domingo, julio 11, 2010

La Tabla de Multiplicar




El frío de la mañana achataba el cerebro y una nube helada envolvía el ancho espacio de la clase y nos obligaba a acurrucarnos en las mesas buscando alguna rendija de calor, mientras tanto, un vacío de hambre estrujaba nuestros estómagos y desde algún oscuro pozo de pellejo de la mesa de al lado se elevaban maullidos como si alguien tuviera allí un gato oculto en sus entrañas. Durante aquellos meses el maestro nos abrumó con la tabla de multiplicar, ¿no podía haber elegido otro mes más cálido para esos ejercicios? No había terreno fértil para los números en mi cabecilla, alojaría de buenas ganas panes, cuentos, lentejas, dibujos, zapatos, geografía, abrazos cálidos que me podían amparar del riguroso invierno que barría la Hamada entera.

Uno podía asegurar que hasta la tabla del Cinco el camino era relativamente fácil, pero desde la del Seis y sobre todo la del Siete, Ocho y Nueve, (descontando la del Diez) no había manera que los aprendiera y más cuando mis dedos se entumecían y de las ventanas de mi nariz chorreaba niebla y agua.

Al maestro parecía que le divertía nuestra ignorancia con la tabla y cuando anunciaba su referida orden, sus ojos llenos de chanza, pillería y maldad a partes iguales se dilataban. Era un ser aburrido, sus exposiciones eran tediosas y carecía de metodología educativa, nunca nos enseñó estrategias, ni trucos, ni nada original para socorrer nuestras desabrigadas memorias frente al tedio de la tabla de multiplicar y ante la lejanía de los consejos luminosos de nuestros padres.

-Saquen sus pizarras – ordenó con la típica expresión reflejada en su semblante picado como un pedazo de carne. Mientras colocábamos delante de nosotros las pizarritas, el maestro facilitaba a cada uno una tiza para escribir el ejercicio, después iba directamente al grano. –Vamos a repasar la tabla de multiplicar, me imagino que todos la han memorizado desde la primera a la última. Ahora atención: Si les digo 4x4 anoten directamente la respuesta y cuando yo golpee la mesa con el palo, quiero que todos levanten las pizarras.

El maestro comenzaba a dictar las fórmulas: 2x3 y todos plasmábamos la respuesta lo más rápido que podíamos, mientras tanto él daba una vuelta por las mesas para verificar las respuestas. De nuevo: 3x9 y con su palo de madera golpeaba otra mesa; cuando se percataba que todo el mundo estaba respondiendo de manera satisfactoria, fruncía el ceño y saltaba a otra tabla: 5x5, ante esa combinación mágica (mágica por fácil) dejaba pasar una larga pausa, mientras nosotros nos recreábamos en una respuesta que ya dábamos por bebida y comida. En seguida cambiaba de parecer y soltaba con voz aguda: 8x 6 y sin darnos oportunidad a pensar la nueva respuesta golpeaba la mesa con el palo para que todos levantáramos la pizarrilla.

En medio de la confusión no éramos pocos los que errábamos, entonces él empezaba a pasearse como triunfador de mesa en mesa viendo, señalando, corrigiendo y castigándonos con más deberes como escribir en el cuaderno cincuenta o cien veces la tabla de multiplicar.


Limam Boisha.

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