viernes, agosto 22, 2008

El verano de la hamada


El bochorno y el calor se habían adueñado de la tierra y el cielo, a partir de las once de la mañana el movimiento se paralizó en Rabuni. Nada se podía mover bajo los rayos de sol, parecía que de un momento a otro podíamos morir asfixiados porque nuestros cuerpos estaban al límite en aquella situación; la única esperanza que nos quedaba era que el viento del oeste, conocido como sahlia, empezara a soplar. Yo estaba totalmente paralizado, no sabía si mojar mi turbante con agua o la sábana de dormir, mis compañeros me decían constantemente “bebe té que es mejor que el agua fría de la garrafa”.

Aquel verano fue uno de los más calurosos en los campamentos, los ancianos decían que no recordaban en toda su vida tanto calor. Por las noches, cuando las entrañas del desierto empezaban a respirar y aquel viento del oeste soplaba desde el océano, la vida volvía lentamente y todos cogíamos una manta y la tendíamos sobre la arena. En ese instante volvía el té verde del Sahara y con él volvían las palabras mágicas de la noche; en medio de la charla todos empezábamos a observar el cielo para predecir las temperaturas del próximo día, pero casi nadie acertaba, excepto un anciano que tenía una enorme capacidad de observar las estrellas y dependiendo de su brillo nos daba su pronóstico del tiempo. El conocimiento de este hombre sobre la astronomía y el tiempo estaba basado en su capacidad de observación y el nombre de los meses que sólo sabía en hasania. También nos hablaba mucho de los camellos, su comportamiento cuando hace mucho calor y su capacidad de recordar el lugar de un pozo de agua aunque solo hayan bebido allí en una ocasión.

Nadie podía dormir dentro de las jaimas con esas temperaturas, todos se acostaban bajo la luz intensa de las estrellas o de la luna y la mayoría de las actividades cotidianas se hacían más de noche que de día. Porque el calor de la hamada siempre ha sido una eterna maldición para los saharauis habitantes del Sahel acostumbrados a temperaturas más suaves y a un clima menos duro.

Cuando el calor quema la ropa, el suelo que pisamos y nuestro cuerpo, la única defensa que nos queda es buscar un lugar con mucha sombra y agua, y estar quietos sin correr ningún tipo de riesgos. De lo contrario podemos poner nuestra vida en peligro exponiéndonos a unas temperaturas extremadamente altas. Los beduinos que se dedican a criar ganado en esas condiciones siempre te aconsejan moverte lo menos posible, si acaso procurar hacerlo a primera hora del día o a última hora, nunca al mediodía. Recuerdo que en una ocasión salí detrás de las huellas de unas cabras, quería alcanzarlas y llevarlas de nuevo hacia el frig, pero mis nulos conocimientos de orientación en el desierto me impidieron localizarlas y de repente me vi perdido sin agua en medio de la nada. Decidí subir a una montaña que estaba cerca para observar todo lo que estaba a mi alrededor y de repente vi unas cuatro jaimas. Yo, que tenía bastante sed, me alegré mucho y bajé hacia allí a toda prisa. Cuando estaba cerca, justo frente a la jaima, un hombre de cincuenta años me saludó invitándome a entrar y luego me preguntó:

- ¿Como has llegado hasta aquí sabiendo el calor que hace?

- Me he ido desde el frig de mi familia detrás de unas cabras, las cuales casi doy por perdidas pero me alegro mucho de haberos encontrado porque estaba sin agua y si no fuera por vuestra hospitalidad estaría en estos momentos prácticamente deshidratado.

- La vida en el desierto es la capacidad de una persona de asumir los riesgos sin perder nunca el sentido de la precaución- sentenció el hombre.


De sus palabras comprendí que el verano en la hamada es una estación donde el sol inicia su reinado a partir del mes de mayo hasta octubre; durante todo ese tiempo nuestros frágiles cuerpos bailarán de sudor escondidos debajo de una darra y tapados por un turbante negro que distingue a los saharauis de otros pueblos nómadas que habitan el desierto.


Ali Salem Iselmu

4 comentarios:

  1. Leyendo el relato hasta he podido sentir el calor.
    Este lugar es como un oasis en el que me detengo de vez en cuando para beber de sus pozos y fuentes.
    Un abrazo muy fuerte.

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  2. Ali, mientras leía tu relato recordaba el calor de finales de julio de 2000 que sufrí en la Hamada. Recuerdo el Irifi como si de un secador de pelo dirigido hacia la cara y a toda potencia te soplara. Fueron los días más duros que he pasado en mi vida, también para los saharauis. Quería hacer varias cosas, al final solamente pude hacer lo que el sol de la Hamada me permitió.
    Sallud y suerte,
    andrés.

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  3. Gracias amigos por los comentarios y por el trabajo que hacéis desde vuestras respectivas asociaciones a favor del pueblo saharaui. Esperamos que sigáis disfrutando de nuestras historias. Un fuerte abrazo.

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  4. Anónimo7:27 p. m.

    GRACIAS A VOSOTROS Y VOSOTRAS POR HACER LITERATURA EXQUISITA Y VOLCARLA EN LA WEB.
    BESILLOS
    silvia lázaro díaz
    escritoras andaluzas

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