lunes, agosto 16, 2010

Exilios, VI "Guidroh" (carretera)


Es lo más sensato que se ha hecho en los campamentos de refugiados saharauis y, desde luego, marca un antes y un después en la cotidianidad de los refugiados saharauis. Su construcción fue una apuesta sabia que vino a colmar la necesidad más básica de una población nómada. Si, es una necesidad básica por el hecho de, quién es el saharaui, que, aún con una terreno bien acotado y delimitado no se resiste a colmar su necesidad de trasladarse, aunque no tenga sentido. Hoy hay muchos más medios que antaño, solo que el parque móvil existente es una ruina de lo que fue y se sigue arrastrando aunque tenga que ir a hombros del mismísimo propietario. Con la llegada de “guidroh ”, el hombre viajante, el nómada, lo es mucho más y más cómodo.

Es difícil entender el porqué de una carretera asfaltada para una población refugiada que algún día se irá de ese lugar. Pero Argelia es generosa y tiene recursos para ello. Aunque algunos nos tememos a la perpetuidad. No, no es menester caer en bobadas a estas alturas de la historia.

Pero una carretera buena, en el lugar adecuado puede ser hasta un poema, una oda, un río o las cuerdas de una guitarra. Al ver una carretera en medio del desierto uno no se queda indiferente, a algo le sonará o hasta le puede inspirar. Mi carretera habitual, la que va del cruce de Rabuni a Smara pasando por el “27 de febrero”, es, en general bonita, con tantas curvas y un paisaje monótono. Nunca me ha parecido gran cosa ni me lo parece ahora, que sea dicho de paso, pero es mi carretera, la que me lleva a mi jaima, a la hora que yo quiera y sin perderme.

El “guidroh”, es delgado y soporta todo lo que le echen sin rechistar, es sin duda un oasis en medio de la temida “hamada” . Yendo en él, te parece que va al infinito y vuelve, se esconde detrás de una colina y aparece, se pierde a veces debajo de una tormenta de arena, pero siempre aparece; a lo lejos, los árboles parece que tienen ruedas y van en él como otro vehículo más; los camellos andan elegantemente a su costado, evitando cualquier colisión. Por las tardes, al ocaso, sus márgenes se llenan de fieles para cumplir con la hora del rezo, esto, es sin duda una de las cosas que fehacientemente se traducen en modas y modos de obligado consentimiento. Mi carretera también es fiel al culto.

Mil y una historias se cuentan de mi carretera y ninguna es cierta y todas lo son. Todas oscuras como si misma, raras y sin sentido, como no tiene sentido vivir en la “hamada”. Cuentan que hay fantasmas de mil caras y patas de burro: Son como un hado de paranoicos en el reino de los muertos que visitan al mundo de los vivos. Asusta y mucho hablar de ellos. Pero de día desaparecen todos los fantasmas y “guidroh”, recobra su esplendor.

A veces me asusta ir por él de noche, es que el desierto inspira respeto y cualquier movimiento es blanco fácil para quien sea; la inmensidad de la nada y el ruido, imaginario o real, se abrazan y se alían en las noches gélidas de la “hamada”. Pero guidroh allí esta, solemne de día y de noche. Mis paisanos y yo, mientras podamos, nunca lo olvidaremos y, desde luego nuestro agradecimiento eterno.

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