Por: Bachir Ahmed Aomar. Ilustración de
Roberto Maján
Esta entrada ha sido escrita por, miembro
de la Generación de la Amistad Saharaui y director del programa Sahara desde
Canarias en la emisora de radio Guiniguada.
La verdadera historia de los pueblos se
construye en base a cosas pequeñas. Siempre, los vencedores se apoderan y
acomodan a sus intereses lo que realmente ocurre en los diferentes lugares del
mundo, parece que tergiversar sea uno de sus principios básicos. De alguna
manera, la única forma que tenemos “los nadie”, como diría Galeano, de contar
nuestra historia, es dejar constancia de ella, relatarla tal y como realmente
ocurrió, pensar que en el futuro nuestros hijos puedan utilizarla para
reivindicarse ante la farsa de los poderosos. El pueblo saharaui, pequeño e
indefenso ante múltiples intereses, solo en su larga lucha por reivindicaciones
totalmente legítimas, es un ejemplo real del ocultamiento de su verdadera
historia. Nos corresponde a los saharauis contar los hechos de los que hemos
sido testigos para dejar constancia de nuestra verdadera historia. No dejar que
sean otros los que la construyan basándose en hechos falsos o buscando un
interés concreto, que no es el de los propios saharauis, como vemos en posturas
engañosas desde la perspectiva histórica del invasor de nuestro país (Marruecos).
Después de casi cuarenta años, sorprende
ver la imposición de ciertas tesis, con las que se pretende demostrar la
marroquinidad del Sahara Occidental, tanto por parte de Marruecos, como de
ciertos países que lo apoyan. Desde el comienzo del conflicto, es permanente la
agresión marroquí contra el pueblo saharaui. Diferentes hechos demuestran que
no es gratuita la violación sistemática de los derechos de los ciudadanos
saharauis, no solo ahora, también lo ha sido en el pasado, desde el mismo comienzo
de la ocupación. Casi se puede afirmar que el Acuerdo Tripartito de Madrid dio
manos libres a Marruecos para sentirse totalmente respaldado en su política de
agresión contra el indefenso pueblo saharaui, ya que, aunque teóricamente los
administradores del territorio eran los tres firmantes del documento, el que se
esforzaba por controlarlo y ejercer con fuerza su dominio, era Marruecos.
España responsable máximo de la seguridad de los españoles saharauis, siguiendo
las directrices de lo firmado en Madrid el día 14 de noviembre de 1975, envió
sus tropas fuera del territorio mientras sus representantes en la
administración tripartita cerraban los ojos ante las arbitrariedades del
ejército marroquí.
Los dos últimos meses del año 1975, fueron
terribles para la población saharaui, que sintiéndose abandonada por el estado
español, buscaba la ocasión para salir de las ciudades que ya habían sido
ocupadas por las tropas invasoras. La situación se tornó difícil para unas
personas que apenas conocían el desierto y que solo deseaban sentirse seguras
lejos de los ejércitos extranjeros. La huída hacia el desconocido desierto, se
convirtió en meta de los que abandonaban las ciudades.
Abdelfatah, un verdadero beduino, obligado
a trasladarse a la ciudad buscando el sustento de su familia, obrero de la
construcción, trabajador en la empresa Cubiertas y Tejados, también había
optado por unirse a sus compatriotas que huían hacia el este. Seguiría la
estela de todos los que desde Amgala tomaban la dirección de Mahbes, centro
administrativo establecido como punto de llegada, junto a la frontera argelina.
Le preocupaba la seguridad de sus seis hijos, la mayoría de corta edad. En ese
deambular, llegó a Tifariti donde se había establecido un campamento que
recogía a todos los llegados.
El sábado, 19 de enero de 1976, amaneció
luminoso y frío, como casi todos los días de invierno en el desierto. En el
campamento, había una actividad frenética. Las mujeres se esmeraban en recoger
leña para encender fuego y buscar agua para preparar algo de comida con las
escasas provisiones que quedaban. Los niños correteaban por entre las jaimas,
la mayoría de ellas, simples harapos de colores diversos. La camaradería y
solidaridad hacían olvidar las penurias por las que habían pasado aquellas
personas, casi todos tenían alguna historia triste que contar sobre su presente
inmediato. Si sentían miedo, no se reflejaba en sus semblantes, al contrario,
sus sonrisas adornaban sus caras.
Nos llamaron para organizar el campamento.
Habían pedido a la gente que se reunieran en una pequeña explanada en el centro
del cauce del pequeño “uad”, desde donde recibiríamos las instrucciones para el
trabajo diario mientras tuviéramos que permanecer en Tifariti. La familia de
Abdelfatah había montado su jaima justamente al lado de donde se celebraba la
reunión. Eran las cinco de la tarde, la fatídica hora en que se abría una nueva
página en la historia del pueblo saharaui.
Los pájaros asesinos revolotearon sobre
nuestras cabezas. Nos sorprendieron con sus metálicas alas cargadas de muerte.
Los miramos con incrédulos ojos mientras pasaban de sur a norte. Los niños,
inocentes ellos, danzaban y saludaban a su paso. Dejamos de oír su estridente
ruido durante unos minutos. Cuando ya empezábamos a olvidarlos, volvieron para
cumplir su misión.
Los aviones bombardearon sin piedad,
ametrallaban al gentío, sorprendido en el mitin, con la seguridad de que no
tendrían respuesta. El miedo invadió el campamento, el desconcierto cundió
entre los presentes. Los heridos pedían ayuda, las madres buscaban a sus hijos,
los hijos, asustados y perdidos, buscaban a sus madres. La tristeza se apoderó
de los presentes. El recuento de los heridos se realizó en medio de un silencio
sepulcral donde las lágrimas silenciaron las palabras.
La tarde se tornó gris, las personas
parecían fantasmas solitarios sin rumbo definido, el futuro olía a
incertidumbre. Entre tanta interrogante, la noticia fatídica, unas personas habían
sido alcanzadas por la metralla y fallecieron. Un saharaui anónimo, como todos
los que estaban allí, se convirtió en la primera víctima mortal de los
bombardeos de la aviación marroquí contra la indefensa población saharaui,
también pereció una niña de corta edad, de la que ni siquiera conocimos el
nombre. Después vendrían los terribles acontecimientos del bombardeo de los
campamentos en “Um Dreiga”.
Precisamente porque la historia de los
pueblos se construye con pequeñas cosas, no debemos olvidar que el primer
mártir de los bombardeos de la aviación marroquí contra la población civil
saharaui, que cayó bajo la metralla asesina en un día de invierno de 1976 en
Tifariti, era un hombre sencillo, amante de su país y su gente, se llamaba
Abdelfatah Adahi.
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