sábado, febrero 01, 2020

Abdelfatah


Por: Bachir Ahmed Aomar. Ilustración de Roberto Maján
Esta entrada ha sido escrita por, miembro de la Generación de la Amistad Saharaui y director del programa Sahara desde Canarias en la emisora de radio Guiniguada.
La verdadera historia de los pueblos se construye en base a cosas pequeñas. Siempre, los vencedores se apoderan y acomodan a sus intereses lo que realmente ocurre en los diferentes lugares del mundo, parece que tergiversar sea uno de sus principios básicos. De alguna manera, la única forma que tenemos “los nadie”, como diría Galeano, de contar nuestra historia, es dejar constancia de ella, relatarla tal y como realmente ocurrió, pensar que en el futuro nuestros hijos puedan utilizarla para reivindicarse ante la farsa de los poderosos. El pueblo saharaui, pequeño e indefenso ante múltiples intereses, solo en su larga lucha por reivindicaciones totalmente legítimas, es un ejemplo real del ocultamiento de su verdadera historia. Nos corresponde a los saharauis contar los hechos de los que hemos sido testigos para dejar constancia de nuestra verdadera historia. No dejar que sean otros los que la construyan basándose en hechos falsos o buscando un interés concreto, que no es el de los propios saharauis, como vemos en posturas engañosas desde la perspectiva histórica del invasor de nuestro país (Marruecos).
Después de casi cuarenta años, sorprende ver la imposición de ciertas tesis, con las que se pretende demostrar la marroquinidad del Sahara Occidental, tanto por parte de Marruecos, como de ciertos países que lo apoyan. Desde el comienzo del conflicto, es permanente la agresión marroquí contra el pueblo saharaui. Diferentes hechos demuestran que no es gratuita la violación sistemática de los derechos de los ciudadanos saharauis, no solo ahora, también lo ha sido en el pasado, desde el mismo comienzo de la ocupación. Casi se puede afirmar que el Acuerdo Tripartito de Madrid dio manos libres a Marruecos para sentirse totalmente respaldado en su política de agresión contra el indefenso pueblo saharaui, ya que, aunque teóricamente los administradores del territorio eran los tres firmantes del documento, el que se esforzaba por controlarlo y ejercer con fuerza su dominio, era Marruecos. España responsable máximo de la seguridad de los españoles saharauis, siguiendo las directrices de lo firmado en Madrid el día 14 de noviembre de 1975, envió sus tropas fuera del territorio mientras sus representantes en la administración tripartita cerraban los ojos ante las arbitrariedades del ejército marroquí.
Los dos últimos meses del año 1975, fueron terribles para la población saharaui, que sintiéndose abandonada por el estado español, buscaba la ocasión para salir de las ciudades que ya habían sido ocupadas por las tropas invasoras. La situación se tornó difícil para unas personas que apenas conocían el desierto y que solo deseaban sentirse seguras lejos de los ejércitos extranjeros. La huída hacia el desconocido desierto, se convirtió en meta de los que abandonaban las ciudades.
Abdelfatah, un verdadero beduino, obligado a trasladarse a la ciudad buscando el sustento de su familia, obrero de la construcción, trabajador en la empresa Cubiertas y Tejados, también había optado por unirse a sus compatriotas que huían hacia el este. Seguiría la estela de todos los que desde Amgala tomaban la dirección de Mahbes, centro administrativo establecido como punto de llegada, junto a la frontera argelina. Le preocupaba la seguridad de sus seis hijos, la mayoría de corta edad. En ese deambular, llegó a Tifariti donde se había establecido un campamento que recogía a todos los llegados.
El sábado, 19 de enero de 1976, amaneció luminoso y frío, como casi todos los días de invierno en el desierto. En el campamento, había una actividad frenética. Las mujeres se esmeraban en recoger leña para encender fuego y buscar agua para preparar algo de comida con las escasas provisiones que quedaban. Los niños correteaban por entre las jaimas, la mayoría de ellas, simples harapos de colores diversos. La camaradería y solidaridad hacían olvidar las penurias por las que habían pasado aquellas personas, casi todos tenían alguna historia triste que contar sobre su presente inmediato. Si sentían miedo, no se reflejaba en sus semblantes, al contrario, sus sonrisas adornaban sus caras.
Nos llamaron para organizar el campamento. Habían pedido a la gente que se reunieran en una pequeña explanada en el centro del cauce del pequeño “uad”, desde donde recibiríamos las instrucciones para el trabajo diario mientras tuviéramos que permanecer en Tifariti. La familia de Abdelfatah había montado su jaima justamente al lado de donde se celebraba la reunión. Eran las cinco de la tarde, la fatídica hora en que se abría una nueva página en la historia del pueblo saharaui.
Los pájaros asesinos revolotearon sobre nuestras cabezas. Nos sorprendieron con sus metálicas alas cargadas de muerte. Los miramos con incrédulos ojos mientras pasaban de sur a norte. Los niños, inocentes ellos, danzaban y saludaban a su paso. Dejamos de oír su estridente ruido durante unos minutos. Cuando ya empezábamos a olvidarlos, volvieron para cumplir su misión.
Los aviones bombardearon sin piedad, ametrallaban al gentío, sorprendido en el mitin, con la seguridad de que no tendrían respuesta. El miedo invadió el campamento, el desconcierto cundió entre los presentes. Los heridos pedían ayuda, las madres buscaban a sus hijos, los hijos, asustados y perdidos, buscaban a sus madres. La tristeza se apoderó de los presentes. El recuento de los heridos se realizó en medio de un silencio sepulcral donde las lágrimas silenciaron las palabras.
La tarde se tornó gris, las personas parecían fantasmas solitarios sin rumbo definido, el futuro olía a incertidumbre. Entre tanta interrogante, la noticia fatídica, unas personas habían sido alcanzadas por la metralla y fallecieron. Un saharaui anónimo, como todos los que estaban allí, se convirtió en la primera víctima mortal de los bombardeos de la aviación marroquí contra la indefensa población saharaui, también pereció una niña de corta edad, de la que ni siquiera conocimos el nombre. Después vendrían los terribles acontecimientos del bombardeo de los campamentos en “Um Dreiga”.
Precisamente porque la historia de los pueblos se construye con pequeñas cosas, no debemos olvidar que el primer mártir de los bombardeos de la aviación marroquí contra la población civil saharaui, que cayó bajo la metralla asesina en un día de invierno de 1976 en Tifariti, era un hombre sencillo, amante de su país y su gente, se llamaba Abdelfatah Adahi.

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