Gary Benavides es el segundo por la derecha |
Por: Bahia M.H Awah |
Hay quienes con humildad pasan por nuestra
vida y dejan profundas huellas; y hay quienes pasan y como si nunca se hubieran
cruzado en nuestro camino. En homenaje al Casco Azul de la ONU, el Coronel
uruguayo Gary Benavides.
Corría el año 1991 cuando Naciones Unidas
mandó al Sahara Occidental su primer contingente de Cascos Azules, bajo las
siglas de la MINURSO, Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara
Occidental. El contingente arribó a los territorios liberados tras el cese el
fuego firmado entre el Frente Polisario y Marruecos el 6 de septiembre de 1991.
Era la primera etapa del plan de paz estipulado para la posterior celebración
del referéndum de autodeterminación auspiciado por el Consejo de Seguridad de
la ONU. Este acto de celebración del cese el fuego lo describí con detalle en
el capítulo V de mi libro “El sueño de volver”.
Este preámbulo en el conflicto, como paso
hacia la recuperación de las aspiraciones de los saharauis, significó en aquel
entonces la esperanza para muchos sueños que habían sido quebrados por la
prolongación de la ocupación marroquí. Fue la primera vez en la historia que
los saharauis vieron en su territorio a cascos azules de la ONU velar por un
acuerdo de cese el fuego, después de dieciséis años de destructiva guerra, que
transcurrió silenciada por la política de Occidente, considerándola “guerra de
baja intensidad”, y por Marruecos, que ocultaba su letal hemorragia a sus
súbditos.
A raíz del inicio del plan de paz que
comenzaba en el Sahara Occidental conocí al entonces capitán Gary Benavides,
casco azul de la ONU, natural de la República Oriental de Uruguay. Nos
encontramos a principios de los años noventa cuando el oficial uruguayo, de
físico alto, corpulento, de presencia imponente, dirigía uno de los primeros
Team Site de la MINURSO, en la localidad saharaui liberada de Tifariti. Formaba
parte de un contingente de varias nacionalidades; tengo en la memoria la
arrogancia de los oficiales franceses, que transpiraban viejos olores de
tiempos coloniales del “de gaullismo”.
Desde el primer momento conecté con el
oficial uruguayo por su carácter humilde y cercano. Nuestro encuentro lo
posibilitó el idioma castellano que tenemos en común en el Sahara Occidental y
Uruguay; quizá también por la historia del dominio colonial que saharauis y
uruguayos habían heredado del mismo malquistado colonizador.
La conexión humana que nos unió a los
saharauis con Gary también se debió a saber entender cuándo otra persona
necesita que le miremos a los ojos, le escuchemos y sintamos su dolor como
nuestro. A lo que se unió el tema de la descolonización del Sahara Occidental.
Gary me contó que cuando le destinaron para aquella misión, poco sabía del
territorio y tuvo que pasar por un periodo de formación a cargo de funcionarios
de las Naciones Unidas sobre la naturaleza de un problema persistente en la
última colonia africana, junto con la búsqueda personal de información sobre el
conflicto. Al llegar al territorio tenía claro adónde iba y con quién iba
estar. Nada más aterrizar en Tifariti comenzó su trabajo de velar por el
acuerdo del cese el fuego entre los ejércitos saharaui y marroquí. Gary quedó impresionado
por la realidad sobre el terreno: la fuerza de convicción de los saharauis en
sus principios de lucha y la plena razón con que se expresaban ante los cascos
azules de Naciones Unidas, cuando el cometido del contingente está limitado
exclusivamente a la observación del cese el fuego entre las dos partes.
En aquellos años noventa en Tifariti, tras
habernos conocido muy bien el uno al otro y haber compartido muchas charlas y
reflexiones sobre múltiples temas de interés general y sobre todo el proceso
del Sahara Occidental, nuestra relación se fue afianzando más de lo que yo
esperaba de un pasajero casco azul en misión. El contingente que dirigía en
Tifariti era de varias nacionalidades y casi todas desde un posicionamiento
personal mostraban simpatía hacia la causa saharaui, a excepción de los
franceses. Gary era un oficial culto y autodidacta fuera de su disciplina y
formación militar, faceta que le permitía desenvolverse en muchos temas.
En alguna ocasión en que hablamos sobre la
dimensión humana de las personas, me preguntó si encontraba algo anormal en el
comportamiento de los oficiales franceses hacia los saharauis. Y recuerdo que
mi respuesta le hizo mucha gracia:
– Gary, estos oficiales franceses son
piojos del régimen marroquí y siendo su país parte opaca del conflicto no
deberían estar en el contingente de la MINURSO.
Gary, prudente en su trato con los demás,
guardó silencio ante mi respuesta evitando cualquier tipo de comentario.
En nuestro recorrido por la zona una vez
visitamos una familia nómada saharaui, que nos invitó a compartir el
tradicional té saharaui que se ofrece al huésped como preámbulo de bienvenida.
Al concluir el té y tras una extendida y amigable charla, cuando nos dispusimos
a marcharnos la familia nos trajo un corderito y nos dijo que era un regalo
para Gary. Él, perplejo ante la situación, dijo que no lo podía aceptar. Le
expliqué que no debía rechazarlo porque era un gesto que los saharauis reservan
para quien admiran o han oído hablar bien de su trayectoria. Gary agradeció el
gesto a la familia y le llegó profundamente al corazón tal consideración; así
que llevamos el corderito con nosotros al team site. Le dimos el nombre de
“Lpi”, en inglés lamb of peace”. Viendo que no podíamos estar pendientes de él
le propuse a Gary que lo dejáramos libre con un ganado propiedad estatal
saharaui para que fuera creciendo dentro del rebaño y así lo aceptó. Creo que
estos pequeños hechos desbordantes de humanidad son los retazos biográficos que
constituyen la esencia para recordar a un amigo.
Hubo muchos cascos azules de varios países
de Latinoamérica en la MINURSO con los que los saharauis tuvimos una especial
sintonía de amistad y de cercanía por la lengua y por lo que éstos sentían
sobre el proceso de descolonización del territorio. Muchos de ellos recuerdo
que sufrieron represalias cuando iban de permiso al otro lado del muro que
divide el territorio y ocupa Marruecos, en especial en la ciudad saharaui de El
Aaiun y en el sur marroquí. Cuando regresaban de su permiso llegaban con moratones
en los ojos por agresiones de los agentes marroquíes que les seguían vestidos
de paisano y en muchas ocasiones les robaban, por el simple hecho de pertenecer
al mundo hispano que simpatiza con el pueblo saharaui. En cambio, los oficiales
franceses eran bienvenidos entre los marroquíes y pasaban sus vacaciones entre
agasajos y lujosas casas de altos cargos militares marroquíes, pachás y
autoridades del régimen en la ciudad ocupada saharaui de El Aaiun y en el sur
marroquí. Todo esto me lleva a recordar las palabras de Ramón y Cajal cuando
dijo: “¿No tienes enemigos? ¿Es que jamás dijiste la verdad o jamás amaste la
justicia?”.
En muchas ocasiones hablábamos de aquellos
convulsos años de América Latina y África y Gary me situaba en muchas
interesantes historias que yo desconocía del continente latinoamericano. La
amistad que tuvimos con ese coronel uruguayo era de esas que surgen por una
razón que inevitablemente tenía que darse. En muchas ocasiones me decía:
– Admiro cómo los saharauis habláis el
español.
Y en mis respuestas, que surgían entre
bromas de amigos en las que a veces se mezclaba el surrealismo y la realidad,
le decía:
– Gary, la metrópoli nos enseñó como a
vosotros que esta lengua “fija, limpia y da esplendor” y la razón que los
saharauis le encontramos es porque nos une a vosotros, los hermanos
latinoamericanos, y a todos nos aleja de la francofonía y su política en la
región, con la que Marruecos intenta engullir un factor más de nuestra
identidad.
Cuántas veces recuerdo que me decía,
partiendo de su doctrina onusina de predicar siempre la paz:
– Acuérdate amigo Bahia que vuestra
generación tiene una comprometida misión por la paz y la libertad.
Y yo le decía a veces con cierta ironía que
Marruecos no nos dejaba esa opción “paz por libertad” que soñamos y por la que
pagamos un alto precio. Algo aprendí al respecto leyendo la biografía del
mítico escritor franco argelino Franz Fanon, cuando decía: “Cada generación,
dentro de una relativa opacidad, tiene que descubrir su misión, cumplirla o
traicionarla”. Guardo muchos recuerdos de ese oficial que consagró su vida por
hacer velar los principios que nuestra humanidad intenta predicar, a pesar de
los fracasos en su carta magna y en muchas partes de nuestro planeta.
A partir de finales de los años noventa no
tuve más información sobre el que llegó a ser mi gran amigo; hasta que no hace
mucho aproveché el paso por Madrid de Emiliano Gómez, histórico amigo del
pueblo saharaui y fundador de la Asociación de Amigos de la República Saharaui
en Uruguay. A Emiliano le hablé del oficial Gary Benavides y le pedí que
hiciera lo posible por localizarle en Montevideo, lo que a todos nos haría
recuperar a un gran amigo de la causa. Emiliano me prometió que haría todo lo
posible para encontrarlo. Pasado un tiempo recibí un breve email en el que
Emiliano me decía que había podido localizar a la familia de Gary; me
comunicaba la triste noticia de que mi amigo había fallecido dos meses atrás.
Sentí profundamente la incalculable pérdida y escribí a su hermano Robert y a
su viuda Graciela, con los que Emiliano me puso en contacto, para trasmitirles
mis condolencias.
Gary Benavides nació el 8 de enero de 1956
en la singular y pintoresca ciudad de Rivera, situada al norte de Uruguay y que
limita con su gemela de alma ciudad brasileña Santana do Livramento. Dos
límites entre los que se había criado Gary, según me comentó su viuda, a los
que se conoce como “la frontera de la Paz” por la convivencia en armonía de los
habitantes de ambas ciudades.
Gary Benavides a los dieciocho años se
trasladó desde esa frontera de la paz a la capital de Uruguay, Montevideo, para
comenzar su carrera militar. Sus primeros trabajos le llevaron a la Antártida.
En 1992 pasaba a formar parte de los cascos azules en Camboya; entre 1995 y
2003 fue el periodo en el que estuvo destinado en los cascos azules de la
MINURSO en el Sahara Occidental, pasando posteriormente por la República del
Congo y Haití, lugares donde también había dejado muchos amigos. Así me lo confesaba en un
email su viuda Graciela Sanchez, en estos términos: “te puedo asegurar que
tiene amigos en todas partes en las que le tocó vivir. Tú fuiste su amigo y
sabes de qué te estoy hablando”.
La naturaleza de la amistad que guardo de
este casco azul uruguayo me traslada a mis años de bachillerato en Argelia.
Recuerdo haber visto entonces ‘La batalla de Argel’, una película filmada en
blanco y negro que plasma los orígenes, el estallido y el fin de la guerra de
liberación de Argelia y el brutal dominio colonial francés en la ciudad de
Argel, durante el periodo que transcurre entre 1954 y 1957; un guion
cinematográfico del director italiano Gillo Pontecorvo, que finalizaba la
película con un rápido salto temporal que conducía hasta el momento de la
independencia de Argelia en 1962. En mi memoria imborrable aún está presente
una secuencia del final de la película, como los momentos que te quedan de un
amigo que se ha ido. Un clandestino revolucionario argelino, al saber de la
derrota francesa, se trasladaba a un cementerio en el que habían enterrado a
muchos compatriotas durante la guerra; en mitad del camposanto, con voz
eufórica, quebrada por el dolor y la alegría, se dirigía a toda voz a los
cientos de mártires que ahí descansaban, para decirles: “¡Compatriotas,
compatriotas, levantaros, levantaros que ha llegado la libertad!”.
Hacía ya más de tres décadas que yo había
visto por primera vez aquella escena de la ‘La batalla de Argel’ en la que
aquel revolucionario anticolonial arengaba y pedía a los muertos que se
levantaran para ver la libertad. Al enterarme de que el Coronel Gary nos había
dejado y descansaba en paz, recordé sus consejos: “soldados de la paz y la
libertad”, y mi espontánea respuesta de que “no nos dejaron paz por libertad”.
Volví a revivir casi la misma secuencia,
pero esta vez la imagen era real y se repetía en Túnez, durante el estallido de
la revolución de los Jazmines contra la dictadura de Zine El Abidine Ben Ali.
Un hombre se veía en plena calle enfrentado con los últimos reductos del
régimen tunecino; con voz fuerte, ronca y desolada, gritaba a todo pulmón a sus
compatriotas: “¡Oh tunecinos, que habéis sufrido las torturas! ¡Oh tunecinos, que
habéis sufrido las cárceles”, ¡Oh tunecinos, que habéis sido humillados y
marginados! ¡Levantaros por vuestra
libertad! ¡Levantaros por vuestra libertad!” Con esta imagen el director de
cine español Alvaro Longoria y el afamado actor Javier Bardem introducían su
película ‘Hijos de las nubes, el Sahara la última colonia’, aquel país donde
estuvo destinado el coronel Gary y del que siguió su proceso de
descolonización.
Hay quienes con humildad pasan por nuestra
vida y dejan profundas huellas; y hay quienes pasan como si nunca se hubieran
cruzado en nuestro camino. Gary Benavides pasó por mi vida y entre nosotros
quedó la amistad; el aprecio por un peculiar hombre convertido en hermano que
nunca estuvo indiferente ante nuestro proceso de descolonización, como no lo
estuvo su jefe de aquellos años, el exembajador estadounidense Frank Rudy, u
otros altos funcionarios de la ONU, como el exresponsable de la MINURSO el
italiano Francesco Bastagli y tantos otros amigos que conocimos gracias a su
paso por nuestra patria saharaui. Todos ellos estarán siempre en nuestro
corazón.
Turbante azul
Mi verso hasaní, querido amigo,
y mi gaf
castellano
es alma que te vela
y surca tus caminos
de ida y vuelta,
sendero de paz.
Desde el cielo de Tifariti
al pozo Agua Dulce de Birlehlu,
o a los verdes campos de tu Rivera.
Hijo predilecto de Tifariti,
peregrino Turbante Azul,
Casco Azul de amistad,
uruguayo nacido en Rivera,
hijo de pintorescas
fronteras de paz.
Selvas y desiertos,
en los cerros de Tifariti
te respiran
como en los llanos de Rivera
y desde iglesias, campanas por tu alma
repican en Santana do Livramento.
Querido Gary, los saharauis cuando se nos
va un amigo decimos “Dios nos lo ha traído y Dios nos lo ha llevado”. En paz tu
alma, que siempre ha velado por la paz, descansará eternamente entre nosotros.
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