Eran las seis de la tarde de un día caliente de otoño. Los marroquíes habían cercado a la ciudad de El Aaiun nadie podía salir ni siquiera de su casa para comprar una barra de pan. Los barrios saharauis sufrían su particular cerco ante la cobarde indiferencia de los soldados y observadores de las Naciones Unidas que contemplaban con toda frialdad como los colonos provenientes de Fez, Casa Blanca, Rabat, Marrakech destruían comercios, casas e humillaban la gente con la ayuda de la policía que les señalaba las personas que había que eliminar.
Mientras tanto los niños saharauis del barrio Maatala se organizaron dentro del patio de una casa y cogieron cientos de gatos y les amarraron a cada uno en el cuello una bandera saharaui y los sacaron a la calle. Cuando la policía marroquí vio aquello se quedó atónita y confundida, no sabía si perseguir a los niños o los gatos; en medio de aquel escenario los gendarmes empezaron a detener a todos los niños que en su mayoría tendrían entre once y doce años, los llevaron a la comisaría más cercana y los encerraron en una enorme celda, hasta que los pequeños comenzaron a gritar y gritar. En ese instante entró un carcelero y les dijo:
- Vale os dejaremos en libertad pero decidnos quién colgó la bandera en los gatos.
Uno de los mayores del grupo levantó la mano y dijo:
- Ha sido mi hermano el de la idea de los gatos, si nos dejáis libres os llevaré hacia él.
Inmediatamente el carcelero le informó al gendarme de que tenían información acerca de quién se le había ocurrido la idea de utilizar los gatos colgándoles la bandera; entraron y liberaron a todos los críos, menos al que les había proporcionado una pista para detener a la persona a la que se le ha ocurrido semejante desafío.
Entre gritos se lo llevaron en una furgoneta de color negro, estaba rodeado por cinco torturadores vestidos de paisano, constantemente le iban diciendo las ventajas y los beneficios que podía tener si les suministraba bastante información, el niño iba observando las casas de su barrio, en su mayoría de color amarillo oscuro. Las calles estrechas dificultaban la entrada de cualquier coche, mientras la gente estaba totalmente descontenta y frustrada con la presencia de policías y colonos que intentaban sin éxito erradicar cualquier intento de levantamiento saharaui en su contra.
En un pequeño callejón al cual solo se podía acceder a pie, estaba la casa del pequeño. Tenía mucho miedo de no volver a ver a sus padres y a su familia, pero estaba tranquilo porque veía desde el interior de la furgoneta que se estaban acercando a la zona y sabía que de un momento a otro podría abrazar a sus seres queridos. En ese preciso instante decidieron parar en una esquina de la calle bien oscura, abrieron las puertas del coche y bajaron dos torturadores con el niño esposado, lo llevaron en dirección hacia su calle. La gente con rabia e impotencia observaba la imagen del pequeño acompañado por sus verdugos pero nada se podía hacer, porque en cada esquina había militares y agentes de la seguridad marroquí vestidos de civil.
Lágrimas de miedo saltaban de sus ojos y el brillo inocente de su mirada se escapaba en medio de aquel estrecho callejón lleno de gendarmes, policías y colonos; llegaron a un portal enorme pintado de color negro, frente a aquella puerta se pararon y tocaron varias veces, hasta que salió la madre del niño vestida con una melhfa azul, los saludó y en medio de los saludos empezó a llorar cuando vio a su hijo esposado y acompañado por dos carceleros de enorme estatura y fuerte musculatura, se adentraron en el patio de la casa y solo vieron un niño pequeño que apenas tendría nueve años, su hermano rápidamente les dijo:
- Este fue quién nos enseñó como colgarles en el cuello a los gatos la bandera, este es el autor de la idea.
Los dos carceleros se quedaron sorprendidos al ver que no se trataba de un hombre sino de un niño pequeño de nueve años; inmediatamente llamaron por teléfono a sus superiores para tomar una decisión, si llevar a los dos niños a la cárcel o dejarlos en libertad; al final no les quedó más remedio que liberarlos.
Los niños al verse libres se fueron corriendo hacia un gato blanco que era su mascota preferida y lo abrazaron en medio del patio y ante la mirada de los dos carceleros.
Mientras tanto los niños saharauis del barrio Maatala se organizaron dentro del patio de una casa y cogieron cientos de gatos y les amarraron a cada uno en el cuello una bandera saharaui y los sacaron a la calle. Cuando la policía marroquí vio aquello se quedó atónita y confundida, no sabía si perseguir a los niños o los gatos; en medio de aquel escenario los gendarmes empezaron a detener a todos los niños que en su mayoría tendrían entre once y doce años, los llevaron a la comisaría más cercana y los encerraron en una enorme celda, hasta que los pequeños comenzaron a gritar y gritar. En ese instante entró un carcelero y les dijo:
- Vale os dejaremos en libertad pero decidnos quién colgó la bandera en los gatos.
Uno de los mayores del grupo levantó la mano y dijo:
- Ha sido mi hermano el de la idea de los gatos, si nos dejáis libres os llevaré hacia él.
Inmediatamente el carcelero le informó al gendarme de que tenían información acerca de quién se le había ocurrido la idea de utilizar los gatos colgándoles la bandera; entraron y liberaron a todos los críos, menos al que les había proporcionado una pista para detener a la persona a la que se le ha ocurrido semejante desafío.
Entre gritos se lo llevaron en una furgoneta de color negro, estaba rodeado por cinco torturadores vestidos de paisano, constantemente le iban diciendo las ventajas y los beneficios que podía tener si les suministraba bastante información, el niño iba observando las casas de su barrio, en su mayoría de color amarillo oscuro. Las calles estrechas dificultaban la entrada de cualquier coche, mientras la gente estaba totalmente descontenta y frustrada con la presencia de policías y colonos que intentaban sin éxito erradicar cualquier intento de levantamiento saharaui en su contra.
En un pequeño callejón al cual solo se podía acceder a pie, estaba la casa del pequeño. Tenía mucho miedo de no volver a ver a sus padres y a su familia, pero estaba tranquilo porque veía desde el interior de la furgoneta que se estaban acercando a la zona y sabía que de un momento a otro podría abrazar a sus seres queridos. En ese preciso instante decidieron parar en una esquina de la calle bien oscura, abrieron las puertas del coche y bajaron dos torturadores con el niño esposado, lo llevaron en dirección hacia su calle. La gente con rabia e impotencia observaba la imagen del pequeño acompañado por sus verdugos pero nada se podía hacer, porque en cada esquina había militares y agentes de la seguridad marroquí vestidos de civil.
Lágrimas de miedo saltaban de sus ojos y el brillo inocente de su mirada se escapaba en medio de aquel estrecho callejón lleno de gendarmes, policías y colonos; llegaron a un portal enorme pintado de color negro, frente a aquella puerta se pararon y tocaron varias veces, hasta que salió la madre del niño vestida con una melhfa azul, los saludó y en medio de los saludos empezó a llorar cuando vio a su hijo esposado y acompañado por dos carceleros de enorme estatura y fuerte musculatura, se adentraron en el patio de la casa y solo vieron un niño pequeño que apenas tendría nueve años, su hermano rápidamente les dijo:
- Este fue quién nos enseñó como colgarles en el cuello a los gatos la bandera, este es el autor de la idea.
Los dos carceleros se quedaron sorprendidos al ver que no se trataba de un hombre sino de un niño pequeño de nueve años; inmediatamente llamaron por teléfono a sus superiores para tomar una decisión, si llevar a los dos niños a la cárcel o dejarlos en libertad; al final no les quedó más remedio que liberarlos.
Los niños al verse libres se fueron corriendo hacia un gato blanco que era su mascota preferida y lo abrazaron en medio del patio y ante la mirada de los dos carceleros.
Ali Salem Iselmu
*Foto: niño detenido y torturado en El Aaiun en 2006. Ver documental Children of the Clouds
Precioso texto. Muy bueno
ResponderEliminarY genial idea la de los gatos. Quique