*Colaboración Revista Shukran nº 26
Mi nieto tiene diez años y ya sabe que su abuelo está desaparecido desde hace mucho tiempo. Han pasado treinta y cinco años desde que se lo llevaron, y seguimos esperándole, aún tengo la esperanza de que pueda estar vivo. Mi marido tendría hoy sesenta años, uno más que los yo tengo y treinta y cinco más de los que tiene su hija. Nuestra hija tiene la edad de la ausencia de su padre, la de la invasión, la de la guerra, la del exilio, nuestra hija tiene la edad del abandono, los años del olvido.
Ella nació aquellos días en que de repente cambió nuestra vida. Unos se fueron, tristes, cabizbajos, dejándonos solos y los otros llegaron con sus armas y sus jaurías y comenzaron sus cacerías y detenciones. De la noche a la mañana hicieron el cambiazo, nos dormimos, los que pudieron, con una bandera y nos despertamos con otra distinta. El miedo y el terror se adueñaron de nuestras vidas, los que pudieron escapar se fueron pensando que iban a volver al día siguiente. Todavía están esperando el día en que puedan volver, sin miedo a sus casas, a su tierra. Los que nos quedamos estamos esperando que vuelvan todos los del exilio y los de las cárceles del terror y que nos dejen vivir en paz y en libertad.
Pero ya nadie tiene miedo y menos a mi edad. Cuando se vive bajo presión y con la tensión de no saber lo que te espera, no sólo a la vuelta de la esquina o en cuanto pisas la calle, sino en tu propia casa, uno aprende a superar cualquier miedo y si le añadimos que nuestra fuerza interior y nuestra fe en la justicia y en que algún día habrá un amanecer limpio, fresco y libre de toda esta impureza que nos impide respirar, pues uno tiene confianza en sí mismo y en su gente.
Cuando veo el rostro de mi hija, como los de cientos de saharauis, con las huellas de la violencia, la tortura y de la infamia más estoy segura de que no podrán con nosotros, cuando veo a mi nieto vestido con los colores de nuestra bandera, como hacen cientos de niños saharauis, más confío en que la victoria será nuestra, más creo en el futuro. Cuando sé que la firmeza de mi pueblo no será doblegada por ninguna fuerza, que la resistencia se hace fuerte a pesar de la violencia y que la lucha continúa en las cárceles y en las calles, más siento que el Sáhara será libre.
A la vuelta de la esquina de mi calle espera la fiera, presta con las zarpas afiladas. En el rostro de mi hija laten las marcas recientes y las cicatrices de ayer. Mi nieto ha vuelto de la escuela con las manos llenas de colores prohibidos, su maestro o su verdugo le dijo que si volviera al colegio, otra vez, con las manos pintadas con esos colores se las iba a cortar.
Anoche estuvo, hasta muy tarde, pintando la bandera, los colores prohibidos, en todos sus libros y sus cuadernos. Mañana volverá a la escuela con la frente muy alta, porque no le tiene miedo al verdugo.
Le podrá cortar las manos pero jamás apagará su voz, ni acabará con su voluntad y su firmeza, le podrá desemejar el rostro pero jamás ocultará su sonrisa de luz y de esperanza.
A mi nieto le podrán secuestrar los lápices y colores, pero jamás podrán borrar los colores que tiñen su corazón y que, como todos los saharauis, guarda en lo más profundo del alma.
Ebnu
Ebnu
*Cuadro de Pepa Sánchez
Impresionante, Ebnu. Creo que es un buen camino. Ramón Mayrata
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