Estuve a punto de no comprar el billete a Mallorca. Por alguna razón no querría hacerlo, pero sabía también que debía. Cosas que ahora sé, como que, ser nómada se lleva en la sangre. El sentido de la vida para un nómada es irse, es una cosa que nunca planeas, pero lo haces, sabes que no tiene sentido, pero lo haces. Tú rigurosamente emprendes uno y mil viajes y todos con la áurea de definitivos pero no y, así vas marcando lugares que después solo recordarás y anhelarás. Pero la cara más cruda de esto, es la vida misma, llevarse la casa a cuestas es duro, empezar de cero es aún más duro todavía.
Fui a la terminal del ferry a comprar el billete, no hoy, mañana. Mientras, la ciudad de Valencia, se retumba en unas fiestas fogosas como la más. La verdad que esa ciudad nunca me ha atraído, a veces el mismo tiempo te presagia lo que hay, en este caso el tiempo de Valencia parecía distraído como su gente, las nubes dispares y caprichosas, algunas tantas juntas y otras pocas dispersas y cabizbajas, la brisa parecía cruda o poco hecha, denotaba un sabor raro, a veces a mediterráneo, otras a desierto con su arenilla leve y enojada, el sol dubitativo a veces recio, a veces templado. El ruido es lo más que predomina, estaba más que presente en cada esquina y pedía las credenciales a algunas personas. Detrás de los ruidos y la bulla estaba la gran fiesta de las fallas, nada más mundano e inútil, donde el derroche y la desfachatez arrasan, y la mano derecha se tiende al vacío de la moralidad. A mi parecer, precisamente mi orgullo, no me invita a quererla. Porque en mi tierra aún resuenan las campanas de la guerra y muchos ruidos jadean en mí para aún aguantar algo parecido, aunque sea festivo.
Hadamin, es un amigo mío de infancia y de viejas andanzas, uno de esos amigos que perduran en la vida, nunca los ves, pero siempre están y, siempre tan frescos como el primer día. Le llamé por si tengo algún problema en valencia y, efectivamente, lo tuve y vino a por mí. El resquemor de un inmigrante es no tener problemas, pero bueno, si los hay, siempre están los locutorios, que son casi un centro comercial pero donde hay más cordura, más atención y sobre todo más cordialidad, hasta se puede encontrar afecto y muchas veces moral, animo e información muy diversa, aunque a veces confusa, pero al fin y al cabo te enteras de lo que hay y, donde un inmigrante alivia su sed de hablar. En estos sitios lo menos que importa es el dinero, todos sabemos que vamos a pagar solo lo justo. Yo el poco tiempo que estuve en Valencia casi la mitad lo pasé en el locutorio, mi amigo me comprendió y solo se prestó a dejarme las llaves de la casa.
Cuando al final embarqué, ya se me había olvidado valencia. Ahora pienso en algún lugar de Mallorca que no sé donde está. El vaivén del barco poco a poco me fue sumiendo en un sueño incómodo pero duradero. Al alba y ya yo en pie, subo a la cubierta del barco y,ante mis ojos veo extenderse, llana y curvilínea, Palma de Mallorca. A estas alturas no sé a que atenerme en esta isla, pero sí puedo afirmar que el destino insospechoso de uno, a veces le lleva a coincidencias y reiteraciones caprichosas, ahora me presto a vivir en otra isla, antes lo había hecho en otras tres más y, en todas por largo tiempo, en la que menos, cinco años y, siempre de una a otra. Mágica vida, sabiendo que yo soy oriundo del desierto del Sahara, concretamente Sahara Occidental.
Pero si la gente no labrara su propia vida, no se establecería o no se perpetuara en algún sitio definido y definitivo, creo que lo que somos hoy no sería posible, porque siempre estarían posponiendo cosas, porque se tienen que marcharse. Al hilo de esto, ¿cuántas cosas pospuse yo?, ¿cuántas cosas tuve y las dejé? Un infinito repertorio de cuestiones me vienen ahora a la mente, pero en fin, se quedan, como tantas cosas que dejé allí y allá.
Más, en tantos periplos y andares conocerás a gente, a personas, y verás que son infinitas. Las conoces y en ti se quedan o se van, eso depende de la magnitud de las relaciones y la intensidad de las mismas. A veces un ínfimo gesto, una mirada furtiva o una palabra dichosa se quedan para siempre. Las buenas amistades nos atraviesan como puñales y, dejan su herida que, con el tiempo cicatriza o no. El amor es la baza imprescindible para hacer la vida llevadera, es uno de los dos lados de vida. Y de las personas que convives en un momento dado, siempre te tienes que hablar. Anoche cuando hablé con mi primo Sidi, yo le comenté que la chica de mis sueños la conocí en un verano caluroso en Madrid. Le hablé de ella, supuse que él no sabía quién era, pero solo le di un par de señas, y la reconoció, él me completó los detalles y, sí, era ella, luego me dijo, sabes Chej, yo con esa chica tenía una amistad en silencio. Me quedé pensativo un rato, no sé, quizás él la quiso antes que yo, de todas maneras ya no la quiero, además yo no la esperé. La amistad en silencio, es un amor inconfesado. Las brumas de la sinrazón, planearon sobre los deseos de mi primo, y las inquietudes de un alma, tal vez gitana, se asomaron en una noche desdeñada. Meras coincidencias.
Fui a la terminal del ferry a comprar el billete, no hoy, mañana. Mientras, la ciudad de Valencia, se retumba en unas fiestas fogosas como la más. La verdad que esa ciudad nunca me ha atraído, a veces el mismo tiempo te presagia lo que hay, en este caso el tiempo de Valencia parecía distraído como su gente, las nubes dispares y caprichosas, algunas tantas juntas y otras pocas dispersas y cabizbajas, la brisa parecía cruda o poco hecha, denotaba un sabor raro, a veces a mediterráneo, otras a desierto con su arenilla leve y enojada, el sol dubitativo a veces recio, a veces templado. El ruido es lo más que predomina, estaba más que presente en cada esquina y pedía las credenciales a algunas personas. Detrás de los ruidos y la bulla estaba la gran fiesta de las fallas, nada más mundano e inútil, donde el derroche y la desfachatez arrasan, y la mano derecha se tiende al vacío de la moralidad. A mi parecer, precisamente mi orgullo, no me invita a quererla. Porque en mi tierra aún resuenan las campanas de la guerra y muchos ruidos jadean en mí para aún aguantar algo parecido, aunque sea festivo.
Hadamin, es un amigo mío de infancia y de viejas andanzas, uno de esos amigos que perduran en la vida, nunca los ves, pero siempre están y, siempre tan frescos como el primer día. Le llamé por si tengo algún problema en valencia y, efectivamente, lo tuve y vino a por mí. El resquemor de un inmigrante es no tener problemas, pero bueno, si los hay, siempre están los locutorios, que son casi un centro comercial pero donde hay más cordura, más atención y sobre todo más cordialidad, hasta se puede encontrar afecto y muchas veces moral, animo e información muy diversa, aunque a veces confusa, pero al fin y al cabo te enteras de lo que hay y, donde un inmigrante alivia su sed de hablar. En estos sitios lo menos que importa es el dinero, todos sabemos que vamos a pagar solo lo justo. Yo el poco tiempo que estuve en Valencia casi la mitad lo pasé en el locutorio, mi amigo me comprendió y solo se prestó a dejarme las llaves de la casa.
Cuando al final embarqué, ya se me había olvidado valencia. Ahora pienso en algún lugar de Mallorca que no sé donde está. El vaivén del barco poco a poco me fue sumiendo en un sueño incómodo pero duradero. Al alba y ya yo en pie, subo a la cubierta del barco y,ante mis ojos veo extenderse, llana y curvilínea, Palma de Mallorca. A estas alturas no sé a que atenerme en esta isla, pero sí puedo afirmar que el destino insospechoso de uno, a veces le lleva a coincidencias y reiteraciones caprichosas, ahora me presto a vivir en otra isla, antes lo había hecho en otras tres más y, en todas por largo tiempo, en la que menos, cinco años y, siempre de una a otra. Mágica vida, sabiendo que yo soy oriundo del desierto del Sahara, concretamente Sahara Occidental.
Pero si la gente no labrara su propia vida, no se establecería o no se perpetuara en algún sitio definido y definitivo, creo que lo que somos hoy no sería posible, porque siempre estarían posponiendo cosas, porque se tienen que marcharse. Al hilo de esto, ¿cuántas cosas pospuse yo?, ¿cuántas cosas tuve y las dejé? Un infinito repertorio de cuestiones me vienen ahora a la mente, pero en fin, se quedan, como tantas cosas que dejé allí y allá.
Más, en tantos periplos y andares conocerás a gente, a personas, y verás que son infinitas. Las conoces y en ti se quedan o se van, eso depende de la magnitud de las relaciones y la intensidad de las mismas. A veces un ínfimo gesto, una mirada furtiva o una palabra dichosa se quedan para siempre. Las buenas amistades nos atraviesan como puñales y, dejan su herida que, con el tiempo cicatriza o no. El amor es la baza imprescindible para hacer la vida llevadera, es uno de los dos lados de vida. Y de las personas que convives en un momento dado, siempre te tienes que hablar. Anoche cuando hablé con mi primo Sidi, yo le comenté que la chica de mis sueños la conocí en un verano caluroso en Madrid. Le hablé de ella, supuse que él no sabía quién era, pero solo le di un par de señas, y la reconoció, él me completó los detalles y, sí, era ella, luego me dijo, sabes Chej, yo con esa chica tenía una amistad en silencio. Me quedé pensativo un rato, no sé, quizás él la quiso antes que yo, de todas maneras ya no la quiero, además yo no la esperé. La amistad en silencio, es un amor inconfesado. Las brumas de la sinrazón, planearon sobre los deseos de mi primo, y las inquietudes de un alma, tal vez gitana, se asomaron en una noche desdeñada. Meras coincidencias.
Chejdan Mahmud Yazid
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