martes, septiembre 01, 2020

El viaje en la distancia


Texto: Mohamidi Fakala, periodista y escritor saharaui que escribe desde los campos de refugiados saharauis en el sur de Argelia. Foto Biblioteca de Chej Malainin, Smara: Archivo/Mili en el Sahara
Por muy larga que sea la distancia siempre ha tenido el valor de una impronta de  estaciones dispares que han hecho del viaje una sola transcurrencia, y los pasos jamás se percibieron  cansados en la inmensa senda que llevaba a buen arribo. Las llanuras por muy altas que sean terminaban en las crestadas de las dunas, con golpes de los vientos. Y los ríos, morían de sed sin que abandonaron los cauces, mas también no cambiaban de nombre a fin de dejar las evidencias bien claras. En esa geografía de hechos y accidentes. Nunca faltaron aquellos cuerpos juncos de los hombres del desierto, afanados desde muy temprano en un vaivén por los caminos más lejanos a fin de no alterar los prodigios que la   naturaleza les brindaba. En esa concordia con el tiempo, y por mucho que las piedras y las arenas se aunaban en contra, nunca fueron un obstáculo ante todo intento. Las proezas y las enseñanzas sin embargo eran el móvil de una razón, y un apretón de manos igualable a los ladridos de la vida misma. De esa simpleza, que no tenía nada de anacrónica, nació el esplendor de los desierto en el corazón de muchos hombres y mujeres, que se agruparon consistentemente entorno a una fe inquebrantable, y una pacificidad aguerrida, que de la misma hicieron un módulo de identidad existencial a pesar de los desafíos.
Una consecuencia humana de pobladores que lograron con el tiempo adentrarse en los lugares menos sondeados del Imperio desierto. Es otra señalización de las rutas inexplorables, pero también como entendimiento de una pasión inevitable. En ese sentido, Los símbolos jeroglíficos, relanzaron las conquistas, abrieron por igual otros caminos. Para que más tarde, en los albores del siglo III a.c. apareciese el abecedario consonántico de los líbicos, que revolucionó en parte el entendimiento, a través de unas líneas que se leían de derecha a izquierda. De esta manera la escritura tifinag dejaba plasmadas las huellas en toda la región desértica. Los orígenes de esta civilización aún se constataban con sus sepulturas bajo un acopio de piedras. Sin embargo, desaparecieron con el tiempo sin juicio ni ruido, pero no antes de haber esculpido sobre relieve de piedras los nombres de los ríos, montes, páramos y pozo de las regiones de Tiris y de Zemur.
Motivados quizás por otros afanes, llegaron posteriormente los primeros ejércitos árabes con su lengua materna. De hecho, se consumaba la conquista del norte de África en el siglo VII por los hombres venidos de la península arábiga. En efecto, la escritura, el conocimiento y las letras se habían expandido por todas las direcciones, como los grandes ejércitos. Y a raíz de toda esa evolución, se consagraba con el transcurso de los tiempos pactos en aras de conquistas territoriales. Y en 1885 se concretaba de hecho la colonización española a los territorios del Sahara occidental. Pero uno de sus principales implementos como potencia colonizadora: la lengua de Cervantes no fue aceptada en principio con ese deseo mayor por parte de los pobladores autóctonos, hasta la consecución real del proceso de sedentarización, que coadyuvó en la propagación de un nuevo idioma venido más allá de los mares, y que se leía totalmente diferente, es decir de izquierda a derecha. Es la diversidad de una coincidencia que ha hecho girar las ruedas de la emancipación de una sociedad, que ha optado en orientar la dirección de su propio viaje con acento hasani en el que no faltarían, por supuesto, aquellos ingredientes de raíces híbridas.

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