Lo cierto es que esta frase no es mía: “La historia se repite” y si lo fuera, ¡cómo me sentiría! Pero hará un cuarto de siglo que dejé en mi tierra una armónica convivencia entre dos religiones y varias civilizaciones, musulmanes, cristianos, africanos, orientales, occidentales…Este recuerdo vuelve a mi memoria cada vez que tomo la línea 1, metro azul, y la 3, metro amarillo, y bajo a ese barrio de Lavapiés anclado en el corazón de Madrid. Arabes, europeos, orientales, latinoamericanos, componen la sangre que alimenta la vida de estas calles con sus diferentes lenguas y ropas, sus comercios, restaurantes, comida turca o libanesa, carnicerías con mercancía sacrificada según las creencias musulmanas, los puestos de los africanos con sus collares y abalorios de preciosas piedras, figuritas talladas que representan sus milenarias culturas, ropa de infinitos colores y, adaptados al nuevo siglo, se prodigan locutorios que facilitan el contacto con sus raíces en los diferentes continentes.
Cada vez que transito por la calle Ave María, la más fluida del barrio, recupero un lejano pasado, cuando por los años 70, en mi infancia, caminaba por las calles de El Aaiun, Villa Cisneros, Smara, Lagüera o Auserd. Allí no distinguíamos entre la palabra extranjero y saharaui. Senegaleses, mauritanos, malineses, argelinos, marroquíes y españoles de diferentes regiones hacían su vida con total tolerancia y sin hacer diferencias entre todas esas culturas.
Y ahora, cuando escucho palabras como inmigrante, ley de extranjería, sudaca, moro, invasión, o hasta el extremo de llegar a hablar de “reconquista”, yo me pregunto por qué no se quiere entender que la gente desea convivir sin hacer diferencias raciales y que el Tercer Mundo, azotado por las crisis económicas, políticas y el subdesarrollo creado por las grandes potencias ha sido el catalizador de esta enorme masa de seres humanos que buscan hacer una mejor vida y ayudar al desarrollo de sus pueblos. Mucho me irrita la palabra extranjero, tan usada aquí para nombrar lo que para nosotros es huésped.
Yo no puedo olvidar que España fue un país de inmigrantes por razones de guerra, de pobreza y de problemas políticos. Espero que sepan mirar hacia atrás y recuerden este pasado. Ese pretérito lo es hoy Africa, América Latina y otros países de la misma Europa. La historia y el progreso de los grandes les condena a mirarnos a nosotros los pobres y a entender que nuestro futuro es común, el de los pobres y el de los ricos.
Me siento ciudadano del mundo, no concibo fronteras, ojalá existiera una ley universal que nos concediera un pasaporte común y sin visa. Tengo un sueño que me gustaría que fuera igual para todos, me encuentro en Bombay, Damasco, El Aaiun, Nueva York, París, Londres, Sidney, Tombuctú o este mismo barrio de Lavapiés, y nadie mira de reojo, con ese gesto de “no es de los nuestros”, por el color, blanco, negro o mestizo, o la forma de hablar, de vestir o de rezar. Somos ocupantes de un arca a la que amenaza mal tiempo, o aunamos nuestros esfuerzos o nos hundiremos todos juntos.
Y aquí me encuentro, haciendo esta pequeña reflexión un domingo por la mañana sentado en la Taberna La Inquilina, en plena calle Avemaría de este barrio de Lavapiés en medio de carteles de músicas del mundo. Me miran músicos gallegos, gitanos, franceses, argelinos, ingleses, estadounidenses, andaluces e incluso de Cabo Verde y sentado a mi lado tengo un grupo diverso de personas, diferentes tonos de piel y diferentes acentos. Todos estamos aquí, algunos a miles de kilómetros de nuestra tierra, pero por alguna extraña casualidad, aquí nos encontramos, en Lavapies, deseando que no nos hagan sentir extranjeros.
Octubre 2001
Bahia Mahmud Awah
Cada vez que transito por la calle Ave María, la más fluida del barrio, recupero un lejano pasado, cuando por los años 70, en mi infancia, caminaba por las calles de El Aaiun, Villa Cisneros, Smara, Lagüera o Auserd. Allí no distinguíamos entre la palabra extranjero y saharaui. Senegaleses, mauritanos, malineses, argelinos, marroquíes y españoles de diferentes regiones hacían su vida con total tolerancia y sin hacer diferencias entre todas esas culturas.
Y ahora, cuando escucho palabras como inmigrante, ley de extranjería, sudaca, moro, invasión, o hasta el extremo de llegar a hablar de “reconquista”, yo me pregunto por qué no se quiere entender que la gente desea convivir sin hacer diferencias raciales y que el Tercer Mundo, azotado por las crisis económicas, políticas y el subdesarrollo creado por las grandes potencias ha sido el catalizador de esta enorme masa de seres humanos que buscan hacer una mejor vida y ayudar al desarrollo de sus pueblos. Mucho me irrita la palabra extranjero, tan usada aquí para nombrar lo que para nosotros es huésped.
Yo no puedo olvidar que España fue un país de inmigrantes por razones de guerra, de pobreza y de problemas políticos. Espero que sepan mirar hacia atrás y recuerden este pasado. Ese pretérito lo es hoy Africa, América Latina y otros países de la misma Europa. La historia y el progreso de los grandes les condena a mirarnos a nosotros los pobres y a entender que nuestro futuro es común, el de los pobres y el de los ricos.
Me siento ciudadano del mundo, no concibo fronteras, ojalá existiera una ley universal que nos concediera un pasaporte común y sin visa. Tengo un sueño que me gustaría que fuera igual para todos, me encuentro en Bombay, Damasco, El Aaiun, Nueva York, París, Londres, Sidney, Tombuctú o este mismo barrio de Lavapiés, y nadie mira de reojo, con ese gesto de “no es de los nuestros”, por el color, blanco, negro o mestizo, o la forma de hablar, de vestir o de rezar. Somos ocupantes de un arca a la que amenaza mal tiempo, o aunamos nuestros esfuerzos o nos hundiremos todos juntos.
Y aquí me encuentro, haciendo esta pequeña reflexión un domingo por la mañana sentado en la Taberna La Inquilina, en plena calle Avemaría de este barrio de Lavapiés en medio de carteles de músicas del mundo. Me miran músicos gallegos, gitanos, franceses, argelinos, ingleses, estadounidenses, andaluces e incluso de Cabo Verde y sentado a mi lado tengo un grupo diverso de personas, diferentes tonos de piel y diferentes acentos. Todos estamos aquí, algunos a miles de kilómetros de nuestra tierra, pero por alguna extraña casualidad, aquí nos encontramos, en Lavapies, deseando que no nos hagan sentir extranjeros.
Octubre 2001
Bahia Mahmud Awah
A estas alturas de compartir criterios afines y de empatizar con tantas y
ResponderEliminartantas cosas, no te extrañará que yo me sienta también tomando algo en la
taberna de la calle Ave María del barrio de Lavapíes, con vosotros,
Me alegro por todos vuestros éxitos literarios, y me solidarizo
profundamente con vuestra causa que a la postre como vienes a decir tú al
final de tu escrito deberíamos de ser todos los inquilinos de este inmueble
llamado Tierra.
Me enorgullece que mis amigos del Sahara, utilicen con tanta dignidad y
perfección mi idioma, es algo que me inclina a estar agradecida y me
entristece no haber tenido yo esa misma habilidad,
Me gusta vuestra manera de contar las cosas, vuestro poema y vuestras
reivindicaciones, un saludo muy sincero Carmen
Amo el Sahara y los sahrauís. Y también amo Lavapiés, donde viví unas semanas durante los años 80. No hay belleza más grande que las estrellas durante la noche en los campamentos de Tinduf. Gracias. Desde Catalunya, un país que también quiere libertad.
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