lunes, junio 01, 2020

La estación en la que eclosionan libros, flores y crecen amigos

Por: Bahia M.H Awah (Feria del Libro 2014)| Ilustración de Bahia M. Awah
Desde hace varios años, en esta cosmopolita y hermosa Villa y Corte que es Madrid, me he familiarizado con este evento cultural que es la Feria del Libro. Una manifestación cultural que al menos en nuestra cultura saharaui, sobre todo la tradicional registrada en la memoria de la sociedad, no existía. Y no es porque no nos gusten los libros, simplemente un evento así no ha tenido lugar como tal en nuestra sociedad, como no ha existido en la cultura de los tuareg o en la de la vecina Mauritania. Sobran las razones por las que se podría llegar a una conclusión del por qué se da esta particularidad antropológica y social en algunos pueblos. Aunque en estas culturas que asentaron sus cimientos sobre la vida del nomadeo y su filosofía del libre tránsito geográfico siempre han existido mercaderes de libros ambulantes a lomos de sus camellos. Lo hemos vivido hasta mediado del siglo XX; estos mercaderes solían entrar al territorio, procedentes del este, de Mauritania y del Sudán.
Mi madre contaba que a finales de los años cincuenta pudo adquirir su primer libro, cuando era una niña de catorce años, a través de un mercader de libros nómada que llegó a su frig cargando su preciada mercancía a lomos de su poderoso camello. Y yo diría que si mi madre hubiera leído a Miguel de Cervantes, entonces yo entendería que su amor por el libro se lo hubiera inspirado el manco de Lepanto y su famosa cita: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Y esta historia de mi madre y el vendedor nómada de libros, la interpreto como un antecedente para sostener esta teoría del por qué no ha existido esta especial estación primaveral del libro en nuestra cultura.  Todo me conduce a esta reflexión contextualizada en tiempo y espacio. Pero a la vez, el hecho de que aquellos mercaderes recorrieran tantos días en el desierto en busca de un frig para ofrecer sus libros, me da entender que era la única manera de hacer una feria de iniciativa individual en la entonces sociedad beduina saharaui.
Dicho esto desde otra óptica beduina me halaga haber soñado y ver mi sueño hecho realidad. De niño el libro para mí siempre fue una tabla de madera que un riguroso maestro que llamábamos lemrabet o la imprevista maestra o maestro me llenaba de letras. En este caso fue mi madre, quien emborronaba mi tabla de madera de letras libres, quiero decir abecedario, luego palabras sencillas para saber componer una frase, cortos versículos del Corán; más adelante toda la superficie de la madera, a veces por las dos caras, me la llenaba de hermosos versos para memorizar. Esta era la imagen que pronto tuve del libro, que me cautivó en tan temprana edad. Desde muy niño supe hacer coexistir en mi mente la tabla de madera con las primeras cartillas y cuadernos de papel que nos trajo la metrópoli para enseñarnos la lengua de Cervantes en su día. Y empezó a crecer en mí el pensamiento de que todo es posible en la vida, todos podemos convivir culturalmente y aprender mutuamente unos de otros. Junto a otros amigos de la infancia, atraídos por la curiosidad en la lectura recogí novelitas que tiraban los oficiales y reclutas españoles de la época en los cubos de la basura de mi pueblo. A veces olían un poco mal, a causa de los restos de comida que se tiraban en los grandes barriles de metal, que antes llevaban petróleo u otros combustibles… y que llamábamos bramil elcaba y se usaban como cubos de basura. Aún en mis recuerdos de esa edad tengo en mi memoria a un chaval al que llamábamos Jaimito y a veces Mohamito, una dulce criatura, el único niño de raza negra que iba al mismo colegio con nosotros en aquellos ya lejanos años sesenta.
A principio de los ochenta por vez primera vi una feria del libro. Y sucedió en un lugar que desde mi cultura nunca imaginé. Era en 1982 en El Morro de La Habana, un histórico castillo que esconde terribles huellas del pasado colonial de la Corona española; construido en 1774 como fortaleza militar, era donde se hacinaban los esclavos llevados del África. Luego ya más tarde, a través de muchas lecturas, conocí la Feria del Libro de muchas capitales de África, Europa y de otros lugares. Ahora pensando en los que hacen posible este importante evento en la cultura de nuestra humanidad, de escritores e intelectuales en general, mi conciencia me dice que el verdadero poder con el que se pueden cambiar las cosas, tal vez y humildemente son la pluma y la conciencia de miles de hombres y mujeres que escriben estos libros y convierten en realidad cultural esta estación cada año. En varias ocasiones he podido participar como autor en la Feria del Libro de Madrid y mi cometido como saharaui es dar a conocer mi cultura y la historia de mi tierra; ese es el compromiso que siempre he tenido conmigo mismo y con mi sociedad. 
La importancia de este encuentro anual que se celebra en la más bella eclosión primaveral tiene su especial magia para el lector, el escritor y los asiduos al libro. Este año, una vez más me encontré compartiendo gratamente el momento que me correspondía como autor en la caseta de Casa Árabe.
Firmé alguno de mis libros anteriores, conocí nuevos lectores y estuve acompañado por inolvidables personas muy queridas de mi entorno. Nos quedaba mucho tiempo por delante para disfrutar la feria, recorriendo de arriba a abajo su única arteria, rebosante de lectores, fluyendo entre las ideas y principios desprendidos por los libros.
Muchas veces, cuando intento buscar una idea, me detengo en alguna frase o proverbio de nuestra cultura saharaui y encuentro con qué arrancar. كل ريظ  و اهله “Cada estación de brotes verdes tiene sus buenos habitantes”. La generación de saharauis a la que pertenezco pudimos vivir con suficiente conciencia los últimos años del periodo colonial en el territorio, bebimos buena parte de nuestra cultura en su mejor esplendor y más tarde crecimos intelectualmente inmersos en pleno proceso de liberación nacional, lo que nos mantuvo sujetos a nuestra identidad. Históricos acontecimientos a los que hemos consagrado nuestra vida. Tal vez el proverbio anteriormente mencionado es la referencia con la que podemos definir y entender lo que voy a exponer sobre el escritor e intelectual que ha estado siempre apoyando la lucha del pueblo saharaui.
Entre los destacados escritores presentes en la Feria del Libro de Madrid de este año, muchos de ellos son simpatizantes y solidarios con la causa saharaui. Ocho días estuve recorriendo la feria de arriba a abajo en busca de autores que me fueran familiares por su implicación en muchos procesos sociales o políticos en el tercer mundo y con los que mantengo buenas relaciones. Mi propósito era saludar, comprar algún que otro libro de interés mío o relacionado con el tema del Sahara Occidental y conversar con el autor. También quería medir hasta qué nivel la causa saharaui está presente en la pluma y los principios de estos autores, que acaparan la atención de miles de lectores atraídos por sus novelas, libros de ensayos, poesía, literatura infantil etc.
Y lo cierto que ese barómetro intelectual que intenté explorar superó mis expectativas y me resultó asombroso por la envergadura intelectual de tantos amigos que respaldan a la causa saharaui. Y pienso que si el mundo tuviera en cuenta ese aval a favor de los saharauis, no estaríamos aún sufriendo un proceso de descolonización inacabado y una ocupación ilegal e impunemente actual.
Saludé en la caseta donde firmaba sus libros a Javier Reverte, autor de varios libros sobre el Sahara Occidental y amigo del pueblo saharaui; conversé un rato con la escritora Inma Chacon, amiga de este proceso saharaui y compañera de viaje en el FiSahara 2014. Manuel Rivas otro amigo de la causa saharaui, contaba con interminables colas de lectores a la espera de su firma, por lo que sólo pude tomarle unas fotos. Intenté llegar a la caseta de Almudena Grandes, otra amiga de este proceso saharaui, pero tampoco pude. Me uní a un interesante encuentro con el escritor y periodista Pablo Dalmases quien fue en los años setenta director de la RTV Sahara y el periódico La Realidad, que se editaba aquellos años en el territorio. Pude saludar a la poetisa y escritora Ana Rossetti con la que mantengo estrecha relación y que presentaba su nuevo libro. De igual forma me acerqué a la caseta donde firmaba su último libro Laura Casielles, espléndida poeta estudiosa del mundo árabe. Busqué el stand donde firmaba Ricardo Gomez, de Escritores por el Sahara, pero me indicaron que había firmado aquella mañana. Caminé entre la multitud hacia la caseta donde firmaba el cantante y poeta Angel Petisme, con quien tomé algunas fotos y hablé un rato sobre el Sahara. Inma Chacón me había avisado que la voz femenina de la megafonía pertenecía a la actriz Ana Wagener, con quien también compartí que estuve este año 2014 la XI edición del Festival Internacional de Cine del Sahara. Los rostros de la solidaridad eran muchos, no pude pasar de largo ante el stand donde firmaba su libro Julio Anguita, un histórico amigo del pueblo saharaui; le saludé y le agradecí su apoyo. Me respondió, cordialmente, “siempre he sido amigo de vuestra lucha y lo seguiré siendo”.
En la Feria muchos eran los escritores e intelectuales que respaldan la lucha del pueblo saharaui. Me llamó la atención un cartel con el rostro del gran Eduardo Galeano, y pensé cuanto me hubiera gustado que estuviera presente en la Feria, para estrecharle la mano y agradecerle lo mucho que hace por el pueblo saharaui. Y los amigos, como dijo Ed Cunningham, “son aquellos extraños seres que nos preguntan cómo estamos y se esperan a oír la contestación”. Me di cuenta que cuando tienes la razón, y vives con la fuerza de esta razón, tus amigos suelen ser buenos, eficaces y sinceros en su palabra de aliento. Una vez más sentí que los saharauis no estamos solos en este largo camino hacia la vida que hemos anhelado desde entonces. La Feria, un año más, eclosionaba de flores, brotes verdes, de primavera y de incondicionales amigos.


No hay comentarios: