Nada igual que una vista privilegiada, eso, es lo que ostentan, sobre todo, las dos torres de Rabuni. Juntas o separadas están, depende del ángulo del que las miras. Sus vértebras descubiertas te anuncian una figura esquelética magullada y triste. El paso de las calamidades climatológicas del insufrible desierto hacen mellas en todo y todos, pero la solemne postura de las dos torres, erguidas constantemente, desafiantes, hacen que el mismísimo viento les cante su mejor canción a la vez que las acaricia suavemente.
Rabuni, se disuelve en la mesura del tiempo como Dios manda –nunca mejor dicho-. Aquel regocijo patriótico, aquellos tiempos gloriosos de la revolución; esa disciplina impecable; ese entusiasmo sin límites y ese fervor contagioso, se han diluido con las miserias de sus casas de barro y sus ministerios malogradamente feos. El bunker impecable de la nación saharaui, el alma máter de un pueblo exiliado y el comedor de miles de almas, es ahora un lugar fantasmagórico, habitado por figurantes de una historieta invendible, (amén de los buenos creyentes).
Y esas dos torres, son como dos faros vigías que orientan a los navegantes de las palabras y los flashes de las cámaras, a los sedientos de alzar su mirada más allá de las ennegrecidas piedras del desierto. Me atrevería a decir que no representan nada para nadie. Las sufridas miradas de las personas que habitan bajo su sombra, aún esperan que termine la última ronda del té. El mañana es todavía hoy para los saharauis.
El pulcro silencio de las torres de Rabuni se diluye con todo y con nada, algunos ajetreos mundanos: un taxi aquí; un raro uniforme militar allá o; un desenfadado plebeyo insurrecto que necesita unos papeles, deambulan erráticos siguiendo el chasquido de los pedruscos que visten el suelo de Rabuni.
Las torres de Rabuni y, esas cuatro aglomeraciones de barro, que se hacen llamar ministerios, tienen todo en común, no en la forma, pero sí en el símbolo, representan… (no sé que representan), estarán allí hasta que el cuerpo aguante. Mientras, el viento del desierto y, la política exterior, seguirán azotando a uno y a otro irremediablemente. Es cuestión de ESPERAR.
Solo sé ahora, que nací esperando y por eso aprendí a tener paciencia, mucha paciencia y, las torres de Rabuni también, ya lo creo.
Chejdan Mahmud Yazid
1 de noviembre de 2006