El viernes por la tarde, había estado en la presentación de El
sueño de volver, una reliquia literaria que Bahía supo extraer de su corazón
herido por la cruel e injusta situación de nuestro pueblo y logró, con un
estilo sencillo y cercano, acercarnos a una generación saharaui que lo dio todo
por su libertad. Tras tan ameno encuentro y convencido de la importancia de la
memoria histórica en el devenir de nuestro destino individual, me uní a mis
compañeros, amigos, compatriotas... hermanos de una generación que apenas se
encuentra a sí misma. Fueron tantos los azotes del destino y tantas las
puñaladas de la sádica realidad, fruto indiscutiblemente de intereses bastardos
y viles y traicioneras políticas, que hasta hace pocos años nuestro lema no
pronunciado pero sí practicado era el sálvese quien pueda.
Todos éramos unos niños cuando ocurrió el horror, la masacre,
cuando Caín cayó sobre Abel... y nos volvimos de la noche a la mañana huérfanos
de patria y pueblo. La ocupación de nuestra amada tierra por parte de las
sanguinarias hordas supuso la metamorfosis total de nuestro ser, un cambio
radical en nuestras vidas y un truncamiento traumático de la hasta entonces
inocente y feliz niñez que el desierto y la educación beduina habían sabido mimar
a su manera. Pasaron los años, las décadas, y cada cual siguió su sino según
sus circunstancias personales y los golpes del azar. Fuimos marcados a hierro
por la ocupación, la guerra y el desarraigo. Llevamos a cuestas, cruel destino
el nuestro, el sambenito de la sospecha y la traición por parte de todas las
administraciones y regímenes de nuestros lugares de residencia. Sin embargo, y
a pesar de que lo teníamos todo en contra, cada cual pudo con su vela.
Treinta años después, con más canas y menos pelo, logramos
vernos, hablarnos, logramos reunirnos para pasar un par de días juntos y
rememorar aquellos maravillosos años... recordar anécdotas particulares y
vivencias que de alguna manera nos marcaron. Hasta nos dimos un nombre, Foro
Granada 77, por ser la bella ciudad nazarí el primer destino de exilio de la
mayoría de aquellos mozalbetes que cruzamos el estrecho a principios de los
años ochenta. Entre las cosas más entrañables que hicimos para recordar y
revisitar ese pasado nuestro tan genuino y singular fueron las fotos que
todavía conservaban algunos de nosotros. Algunas eran de la época de España, de
cuando estudiábamos en el colegio. En una de esas fotos, aparecía toda una
clase. Empezamos a mirar las caras de los alumnos de la fotografía, unos de pie
y otros sentados aplicadamente; eran niños felices y desbordantes de risas...
de caras risueñas que reflejaban bondad y paz... eran niños, éramos nosotros
allá por los años setenta. Reconocimos a Omar, a Rubio, a Bucharaya, a Checua;
Mulay Zein, Lomo, el pequeño Mundi, Lagdaf Hadya, Baruda, Sneina, Uald Barba...
y también reconocimos a Hich que, sentado en la primera fila, miraba a la
cámara con sus ojitos de mirada misteriosa de apenas diez años y que ya
auguraban al futuro joven de carácter sereno y apaciguado querido y respetado
por todos los que le conocieron y trataron. Hich era su apodo, el que le dimos
cuando todos éramos niños, pero él es Mahayub Lajlifa Moisa, el jovencito que
tras la ocupación marroquí tuvo que continuar sus estudios en español en un
internado de Casablanca. Tras el instituto viajó a Las Palmas de Gran Canaria
para realizar estudios universitarios, sin embargo, no llegó a estudiar pues
eligió unirse al Frente Polisario para servir a su pueblo y a su patria.
Ejerció de maestro de lengua española y luego tuvo la oportunidad de estudiar
una carrera universitaria en Cuba. A finales de los años noventa, se estableció
en España, se casó y tuvo una hija. De hecho, hace una semana uno de los
compañeros intentó comunicarse con él para invitarle a nuestro segundo
encuentro. No pudo ser, y sólo pudimos ver y comentar esta fotografía suya de
niño tímido e introvertido sentado en primera fila. Era la noche del viernes
madrugada del sábado y habíamos estado rememorando nuestro pasado común, nuestra
extraña cultura de saharauis hispanófonos mientras mirábamos al niño Hich, a
Mahayub Lajlifa Moisa, sin sospechar que en ese preciso momento se debatía
entre la vida y la muerte, en su casa, solo, desamparado. Hoy domingo por la
mañana, el día en que nos despedíamos para volver cada uno a su lugar de
procedencia, recibimos la noticia: anoche, Mahayub fue encontrado muerto en su
casa. Llevaba fallecido dos días... dos días que llevábamos juntos en el pueblo
granadino de Huétor Santillán recordando ese pasado común del que Hich formaba
parte. Recordando, rememorando y sin olvidar que cada uno de nosotros es parte
del resto, cada uno es la historia, es el reflejo y el espíritu de los demás.
Cuando uno muere, cada uno de los demás muere un poquito. Cuando Mahayub muere,
todos nos sentimos morir. Todos, esta mañana, nos vimos sorprendidos por tan
triste noticia. Los nudos en la garganta nos dejaron mudos a la mayoría. Ahora,
desde la letra y en el nombre del foro, expreso mis condolencias a su viuda y a
toda la familia Moisa, deseando y pidiéndole a Dios que le acoja en su seno.
Larosi Haidar
Larosi Haidar
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