viernes, diciembre 27, 2019

El jardinero del pedagógico


De Chejdan Mahmud
Era viejo, encorvado. Pegado a una carretilla, un rastrillo y una guataca. Las piernas abiertas siempre escondidas tras un pantalón amarillo, denotan fatiga. Las manos grandes y redondas ya gastadas por el trabajo. Tez blanca, nariz ancha, bien calvo, aunque siempre llevaba un gorro militar muy descolorido y arrugado, quizás se puede creer que es para ocultarla, pero no, en Cuba el sol es justiciero y la gorra es un atuendo muy habitual. Que, en fin, era la silueta de un hombre entregado a su vida y a su quehacer, jardinero, era muy buen jardinero, el mejor posible.
El jodido viejo era muy simpático e introvertido, le gustaban demasiado las mujeres, claro era jardinero, así que nada extraño, teniendo en cuenta aquello de cultivador de belleza.
El jardinero del Pedagógico, sobre todo era fiel a su trabajo, lo amaba y lo hacía a la perfección, algo que no dejaba a nadie indiferente, porque él creaba obras. El viejo plantaba flores y rosas allá donde quisiese y les ponía el color que quisiese, hasta los arbustos que plantaba para hacer caminos o para cerrarlos tenían encanto y picardía a la vez, era para ahuyentarnos o atraernos de un sitio a otro. El viejo era muy bueno haciendo su trabajo si, y por ello lo admirábamos y nos parábamos a hablar con él, a indagar con él, aunque solo eso, al fin y al cabo, es cuestión de admirarle, o, con un gesto o un hola desde lejos. Él siempre correspondía, porque era un artista. (...)  
No creo que nadie sabía nada de su vida, más allá de que era el jardinero del Pedagógico. Nosotros le veíamos cada día laborable, mañana y tarde. Su silueta y su sombra estaban fijas en las pupilas de todos y cada uno y, no es que era omnipresente, tal vez nosotros somos los que lo éramos. En realidad, el Pedagógico tenia forma circular y en medio estaban los jardines y paseos que dirigían a todos lugares propios de la institución universitaria: ya sea a los dormitorios o a las aulas, los comedores, los campos deportivos, la piscina o a la cafetería.
Nuestra vida giraba en círculo alrededor de él, y a través de él.
El viejo regalaba flores preciosas a miles, a todas ellas por supuesto y a ellos si las pidiéramos, siempre las daba con el gesto preciso de encorvarse sonriendo y saludar. El viejo, aunque no lo puedo precisar, tentaba a las mujeres con cada flor, con cada saludo con cada sonrisa. No es para menos.
Transformaba el barro en jardines. Serpenteaba los caminos, los alargaba y los hacía más cortos. Los coloreaba a su genial gusto, hasta los hacía sombreados y frescos. Las caricias infinitas que daba a sus plantas eran como un soplo de vida para ellas, porque a solo dos días de plantarlas emergían fogosas, tiernas y radiantes como de milagro. Algo les susurraba, algo les impregnaba que, dichosas asomaban a la vida sin dilación. El viejo arrugado y encorvado, sabia de la vida doblemente, sabía de la humana, porque él es humano y sabia de las plantas tanto como de sí mismo. Su vida, en el Pedagógico, estaba ligada a nosotros, que éramos los estudiantes universitarios y los futuros profesores, porque nos hacia la vida más amena, más colorida, aunque nuestra vida de antaño que veíamos colorida y disfrutábamos coloradamente, intrínsecamente iba a la par con su artificio y su criterio romántico.
Al atardecer se iba del Pedagógico como venía: en su pequeña bicicleta que apenas rodaba, su imagen en esa bici, completaba el circulo de su vida entre nosotros, porque esa silueta viejuca en esa bici diminuta, también de por sí era otra historia. Apenas cuando se va o viene, importaba algo, aunque tenía un aspecto jocoso, el señor mayor de la bici pequeña, susurrábamos. Siempre le he recordado. A mi modo de ver era algo romántico, bonito y sobre todo admirable.
¡Ay, viejo!, por tu culpa hoy no soy jardinero y, verme tranquilo con mis plantas y mis rosas y mis caminos de hierba y poder admirar la hojarasca que cae medio muerta para dejar sitio a una nueva vida, rastrillar y juntar esas hojas para hacerme una cama y dormitar una que otra siesta, como hacías tú.
¡Ay¡, viejo jardinero del Pedagógico, tu no me dejaste, aunque sea aprender a ser como tú, un buen jardinero un buen cuidador, una persona más culta más inteligente. Si no te hubiera conocido, seguro hoy sería jardinero y así quizás me admiren las plantas las rosas y hasta los humanos.
Viejo. Con todo, cuando intenté ser jardinero, no pude y salte las normas de la vida y tiré la guataca y salí corriendo del jardín, luego renuncié siquiera ir a la agencia para cobrar los días trabajados, mi enfado, no me creía digno de cobrar nada, era por respeto a la persona y a la profesión de jardinero, por una vez fui consecuente. Tú me enseñaste el valor de los jardineros y ya eso no cambiará para mí nunca. Viejo, yo jamás podría ser como tú. Porque el que crea vida y la perfecciona, entre otras cosas, quizás era jardinero, la profesión de las mil manos.

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