lunes, marzo 15, 2021

La anhelada lluvia


Por: Limam Boisha |Ilustración de Roberto Maján
Aquella noche cuando todos dormían llovió en el campamento. En silencio se formó el agua y se arrastró desde las colinas. En su viaje se llevó todo lo que encontró a su paso: arena, piedras, huesos de animales, sacos de basura abandonados en las venas de los caminos. Botellas de plástico que pululaban como fantasmas. Emergían y flotaban en medio de aquella carrera de barrizal. Y las cabras, ovejas y dromedarios prisioneros en sus corrales de alambre oxidado, balaban por sus vidas. Los lanzó el caudal hacia su garganta en la oscuridad de la noche. Lo mismo hizo con garrafas de agua y aceite, vasijas, baúles, sandalias, planchas de zinc y sacos de harina. Algunas jaimas que bien sembradas estaban en la árida tierra colisionaron y la riada las extirpó con furia y sin detenerse. Partió de cuajo el mercado y descuartizó todo tipo de mercancías: latas de comida, tomates, melones, paquetes de caramelos, galletas, arroz, montañas de sacos de carbón apiladas y todo tipo de ropa, una húmeda confusión de melhfas, daraás, de pantalones, bragas y camisas. Las casas de adobe levantadas con tanto sacrificio, las derritió como una golosina en el paladar de un niño.
Los refugiados se despertaron con los gritos y salieron corriendo hacia las colinas más cercanas que rodeaban el mujaiam. El monstruo del agua turbia solo se llevó a Tahra, que con una pierna ortopédica no pudo ponerse a salvo. Regentaba una pequeña tienda hecha de remiendos, donde pasaba horas y horas. Por las noches dormía en la tiendecita para custodiar sus escasas pertenencias, y esa fue su desgracia.
Cuando la cólera del agua - que se formó en pocas horas -se precipitó contra las rocas y se secó en la nada, no quedó más que su arrugado rostro de lodo. La gente volvió a la vida, a la rutina diaria y agradeció al cielo que el daño no hubiera sido más devastador.  El dolor se sumergió en otras capas de la piel menos visibles y la tristeza más inmediata volvió a ser la vieja tristeza de siempre. Y los deseos volvieron a ser los mismos de siempre.
Las mujeres se reunieron y fueron a acompañar a la única hija que tenía Tahra, para mitigar su dolor. Con ellas llevaron agujas, ovillos, hilos, telas, vestidos, mantas, comida.  Llevaron sus manos arenosas, su entusiasmo vital. 
Y todo el mujaiam olvidó pronto y volvió a anhelar la lluvia.   

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