Hermosa era aquella noche bajo el cielo azul y brillante del Sahara, aquella fue una noche remota de silencio y paciencia, todo estaba tranquilo y quieto en aquel frig que había acampado en Aguerguer, la lluvia inundó el desierto y entonces sembró el milagro y lo convirtió en tierno pasto para que aquellos nómadas quedasen en esa tierra.
Los guerreros nómadas del desierto lo primero que hacían para asentarse en un lugar era asegurarse del suministro del agua, sin el agua nada se podía hacer. El más anciano de todos era quien inspeccionaba detalladamente la arena del uad y hacía una lectura profunda del tipo de tierra y vegetación, después planteaba a los demás varias sugerencias y entre todos decidían donde iban a empezar a cavar para encontrar agua en buenas condiciones que pudiera servir para el consumo de las personas.
Corría 1970, el año de la sublevación de Zemla, en el desierto del Sahara aún se podían encontrar gacelas en estado natural pastando cerca de los oasis, los niños en su mayoría estudiaban el louh y con ello aprendían las primeras palabras del alfabeto, luego empezaban a observar a los mayores cómo cuidaban del ganado, calculaban las distancias e intentaban interpretar el tiempo y saber entre el tipo de tormenta de arena qué podía hacer; la badia era un ejercicio constante de subsistencia y sobriedad, la mayoría de los hombres saharauis estaban dotados para caminar largas distancias, consumir poco agua y comida mientras las mujeres eran dueñas de las jaimas, ellas tenían la capacidad de asumir todo tipo de riesgos y tomar cualquier decisión para sacar su familia hacia delante. Así siempre ha sido en el Sahara desde tiempos antiguos.
Otear en busca de comida para los animales era una de las tareas constantes a la que se veían sometidos los habitantes del Sahara Occidental; el ganado tenía que estar en un lugar seguro donde podía sobrevivir, porque todo estaba interrelacionado. La experiencia de nuestros abuelos había demostrado que el desierto era un ejercicio de búsqueda permanente de la vida, las distancias trazadas eran permanentes historias contados de unos para otros, sólo mediante las leyendas narradas por los beduinos acerca de pastores y camellos que habían muerto en desiertos lejanos y misteriosos donde nada podía sobrevivir, uno podía tener una idea de cuán lejos puede estar un lugar; La hamada era ese entorno estéril que los saharauis no conocían, una inmensa llanura pedregosa llena de pequeñas colinas que anuncian un paisaje casi de aspecto lunar en el que nada crece. Sin embargo los saharauis con un enorme sacrificio y una voluntad de hierro pudieron arrancarle vida, amor y resistencia a un sitio en el que jamás se pensó que podía desarrollarse algún tipo de actividad humana.
Una vez delante de la comisión de identificación de votantes para el referéndum en el Sahara Occidental un marroquí de la ciudad de Tánger me dijo: “¿cómo podéis sobrevivir en un sitio tan duro?”
Yo me quedé sorprendido como quién no se esperaba la pregunta y le contesté con cierta rabia, diciéndole que cuando llegamos a este lugar yo era un niño muy pequeño y no había nada pero la impotencia y la injusticia obligaron a nuestro pueblo a arrancarle vida a esta estéril inmensidad.
El hombre comprendió la magnitud de mis palabras y con una sonrisa pícara me volvió a preguntar “¿por cuánto tiempo más estáis dispuestos a permanecer en este lugar?”
El tiempo que haga falta, porque nosotros nacimos nómadas y libres, sólo estamos atados a las nubes, el viento, las noches profundas y estrelladas del Sahara.
Ali Salem Iselmu
Hola Iselmu!!
ResponderEliminarEspero que tu proxima inspiracion sea Laguera(Guernica del Sahara)sus playas,gente,focas , su silencio y fantasma de una ciudad abandona por todos...
Un fatrenal saludo.
Emma Iselmu