Por: Mohamed Salem Abdelfatah Ebnu. Ilustración
de Roberto Maján
Aquella mañana, todo estaba en calma, el cielo
limpio, la arena intacta, las piedras relucientes, los árboles y arbustos
verdes y olorosos, era como si el mundo acabase de nacer. No había huellas, ni
señales, solo un paisaje inexplorado, desconocido.
La tormenta de arena, errih[1], había
borrado todas las huellas, no dejó rastro alguno sobre la tierra.
Si se pronuncia su nombre, decía mi abuela,
hay que poner los dedos en el suelo, mirar hacia el cielo y rogarle a Dios que
la aleje y la mande por otros senderos. Ella, decía, es una creación maléfica,
oscura, pertenece a los innombrables, a los dueños de las tinieblas y el tormento.
Pero es nuestro sino, es nuestra vida:
hermosamente dura.
Inexplicable belleza que un día aparece
radiante y otro, de repente, se esfuma.
Es nuestra vida, donde se juntan dos
ingredientes que los seres humanos necesitan para sobrevivir, amor y paciencia.
Si no puedes amar la aridez yerma de la inmensidad de un espejismo, ni no
tienes paciencia para esperar que llegue la sombra o que amaine la tormenta,
entonces éste no es tu mundo.
La arena forma parte del ser, de la piel, está
en los ojos, en el pelo, en el pan de cada día. Somos también de arena, porque
corre por nuestras venas, anida en nuestros pulmones y cicatriza nuestras
heridas y además, de algún modo, un poco también, somos tormenta.
Las huellas del deyar[2] y de su
camello eran el único signo de que había alguien sobre la faz de la tierra.
Se encaminaron hacia la montaña, que a lo
lejos, oteaba los cuatro puntos cardenales. La mañana era fresca y luminosa y
la montaña se alzaba sobre el horizonte, como si estuviese suspendida en el aire,
flotando sobre una alfombra de plata.
A mediodía estaban a los pies de la montaña y
sin bajarse del camello el deyar preguntó:
Por Alá !Oh, Turarin[3]! Decidme
si sabes de unas camellas ashar[4]
que hace, tal vez, uno o dos días ante
tu indeleble mirada tuvieron que pasar.
Y la montaña respondió:
¡Oh, deyar! Por favor, detente,
acércate y pregúnteme por lajbar[5]
Pero te juro por el Señor que bajo
este cielo me construyó de piedra,
que no he oído nada sobre tus
extraviadas camellas ¡Oh, deyar!
El dromedario es un símbolo de libertad, es el
dueño de la inmensidad, señor de la distancia; por eso, a veces, se aparta,
quién sabe buscando qué caminos, persiguiendo qué aromas, siguiendo qué
rastros. Debe ser que el instinto aconseja, que el sentido ordena: moverse,
caminar, ir en busca del horizonte…aunque la tormenta de arena muchas veces
tiene la culpa, porque confunde, aleja, desorienta.
Cuando “se pierde” un camello y no es posible
dar con sus rastro, ni tener noticias de su paradero, el dueño lo espera en el
pozo, donde acostumbra beber. Cuando aprieta el calor y el dromedario necesita
agua, vuelve siempre al pozo, al abrevadero donde aplacó su última sed.
Pero no siempre se puede esperar a que el
camello regrese, no siempre el dromedario encuentra a su deyar, y más,
cuando se trata de camellas preñadas. Es, entonces, cuando el deyar
comienza su labor de búsqueda, de investigación, haciendo un exhaustivo
análisis de las señales que se manifiestan entre el cielo y la tierra, un
indicio, una huella que lo lleve al objetivo, aunque sólo sea una osamenta. Una
rama de acacia quebrada, una retahíla de bosta, o el graznido de un cuervo en
la lejanía, aunque sólo lleve al esqueleto de un dromedario vencido por la
sequía.
La montaña no tenía las respuestas que buscaba.
Sin embargo, el deyar, se quedó toda la tarde a su lado, mirando la
soledad, buscando los signos de un pasado que siempre se restablece, se repite;
una marca en la memoria que nunca desaparece.
El deyar recuerda su primera ausencia,
sus primeros pasos, sus alegrías y sus derrotas. Siempre vuelve la mirada hacia
un pasado sin edad, cuando partió por primera vez siguiendo el rastro de un
dromedario, porque su destino es un continuo viaje entre el principio y el
final.
Se despidió y se fue a preguntar a otras
montañas, a los pozos, a los cauces de ríos secos y las viajeras dunas por sus
camellas ashar.
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1 Errih: tormenta de arena.
2 Deyar: buscador de camellos
3 Turarin: conocida montaña del Sahara
Occidental.
4 Ashar: nombre que reciben las camellas
durante los cuatro primeros meses de gestación.
5 Lajbar: noticias, información.
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