por muy presentes que estén en todas partes, no son más que meros espejismos?

De vez en cuando evoco esos lejanos mundos de mi vida, intentando cada vez encontrarme con un recuerdo extraviado. Es la paradoja de recordar el olvido. Recuperar o rescatar, aunque sea un mínimo detalle de lo que un día ocurrió o dejó de ocurrir. Cuando se logra vislumbrar ese detalle, comienza la aventura de resucitar paso a paso una realidad, que no por añeja deja de ser verosímil. Es como restaurar la historia.

Nos convertimos en rastreadores, como los expertos nómadas deyara , del Tiris, o los baqueanos de la Pampa. Resueltos a encontrar e identificar la más intrincada de las huellas, que el viento va borrando. Sólo ellos saben encontrar los caminos que llevan a la meta definitiva.
Rastros que seguimos, sin saberlo, guiados por un simple instinto, un olor, un ruido, o una inexplicable sensación que brota de pronto, como si alguna extraña fuerza o razón suprema nos incitara a buscar entre los recovecos de nuestra memoria.

Comenzamos la pesquisa al interior del olvido, oteando desde las atalayas desperdigadas por la geografía de la memoria. Posando la mirada del recuerdo sobre la oscuridad pretérita de las entrañas del pasado. Mientras nos empeñamos en la búsqueda de un destello que nos indique el lugar exacto de un callado ruido, un marchito aroma, o un leve dolor gastado.

Lo intentamos una y otra vez hasta cansarnos.

De pronto, un día o una noche, a cualquier hora se ilumina el horizonte y a lo lejos un recuerdo rompe el cascarón del tiempo y emerge como un retoño.

Lentamente comienza a crecer y crecer, haciéndose gigante, vivaz e inexorablemente cruza la inmensa frontera del olvido.

El recuerdo más reciente que he rescatado, tiene casi mi misma edad y el tierno aroma de la melhfa de mi madre.

Mohamed Salem Abdelfatah (Ebnu). Nació en Amgala, Sahara Occidental, en 1968. Es licenciado en Lengua española y Literatura por el Instituto Superior Pedagógico de Pinar del Río, Cuba. Actualmente vive en España y ha participado en las antologías de poesía saharaui contemporánea “Añoranza” (Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui de las Islas Baleares, 2002), “Bubisher” (Editorial Puentepalo. Las Palmas de Gran Canaria, 2003) y “Aaiun, gritando lo que se siente” (Universidad Autónoma de Madrid, 2006). La Universidad de Las Palmas de Gran Canaria publicó su poemario “Voz de fuego” en 2003. Es miembro fundador de la "Generación de la Amistad saharaui".