Texto: Mohamidi Fakala, periodista y escritor
saharaui, que escribe desde los campamentos de refugiados saharauis en el sur
de Argelia. Ilustración: Fadel Jalifa
A veces las coincidencias encierran un
profundo sentir, sobre todo, cuando se trata de algo o de alguien que
representa toda una vivencia que aún sigue latente en el corazón de la melodía
del recuerdo. Por cierto, toda esta motivación se relaciona con personas,
lugares y circunstancias dispares.
En todo caso, es reconocible destacar esa
falta de desfallecimiento en la persecución de un sueño, convertido en una
concatenación de hechos heredados por tantos otros. Un sueño, lejos de ser
perezoso o abandonado a causa de las inclemencias del tiempo, la separación, o
el destierro. Toda una relación vivida con apuro para no perder las ligaduras,
acuñadas por una eterna amistad y materializadas por el resorte del poder del
afecto.
Fue uno de esos encuentros, sin cita previa,
que dejaban los planes sujetos a un devenir momentáneo; embebido en el arranque
de la precisión del momento. Nada se detenía en la memoria, pero de ella
brotaba un flujo imparable, más bien igualable al desplazamiento intranquilo
del barco de Balearia, que iba cruzando el Mediterráneo, removiendo sus hélices
las olas del norte. En ese diáfano sentido, el influjo tenue se vislumbraba
aferrado para sus adentros; aliviándose para apoderarse de sí mismo, como la mismísima
noche que poco a poco, se desconocía cómo, se había ido diluyendo entre los
albores del día, con la llegada a otro puerto diferente. Un embrujo seductor y
sedante, causado quizás por el encuentro, las sinceras conversaciones que
giraban en torno a muchas temáticas, coherencia e incoherencia de nuestro
tiempo.
Fue más bien una semblanza de un retrato de
viejos amigos, a los que la casualidad les tendió su propia jaima de nuevo,
pero esta vez sobre el intranquilo oleaje de un desierto de mar, después de
tanto tiempo sin poder encontrarse en tierra firme, tanto aquí como allá. No
importaba tanto el escenario, lo esencial fue que se mantuvieron encerrados en
un estrecho camarote, descarnando el pasado, alrededor de la aromatizada
evasión de un excelente té, marcado por la discreción de la tranquilidad de la
madrugada.
En aquel arrebato nostálgico no faltaron los
nombres de amigos de ahora y de entonces; vivos o muertos; unidos todos por un
sublime ideal. Probablemente todo esto no es más que un reflejo inconsciente
que las últimas pinceladas de la noche, en aquel largo viaje, quiso testimoniar
a su manera.
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