Era un día del otoño de 1972 en El Argub, “La playa estaba maravillosa, el agua estaba tranquila, limpia, clara, hacía un calor sin viento, sin molestia ninguna”.
A raíz de este fragmento de una carta que escribió un miembro de aquella generación de estudiantes saharauis de los años setenta supe del libro “Carta de ayer” de Luis Romero, Premio Planeta 1963 y Nadal de novela 1951. Una novela editada en 1955 por la Editorial Planeta. Entonces emprendí una ardua búsqueda de un libro que lleva años descatalogado en el mercado editorial por si me aclaraba algo y me revelaba en el marco de la memoria histórica incógnitas de aquellos jóvenes saharauis en los años setenta. Quería saber qué autores leían en sus ratos libres y cómo en sus ideales procesaban esa literatura. Tras mucho buscar, lo encontré en una librería de viejo el pasado verano.
Buscaba encontrar con la lectura del libro rutas literarias de la novela para encarar sus pensamientos hasta en los mínimos detalles, en cómo Luis Romero novelaba la historia que expone en Carta de Ayer. Había descubierto en mis averiguaciones sobre la historia de ese grupo de estudiantes que el libro lo leyó Hanafi Mohamed Chej en 1972. Se lo había regalado una novia jerezana que tuvo, semanas después haberla conocido.
-Iba de regreso al Sahara después de una corta estancia conmigo, viajaba solo, y como le encantaba leer de todo pensé que la novela le podía venir bien en el viaje y se la regalé.
Mi propósito era interiorizar cómo los ojos de Hanafi se posaron sobre las cerca de trescientas páginas, cómo habría disfrutado de su lectura y reaccionado ante los convulsos acontecimientos que se van sucediendo en la vida de un joven escritor republicano, crítico contra el sistema político imperante y la paradójica aparición en su vida de una mujer de la alta burguesía catalana en los años de la posguerra. La búsqueda y la lectura del libro me la propuse como meta y al mismo tiempo como homenaje a todos ellos y en especial a Hanafi, a quien conocí a mis trece años en el aeropuerto de Manises durante el verano de 1973, cuando siete meses antes se supone que ya había leído la novela Carta de Ayer en las playas de El Argub, según pude comprobar en una carta suya remitida en 1972.
El Argub era un pequeño pueblo costero fundado por la potencia colonizadora a principios de los años cuarenta, donde vivían familias saharauis que en su mayoría eran funcionarios del Gobierno General del Sahara en la época de la metrópoli. Para leer Carta de Ayer me propuse aprovechar las vacaciones, y me marché a la tierra del autor del libro, Catalunya, a un pequeño pueblo costero anclado en un costado del Mediterráneo cerca de los Pirineos. Allí entonces me enfrasqué disfrutando de su lectura y escuchando las olas del mar aunque muy lejos de las bravas olas del Atlántico donde la leyó Hanafi. Deseé con toda mi alma estar en esa misma playa de El Argub donde nuestro personaje la había leído. Pero mi deseo no podía ser más que un profundo anhelo, al menos en ese verano, quizá o seguramente en próximos, un sueño hecho realidad. Mientras sí que la disfrutaba en las playas de la tierra de Luis Romero, un hermoso rincón de las costas catalanas llamado Llafranc, lugar donde pasaba sus vacaciones escribiendo y leyendo el famoso escritor ingles Tom Sharpe, el autor de “Wilt". Durante aquellos plácidos días, tanto el libro como Hanafi estuvieron muy presentes.
Para leer la novela y adentrarme en su pasaje aproveché aquella playa en busca de tranquilidad y el semejante ruido de las olas del mar que describía Hanafi. Quería encarnarme en sus pensamientos de esa época, revivir en mis adentros la sensación que produjo la novela en el corazón de todos aquellos jóvenes que la hubieran leído junto a él. Tal vez el poeta Abidin Facal-la, Buel-la Ahmed Zein o Ahmed Sidi Abdelhadi. Todos caídos en los primeros años de la guerra. Indagué mucho sobre lo afectivo de esa historia convertida casi en leyenda y que pude constatar de muchas fuentes cercanas a esa generación, de la que muchos aún están vivos. Eran jóvenes bien cultivados, de excelente porte, morenos, melenudos, criados entre las estepas de su desierto y las grandes capitales occidentales. Un singular híbrido cultural, mezcla de lo ancestral de sus raíces y la modernidad de Occidente.
Ellos mismos se han autodefinido como la generación que tenía en su habitación el póster del Che Guevara… “la que se preocupaba por los éxitos del pueblo vietnamita y también por el último disco de los Beatles. La que oía a los Rolling Stones, Led Zeppelin y Credence Clearwater Revival. La que se interesaba por un tal García Márquez y la obra de El Quijote, la que en su época la metrópoli le obligaban a estudiar la poesía de Pemán y otros afines al régimen”[1]. Era también la generación que compaginaba la darraa y la corbata occidental y en sus ratos de ocio se marchaban a Tiris para contemplar la sabiduría de sus ancianos y eruditos, escuchaban la poesía del haul de Sedum el grande, Ahel Engdey, Sidahmed uld Aawa o Ahel Abba. Siempre estuvieron bien identificados en sus periplos por las capitales europeas sin que se distanciaran ni un palmo de sus ricas raíces culturales.
En una semana de lectura escuchando cómo mueren las olas en las arenas del Mediterráneo, creí haberme metido en la personalidad de Hanafi y todos aquellos estudiantes que la leyeron. Meditaba como Hanafi lo hubiera hecho en cada línea que yo iba leyendo. Cómo él veía e interiorizaba toda la historia y avatares del protagonista de la novela, aquel joven que había sobrevivido a la guerra y se convirtió en escritor y poeta en los años cincuenta, crítico y rebelde contra el sistema de poder en el que vivía. Encontré un pasaje del libro en el que el protagonista principal de la novela reflexionaba en los siguientes términos y me pareció semejante a la abstracción que también hacia Hanafi en su carta de El Argub. “Pero yo aquí, muchas veces me pregunto si en realidad existo, y si hablar algunas palabras al día, comer y pasear, sentir frío o calor, y distinguir los colores, es realmente vivir; porque vivir es otra cosa, algo que ocurrió en mí entre los tres años y los veintisiete o algo más”. Este texto sino lo hubiera contextualizado probablemente para mí no sería más que retórica y literatura para novelar textos y crear personajes de ficción. Sin embargo la interrelación de los textos es evidente entre los dos y de ahí un paralelismo y comparación estrechamente ligados. Hanafi escribía a modo de reflexión, muy parecida a la del autor de Carta de Ayer, “Qué triste está esto. Qué vida más vacía. ¿Cómo acabará esto? ¿Cuándo esto dejará de ser un sueño?”. Tal vez compartía algo en común con el rebelde personaje de la novela, crítico contra el tiempo que le había tocado vivir, siendo sus principios totalmente opuestos.
Una carta escrita desde la playa de El Argub hace más de treinta y cinco años y la ausencia de una excelente generación me conducen a una afinidad tal vez casual de encontrar un punto de convergencia entre Hanafi y el personaje que alumbró Luis Romero, y es el vivir una época que hizo surgir grandes hombres convertidos ya en Historia y a la vez en leyenda. Ni Hanafi, como ejemplo para muchos saharauis, ni Romero, como escritor catalán, singulares personajes ambos, deben quedar fuera de la memoria colectiva. Luis Romero se encuentra entre los olvidados autores de posguerra, con un amplio registro en narrativa breve, novela, libros de viajes, ensayos, dedicando parte de su producción a la Guerra Civil española. Y a su vez al autor de aquella otra carta, la escrita desde El Argub, la fuerza del destino que eligió le hizo consumirse por un Sahara Libre. Así se interrumpió el brillante camino que hubiera podido llevarle a publicar los imaginados “Carta desde El Argub”[2], “El Fascista en el buen sentido de la palabra”[3] o “El Saber ilumina”[4]. Hanafi escribió una carta de ayer para toda una generación que luchó contra el mismo sistema y poder en los años setenta.
Bahia Mahmud Awah
A raíz de este fragmento de una carta que escribió un miembro de aquella generación de estudiantes saharauis de los años setenta supe del libro “Carta de ayer” de Luis Romero, Premio Planeta 1963 y Nadal de novela 1951. Una novela editada en 1955 por la Editorial Planeta. Entonces emprendí una ardua búsqueda de un libro que lleva años descatalogado en el mercado editorial por si me aclaraba algo y me revelaba en el marco de la memoria histórica incógnitas de aquellos jóvenes saharauis en los años setenta. Quería saber qué autores leían en sus ratos libres y cómo en sus ideales procesaban esa literatura. Tras mucho buscar, lo encontré en una librería de viejo el pasado verano.
Buscaba encontrar con la lectura del libro rutas literarias de la novela para encarar sus pensamientos hasta en los mínimos detalles, en cómo Luis Romero novelaba la historia que expone en Carta de Ayer. Había descubierto en mis averiguaciones sobre la historia de ese grupo de estudiantes que el libro lo leyó Hanafi Mohamed Chej en 1972. Se lo había regalado una novia jerezana que tuvo, semanas después haberla conocido.
-Iba de regreso al Sahara después de una corta estancia conmigo, viajaba solo, y como le encantaba leer de todo pensé que la novela le podía venir bien en el viaje y se la regalé.
Mi propósito era interiorizar cómo los ojos de Hanafi se posaron sobre las cerca de trescientas páginas, cómo habría disfrutado de su lectura y reaccionado ante los convulsos acontecimientos que se van sucediendo en la vida de un joven escritor republicano, crítico contra el sistema político imperante y la paradójica aparición en su vida de una mujer de la alta burguesía catalana en los años de la posguerra. La búsqueda y la lectura del libro me la propuse como meta y al mismo tiempo como homenaje a todos ellos y en especial a Hanafi, a quien conocí a mis trece años en el aeropuerto de Manises durante el verano de 1973, cuando siete meses antes se supone que ya había leído la novela Carta de Ayer en las playas de El Argub, según pude comprobar en una carta suya remitida en 1972.
El Argub era un pequeño pueblo costero fundado por la potencia colonizadora a principios de los años cuarenta, donde vivían familias saharauis que en su mayoría eran funcionarios del Gobierno General del Sahara en la época de la metrópoli. Para leer Carta de Ayer me propuse aprovechar las vacaciones, y me marché a la tierra del autor del libro, Catalunya, a un pequeño pueblo costero anclado en un costado del Mediterráneo cerca de los Pirineos. Allí entonces me enfrasqué disfrutando de su lectura y escuchando las olas del mar aunque muy lejos de las bravas olas del Atlántico donde la leyó Hanafi. Deseé con toda mi alma estar en esa misma playa de El Argub donde nuestro personaje la había leído. Pero mi deseo no podía ser más que un profundo anhelo, al menos en ese verano, quizá o seguramente en próximos, un sueño hecho realidad. Mientras sí que la disfrutaba en las playas de la tierra de Luis Romero, un hermoso rincón de las costas catalanas llamado Llafranc, lugar donde pasaba sus vacaciones escribiendo y leyendo el famoso escritor ingles Tom Sharpe, el autor de “Wilt". Durante aquellos plácidos días, tanto el libro como Hanafi estuvieron muy presentes.
Para leer la novela y adentrarme en su pasaje aproveché aquella playa en busca de tranquilidad y el semejante ruido de las olas del mar que describía Hanafi. Quería encarnarme en sus pensamientos de esa época, revivir en mis adentros la sensación que produjo la novela en el corazón de todos aquellos jóvenes que la hubieran leído junto a él. Tal vez el poeta Abidin Facal-la, Buel-la Ahmed Zein o Ahmed Sidi Abdelhadi. Todos caídos en los primeros años de la guerra. Indagué mucho sobre lo afectivo de esa historia convertida casi en leyenda y que pude constatar de muchas fuentes cercanas a esa generación, de la que muchos aún están vivos. Eran jóvenes bien cultivados, de excelente porte, morenos, melenudos, criados entre las estepas de su desierto y las grandes capitales occidentales. Un singular híbrido cultural, mezcla de lo ancestral de sus raíces y la modernidad de Occidente.
Ellos mismos se han autodefinido como la generación que tenía en su habitación el póster del Che Guevara… “la que se preocupaba por los éxitos del pueblo vietnamita y también por el último disco de los Beatles. La que oía a los Rolling Stones, Led Zeppelin y Credence Clearwater Revival. La que se interesaba por un tal García Márquez y la obra de El Quijote, la que en su época la metrópoli le obligaban a estudiar la poesía de Pemán y otros afines al régimen”[1]. Era también la generación que compaginaba la darraa y la corbata occidental y en sus ratos de ocio se marchaban a Tiris para contemplar la sabiduría de sus ancianos y eruditos, escuchaban la poesía del haul de Sedum el grande, Ahel Engdey, Sidahmed uld Aawa o Ahel Abba. Siempre estuvieron bien identificados en sus periplos por las capitales europeas sin que se distanciaran ni un palmo de sus ricas raíces culturales.
En una semana de lectura escuchando cómo mueren las olas en las arenas del Mediterráneo, creí haberme metido en la personalidad de Hanafi y todos aquellos estudiantes que la leyeron. Meditaba como Hanafi lo hubiera hecho en cada línea que yo iba leyendo. Cómo él veía e interiorizaba toda la historia y avatares del protagonista de la novela, aquel joven que había sobrevivido a la guerra y se convirtió en escritor y poeta en los años cincuenta, crítico y rebelde contra el sistema de poder en el que vivía. Encontré un pasaje del libro en el que el protagonista principal de la novela reflexionaba en los siguientes términos y me pareció semejante a la abstracción que también hacia Hanafi en su carta de El Argub. “Pero yo aquí, muchas veces me pregunto si en realidad existo, y si hablar algunas palabras al día, comer y pasear, sentir frío o calor, y distinguir los colores, es realmente vivir; porque vivir es otra cosa, algo que ocurrió en mí entre los tres años y los veintisiete o algo más”. Este texto sino lo hubiera contextualizado probablemente para mí no sería más que retórica y literatura para novelar textos y crear personajes de ficción. Sin embargo la interrelación de los textos es evidente entre los dos y de ahí un paralelismo y comparación estrechamente ligados. Hanafi escribía a modo de reflexión, muy parecida a la del autor de Carta de Ayer, “Qué triste está esto. Qué vida más vacía. ¿Cómo acabará esto? ¿Cuándo esto dejará de ser un sueño?”. Tal vez compartía algo en común con el rebelde personaje de la novela, crítico contra el tiempo que le había tocado vivir, siendo sus principios totalmente opuestos.
Una carta escrita desde la playa de El Argub hace más de treinta y cinco años y la ausencia de una excelente generación me conducen a una afinidad tal vez casual de encontrar un punto de convergencia entre Hanafi y el personaje que alumbró Luis Romero, y es el vivir una época que hizo surgir grandes hombres convertidos ya en Historia y a la vez en leyenda. Ni Hanafi, como ejemplo para muchos saharauis, ni Romero, como escritor catalán, singulares personajes ambos, deben quedar fuera de la memoria colectiva. Luis Romero se encuentra entre los olvidados autores de posguerra, con un amplio registro en narrativa breve, novela, libros de viajes, ensayos, dedicando parte de su producción a la Guerra Civil española. Y a su vez al autor de aquella otra carta, la escrita desde El Argub, la fuerza del destino que eligió le hizo consumirse por un Sahara Libre. Así se interrumpió el brillante camino que hubiera podido llevarle a publicar los imaginados “Carta desde El Argub”[2], “El Fascista en el buen sentido de la palabra”[3] o “El Saber ilumina”[4]. Hanafi escribió una carta de ayer para toda una generación que luchó contra el mismo sistema y poder en los años setenta.
Bahia Mahmud Awah
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[1] Palabras de Bachir Hamudi, miembro de aquella generación de estudiantes
[2] Carta escrita por Hanafi a su novia en otoño de 1972 a la que me refiero en este relato.
[3] Expresión burlesca con la que Hanafi salió del paso tras haber llamado fascista a un policía en la que estaba siendo interrogado por participar en una protesta universitaria en Madrid.
[4] Frase que intercambiaban Hanafi y su novia.
*Actualización domingo 08/02/2009. Leo hoy en prensa la noticia del fallecimiento del escritor Luis Romero. El martes 4 de febrero fallecía en Barcelona a los 92 años.
2 comentarios:
No tengo palabras para expresar mi admiración por este homenaje. Es lo que nos lleva a recordar nuestra propia memoria como personas y pueblos. ¡¡¡Genial Bahia!!!
...please where can I buy a unicorn?
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