Fuente: Arma Poética. Por Elena Marqués
Es «una suerte» que el pueblo saharaui, tan
maltratado en demasiados aspectos, recibiera el don de la palabra en español.
Del mismo modo que esa lengua común nos permite escuchar las voces del otro
lado del Atlántico, contactar con sus culturas antiguas y esa realidad
maravillosa que los hace contar de un modo tan rico y diferente y enriquece
nuestra visión (a veces provinciana o al menos demasiado occidental) del mundo,
podemos conocer esta otra realidad olvidada sin necesidad de intermediarios.
Así, entre El silencio de las nubes y a través de la palabra de Zahra El
Hasmaoui Ahmed (El Aaiún, 1964), sabemos del exilio (del «enigma del exilio»,
«de los muchos exilios», del deseo de «espantar el exilio»; una palabra que,
obviamente, se repite), de la extrañeza, de la amarga conmoción de sentirse por
siempre nómadas o simplemente inexistentes. De mantener una «sed longeva» que
quizás, en algunos aspectos, solo la poesía pueda paliar.
Con la delicadeza de las flores y la sal
como continuos referentes, junto a los colores del recuerdo y sonoras palabras
hasaníes que nombran en un prístino acto creativo la especial naturaleza de su
tierra (qué hermosos los versos que cierran el poema «Los pozos de la vida»:
«El desierto, / donde la fagonia hospitalaria / abre su flor al peregrino
vespertino, / donde la arena se convierte en humo / y la montaña en tambor»),
nos deslizamos por este libro con una extraña sensación mezcla de ternura y
desengaño.
El silencio de las nubes no es en absoluto
un grito de libertad mudo, sino directo, que nos habla con esperanza, a veces
afirmando («No pudo morder / la mentira / la geografía inmensa / de tus alas
blancas»), otras acusando («De vez en cuando, culpables somos todos»), pero
siempre regalando versos tocados por la luz como estos: «En la plaza / resuena
la alegría, / la mano de una niña / deja caer la / entrada de un cine de dunas
/ para asirse a la barandilla / de la inocencia y las gacelas». Nos cuenta de
tradiciones y objetos queridos, como el «tagrauen» y el «hayrit guiyim»; de un
muro que «serpentea siseante / su cicatriz por la tierra». Se pregunta quién
es, quién fue, qué les queda, qué vendrá. Corrobora las palabras del prólogo de
Antonia Pons Valldosera («No todos los rebeldes son poetas pero sí que todos
los poetas han de ser, forzosamente, rebeldes») cuando confirma «nada puede
domar / las voces que rozan el alma».
Porque la poesía con mayúsculas tiene esa
función. No acariciar los sentidos (o no exclusivamente), sino agitarnos las entrañas
con una construcción llevada también por la razón «donde el poema no sea azar».
Zahra El Hasnaoui decide sentir, convertirse en raíz, levantarse sobre palabras
equilibradas y versos generalmente concisos y contundentes como las rosas
crecidas en el desierto. Su obra poética, junto a la de otros componentes de la
Generación de la Amistad, es lucha y reivindicación y compromiso con su tierra
traicionada, es comunicación y entendimiento (léase «Julio 2014. Diálogo entre
un niño palestino y un saharaui», que «Juntos se sentaron / a beber en la
fuente del olvido»); pero también luz y mar y respuesta.
Y no solo como poeta, sino como mujer,
siente esa responsabilidad (incluso dedica un poema a la princesa omeya
«Wallada Almustakfi», ejemplo de elevación por la cultura) de recuperar «la
voz, / el viento y las flores», de representar a todos (léase al respecto el
poema «Radio Rabuni», «donde la palabra / es sólo ella. / Y al mismo tiempo, /
muchos, y nosotros, / y nuestros sueños».), de rendir homenaje a quienes
sobrevivieron «la inmensidad de la desesperanza», de superar el destierro y
recuperar lo que le corresponde.
Quizás por ello me vea casi obligada a
terminar mis palabras con estos versos que deberían ser premonición pero por
ahora, desgraciadamente, solo quedan en deseo:
«Volveré,
envuelta en mantos
de estrellas roja,
a sanar las
aguas amargas.
A morir y renacer
en las entrañas atlánticas».
Zahra El Hasnaoui Ahmed (El Aaiún, 1964),
integrante de la Generación de la Amistad, ha participado en antologías
poéticas como Um Draiga Aaiun, gritando lo que se siente, Las voces del viento,
La primavera saharaui; en las ediciones bilingües Thrty-One y Generación de la
Amistad, poésie sahraouie contemporaine; y en antologías de relatos cortos como
La fuente de Saguia y El Quijote saharaui. Su obra poética se caracteriza por
su identificación con los ciudadanos saharauis y su lucha por la independencia.
Gran parte de su creación literaria se centra en la mujer.
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