Coincidimos en la casa de mi hermana el año pasado, no sabía quién era. Yahya es de esas personas que se dejan querer al instante, sobre todo escuchando el ritmo pausado con el que hablaba el hasania, utilizaba unas reglas protocolarias del típico saludo saharaui y esto me llamó mucho la atención al ser tan joven.
No dudé en que habría estado toda su vida entre los habitantes de Tiris y que nunca habría salido fuera. Interioricé un pensamiento, “extraña es la vida que nos lleva donde menos lo pensamos”; mi hasania en su esplendor era recreado en un pueblo de Sevilla. Concluí mi saludo diciéndole: “merhba, merhba”, para dejarle poner fin a su cordial y acogedor saludo saharaui.
De forma muy discreta incliné mi cabeza hacia mi hermana y le pregunté quién era ese chico y de dónde venía. En un susurro me lo explicó; resultaba que era el hijo de un gran amigo de mis padres, su familia tenía una gran fortuna en dromedarios, un hombre generoso que ayudaba mucho a los necesitados. Él no me conocía en persona, aunque sabía a través de mi hermana mi nombre, tampoco yo sabía de él.
Y sin darme cuenta le dirigí el saludo en español, en vez de hacerlo en hasania, me salió involuntariamente, al acto rectifiqué. Yahya me respondió con un correcto castellano, pero rápido me di cuenta y retomé el saludo en hasania que engloba preguntas sobre la familia, su vida etc.… Cenamos esa noche juntos y después vino el té saharaui, siempre motivo de mil historias.
Entablamos una larga y amena tertulia sobre nuestra cultura y cada vez fluía más la conversación, que se centraba en la vida de la sociedad nómada de nuestra gente. En nosotros se levantó el instinto beduino de nuestros abuelos y bisabuelos. Yahya me sorprendió por su dominio de esa cultura sembrada en cada corazón saharaui que haya vivido o conocido a los nómadas, dueños de los llanos, de cada palmo del Sahara que casi todos nuestros abuelos y padres conocieron en otros inmemoriales tiempos.
Yahya me relató toda su historia, había sido estudiante en Cuba. Hablamos de cómo llegó a la isla y cuánto tiempo había estado, nueve años, increíble haber conservado y recuperado esa parte de sus raíces. Pero lo que más me sorprendió de Yahya es que hubiera vivido nueve años plenamente como nómada, después de finalizar sus estudios en el Caribe. Nueve años de fiestas, lindas cubanas y la vida loca de cualquier joven de esa edad marcan mucho como para volver a ser nómada durante otros nueve años, siguendo los pasos de sus antepasados, quienes también sabían divertirse a plena luz del gamar.
Es muy difícil enfrentarse a esa realidad si no tiene uno una convicción irrenunciable y una clara conciencia de su situación y la de los suyos. En ese encuentro me comprometí a escribir sobre los dromedarios y su entorno. Toda la vida en el deserto gira entorno a ellos y sin ellos la supervivencia es imposible. Su lenguaje, edades, colores, razas y vida, son temas que me hizo revivir Yahya al hablar sobre este legendario animal. He de confesar mi amor por esta raza que tenemos en el Sahara, salvadora de nuestros ancestros que sobrevivieron a las inclemencias del desierto gracias a su gran utilidad. En mi jaima de Madrid tengo una colección de dromedarios, mirarlos me da vida y me une más a nuestra memoria. Trato de no perder ningún documental sobre ellos. El primer dromedario que regalaron a mi mamá fue uno de color manchado que se llamaba Zerual por su color de ojos y piel.
En Australia todavía queda una población de esta misma raza saharaui asilvestrada de más de 25.000 dromedarios que proceden de una introducción que se llevó a cabo a partir de 1840. El dromedario está muy bien adaptado a sobrevivir en el desierto gracias a determinadas características de su constitución física: tiene almohadillas anchas en las plantas y callosidades en el pecho y en las articulaciones de las piernas, sobre las que descansa en posición arrodillada, que le permiten resistir el calor de la arena del desierto; puede arrancar con los dientes y aprovechar las plantas espinosas que allí crecen como la acacia; además, para contrarrestar el viento cargado de arena, puede cerrar completamente sus orificios nasales y proteger sus ojos con sus largas pestañas.
Los dromedarios tienen una distinguida clasificación en idioma hasania. El desarrollo de un dromedario desde que nace hasta que alcanza la mayoría edad y muere se conoce entre los beduinos en los siguientes términos:
Lehuar nombre que se le da desde el día que nace hasta los seis meses
Belbun a partir de los seis meses a un año, antes de que se vuelva a quedar preñada la madre
Hig desde la edad de un año y medio hasta cumplir los dos años.
Hig Yedaan desde los dos y medio has los tres años.
Eydaa desde los tres hasta los cuatro años.
Izni cuando cumple cuatro años saliéndole dos dientes incisivos en la mandíbula inferior.
Rbaa a partir de esa edad de cuatro años, cuando le salen otros dos incisos por la mandíbula superior, lo que hacen cuatro incisivos.
Sdas a partir de esa edad de cuatro años les salen otros dos, hasta completar seis dientes.
Gareh es la edad de madurez con crecimiento de dos colmillos bien afilados y con los que pueden hacer mucho daño en las peleas.
Aud o Auda, aud para el macho y auda para la hembra, a esta edad se dice que cada día que se tumban por la noche nunca se sabe si el siguiente día se levantarán o no.
Yo sabía de pequeño alguno de estos nombres, mi padre y mis tíos me lo enseñaron cuando tenía doce o trece años, pero con el tiempo y el brusco cambio a una vida más sedentaria y fuera de mi tierra se me habían olvidado muchos de ellos. Yahya Aglaminhum me hizo esta explicación de las edades del dromedario sahariano a modo de introducción al mundo que rodea a este útil y elegante animal.
*Foto: fotograma de "La Puerta del Sahara" de María Jesús Alvarado.
Bahia Mahmud Awah
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