Por: Larosi Haidar.
Tras el primer año de negrura y terror,
inyectados despiadadamente en toda alma saharaui a fuerza de violaciones,
torturas y asesinatos masivos que las hordas alauitas cometían sin miramientos,
parecía que se hizo un poco la luz. Engañosa, muy engañosa, pero al fin y al
cabo era una luz. Lucecita. Se podía salir a la calle. Los niños podíamos jugar
fuera de casa. Fui al cuarto de los trastos en busca de una pelota. Unas
cuantas cajas, el armario..., y hete con lo que me topo: unas aletas. Las tomo,
acaricio su suave azabache y me sumerjo aleteando en su memoria, pues no eran
unas aletas cualesquiera, eran Las aletas. Sus aletas. Las aletas que él
utilizaba en su entrenamiento de preparación para ser buceador con la Empresa,
años atrás, antes de que España tomara las de Villadiego y llamara a esta
acción de abandono Operación Golondrina. Nombre muy pertinente desde el punto
de vista de la rapidez del abandono pero que, desde el punto de vista de su
espíritu, debió llamarse más bien Operación Gallina.
Afortunadamente, las aletas seguían en
perfecto estado y más o menos sujetaban mis pies. No como antes, cuando él
estaba, que me parecían del tamaño de una tabla de surf. Recuerdo su sonrisa
cómplice y su broma:
– Come algo, espera unos minutos para que
te haga crecer, y verás cómo te quedan bien.
Así era él. A veces, cuando estaban con él
sus amigos pasando el rato y contándose anécdotas, nosotros, los pequeños, nos
acercábamos para escuchar boquiabiertos y con los ojos como boliches. No le
importaba que estuviéramos, aunque, eso sí, había que respetar las normas de la
hashma, que es ese pudor, respeto y discreción que todo saharaui debe guardar,
especialmente en presencia de individuos de diferentes edades. Así que cuando
él quería tocar un tema que no nos incumbía a los menores, nos decía con su sonrisa
perenne:
– Venga niños, salid, practicad la hashma
durante un minuto y luego podéis volver.
Así era él. Incluso recuerdo que tocaba la
guitarra, canturreando Déjame en paz, niña, déjame del famoso cantante local de
entonces, Nayem. Pero sobre todo recuerdo su felicidad y alegría cuando se
casó. Fue durante las vacaciones de Semana Santa. En un día soleado y apacible,
partimos todos del Aaiún, con el coche dando brincos por la destartalada
carretera de Daora, para llegar al lugar de la esperada celebración: Tantán,
localidad sobria y orgullosa que encabeza la entrada al desierto; ciudad
saharaui amputada injustamente y entregada maniatada e indefensa al vecino
Marruecos como pago por traicionar a los saharauis. Y en Tantán todos
disfrutamos de la hospitalidad y el cariño de los tantaníes. Él estaba
radiante. De hecho, ese fue su último recuerdo, la última imagen suya que tengo
grabada en la memoria: envuelto con majestuosidad en una darraa celeste
estrepitosa y repartiendo generosamente sonrisas de índigo y Rêve d'or. Luego,
se fue, se nos fue al sur, se unió a las filas de los zuwar que luchaban por la
liberación de la patria. Corría el año 1974.
Además de las aletas, también hallé las
gafas, aunque nunca me gustaron porque me sentía incómodo poniéndomelas.
Incluso me inventé un adjetivo para ellas solitas. Decía que no me gustaban
porque eran escafandrosas. Supongo que su parecido con una escafandra debió ser
escandaloso. En todo caso, las respeté y cuidé con cariño hasta el último día,
cuando desaparecieron junto a todas las pertenencias de la familia. Un coronel
del ejército de ocupación marroquí aprovechó nuestra ausencia vacacional para
convertir en botín de guerra todo lo que había en nuestra casa. Un destacamento
de soldados alauitas se encargaría de la faena mediante la ayuda de un camión
militar GMC. Se lo llevaron todo. No se salvaron ni las gafas escafandrosas.
Y también recuerdo aquel día fatídico. Lo
recuerdo como si fuese ayer mismo. La televisión marroquí no se cansaba de
repetir las imágenes una y otra vez. Al parecer, había tenido lugar en
Mauritania una importante batalla entre el Ejército mauritano y el Ejército de
Liberación saharaui. Las imágenes mostraban a supuestos combatientes saharauis
hechos prisioneros, además de cadáveres y material bélico incautado. Entre los
caídos, se citaba al líder saharaui Luali Mustafa Sayed. En un primer momento,
no supe qué decir ni qué creer ante las imágenes emitidas, sin embargo, pocos
segundos después me quedé sin respiración. Era verdad, son saharauis. Había
reconocido, entre los presos expuestos ante la cámara, al esposo de mi prima
hermana Lamina.
Años más tarde, se me desgarraría el
corazón al saber que entre los caídos ese día en combate se encontraba él. Él
también había muerto luchando por la libertad. Había entregado lo más valioso,
la vida, para que su patria fuera libre; para que todos fuéramos libres. Él,
como muchos jóvenes de su generación, se sacrificó en el nombre de la libertad
y se convirtió en mártir. Podría tener el nombre de cualquiera, pues fueron
muchos los que siguieron la senda de la abnegación y el martirio. Su nombre era
Babahmed Buchar Haidar, más conocido como shahid Harma, el mártir Harma. Era mi
hermano mayor. Cuando murió, el miércoles nueve de junio de 1976, tenía veintitrés
años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario