Él lo abandonó todo. La mitad de su familia se quedó atrás. No había tiempo. Los mayores murmuraban el miedo que se avecinaba por la incertidumbre que reinaba en las oficinas de la administración. Los jóvenes dispuestos a darlo todo por el nuevo nacionalismo saharaui, que se cebaba en las polvorientas calles de El Aaiún sin saber por cuál de los polos entraría el terror. Él, que se encontraba en el ojo del huracán, perseguido por sus trabajos clandestinos a favor del bello sueño de la libertad, pasó todo el mes de agosto como un hombre invisible, salvo para sus contactos que lo visitaban de vez en cuando y siempre con mucha cautela, por el miedo de levantar sospechas.
La última vez que lo visitaron lo encontraron como siempre, sentado detrás de su maquinita de coser en medio de un montón de telas rojas, verdes, blancas, negras, cosiendo banderas y más banderas, al verlos entrar, sin dejar la tijera que tenía en la mano, se levantó con una sonrisa de esperanza a saludarlos, como de costumbre, pero se paró en seco al ver en sus rostros el miedo y la incertidumbre. Por sus amigos se enteró que en Madrid se acababa de firmar un acuerdo tripartito entre España, Marruecos y Mauritania para dividir el Sahara entre los vecinos. De nada le sirvió preguntar porqué no había una representación saharaui, no podía concebir la noticia y la idea de que España después de tanto tiempo en el Sahara lo abandonaría de esta forma tan mezquina. Él, que estudió en institutos españoles, que empezó a amar la literatura española, que tenía amigos españoles y que sus padres como él tenían DNI español, que cien años de convivencia terminaran en el tiempo que dura una firma sobre un papel... Por la indignación de la situación, se le olvidó que todavía llevaba la tijera y dio un golpe de rabia a la pared y al volver en sí descubrió que sangraba, extendió su mano, dirigiéndose a sus amigos y les dijo – la libertad, nos va ha costar mucha sangre y muchas vidas-..........
Saleh Abdalahi