El cielo ha sido, desde siempre, uno de los paisajes más hermosos de los desiertos.
En épocas de sequía, cuando la vegetación es sólo un tierno y lejano recuerdo, los saharauis, cansados de mirar el parduzco y triste paisaje, vuelven los ojos hacia el cielo de la noche para buscar un poco de paz, buscar reposo, o para olvidar.
En el desierto no hay estaciones, aunque los saharauis nos empeñemos en creer y afirmar lo contrario.
El verano, Saif saharaui, comienza a mediados del mes de mayo y termina a mediados de agosto, con la entrada del otoño, Lejrif. El invierno, Shta, empieza a mediados de noviembre y continúa hasta mediados del mes de febrero, dejando paso a la primavera, Tifisqui, que se extiende hasta la mitad de mayo, permitiendo nuevamente la vuelta del verano.
Esta sucesión de las estaciones quizá sólo sea un recuerdo de los más ancianos. Es posible que ya no quede nadie que recuerde ese transcurrir cambiante del tiempo a lo largo de un año. Hoy por hoy no es más que una leyenda. Ya no nos quedan estaciones, ni nos quedan recuerdos. Todo se perdió en medio de este tiempo caníbal que nos ha desheredado de vivir.
Sólo calor y frío, aderezados, eso sí, con las tormentas de arena, que no pueden faltar en un año que se precie.
A partir del mes de mayo el calor empieza a apretar por el día y por la noche. Esta situación continúa hasta finales de septiembre o principios de octubre. A partir de octubre comienzan a ser frescas las noches. Noviembre, diciembre y enero son los meses más fríos del desierto, generalmente de noche ya que los días suelen ser más cálidos. La media de las temperaturas diurnas alcanza los veinte grados Celsius y por las noches llegan a bajar de cero.
Febrero, marzo y abril son meses ambiguos, camaleónicos y traicioneros. En cualquier momento aparecen las temibles tormentas de arena. Normalmente son calurosos durante el día y fríos por las noches, pero un frío y un calor bastante tolerables, son hasta agradables y son, desde luego, la antesala del terrible y feroz calor del largo y bochornoso verano de todos los años de nuestra vida. Por eso no me gustan.
Yo adoro las noches de cualquier octubre, las mañanas de noviembre, el cielo de diciembre y los aromas del incienso de enero.
Me gusta, especialmente, el mes de octubre.
Con la llegada de octubre comienza a reinar la paz en los pozos y los ganaderos dejan de discutir y de lamentarse por la escasez del agua.
El clima se hace agradable y el camello le dice a su dueño “aiwa” de acuerdo. El camello está contento y se siente fuerte para trabajar. Comienza la época de celo, el tiempo de la reproducción. Octubre, debido al buen tiempo, es el mes por excelencia para sembrar la tierra. Es el tiempo de los “Dayara” los buscadores del ganado perdido, los rastreadores de huellas de dromedarios.
En octubre son raras las tormentas y las huellas en el desierto permanecen por más tiempo. En octubre el cielo empieza a recobrar el azul intenso, el color de la ternura.
Pero esos eran otros tiempos, otros octubres.
Los saharauis, en verano, terminan el día hacia poniente, oteando el horizonte, esperando una puesta de sol colorida que les augure un día fresco, de lo contrario, cuando el sol apenas deja rastro y el cielo es tristemente plomizo se preparan para otro día de calor.
Menos mal que nos quedan las estrellas.
Por las noches tenemos la posibilidad de contemplar la inusual belleza del cielo poblado de estrellas, o un cielo lleno de luna (en otra ocasión hablaré de la luna)
En ausencia de la luna, las estrellas son las reinas del cielo del desierto y aprovechan su tiempo al máximo. Se engalanan y hechizan con su belleza a los pobres habitantes del verano del desierto.
Con los cuerpos tendidos sobre esteras, mantas, o sobre la fina arena de una duna, los saharauis dan las espaldas a la tierra que los sostiene y contemplan embelesados la belleza inagotable de las estrellas. Bajo el techo que resguarda su mundo, los saharauis disfrutan de una ilusión, de un instante de magia que les ayuda a sobrellevar el atroz verano, y evadir la cruenta realidad de asfixia, de agobio, de angustia…
Las estrellas parecen escaparse del firmamento para compartir un sorbo de té verde paulatino, o acompañar el encuentro de amantes furtivos, o para posarse entre las manos de un niño, que llora o que ríe. Trazan señales divinas, augurios, trazan despedidas.
En verano sólo las estrellas son nuestras compañeras, nuestras amigas, nuestra esperanza.
Sólo ellas nos observan, y observamos, nos miran, y miramos. Ante ellas nos desnudamos, nos amamos, discutimos, sudamos, pecamos, oramos, luchamos y ante ellas lloramos. No le ocultamos nada, porque estamos destinados a nacer y morir frente a su centelleante mirada.
Qué sería de nosotros si en las noches de las innombrables Smaiem, los días más calurosos del verano, no tuviéramos la posibilidad de aliviar los calores y secarnos los sudores con la refrescante imagen de un cielo de estrellas.
Una de las constelaciones más famosas entre los saharauis es la de Las Pléyades (Azreiya). Su aparición en el firmamento marca el inicio del inevitable verano del Sáhara.
Aparece a finales de del mes de mayo y dependiendo del momento de su aparición, creen los saharauis, que el verano será fresco o caluroso. En realidad las opciones son caluroso, o muy caluroso.
Dice más o menos un refrán saharaui “Si (Azreiya) aparece temprano cómprale a tu hijo un abrigo y si sale tarde mejor cómprale un odre”
O sea que si la constelación de Las Pléyades aparece al principio de la noche, el verano será suave, y si aparece de madrugada el verano será muy duro.
Ojalá, por lo menos este verano, aparezca más temprano.
Ebnu
2 comentarios:
Este, vuestro espacio, es para mi como un oasis de sombra y agua fresca en mitad de la nada o como el respiro que ofrece la noche cuajada de estrellas.
Un bello relato que me ha emocionado y me ha transportado por unos instantes hasta la ladera de una duna blanca de cara al cielo oscuro.
Un abrazo.
sí que es un oasis...Parece como si un anciano recostado entre dunas nos contara cuentos antes de dormir...
Los cielos de Tifariti son increíbles...De día también, sobre todo si hay nubes, muy temprano por la mañana...
Pero por la noche...No tienen igual, un negro infinito, salpicado de deseos luminosos, que llega a alumbrar por sí mismo.
A veces cuando todo el mundo dormía me echaba a escondidas en un recoveco, a guardarlo bajo mi piel. Y la verdad, ya de regreso, en vez de mirar a mis cielos, cierro los ojos para recordar aquellos, y sólo los abro cuando hay luna llena, sabiendo que casi es la misma que nuestr@s herman@s también observan...
Publicar un comentario