Blog El País ¿Y dónde queda el Sahara? Por:Mohamidi Fakal-la | 15 de diciembre de 2016
Ruge el viento tras la lona de la jaima.
Hoy ha sido un día más de calor. En su interior, nuestro hombre saca una
libreta donde anota recuerdos, inventa historias y relata la vida en el
campamento. A veces le gusta pensar cómo era la vida en la ciudad, el ajetreo,
el ruido, sus gentes y el olor a mar. Escribe a mano para luego trasladarlo al
bloc de notas de su Samsung Galaxy, con paciencia y esmero. Y entonces, cuando
todos duermen, mientras los escarabajos
excavan túneles en la tierra, camina hasta un lugar elevado en busca de un poco
de cobertura. Consigue enviarnos su crónica, su relato, su historia. Memoria
viva de todo un pueblo que deja escapar los días en un campamento de refugiados
en el más inhóspito de todos los desiertos. Mi admiración y respeto a nuestro
compañero, Mohamidi Fakal-la, un valiente caballero del desierto.
Esta entrada ha sido escrita por Mohamidi
Fakal-la desde los campamentos de refugiados saharauis.
A poca distancia de Tifariti queda el
pequeño poblado sumergido entre el rocoso Ajchach y los ríos secos de Zemour.
La vida transcurre sin prisa. Y en medio de la soledad aparece,
inesperadamente, la vivienda de El Mubarak. Un barracón modesto, hecho a la
medida de la supervivencia, de un hombre curtido y huesudo por el peso de las
peripecias, las inclemencias y los años.
La somnolienta paz de 1991, supervisada por
las Naciones Unidas, llegaba tras dieciséis años de enfrentamiento bélico con
Marruecos. Aún recuerda con angustia aquellos trágicos hechos que dispersaron a
la población saharaui a fuerza de napalm y fósforo blanco a fin de vaciar las
ciudades, cegar los pozos, conquistar la tierra y garantizar una rápida
rendición de los habitantes del territorio.
Sin embargo, para El Mubarak hoy el reto es
otro. Así lo aseguraba al borde de la orilla de un río, con los pies todavía
enfangados de la recia tierra de los surcos de un huerto, abandonado a causa de
la guerra, la desertificación y la negligencia.
Rehabilitar la parcela no resultaría nada
fácil, pero había mucho interés en ello. El dueño insistía en que, una vez
sobrepasados los baches, todo era alcanzable con éxito. Por ello, su esfuerzo
fue loable, incluso identificable con su propia índole. El huerto era parte de
la historia contemporánea del lugar. En los tiempos de la entonces provincia
del Sahara Español, un amigo de El Mubarak llamado Manuel, de la ingeniería
militar en el noreste del territorio, estudió, junto con un canario agrónomo,
la posibilidad de poder llevar a cabo un plan agrario de mejora de la tierra,
prometedor para la zona de Tifariti, que consistía en cultivar esparragueras,
pues la zona era muy fértil. Un proyecto modelo, casi único en su género en
todo el Sahara.
Más tarde, la fascinante idea llegó a la
oficina del que era secretario general del Gobierno del Sahara, el coronel Luis
Rodríguez de Viguri. Tras estudiar detenidamente la propuesta dio orden a sus
subordinados de encauzar los esfuerzos hacia la puesta en práctica del plan
agrícola de la región noreste, como prolongación del ya existente, en la parte
sur, en Tiniguir.
En los últimos años del vergel del desierto,
el señor de los sueños de los espárragos ya había cosechado buen acopio de
zanahorias, tomates, nabos, remolacha, entre otras verduras. Sin embargo, la
verdosa yema de los espárragos seguía sin aparecer.
Estaba todo listo en el pequeño almacén
para la distribución de la partida cosechada, destinada a las zonas rurales más
próximas. Al preguntarle por la ausencia de los espárragos que daban nombre al
huerto, contestó sencillamente: “A lo mejor los tendremos con la llegada de la
próxima primavera”.
Por mucho que parezca una paradoja, o
simplemente una contundente contradicción, el huerto de El Mubarak sigue en
marcha a base de agua subterránea, pico, pala y el sudor de un señor que fue
abriendo camino con semillas, y respirando libertad. Desafiando la naturaleza
y, a poca distancia, al ejército marroquí y al muro más largo de la historia de
la humanidad que divide en dos el Sahara Occidental. Tenebroso por las minas de
dimensiones diferentes y de detonación horrible que causan dolor y la muerte de
seres humanos y la fauna sahariana.
En los linderos de los surcos se revive el
sentimiento del pasado, de aspiraciones frustradas que continúan plagadas por
la incertidumbre y la diferencia de la traición. Los primeros días de noviembre
de 1975, al suboficial Manuel le enviaron un teletipo en el que se le exigía
que abandonara el huerto de los espárragos de inmediato, y se presentara lo
antes posible en Madrid. Desde entonces la efímera administración del proyecto
quedó en manos de El Mabruk. Y poco más. Se desató la guerra, bajo la cobertura
de la “Marcha verde”.
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