Cuando parpadeó la azul pantalla del móvil y supe quién me llamaba no pude reprimir una sonrisa, al tiempo pensé: qué trastada inventará ahora. Era uno de sus teléfonos de trabajo. Me llamaba, y no eran pocas las veces, que intentaba aparentar ser un policía, como si todavía uno continúa siendo un sin papeles o un emigrado profuso en líos. Otras veces, mudaba de frecuencia y adoptaba una rugosa voz y ánimo áspero, y se transformaba en empleado que deseaba desahogar su ira, quizá finamente contenida, a través del teléfono, con la primera víctima que tenga al oído. En otras ocasiones, se hacía pasar por un alegre vendedor de enciclopedias, chatarra, o recolector de encuestas.
En algunas ocasiones le sigo el juego y aparento estar desconcertado hasta que los dos nos tronchamos de risa. Pero esta vez no le dejé fingir la voz áspera de burócrata que tanto le gusta recrear, y comencé acribillándole a preguntas. Saleh acababa de llegar de los campamentos de refugiados saharauis. Y Quería que me relatara lajbar, las últimas novedades del mujaiam.
En un mes - me cuenta - nos hemos topado con todos los climas habidos y por haber: dos semanas de calor terrorífico, otra semana de tormentas con fuertes azaafig, tornados de arena, que llevaron por los aires el techo de zinc del beit de mi tío. Llovió durante dos días. Y el resto del tiempo las temperaturas fueron agradables. Pues vaya, sí que ha sido un mes interesante.
¿Cómo encontraste el ánimo de la gente en los campamentos? La gente está cansada, harta. Me llamó la atención que el muchacho que estaba en huelga de hambre. ¿Cómo se llama? El que hizo una huelga durante un mes, delante de las oficinas de la ACNUR en Rabuni. Mohamed…Mohamed Hallab. Pues, es increíble, muchos con quienes conversé no se habían enterado de su huelga, y quien sabía algo, le sonaba a un murmullo lejano. Es que cada vez se escucha menos la radio y se ve menos la televisión saharaui. Claro, con tanta aljazeera, alarabiya, y no sé cuántas cadenas por satélite, vamos marginando lo nuestro. Es una pena. Lo normal es que se complementan. Vi la tele saharaui varias veces, las noticias están bien. Lo más interesante fue un reportaje sobre cooperativas agrícolas. Me impresionó la voluntad de una mujer ya mayor, que tiene un huerto precioso del que está muy orgullosa. Al siguiente día fui a ver los huertos de la wilaya. No había más que una parcela sembrada de cebollas. El resto era una planicie de tierra reseca. Todo el paisaje languidecía. Lo mismo el espíritu de alguno de los trabajadores con quien hablé. Maldecía las tormentas, el refugio, la corrupción, el mundo entero.
Un día fui a Tinduf. En el puesto de control, ese que está a la entrada y salida en dirección a Rabuni. Escuché a un policía argelino decir: no entiendo nada. Veo a los saharauis sacar mucha verdura y fruta de Tinduf, pero al mismo tiempo les veo introducirla en la ciudad. Que sacan frutas y verduras para consumir o vender, lo puedo entender, pero que las traigan de los campamentos a Tinduf, eso no lo entiendo. No, no lo entiendo, repetía esa frase una y otra vez. De dónde la obtienen viviendo en un desierto pelado. Me hubiera gustado presentarle la mujer del huerto que vi en la televisión saharaui.
Limam Boisha
Limam, mucho me ha gustado tu elocuente cronica desde un segundo plano, radad lajbar, Saleh. El enfoque es elocuente, y la preocupación aún mas por nuestras isntituciones y su funcionamiento a pesar de la cruda realidad que vive nuestra gente en el refugio y sus inóspitas condiciones deserticas.
ResponderEliminarBahia Awah