Dedicado a los 66
ex prisioneros
de guerra saharauis.
--Din, don, din. Aquí London.
--Son las 4:00 p.m. hora de Grenwitch de hoy 02-10-1985.
--Estimados oyentes, comienza nuestro informativo:
“El gobierno socialista de Felipe González, ha expulsado, en el día de hoy, al representante del Frente POLISARIO en España, D. Ahmed Bujari, después de haber cerrado su oficina en Madrid. A esta hora, el Sr. Bujari, que tiene la orden de abandonar España en un plazo inferior a 24 horas, se encuentra desde anoche en el aeropuerto internacional de Barajas de donde saldrá probablemente hacia París, porque hacia Argelia no hay vuelo hasta pasado mañana ”.
Omar, con el volumen de su transistor en el umbral mínimo de audición y la respiración contenida, gira aún más la rueda del volumen hasta apagar la radio.
Pasada ya la medianoche, el guardia de la prisión pasa la última revisión y golpea la puerta de la celda de Omar.
- Omar contesta: presente.
El silencio invade el recinto y acto seguido, Omar, vuelve a sacar su transistor, que llevaba varios días celosamente guardado, lo coloca pegado a la oreja izquierda, la derecha es sorda, y sintoniza, con un volumen apenas audible, la voz de Sahara Libre. Pero ésta no dice nada de la información ofrecida, al mediodía, por la radio de la BBC en árabe. Entonces, apaga la radio y se tumba.
Tirar de la memoria es algo que lleva haciendo desde finales de diciembre de 1980. Una celda de poco más de dos metros de largo por uno y medio de ancho y dos de altura, en medio de la oscuridad eterna, ciertamente, ofrece escasas alternativas al ejercicio de la memoria. Su cuerpo, casi esquelético, sobradamente torturado, ajado y castigado ya no le merece mayores atenciones. Su preocupación fundamental es ejercitar su memoria para no perder la cabeza.
Ya caída la noche, la noticia ofrecida por la radio London sigue rondando en su cabeza, pero al final, el nombre de Madrid, por asociación, recrea en su imaginación los recuerdos de sus felices años setenta en Canarias, Barcelona y Bilbao. Su melena, sus pantalones de pana y la música de las discotecas.
Esa noche se acurrucó, para dormir, recordando su viaje a Canarias a principios de 1973 en busca de trabajo y oportunidades. El trabajo en la obra, los barracones donde dormía levantados en mitad de la propia obra, la hostelería, la lejanía de la familia, las visitas a aquél lejano Aaiún colonial, la alegría de su familia cuando volvía y su tristeza cuando se marchaba de vuelta a Canarias, etc, etc, etc. Esos recuerdos le llevan a seguir en vela recordando que en 1974, cuando la crisis económica arreciaba en las Canarias, el trabajo escaseaba y la colonia saharaui se redirigía a Barcelona, Bilbao y las minas del carbón en Castilla León.
En su plena juventud ya había cruzado el Atlántico sin más medios que un castellano bastante rudimentario y unos doscientos duros. Ya en la península siguió encontrando trabajos, generalmente en la obra o en la hostelería, hasta que un día, en el tajo, lo invadió un dolor intenso. Fue ingresado en el hospital y operado de apendicitis. Durante los diez días que duró su ingreso, no lo visitó nadie, a excepción de una tal Ana, estudiante de medicina, que por entonces era amiga de alguno de los jóvenes saharauis que estudiaban en las universidades de Barcelona. Fue durante su estancia en la península cuando empezó a oír hablar del Frente POLISARIO.
A la mañana siguiente, se levantó ansioso por contar la noticia al resto de compañeros de cárcel. Y en el único momento del día en que podía ver el sol, un escaso cuarto de hora alrededor del mediodía, en un diálogo que tenía más de mímica que de susurros, informó a sus compañeros de presidio que, según Radio London, la Representación del POLISARIO en Europa, con sede en Madrid, había sido clausurada por decisión de Felipe González. Enseguida la noticia se propagó a todo el colectivo de prisioneros de Kenitra conocida, entre los saharauis, como Legneitra.
A la noche siguiente, sintonizando la Voz de Sahara Libre, se enteró de que unos seis pescadores españoles y el cadáver de un contramaestre estaban en manos del POLISARIO y que iban a ser entregados a las autoridades españolas en Argel. Entonces, intuyó que, en alta mar, sus compañeros, ex compañeros, de armas habían realizado una operación con éxito. Y que tal suceso debió ser la excusa esgrimida por Felipe González para expulsar al representante del POLISARIO en Europa.
Mucho antes, a finales de diciembre de 1980, en mitad de la noche y en el Atlántico próximo a Bojador, Omar había caído prisionero en una incursión marítima mal planeada. Justo en el momento en que comenzaba la maniobra del abordaje y la lancha fueraborda de su unidad había lanzado sus cuerdas por la aleta estribor de la popa, los oficiales marroquíes se percataron de la operación y dispararon en su dirección, obligando a dos de sus compañeros a soltarse de las cuerdas y a saltar al agua hiriendo al conductor, todo ello, después de que Omar hubiera saltado a bordo del buque.
Consciente de que el buque se dirigía mar a dentro a toda velocidad, Omar se dio cuenta de que había caído en manos del enemigo y se preparó psicológicamente para dos situaciones posibles: muerto o prisionero. Escondido en lo alto del buque, solo y mirando el cielo estrellado del Atlántico, preparó toda la estrategia con la que debería afrontar el, para él desconocido, hecho de caer prisionero. Ya amaneciendo se dio cuenta de que había otro buque militar alrededor del suyo. Lo detuvieron, le vendaron los ojos, lo pisotearon, lo abofetearon, lo maltrataron, lo esposaron y lo trasladaron, junto al cadáver de un oficial marroquí muerto de un disparo suyo, al otro buque. Lo llevaron a Dajla. Ahí fue torturado e interrogado sin que le quitaran ni las esposas ni las vendas que llevaba sobre los ojos. Luego lo subieron en un helicóptero, lo tiraron en el suelo de la aeronave, lo ataron y lo llevaron a Agadir.
En Agadir empezó de nuevo la tortura y el interrogatorio. Ahí experimentó, en carne propia, la enorme capacidad del hombre para inventar técnicas para la tortura. Y se dio cuenta de algo mucho peor para él: los oficiales que lo interrogaban disponían de muchísima más información de la que él suponía que debían saber, poniendo en serio peligro toda la estrategia que él había estado preparando aquella madrugada en la cubierta del buque, antes de su detención. En efecto, los oficiales de la inteligencia marroquí, disponían de tal información que llegaban a preguntarle por todas las personas que él pudiera haber conocido. Le preguntaban, pronunciando los nombres, por sus familiares, sus vecinos, sus amigos y hasta por los líderes del POLISARIO. Menos mal que el esquema central de la estrategia que había preparado consistía en afirmar que llevaba cinco años viviendo en un centro alejado de toda actividad, en mitad del desierto.
Después de tres semanas interminables de tortura, fue conducido a su celda en una cárcel de Agadir. Ahí se da cuenta de que había otros cuatro prisioneros de guerra saharauis. Y a medida que iban pasando los años, se fueron incorporando a su infierno nuevos prisioneros de guerra. El caso más trágico que recordaba era el de un joven soldado de diecinueve años al que trajeron a la cárcel completamente enloquecido, como consecuencia de un disparo en la cabeza. Estuvo fuera de sus cabales durante tres meses, creyendo que estaba hospitalizado en un centro en Argelia y gritando que le trajeran a Brahim Gali, comandante de la Segunda Región del Ejercito Saharaui, para hablar con él. Cuando recuperó la cordura, sus compañeros dudaban de si, en ese infierno, era mejor estar cuerdo o estar loco. Aparte de este joven soldado, los ocupantes de las dos celdas contiguas a la de Omar, tenían algo especial que añadir a la dramática historia de los prisioneros de guerra saharauis: Jatri, el ocupante de la celda derecha, había caído prisionero de guerra en abril de 1977 en los alrededores de Hasi Lebgar, más allá de la pared del Adrar mauritano, durante la guerra que se libró contra Mauritania, sufriendo en sus carnes la legendaría crueldad de las cárceles mauritanas. Y, al igual que él, Saleh, el ocupante de la celda izquierda, también había caído prisionero en 1977, durante una incursión a la vía férrea que transporta el hierro desde Zuerat a Nouadhibou. Pero ambos fueron liberados en 1979, después de los Acuerdos de Argel que ponían fin a la guerra entre Mauritania y el Sahara Occidental.
Hasta 1984 y dada la crueldad con la que eran tratados, Omar, no tenía indicio alguno para pensar que sus carceleros eran personas humanas. Cuatro interminables años, con sus días y sus noches, en los que nunca habían visto el sol, ni se habían cambiado de ropa ni una sola vez. Se vestían con una camisa y un pantalón corto ya roídos y llenos de piojos. Nunca se habían lavado y dormían directamente sobre el suelo junto a sus excrementos y orines y sin más compañía que un ejército de ratas, topos y cucarachas.
Marruecos, para eludir tratarles como tales prisioneros de guerra, en ello le iba el reconocimiento oficial de la existencia del Frente POLISARIO, se había negado siquiera a declarar su existencia. Y cuando alguien no consta a los humanos, parece que su existencia y cuidados tampoco le constan a Dios. Por lo que la crueldad con la que eran tratados lindaba con los márgenes remotos de la capacidad de imaginación del hombre.
Pero más tarde, en 1985 Marruecos, quizás debido a la presión internacional, había procedido a juntar en una misma cárcel a los dos grupos de prisioneros de guerra saharauis que tenía en su poder. En total, un grupo de 72 hombres de distintas edades que habían caído prisioneros en manos de Marruecos, estaban en dos bloques de celdas individuales, en unas condiciones de vida que distaban mucho de lo que aconsejan los Tratados Internacionales sobre el tratamiento de los prisioneros de guerra. Nadie sabía nada de ellos. El POLISARIO había tocado las puertas de todas las organizaciones internacionales para averiguar su paradero, pero nadie ofreció, nunca, pista alguna sobre ellos. Algunas de las esposas de los presos habían solicitado a los jueces saharauis que declararan la muerte o la desaparición de sus maridos para poder contraer nuevas nupcias. Algunas llegaron a casarse y procrear en la creencia de que sus maridos ya no estaban en el mundo de los vivos.
A finales de 1985, Marruecos inició una nueva fase para seducir a los prisioneros. Intentó reducir la crueldad con la que eran tratados. Al menos empezaron a ver el sol durante un cuarto de hora al día en un recinto a cielo abierto, de 20 metros de largo por 15 de ancho. Para entonces ya era visible la intencionalidad de Marruecos para atraerse la voluntad de un grupo de hombres que le estaban generando más problemas de lo que pensaba. Entonces les visitó en la cárcel una Comisión Real que les ofreció la posibilidad de pedir el indulto real, garantizándoles que les iba a ser concedido, tan pronto como admitieran que era marroquíes y se comprometieran a quedarse en Marruecos. La oferta además, venía aderezada con elevadas sumas de dinero, buenos trabajos, casas, coches, etc. Delante de esa misma Comisión Real, expusieron que aceptarían ser liberados, únicamente, si era para ser devueltos al Frente POLISARIO o puestos a disposición de las Naciones Unidas. A partir de entonces, se les invitaba continuamente a pedir el indulto real. Pero ellos, los 72 prisioneros, rechazaron una y otra vez la petición del indulto, muy a sabiendas de que detrás de cada rechazo venía una sesión de torturas, jornadas seguidas sin ver el sol y el aislamiento individual en las celdas sin poder hablar entre ellos. Ciertamente, en raras ocasiones la conciencia del género humano soporta un examen tan severo. Quizás su inquebrantable fe en la justicia de la Causa por la que habían caído prisioneros era de tal magnitud que les impedía traicionarla.
Para soportar semejantes niveles de represión, los prisioneros de guerra saharauis habían creado la conocida como “Wathigat Al-Asir” o “Acta del Prisionero”, documento que recogía sus convicciones más íntimas y que cada cual se había copiado a mano como podía. Todos la leían y la volvían a releer para identificarse con el grupo. En dicho documento se aludía a las técnicas para afrontar los interrogatorios y todos los derechos del prisionero de guerra.
Entre ellos el clima de relaciones humanas creado condensaba lo mejor de la amistad, la hermandad y el verdadero amor al prójimo. Todos enseñaban a todos. Todo el que podía enseñar algo lo hacía. Todas las materias del universo de la Cárcel de Legneitira, desde conocimientos básicos de fauna y flora hasta teología coránica, pasando por el cálculo, la gramática y las lenguas árabe, español y francés, se lo enseñaban unos a otros.
En cierta medida también habían reproducido el orden jerárquico que tenían cuando estaban en sus unidades de combate. De modo que su portavoz era el que mayor rango había ostentado en el frente de guerra.
Pero el año clave iba a ser el año 1991. Ese año Marruecos comenzó a permitir las visitas familiares y organizó una gira tal que las ciudades del Sahara ocupado recibieran cada una a los prisioneros de las que eran originarios. Así en Dajla, Bojador, Smara y El Aaiún, se montaron unos campamentos para recibir a los prisioneros. Ellos, los prisioneros de guerra, uniformados por “Wathigat Al-Asir”, impusieron la condición de que no se le prohíba a nadie visitarles. Y además se auto impusieron la medida de no hablar ni saludar a nadie de los que se hubieran pasado del POLISARIO a Marruecos. Durante aquellos días, en las distintas ciudades del Sahara y ante la vista de todo el público incluso el saludo le era negado a todos los traidores de la Causa.
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--Din, don, din. Aquí London.
--Son las 4:00 p.m. hora de Grenwitch de hoy 21-10-1996.
--Estimados oyentes, comienza nuestro informativo:
“A media mañana de hoy, y gracias a la mediación de la Embajada de EE.UU. en Rabat y la Cruz Roja Internacional, un avión cedido por Alemania transportó, desde la ciudad marroquí de Agadir hacia los Campamentos de Refugiados Saharauis en Tinduf, al grupo de prisioneros de guerra del Frente POLISARIO que Marruecos mantenía en cautividad.. En total ha sido un grupo de 66 prisioneros de guerra puestos en libertad”.
Jatri, el padre de Omar, que desde antes de la invasión de Marruecos vivía y seguía viviendo en El Aaiún, pasó sus manos por los ojos y apagó la radio.
En efecto, sobre las once de la mañana, el grupo de prisioneros de guerra saharauis, estaba en formación listo para embarcar en la aeronave alemana con destino a Tinduf. Para asombro del personal de la Cruz Roja encargado de su liberación y traslado, hasta ese instante el grupo entero no había mostrado el más mínimo indicio de alegría. Ni una sonrisa, ni un grito de libertad ni nada por el estilo. Curtidos ya por más de dieciséis años de cárcel, mantenían la serenidad y la calma.
Y aterrizaron en Tinduf. Vehículos oficiales los trasladaron al Centro de “Enjeyla”, recorriendo en su trayecto columnas enteras de vehículos, hombres, mujeres, ancianos y niños dándoles la bienvenida.
Después de los pertinentes recibimientos oficiales, en los días sucesivos, y como correspondía a un hecho de tal envergadura, recorrieron las distintas “wilayas”, “dairas” y regiones militares, envueltos en la aureola de auténticos héroes. No sin antes haber sido oficial y puntualmente informados sobre los cambios copernicanos, en los aspectos social, político, civil, militar y económico, que la sociedad saharaui en el exilio, había experimentado durante su larga ausencia.
Ahora que habían recuperado la libertad tantas noches soñada, cada cual se dirigió a su familia para disfrutar en la intimidad, de esa libertad y, algunos, saborearla.
Omar, no tenía familia alguna en el exilio. Su madre había fallecido cuando él aún era niño y su padre había contraído nuevas nupcias y estaba en El Aaiún ocupado. De modo que se dirigió a la jaima de un tío materno en el Centro 27 de febrero, por ser el familiar más próximo.
Reincorporado nuevamente a una unidad militar del sur, pasaron los años y le volvió con fuerza la necesidad de emigrar, quizás producto de esos cambios copernicanos de los que había sido oficialmente informado y que él mismo había ido observando sobre el terreno.
A finales del año 2003, se trasladó a la ciudad mauritana de Zuerat y ahí inicia su nuevo periplo hacia las Islas Canarias. El pasaporte, el visado, el trabajo en la obra, en la hostelería, volvieron sobre un cuerpo ya castigado.
Con ayuda de “Wathigat Al-Asir” había conseguido vencer a Marruecos, pero nada ha podido hacer, ya en libertad, para no resultar vencido en Tinduf.
Para su desgracia, los mismos principios que le empujaron a rechazar las peticiones de indulto real tantas veces ofrecido cuando estaba prisionero, volvían a perturbar su conciencia cada vez que intentaba poner su cabeza sobre la almohada. Al fin y al cabo, ahora, que ha vuelto a emigrar, al igual, que antes cuando estaba prisionero, las lágrimas siguen ajando las mejillas de El Aaiún.
Huneifa ibnu Abi Rabiaa
ex prisioneros
de guerra saharauis.
--Din, don, din. Aquí London.
--Son las 4:00 p.m. hora de Grenwitch de hoy 02-10-1985.
--Estimados oyentes, comienza nuestro informativo:
“El gobierno socialista de Felipe González, ha expulsado, en el día de hoy, al representante del Frente POLISARIO en España, D. Ahmed Bujari, después de haber cerrado su oficina en Madrid. A esta hora, el Sr. Bujari, que tiene la orden de abandonar España en un plazo inferior a 24 horas, se encuentra desde anoche en el aeropuerto internacional de Barajas de donde saldrá probablemente hacia París, porque hacia Argelia no hay vuelo hasta pasado mañana ”.
Omar, con el volumen de su transistor en el umbral mínimo de audición y la respiración contenida, gira aún más la rueda del volumen hasta apagar la radio.
Pasada ya la medianoche, el guardia de la prisión pasa la última revisión y golpea la puerta de la celda de Omar.
- Omar contesta: presente.
El silencio invade el recinto y acto seguido, Omar, vuelve a sacar su transistor, que llevaba varios días celosamente guardado, lo coloca pegado a la oreja izquierda, la derecha es sorda, y sintoniza, con un volumen apenas audible, la voz de Sahara Libre. Pero ésta no dice nada de la información ofrecida, al mediodía, por la radio de la BBC en árabe. Entonces, apaga la radio y se tumba.
Tirar de la memoria es algo que lleva haciendo desde finales de diciembre de 1980. Una celda de poco más de dos metros de largo por uno y medio de ancho y dos de altura, en medio de la oscuridad eterna, ciertamente, ofrece escasas alternativas al ejercicio de la memoria. Su cuerpo, casi esquelético, sobradamente torturado, ajado y castigado ya no le merece mayores atenciones. Su preocupación fundamental es ejercitar su memoria para no perder la cabeza.
Ya caída la noche, la noticia ofrecida por la radio London sigue rondando en su cabeza, pero al final, el nombre de Madrid, por asociación, recrea en su imaginación los recuerdos de sus felices años setenta en Canarias, Barcelona y Bilbao. Su melena, sus pantalones de pana y la música de las discotecas.
Esa noche se acurrucó, para dormir, recordando su viaje a Canarias a principios de 1973 en busca de trabajo y oportunidades. El trabajo en la obra, los barracones donde dormía levantados en mitad de la propia obra, la hostelería, la lejanía de la familia, las visitas a aquél lejano Aaiún colonial, la alegría de su familia cuando volvía y su tristeza cuando se marchaba de vuelta a Canarias, etc, etc, etc. Esos recuerdos le llevan a seguir en vela recordando que en 1974, cuando la crisis económica arreciaba en las Canarias, el trabajo escaseaba y la colonia saharaui se redirigía a Barcelona, Bilbao y las minas del carbón en Castilla León.
En su plena juventud ya había cruzado el Atlántico sin más medios que un castellano bastante rudimentario y unos doscientos duros. Ya en la península siguió encontrando trabajos, generalmente en la obra o en la hostelería, hasta que un día, en el tajo, lo invadió un dolor intenso. Fue ingresado en el hospital y operado de apendicitis. Durante los diez días que duró su ingreso, no lo visitó nadie, a excepción de una tal Ana, estudiante de medicina, que por entonces era amiga de alguno de los jóvenes saharauis que estudiaban en las universidades de Barcelona. Fue durante su estancia en la península cuando empezó a oír hablar del Frente POLISARIO.
A la mañana siguiente, se levantó ansioso por contar la noticia al resto de compañeros de cárcel. Y en el único momento del día en que podía ver el sol, un escaso cuarto de hora alrededor del mediodía, en un diálogo que tenía más de mímica que de susurros, informó a sus compañeros de presidio que, según Radio London, la Representación del POLISARIO en Europa, con sede en Madrid, había sido clausurada por decisión de Felipe González. Enseguida la noticia se propagó a todo el colectivo de prisioneros de Kenitra conocida, entre los saharauis, como Legneitra.
A la noche siguiente, sintonizando la Voz de Sahara Libre, se enteró de que unos seis pescadores españoles y el cadáver de un contramaestre estaban en manos del POLISARIO y que iban a ser entregados a las autoridades españolas en Argel. Entonces, intuyó que, en alta mar, sus compañeros, ex compañeros, de armas habían realizado una operación con éxito. Y que tal suceso debió ser la excusa esgrimida por Felipe González para expulsar al representante del POLISARIO en Europa.
Mucho antes, a finales de diciembre de 1980, en mitad de la noche y en el Atlántico próximo a Bojador, Omar había caído prisionero en una incursión marítima mal planeada. Justo en el momento en que comenzaba la maniobra del abordaje y la lancha fueraborda de su unidad había lanzado sus cuerdas por la aleta estribor de la popa, los oficiales marroquíes se percataron de la operación y dispararon en su dirección, obligando a dos de sus compañeros a soltarse de las cuerdas y a saltar al agua hiriendo al conductor, todo ello, después de que Omar hubiera saltado a bordo del buque.
Consciente de que el buque se dirigía mar a dentro a toda velocidad, Omar se dio cuenta de que había caído en manos del enemigo y se preparó psicológicamente para dos situaciones posibles: muerto o prisionero. Escondido en lo alto del buque, solo y mirando el cielo estrellado del Atlántico, preparó toda la estrategia con la que debería afrontar el, para él desconocido, hecho de caer prisionero. Ya amaneciendo se dio cuenta de que había otro buque militar alrededor del suyo. Lo detuvieron, le vendaron los ojos, lo pisotearon, lo abofetearon, lo maltrataron, lo esposaron y lo trasladaron, junto al cadáver de un oficial marroquí muerto de un disparo suyo, al otro buque. Lo llevaron a Dajla. Ahí fue torturado e interrogado sin que le quitaran ni las esposas ni las vendas que llevaba sobre los ojos. Luego lo subieron en un helicóptero, lo tiraron en el suelo de la aeronave, lo ataron y lo llevaron a Agadir.
En Agadir empezó de nuevo la tortura y el interrogatorio. Ahí experimentó, en carne propia, la enorme capacidad del hombre para inventar técnicas para la tortura. Y se dio cuenta de algo mucho peor para él: los oficiales que lo interrogaban disponían de muchísima más información de la que él suponía que debían saber, poniendo en serio peligro toda la estrategia que él había estado preparando aquella madrugada en la cubierta del buque, antes de su detención. En efecto, los oficiales de la inteligencia marroquí, disponían de tal información que llegaban a preguntarle por todas las personas que él pudiera haber conocido. Le preguntaban, pronunciando los nombres, por sus familiares, sus vecinos, sus amigos y hasta por los líderes del POLISARIO. Menos mal que el esquema central de la estrategia que había preparado consistía en afirmar que llevaba cinco años viviendo en un centro alejado de toda actividad, en mitad del desierto.
Después de tres semanas interminables de tortura, fue conducido a su celda en una cárcel de Agadir. Ahí se da cuenta de que había otros cuatro prisioneros de guerra saharauis. Y a medida que iban pasando los años, se fueron incorporando a su infierno nuevos prisioneros de guerra. El caso más trágico que recordaba era el de un joven soldado de diecinueve años al que trajeron a la cárcel completamente enloquecido, como consecuencia de un disparo en la cabeza. Estuvo fuera de sus cabales durante tres meses, creyendo que estaba hospitalizado en un centro en Argelia y gritando que le trajeran a Brahim Gali, comandante de la Segunda Región del Ejercito Saharaui, para hablar con él. Cuando recuperó la cordura, sus compañeros dudaban de si, en ese infierno, era mejor estar cuerdo o estar loco. Aparte de este joven soldado, los ocupantes de las dos celdas contiguas a la de Omar, tenían algo especial que añadir a la dramática historia de los prisioneros de guerra saharauis: Jatri, el ocupante de la celda derecha, había caído prisionero de guerra en abril de 1977 en los alrededores de Hasi Lebgar, más allá de la pared del Adrar mauritano, durante la guerra que se libró contra Mauritania, sufriendo en sus carnes la legendaría crueldad de las cárceles mauritanas. Y, al igual que él, Saleh, el ocupante de la celda izquierda, también había caído prisionero en 1977, durante una incursión a la vía férrea que transporta el hierro desde Zuerat a Nouadhibou. Pero ambos fueron liberados en 1979, después de los Acuerdos de Argel que ponían fin a la guerra entre Mauritania y el Sahara Occidental.
Hasta 1984 y dada la crueldad con la que eran tratados, Omar, no tenía indicio alguno para pensar que sus carceleros eran personas humanas. Cuatro interminables años, con sus días y sus noches, en los que nunca habían visto el sol, ni se habían cambiado de ropa ni una sola vez. Se vestían con una camisa y un pantalón corto ya roídos y llenos de piojos. Nunca se habían lavado y dormían directamente sobre el suelo junto a sus excrementos y orines y sin más compañía que un ejército de ratas, topos y cucarachas.
Marruecos, para eludir tratarles como tales prisioneros de guerra, en ello le iba el reconocimiento oficial de la existencia del Frente POLISARIO, se había negado siquiera a declarar su existencia. Y cuando alguien no consta a los humanos, parece que su existencia y cuidados tampoco le constan a Dios. Por lo que la crueldad con la que eran tratados lindaba con los márgenes remotos de la capacidad de imaginación del hombre.
Pero más tarde, en 1985 Marruecos, quizás debido a la presión internacional, había procedido a juntar en una misma cárcel a los dos grupos de prisioneros de guerra saharauis que tenía en su poder. En total, un grupo de 72 hombres de distintas edades que habían caído prisioneros en manos de Marruecos, estaban en dos bloques de celdas individuales, en unas condiciones de vida que distaban mucho de lo que aconsejan los Tratados Internacionales sobre el tratamiento de los prisioneros de guerra. Nadie sabía nada de ellos. El POLISARIO había tocado las puertas de todas las organizaciones internacionales para averiguar su paradero, pero nadie ofreció, nunca, pista alguna sobre ellos. Algunas de las esposas de los presos habían solicitado a los jueces saharauis que declararan la muerte o la desaparición de sus maridos para poder contraer nuevas nupcias. Algunas llegaron a casarse y procrear en la creencia de que sus maridos ya no estaban en el mundo de los vivos.
A finales de 1985, Marruecos inició una nueva fase para seducir a los prisioneros. Intentó reducir la crueldad con la que eran tratados. Al menos empezaron a ver el sol durante un cuarto de hora al día en un recinto a cielo abierto, de 20 metros de largo por 15 de ancho. Para entonces ya era visible la intencionalidad de Marruecos para atraerse la voluntad de un grupo de hombres que le estaban generando más problemas de lo que pensaba. Entonces les visitó en la cárcel una Comisión Real que les ofreció la posibilidad de pedir el indulto real, garantizándoles que les iba a ser concedido, tan pronto como admitieran que era marroquíes y se comprometieran a quedarse en Marruecos. La oferta además, venía aderezada con elevadas sumas de dinero, buenos trabajos, casas, coches, etc. Delante de esa misma Comisión Real, expusieron que aceptarían ser liberados, únicamente, si era para ser devueltos al Frente POLISARIO o puestos a disposición de las Naciones Unidas. A partir de entonces, se les invitaba continuamente a pedir el indulto real. Pero ellos, los 72 prisioneros, rechazaron una y otra vez la petición del indulto, muy a sabiendas de que detrás de cada rechazo venía una sesión de torturas, jornadas seguidas sin ver el sol y el aislamiento individual en las celdas sin poder hablar entre ellos. Ciertamente, en raras ocasiones la conciencia del género humano soporta un examen tan severo. Quizás su inquebrantable fe en la justicia de la Causa por la que habían caído prisioneros era de tal magnitud que les impedía traicionarla.
Para soportar semejantes niveles de represión, los prisioneros de guerra saharauis habían creado la conocida como “Wathigat Al-Asir” o “Acta del Prisionero”, documento que recogía sus convicciones más íntimas y que cada cual se había copiado a mano como podía. Todos la leían y la volvían a releer para identificarse con el grupo. En dicho documento se aludía a las técnicas para afrontar los interrogatorios y todos los derechos del prisionero de guerra.
Entre ellos el clima de relaciones humanas creado condensaba lo mejor de la amistad, la hermandad y el verdadero amor al prójimo. Todos enseñaban a todos. Todo el que podía enseñar algo lo hacía. Todas las materias del universo de la Cárcel de Legneitira, desde conocimientos básicos de fauna y flora hasta teología coránica, pasando por el cálculo, la gramática y las lenguas árabe, español y francés, se lo enseñaban unos a otros.
En cierta medida también habían reproducido el orden jerárquico que tenían cuando estaban en sus unidades de combate. De modo que su portavoz era el que mayor rango había ostentado en el frente de guerra.
Pero el año clave iba a ser el año 1991. Ese año Marruecos comenzó a permitir las visitas familiares y organizó una gira tal que las ciudades del Sahara ocupado recibieran cada una a los prisioneros de las que eran originarios. Así en Dajla, Bojador, Smara y El Aaiún, se montaron unos campamentos para recibir a los prisioneros. Ellos, los prisioneros de guerra, uniformados por “Wathigat Al-Asir”, impusieron la condición de que no se le prohíba a nadie visitarles. Y además se auto impusieron la medida de no hablar ni saludar a nadie de los que se hubieran pasado del POLISARIO a Marruecos. Durante aquellos días, en las distintas ciudades del Sahara y ante la vista de todo el público incluso el saludo le era negado a todos los traidores de la Causa.
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--Din, don, din. Aquí London.
--Son las 4:00 p.m. hora de Grenwitch de hoy 21-10-1996.
--Estimados oyentes, comienza nuestro informativo:
“A media mañana de hoy, y gracias a la mediación de la Embajada de EE.UU. en Rabat y la Cruz Roja Internacional, un avión cedido por Alemania transportó, desde la ciudad marroquí de Agadir hacia los Campamentos de Refugiados Saharauis en Tinduf, al grupo de prisioneros de guerra del Frente POLISARIO que Marruecos mantenía en cautividad.. En total ha sido un grupo de 66 prisioneros de guerra puestos en libertad”.
Jatri, el padre de Omar, que desde antes de la invasión de Marruecos vivía y seguía viviendo en El Aaiún, pasó sus manos por los ojos y apagó la radio.
En efecto, sobre las once de la mañana, el grupo de prisioneros de guerra saharauis, estaba en formación listo para embarcar en la aeronave alemana con destino a Tinduf. Para asombro del personal de la Cruz Roja encargado de su liberación y traslado, hasta ese instante el grupo entero no había mostrado el más mínimo indicio de alegría. Ni una sonrisa, ni un grito de libertad ni nada por el estilo. Curtidos ya por más de dieciséis años de cárcel, mantenían la serenidad y la calma.
Y aterrizaron en Tinduf. Vehículos oficiales los trasladaron al Centro de “Enjeyla”, recorriendo en su trayecto columnas enteras de vehículos, hombres, mujeres, ancianos y niños dándoles la bienvenida.
Después de los pertinentes recibimientos oficiales, en los días sucesivos, y como correspondía a un hecho de tal envergadura, recorrieron las distintas “wilayas”, “dairas” y regiones militares, envueltos en la aureola de auténticos héroes. No sin antes haber sido oficial y puntualmente informados sobre los cambios copernicanos, en los aspectos social, político, civil, militar y económico, que la sociedad saharaui en el exilio, había experimentado durante su larga ausencia.
Ahora que habían recuperado la libertad tantas noches soñada, cada cual se dirigió a su familia para disfrutar en la intimidad, de esa libertad y, algunos, saborearla.
Omar, no tenía familia alguna en el exilio. Su madre había fallecido cuando él aún era niño y su padre había contraído nuevas nupcias y estaba en El Aaiún ocupado. De modo que se dirigió a la jaima de un tío materno en el Centro 27 de febrero, por ser el familiar más próximo.
Reincorporado nuevamente a una unidad militar del sur, pasaron los años y le volvió con fuerza la necesidad de emigrar, quizás producto de esos cambios copernicanos de los que había sido oficialmente informado y que él mismo había ido observando sobre el terreno.
A finales del año 2003, se trasladó a la ciudad mauritana de Zuerat y ahí inicia su nuevo periplo hacia las Islas Canarias. El pasaporte, el visado, el trabajo en la obra, en la hostelería, volvieron sobre un cuerpo ya castigado.
Con ayuda de “Wathigat Al-Asir” había conseguido vencer a Marruecos, pero nada ha podido hacer, ya en libertad, para no resultar vencido en Tinduf.
Para su desgracia, los mismos principios que le empujaron a rechazar las peticiones de indulto real tantas veces ofrecido cuando estaba prisionero, volvían a perturbar su conciencia cada vez que intentaba poner su cabeza sobre la almohada. Al fin y al cabo, ahora, que ha vuelto a emigrar, al igual, que antes cuando estaba prisionero, las lágrimas siguen ajando las mejillas de El Aaiún.
Huneifa ibnu Abi Rabiaa
"Y además se auto impusieron la medida de no hablar ni saludar a nadie de los que se hubieran pasado del POLISARIO a Marruecos. Durante aquellos días, en las distintas ciudades del Sahara y ante la vista de todo el público incluso el saludo le era negado a todos los traidores de la Causa."
ResponderEliminarCONMOVEDOR RELATO!
EL ACTA DEL PRISIONERO DEBERÍAMOS DEBERÍA HACERLA NUESTRA TODOS LOS SAHARAUIS, AFÍN DE CUENTAS, ESTEMOS DONDE ESTEMOS, SEGUIMOS SIENDO PRISIONEROS, MIENTRAS LA PATRIA SIGA OCUPADA.